Recuerdo cuando yo iba al instituto allá por los años 1980-1984 en los que se nos presentaba a la generación del 98 como un grupo compacto de escritores, pintores, artistas en general, dotados de una visión privilegiada de los hechos que ocurrían a su alrededor que según lo estudiado en los libros de texto y las opiniones que tenían nuestros profesores de literatura, se llevaban de maravilla entre ellos.
Con los años vas comprendiendo que estos señores son como los youtubers actuales y que eso de que se llevaban bien, los cojones. Me he encontrado en la biblioteca un libro que no habrá salido de ella más que tres o cuatro veces desde que se editó en 2012. Es un libro de anécdotas de la generación del 98 y al leer algunas se comprende cómo eran estos señores. Eran eruditos, artistas desde que se despiertan hasta que se acuestan y con un ego que le sale por todos lados. Aunque bien es cierto que secretamente se admiran a la hora de mostrar su cara pública, el odio queda patente. Cualquiera que sea tu competencia es digno de ser eliminado. Así que vamos a ver unas pocas de ellas y así saldré de dudas.
El movimiento estuvo formado inicialmente por el Grupo de los Tres (Pío Baroja, Azorín y Ramiro de Maeztu), que se dio a conocer a través de un manifiesto que vio la luz en diciembre de 1901. El motivo que impulsó la creación de este grupo fue el de transformar España para que pudiera estar a la altura de otros países europeos. A finales de 1903 cesaron su actividad sin haber alcanzado ninguno de sus objetivos; a partir de ese momento, cada miembro siguió su propio camino.
A pesar de que el Grupo de los Tres no consiguió su cometido, sus ideales eran comunes a los de otros literatos de la época. Es esta la razón que enmarca en la Generación del 98 a autores como Miguel de Unamuno, Antonio y Manuel Machado, Ramón María del Valle-Inclán o Carlos Arniches, entre otros.
»—¿Y ya se entienden? ─pregunté yo a alguno de los que iban a la que se llama la docta casa. »—No, cada uno tiene su tertulia; pero el de más público es don Miguel».
PIO BAROJA»—¡Blasco Ibáñez! ¡Qué tipo! Sabía explotar a todo el mundo como nadie. A nosotros, escritores franceses, nos pagaba el derecho de traducción de los libros muy poco. Doscientos o trescientos francos. Los mandaba traducir y luego decía al autor que hiciera el prólogo con grandes elogios de sí mismo. El autor caía en el lazo y lo hacía. El prólogo lo firmaba luego Blasco. Si el libro se vendía -aseguraba-, les daré más; pero ni a mí ni a nadie le dio después ni cinco céntimos, y algunas traducciones se vendieron muchísimo».
PIO BAROJA»—Usted será de los de Hitler.
»—Lo mismo podría yo decir que usted es de los Torquemada.
»Otros me han dicho:
»—Usted será comunista.
»—Bueno, lo que usted quiera.
»Es un no comprender extraño. La gente pone una etiqueta a una persona a quien no conoce y a quien no le lee porque sí, y además supone que esta persona va a aceptar la etiqueta con mansedumbre. Yo al menos no la acepto».
PIO BAROJA—Don Miguel, he leído su artículo de hoy y no estoy de acuerdo con lo que dice.
Y el escritor respondía:
—Yo tampoco estoy de acuerdo.
UNAMUNO—¿Sabe usted que le envidio su nombre?
—¿Por qué?
—Pío Baroja es un nombre que se recuerda enseguida. Yo lo hubiera sabido aprovechar muy bien.
—Yo no debo haberlo sabido aprovechar -respondió Baroja con su recalcitrante escepticismo.
—Pues un nombre así es una gran ventaja para ser conocido.
PIO BAROJA─ El porvenir de usted está en el aeroplano. Tendrá usted que andar por el aire preguntándose, para bajar a tierra: «¿Dónde habrá un sitio por ahí del que yo no haya hablado mal?.
