Muertes absurdas que se podían haber evitado
Dientes y un cable pelado
Michael Anderson Godwin era un asesino convicto que, en 1989, esperando que se cumpliera su condena a la silla eléctrica en el estado de Carolina del Sur, estando sentado en el retrete metálico de su celda haciendo lo que todos nos tememos, no tuvo mejor idea que ponerse a arreglar su televisión que estaba estropeada. Se fijo en el cable, que no estaba desenchufado de la corriente, y viendo que estaba pelado, para terminar de arreglarlo y ante la falta de objetos cortantes, se dispuso a hacerlo con sus dientes. Lo que sucedió fue una auto ejecución en retrete eléctrico que ahorro un monto de pasta a los contribuyentes.
Tennesse Williams

Sin embargo, muchas personas, incluyendo a su hermano Dakín pensaron, aunque no se pudo demostrar, que había sido asesinado. La policía considero que se debió más bien a las consecuencias del uso de medicamentos y alcohol de forma habitual, de los que se encontraron en la habitación cantidades considerables.
¡Esa ventana, joder!
El abogado Garry Hoy (1955-1993) del bufete Holden Day Wilson en la ciudad de Toronto, estaba enseñando las oficinas donde se encontraba su empresa que estaban situadas en una planta superior de un rascacielos. En un momento dado, sin que nadie se los esperase, decidió hacer una demostración de la calidad y resistencia de los cristales que servían de protección. Para ello se lanzo sobre uno de ellos y la cosa no fue mal, el cristal resistió. Envalentonado, decidió hacer una segunda prueba de mayor impacto. Tomo carrerilla, adopto pose de jugador de rugby e impacto con el hombro sobre el cristal. El cristal resistió, como debía ser, pero el marco no. Resultado: abogado y cristal con marco y demás decidieron bajar 24 pisos juntos, pero por el exterior de la torre. 38 años, abogado, ingeniero y dentro del derecho se había especializado en temas de seguridad laboral.
¡No hay huevos! ¿Que no?
Unos de los premios Darwin mundiales los posee un campesino polaco. La historia ocurrió de la siguiente manera. Un día Kristov Azninski, 30 años, se estaba emborrachando con unos colegas y sugirió que se desnudaran y demostraran a ver «quién era más hombre». La cosa empezó con pruebas fáciles, se golpearon con carámbanos. Como siempre y basándonos en el hecho de que no hay apuesta masculina que no pueda ser acometida en cuanto alguien dice «no hay huevos» el ambiente se caldeó y subió de tono. Alguien agarro una motosierra y se corto la punta del pie. Sin más. Azninski, no queriendo parecer una nenaza, cogió la motosierra y al grito de : “¡Vale, vais a ver!”, la giro con la cadena dentada de la motosierra en dirección a su cuello y se lo corto. Según informó la Agencia Reuters en 1966:
Es raro ─dijo uno de los colegas del difunto─ porque, cuando era joven, a Kristov le gustaba ponerse ropa interior de su hermana. Pero murió como un hombre.
Viagra mala, malísima
Ojo con el móvil
No seas bruto, hombre
No usar, en serio
El agua para las ranas
Comer chicle puede ser...
El accidente absurdo de cojones
Con ciertas dificultades, el laboratorio forense reconstruyó lo que allí había pasado. El dueño del vehículo había conseguido de alguna manera una unidad JATO (Jet Assisted take off; es decir, un cohete de combustible sólido)de las que se utilizan para dar un empuje extra a los aviones militares de transporte pesado para despegar en aeródromos cortos, y se lo había instalado a su coche, un Chevrolet Impala. Luego lo condujo hasta una carretera interior del desierto de Arizona, donde encontró un largo tramo recto. Entonces, conectó la unidad JATO a su coche, se sentó al volante, lo puso en marcha, cogió velocidad y encendió el dispositivo de motor a reacción.
La policía estimó que el conductor encendió el cohete a una distancia de 5 km, más o menos, del lugar del choque, donde habían hallado huellas de derrape y asfalto quemado. El invento casero alcanzó el empuje máximo en menos de cinco segundos, con lo que se puso a velocidades de unos 560 km/h y continuó así alrededor de 20/25 segundos. El conductor al no estar acostumbrado a estas fuerzas de empuje, habituales en pilotos de caza que en conductores de coches, seguramente perdió el conocimiento. A pesar de ello, el vehículo a reacción siguió la carretera unos 4 kilómetros (15-20 segundos) antes de que el conductor reaccionará y pudiera por pisar los frenos, quemando y reventando los frenos y neumáticos dejando marcas de goma en la carretera. Llego a volar durante otros 2,3 km, impactando en la ladera del precipicio a una altura de 40 metros, dejando un cráter negro de casi un metro de profundidad en la roca. Del conductor casi no había restos. Se extrajeron algunos fragmentos pequeños de hueso, dientes y cabellos del cráter y una uña de un trozo de material que podía haber pertenecido al volante.