Al darse cuenta de que los tiempos estaban cambiando, Leopoldo II disfrazó sus intenciones para robar a los africanos sus recursos naturales y, explico que simplemente deseaba llevar el cristianismo a los nativos. Mandó misioneros, creo los caminos y envió al famoso aventurero Sir Henry Morton StanleyHenry Morton StanleyWikipedia (más conocido por haber encontrado a David LivingstoneDavid LivingstoneWikipedia) a marcar el territorio y a negociar con los numerosos pueblos de la cuenca del Congo.
Las historias sobre sus métodos cuentan que para convencer a los aldeanos de que era imposible matarlo, ejecutaba una artimaña en la que, después de entregarles un arma que había sido previamente trucada, en la que las balas habían sido reemplazadas por papel, les apremiaba a que le dispararan. Cuando el aldeano disparaba el arma y el humo de la pólvora se elevaba en el aire, Stanley se inclinaba y sacaba, eso si, disimuladamente, una bala que guardaba en sus pies, como si esta hubiera rebotado en su cuerpo y hubiera caído al suelo. También se le acusaba de utilizar algún dispositivo mecánico para hacer que su apretón de manos fuese dolorosamente intenso y, según parece, encendía puros sin utilizar ninguna llama u objeto que crease fuego, lo que, desde luego, es bastante impresionante para cualquiera que no haya quemado nunca objetos con una lupa cuando era niño.
Leopoldo II participó en la Conferencia de Berlín de 1894, donde se reunieron las potencias europeas para repartirse el comercio en el continente africano. Leopoldo les convenció, no sólo de que era lo suficientemente digno de confianza queriendo mejorar la vida de los congoleños, sino para que le concediese los derechos comerciales, explotación queda más claro, a él en exclusiva, a la persona física del rey Leopoldo II en lugar de Bélgica como país, convirtiendo al Congo, para desgracia suya, en la única colonia que era una propiedad privada unipersonal, caso único en el mundo. Esto permitiría a Leopoldo hacer lo que le viniera en gana en su coto africano sin que el pueblo belga lo supiera o simplemente no se lo imaginase, lo que lo dotó de un inmenso poder sobre la población de la región y la titularidad y explotación de los recursos naturales del Congo. Dibujó la frontera en un mapa y la llamó el Estado Libre del Congo, un nombre que pronto se demostró que era bastante inapropiado.
Aunque al principio el rey estaba interesado mayormente en el marfil, rápidamente descubrió algo mucho más valioso escondido en las profundidades de los bosques. Descubrió al Landolphia owariensisSemillas de Landolphia owariensisWikipedia, también conocido como el árbol del caucho, que crecía densamente en el Congo, más que en cualquier otro lugar de la Tierra. Durante su reinado se disparó la demanda internacional de goma, que se extraía de los árboles del caucho que eran muy abundantes en el Congo. El problema de la recolección de esta materia requería ingente cantidad de mano de obra y las duras condiciones para estos empleados. Para solventar el asunto, el rey de los belgas diseñó un sistema de concesiones que, en esencia, condenó a la esclavitud a la totalidad de los congoleños. Leopoldo II estaba sentado sobre algo más valioso que una mina de oro y lo sabía.
Mientras que el colonialismo es cruel y explotador por naturaleza, pocas atrocidades son iguales a los horrores del Estado Libre del Congo. Morel tenía razón, Leopoldo II había logrado esclavizar por la fuerza a casi todos los hombres, mujeres y niños del país. Bajo su dirección, aldeas enteras fueron arrasadas para desplazar a sus pobladores, mientras que las mujeres fueron utilizadas como rehenes y a menudo sometidas a torturas físicas y sexuales hasta que sus hombres desaparecían como consecuencia de los penosos trabajos forzados. Las cuotas de explotación del caucho que había que cumplir a rajatabla se aplicaban de forma tan estricta que el no cumplir con ellas significaba que se le cortaran una mano e incluso la muerte. El asesinato y el estado de inanición de los esclavos era norma general. Obviamente, se rebelaban constantemente, pero estas rebeliones no tuvieron éxito y fueron duramente castigadas. El régimen que impuso Leopoldo a través de sus esbirros, a menudo mataba a todos los involucrados, incluso a los niños. De esta forma tan descarada, Leopoldo II se valió del trabajo local para la recolección del caucho y para que los funcionarios, soldados y policías belgas acudieran a instalarse en el país en busca de una buena vida. Una esclavitud que ocupaba las 24 horas del día de los congoleños; y que deparaba sádicos castigos para los recolectores que no entregaban la cuota mínima exigida.