Al principio, los humanos, éramos perfectos, tan perfectos como un círculo, que tal era nuestra forma según relata Aristófanes en El banquete de Platón.
Éramos como una pelota con cuatro brazos y cuatro piernas y una sola cabeza. Nos desplazábamos rodando. Estos seres podían ser de tres clases:
uno, compuesto de hombre + hombre,
otro de mujer + mujer y
un tercero (el «andrógino»), de hombre + mujer.
Cuenta Aristófanes que «los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses». Y ante aquella osadía, Júpiter, que no quería reducir a la nada a los hombres, encontró la solución, un medio de conservar a los hombres y hacerlos más circunspectos, disminuir sus fuerzas: separarlos en dos.
El problema surgió después:
Zeus, compadecido por la estirpe humana, ordenó a Hermes que les girase la cara hacia el mismo lado donde tenían el sexo: de este modo, cada vez que uno de estos seres encontrara a su otra mitad, de esa unión pudiera obtener placer y si además se trataba de un ser andrógino pudieran tener descendencia.
Desde entonces los seres humanos nos vemos condenados a buscar entre nuestros semejantes a nuestra media naranja con la que unirnos en abrazos que nos hagan más «completos». Sin embargo, Zeus amenazó con cortarnos de nuevo en dos mitades -para que, así, caminemos dando saltos sobre una sola pierna-, en caso de que la raza humana no aprenda a respetar sus propios límites y a superar su peligrosa arrogancia.
Puedes leer el discurso de Aristófanes completo si te interesa.