PIO BAROJA–Maestro este es el joven novelista. Pio Baroja, que habla mal de todo el mundo, incluido usted, don Benito.
MAEZTU—¿Qué se hace amigo?
—Pues aquí estoy don Pío ─le contestó─, trabajando y trabajando como un perro, para ganar cuatro cuartos. No tengo la suerte de usted, que como es un señorito, por contar mentiras en los «papeles» le dan buenos cientos de duros».
Baroja se despidió del campesino, «sin tratar -dice- de rectificarle»», y pensándolo bien, se dijo que el labriego quizá tuviera razón: «que eso de escribir novelas, cuentos y artículos no sea trabajo… que el único trabajo verdadero sea el material».
Baroja se decidio ─nos dice─ a cultivar personalmente su huerta; aparte de lo que pueda haber de broma, sabemos que lo hacía.
Una mañana, cuando llevaba cuatro horas cavando «y que sudaba ─dice─ como un fogonero de barco al pasar el mar Rojo», al levantar la cabeza, se encontró frente a él al campesino, que le estaba mirando. «Me miró ─dice─ irónicamente y me saludó con estas palabras:
»─¿Qué hay, don Pío? Pasando el rato, ¿eh? Entreteniéndose en la huerta…
»Le hubiera matado.
»Cuando él cavaba ─termina─ era trabajo; cuando yo lo hacía, pasaba el rato».
PÍO BAROJA─Los españoles nos dividimos en dos grandes bandos: uno, don Ramón María del Valle-Inclán, y el otro, todos los demás.
VALLE-INCLÁN–¿Para qué es eso?
–Para cercar el cementerio –le contestaron.
–Gasto inútil –sentenció–, porque los que están dentro no piensan salir y los que están fuera no piensan entrar.
PÉREZ GALDÓSLos vaqueros gritaban:
–¡Apártense! ¡Jujuy! ¡Fuera!
Pero don Ramón se quedó quieto en medio del a luz, y después que hubo pasado el peligro les dijo a todos:
–Un hidalgo de mi linaje no ze aparta de unoz bueyes miserables ni tolera que le griten los vaqueros.
VALLE-INCLÁN–¡Que no fue Lepanto, Ramón!
VALLE-INCLÁN–Pues el bien se desahoga contra usted.
Benavente empalidezerá un poco, se llevará su puro habano a los labios y exclamará:
–¡Quizá los dos estamos equivocados!
JACINTO BENAVENTEUn día escribió una carta a Nilo Fabra, que vivía en la calle de Echegaray –antes Lobo– y puso en el sobre: «Calle del viejo idiota, 16». Nilo Fabra la recibió ido Ramón iba diciendo por todos lados:
– ¡Qué inteligentes son los carteros! Y contando el suceso.
VALLE-INCLÁN– ¡Ese don José tiene la obsesión de la infidelidad conyugal! Todos sus dramas son autobiográficos de marido burlado.
Un joven que había cerca lo interpeló:
– Opine usted de la obra, pero no de la vida privada.
–¿Y quién es usted para intervenir? –Preguntó don Ramón.
– El hijo de don José Echegaray.
–¿Eztá usted seguro, joven?
Se armó un gran revuelo ante esta impertinencia de valle, y sus amigos se lo llevaron a la calle.
VALLE-INCLÁN– ¿No se ajuste que soy el «Manazas»?
Y Valle-Inclán replica:
– ¡Y yo el Valle-Inclán!
VALLE-INCLÁN–No puedo opinar porque no lo he leído.
Esto sentó como un tiro en los medios intelectuales de Valencia. Un grupo de ellos le mandó a don Ramón un telegrama fuerte protestando por su irreverencia y censurando su lengua viperina. Este, olímpico, les contestó con otro telegrama: «Seguramente, ninguno de ustedes ha leído a Homero».
VALLE-INCLÁN–¿Ha leído usted?… ¡Pobre Rubén!
El escritor tenía los ojos rojos de las lágrimas.
– ¡Es horrible! ¿Con quién comentaré ahora mi Lámpara maravillosa? Rubén hubiera tomado su whisky y yo mi píldora de cáñamo indicó, y nos hubiéramos internado en el misterio. El era un hombre que estaba en contacto con lo misterioso.
VALLE-INCLÁNAquel día debía de ser fiesta, pues estaba izada la bandera republicana en el edificio.
Al verla, uno de los curas perdió todo control y comenzó a dar grandes voces insultando a la República y al Gobierno republicano.
Don Ramón que se encontraba en la Academia, al sentir las voces, se dirigió indignado y blandiendo un bastón, hacia el vociferante, llamándole «cura trabucaire» y «mal sacerdote» y con muchos más insultos le ordenó salir de allí inmediatamente.
El escritor debía tener tal aspecto de furia peligrosa que los dos curas, atemorizados, sin decir palabra, salieron de la Academia seguidos de sus peregrinos.
VALLE-INCLÁN–Vengo a presentarme ante su Majestad porque me ha dado la Cruz de Alfonso XII, que me merezco.
–Es extraño –repuso el Rey–; los demás a quienes he dado la Cruz me han asegurado que no la merecían.
–Y tenía razón – contestó don Miguel.
UNAMUNO– ¿Conocen ustedes a una mujer bastante guapa que se llama Raquel Meller?
– Si. Una cazonetista de fama.
– La misma. Me la han presentado en el barco y me ha dicho: «Le admiro a usted mucho, don Miguel»… Esta admiración me tortura… ¿Es tan malo lo que yo hago?
UNAMUNO–No me intóxico con alcohol ni con cigarro… Me acuesto temprano, duermo bien, paseó todos los días una o dos horas, me acuesto antes que el sol, ¿por qué no he de vivir hasta los noventa y nueve?
UNAMUNODon Ramón se rio mucho y cuando se lo encontró en el saloncillo del teatro, le dijo bromeando:
–¿Ha visto usté que tierra está? Los que nada son en España parece que aquí son algo, y a las eminencias de España nadie las conoce.
Eugenio Sellés admirado en su tiempo por su «prosa lapidaria» y hoy olvidado, se sonrió atascando el cigarro –apagado por economía, escribió Valle-Inclán Azorín–, pero la broma no le hizo ninguna gracia.
VALLE-INCLÁNA mí (lo cuenta Baroja) me pareció la duplicidad de atacar por la noche, en privado, lo que defendía por el día en público, algo sin ningún objeto. ¿A quién iba engañar o sofisticar con esto? A nosotros no.
Yo –contó Valle-Inclán a J. López Núñez–, cuando uno de mis amigos se hace político –¡político!– , Y como tal se encumbra y medran, dejó de saludarle.
BLASCO IBÁÑEZ«Señor: tengo el honor de enviaros este libro, estilización del reinado de vuestra abuela doña Isabel II, y hago votos porque el vuestro no sugiera la misma estilización a los poetas del porvenir».
No hay constancia de la reacción del Rey y tampoco hay constancia de que desde instancias oficiales se hiciera algo por censurarla. Pero lo cierto es que no se estrenó hasta 1931, cuando el monarca ya no estaba en el trono.
VALLE-INCLÁN«Entrando un día en el ateneo con uno de los hijos de Valle-Inclán, era ya entonces un muchacho de 17 o 18 años, encontramos a Mario Roso de luna que salía era Roso de Luna una especie de mago de otros tiempos, conocido en todo el mundo por su libro sobre ocultismo, teosofía, meta psíquica y otras sutiles disciplinas. Al cruzarnos, el mago me saludó con su sonrisa de hombre feliz y su mano abierta en el aire. Yo le contesté con un jovial, ¡Hola, don Mario! Pero observé que el hijo de don Ramón se hacía el desatendido:
–¿Qué te pasa con Roso de Luna? –le pregunté.
–Nada.
–Yo creía que estabas en buenos términos con él.
– Sí, éramos amigos hasta hace poco, pero se portó mal con mi padre y ahora no nos saludamos.
El muchacho me contó lo siguiente, que yo escuche con asombro. “Papá estaba necesitado de dinero y llamó a don Mario para querer localizar algún tesoro enterrado y poder salir así de difcultades. Prometió don Mario que lo haría y un mes más tarde como mi padre insistiera, don Mario le dijo:
– Está ya localizado el tesoro cerca de Guadalajara, entre la ciudad y el río. Es un tesoro considerable en oro y piedras preciosas, enterrado con rey moro.
Mi padre con esa promesa hizo algunos gastos extraordinarios, pero más tarde, cuando esperaba tomar posesión del tesoro, le salió Roso de Luna con que había tenido una revelación que le impedía entregárselo. La revelación de que iba a hacer un mal uso de él y eso haría recaer sobre su conciencia una grave responsabilidad. Así, pues, no hubo tesoro. Nosotros entonces le retiramos el saludo y tú comprenderás que era lo menos que podíamos hacer”».
VALLE-INCLÁN–Es un maledicente, habla mal de usted y de los otros.
–No me importa que hablen mal de mí –comentó–, porque él no me debe nada y yo le debo mucho literalmente.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ–Recójaze uzted el talento… No vaya a pizárzelo
VALLE-INCLÁN– No, de eze no, pues no ez coza que cuando ezté convaleciente me de por ezcribir cuentos para niñoz.
Se trataba de Antonio Robles.
Sobre otro donador, también dijo que no:
– Porque eze tiene la zangre cargada de gerundioz.
VALLE-INCLÁN–Es un cerdo.
–Un epiléptico… Lo sé por Marañón –rectifico don Miguel.
–Bueno, un cerdo epiléptico.
UNAMUNO–Es un tonto –decía alguien.
–Peor, es un tonto entontecido.
No recuerdo quien calificó al dictador de loco:
–¡Ca! –comentó Unamuno–. ¡Ese que va a ser un loco! Para serlo tendría que ascender, es un tonto ascendido…
A otro que le dijo que el ¿ganso real?, ganso, no pavo, tenía la cabeza vacía, le replicó:
–Llena de vacío, que no es lo mismo.
UNAMUNO– Pues ya ve usted… Aquí haciendo de desterrado.
A otro que le hablo de la revolución, le dijo:
– Sí, eso es lo que debemos hacer los proscritos… Pero una vez que hagamos la revolución, ¿qué inventaré yo para no aburrirme?
UNAMUNOMillán Astray saludo a Eduardo Ortega y Gasset, a quien conocía, pero no se atrevió a sentarse en las mesas de La Peña, ni nadie le dijo que lo hiciera. Se sentó en una próxima, junto a un escultor sindicalista con quien entabló conversación y que, al saber quién era su interlocutor, empezó a llamarle compañero, porque el general dependía en aquella época el sindicalismo militar y las Juntas de Defensa. Millán Astray volvió algunos días por el café, pero sin decidirse a sentarse junto a don Miguel, que era sin duda lo que pretendía. Se acomodaba lo más cerca que podía de La Peña, sacaba una pitillera de oro y explicaba que se le había regalado el Rey, y que los gemelos de los puños que llevaba el gran regalo de doña María Cristina, y la aguja de la corbata de la infanta Isabel, etc. Un día en uno de los españoles de la tertulia refiriéndose a las cicatrices y mutilaciones del general, dijo:
–Pero, ¡cómo le han dejado a usted los moros! Realmente aquí en París debe aburrirse mucho, sin poder matar rifeños…
En vista de lo cual y de que don Miguel seguía sin hacerle caso, Millán Astray dejó de ir por la Rotonda, comprendió, sin duda, que allí no se lo ofrecía buena ocasión de gritar:
–¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!
UNAMUNO–Bueno, bueno… Hablan ustedes de padres consanguíneos… Mi madre, sobrina de mi padre, hija de una hermana suya…
– Ya ve usted, lo que yo decía –exclamó satisfecho uno de los que negaban la degeneración.
– Espere usted un momento, espere usted… Mi madre y mi padre consanguíneos… Mi hermano, loco… Pero no loco de cualquier manera… ¡Loco de atar!
– Bueno, su hermano… Pero usted…
– ¡Yo, más loco que mi hermano! Buenas tardes, señores.
Y poniéndose de un manotazo el sombrero, se levantó violentamente y se marchó rápido, sin esperar a que nadie le acompañara.
UNAMUNO– Lo vemos muy animado.
– Pero hombre, si esa chica puede ser mi nieta…
– Eso no es óbice, ahí tiene usted a un anciano, a Picasso, casado con una jovencita de 20 abriles.
– Bueno. Pero Picasso es cubista.
JACINTO BENAVENTEEl profesor de Salamanca le buscaba en el café siempre que caía por Madrid. La última tarde en que se vieron, al despedirse Unamuno le dijo: «Hay una niebla tan espesa, que no se distingue nada». Se refería al grave momento que vivía España, en vísperas de la guerra civil. Era en el café madrileño Varela. Don Miguel curso rápido entre la doble hilera de espejos que multiplicaban su figura, Machado lo siguió con los ojos hasta que desapareció. Fue esta la última vez que se vieron.
Meses después le llegó la noticia de su muerte y anota José, que pocas cosas le afectaron tanto en su vida.
ANTONIO MACHADO– Mire usted, don Antonio, esta última criada que tengo no sólo me ha robado las cucharillas del café, sino que hoy acaba de hacerme añicos la cristalería ¿qué le parece a usted?
– ¡Ah, señora!… ¡Bien… Muy bien! ¡Admirable!
Todos los allí presentes se quedaron de piedra.
ANTONIO MACHADO—¿Y usted no va a escribir de España algo sobre el momento actual?
—Pero, ¿no estamos desprestigiados, según ustedes, los escritores de esa supuesta generación del noventa y ocho?
—Para nosotros, no. Usted no ha leído un artículo de Giménez Caballero titulado «Un precursor del fascismo: Pío Baroja»?
—Sí, me lo mandó hace tiempo. Yo no me creo un precursor español del fascismo, pero es posible que haya sentido o presentido esa política como motivo literario.
—Una de las causas que dice Giménez Caballero es esta: «Baroja expresó en literatura hacia 1910 lo que Mussolini comienza a realizar en la acción diez años más tarde».
—No me hago ilusiones de ser tan importante. Además, ya sabemos que imaginar no es hacer, y en política lo difícil es hacer. Por cierto que también Ledesma Ramos, que fue el primero que proyectó en España el Partido Nacional Sindicalista, me leyó su plan en mi casa de Madrid antes de publicarlo.
—¿Y qué le pareció a usted?
—Entonces no me pareció viable, la verdad, porque yo le decía: «Pero, ¿usted sabe si hay gente que va a aceptar ese programa?». «No», me contestaba él, «pero la genre vendrá». Ha leído uno tantos proyectos de esa clase que quedaban en embrión, que aquel me parece uno más.
—Pero este se desarrolló:
—Sí, es verdad.
Así que si no el padre, es usted el abuelo del fascismo español, es decir de la familia, que le conste que en la Falange no ha habido ni hay hostilidad contra usted. Si usted escribe algo, se publicará y se leerá con atención entre nosotros.
PÍO BAROJA«El amor propio y la vanidad nos hacen creer que nuestro servicio son virtudes y las virtudes de los demás, vicios».
JACINTO BENAVENTELa condesa de Pardo Bazán y Galdós, viejos amantes, se encontraron en las escaleras del Ateneo de Madrid, ya ancianos. Don Emilia al cruzarse, le miró con desprecio:
—Adiós, viejo chocho ─parece que le dijo.
El novelista canario contestó rápido:
—Adiós, chocho viejo.
EMILIA PARDO BAZÁN—En que pasa por Lista y no llega Hermosilla.
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