27/04/2024

¿Y si Dios existe?

Esta mañana me levantado pizpireto y mientras tendía la ropa, he escuchado un podcast de Juanlu Sánchez, de eldiario.es que versaba sobre «El acoso terrenal de los testigos de Jehová», aunque aquí utilizan la palabra inglesa bullying.

En mis tiempos mozos cuando estudiaba primero de BUP nocturno en el Instituto isla de León en San Fernando (Cádiz), conocí a una chavala de mi edad con la que llegué a entablar una profunda amistad, sincera, sin intereses, sin sexo. Hubo un momento en el que pensé que podíamos ser pareja, de aquellas en las que el amor triunfaría por encima de todo. A lo largo del año fuimos profundizando mucho más, nada de sexo, reitero, ni tan siquiera algún que otro beso furtivo, hasta que un día me invitó a su casa que, curiosamente, estaba relativamente cerca de la mía y, además, daba la coincidencia de que su tío, que vivía dos casas más abajo de la suya, era íntimo amigo de mi padre.

Acudí a la cita el día previsto, lo de cita es por darle un nombre a esa reunión familiar inesperada y extraña, aunque finalmente se convirtió en un acorralamiento para capturar lo que ellos suponían que era un corderito. Cuando llegué, mi amada estaba preciosa, con su brillante larga melena, recien peinada a conciencia. El ambiente era festivo, aunque extraño. No era una fiesta como tal, parecía más bien una celebración de algo que iba a suceder y, parece ser que yo era el actor principal. Esto no lo comprendí hasta que pasó un buen rato.

La familia en pleno me recibió como si fuera un bien preciado, un regalo excepcional, lo que me tenía bastante confundido. No entendía por qué mis defensas arácnidas habían disparado todos los sensores de pánico. Todo parecía ideal y discurría de forma grata hasta el momento en el que el padre y el hermano mayor me fueron apartando poco a poco hasta llevarme a una estancia aparte donde el tono de la conversación cambió. Me hicieron un breve e intenso interrogatorio sobre creencias y algunos otros temas de índole religioso. Les expliqué que me había criado en un ambiente religioso, católico concretamente, mi madre era muy creyente, mi padre no tanto; había estudiado en los hermanitos de la Salle y mi compromiso como creyente era más bien escaso, lo justo para salir del paso con la sociedad y mis padres, aunque años después pude comprobar, junto con algunas personas más que me rodeaban en aquellos tiempos, que era bastante mala persona y que sabía ocultar muy bien a los demás mis increíbles y útiles defectos de terribles consecuencias.

Una vez pude escabullirme de ambos sujetos, la investigación paternofilial me hizo comprender, no sin antes cruzar una mirada con mi amada en la que pude atisbar una petición de perdón-disculpa a partes iguales, que aquello no iba bien. Al no confirmar mi apoyo incondicional a la causa familiar, nuestro compromiso de amor se desintegró como azucarillos en café al abandonar su hogar por la misma puerta por la que accedí. Nunca más hubo interacción por parte de ambos, creo, enamorados.

El final del embrollo me dejó claro que me había metido en una sesión para captarme a la causa de los testigos de Jehová. Aunque aquí no acaba todo. Años después, acudía con frecuencia casa de mi cuñada de visita a ver al hermano de mi esposa, pero sobre todo para verla a ella, a mi cuñada, que se había comportado durante unos años terriblemente jodidos, a nivel familiar, como una auténtica madre para mi mujer y sus hermanas. Creo, es más, no tengo ninguna duda, de que las salvó del olvido y de la indigencia y, seguramente, de algunas cosas más a todas ellas.

Una de esas tardes en las que estábamos allí de merendola, sonó el timbre de la puerta y apareció una señora, concretamente su vecina de rellano. Venía con unas delicias en forma de pasteles, que te volamos con un énfasis inusitado. Con el paso del tiempo fuimos intimando, no demasiado, claro, y en una de esas inesperadas visitas, estaba por allí parte de su familia y me los presentó. Entonces apareció una mujer, ya madura que me sonaba mucho. Era mi amada, aquella joven del Instituto. Era la feliz esposa de su hijo mayor y ya tenía dos retoños. Pero no sólo había cambiado de forma personal, había cambiado también de bando, ahora era mormona (Movimiento de los Santos de los Últimos Días o Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días).

La sorpresa, por supuesto, fue mutua. Aunque por educación y respeto al que es su esposo y, también, hay que decirlo, por no tener que dar explicaciones fuera de contexto, ocultamos nuestra pasada amistad. No era un dato que hiciera falta hacer dominio público y menos a unas personas que mentalmente son endogámicas y pueden afectar a los roles y cariños familiares respecto a mi amor de juventud.

También conocí a su esposo, de la señora de los pasteles, no de mi amada, un señor muy parecido a Woody Allen en lo físico, no así en lo personal, callado y amable, del que más adelante llegué a obtener un dato muy interesante. Era un hombre bueno de la congregación de los mormones, lo que podría traducirse como uno de los 12 apóstoles de su iglesia, lo que significaba que era un hombre con gran poder. Recuerdo que por aquellas fechas se estaba construyendo en Madrid la sede central de su iglesia y me invitó a ir al acto de inauguración, que, aunque no era parte de su culto, al ir bajo su protección podría acceder a las instalaciones y el mismo me haría una pequeña visita relámpago para que viera cómo era todo aquello. Todo sería bastante aséptico y controlado, pero resultaba un gran halago para una persona agnóstica. No pude ir finalmente ya que no me cuadraban ni las fechas y la verdad que el tema tampoco me interesaba mucho.

A raíz de esta amistad, me dediqué a hacerle a la comunidad mormona unas cuantas mudanzas y algunos portes por todo la provincia gaditana. Estaban creciendo como esporas, se estaban afianzando fuertemente. Básicamente consistía en una comuna organizada con rangos muy bien marcados en la que cada uno sabe el sitio que ocupa y lo que debe y puede hacer. Todos remando a una. Pero, personalmente, no podía comprender y llevar a cabo sus preceptos, al menos con el 50 % de ellos. Y, por si fuera poco, viven aislados como toda buena secta. Seguramente si hubiera adoptado y abrazados sus convicciones hoy tendría la vida resuelta, pero no tendría vida como tal.

Recuerdo una mudanza a un terreno que se habían comprado por la zona de Camposoto, para irse a vivir unas cuantas familias, todos juntos. Exactamente era el terreno que ocupaba una antigua granja conocida como la granja de Blanco, y coincide con que aquella granja acudía yo de pequeño con mi padre o con mi hermano mayor en su moto para comprar leche de vaca recién ordeñada, que calentita iba la tinaja en la que la transportabamos y los huevos que aún estaban calientes, recién puestos. Nada que ver con las granjas actuales extensivas. También recuerdo que dejamos de ir porque mi padre y sobre todo mi madre dijo que la leche estaba aguada. No así con los huevos.

Una de las veces que fui a descargar, al abrir la furgoneta se me acercó una maraña de niños de todas las edades y sexos. En esto sí lo tenían claro los mormones: había que llenar el mundo de niños, eran el futuro. Estando en mi labores de porteador, uno de los niños más mayores me preguntó qué de qué iglesia/congregación era, a lo que yo respondí con total sinceridad. «Yo no soy de la congregación, no soy mormón». Todos los niños, al unísono, salieron corriendo despavoridos como alma que lleva al diablo, cosa que no era del todo falsa. Uno que había por allí, el que más trataba conmigo, los conminó a todos a que se acercaran y les explicó que yo era un buen hombre, no era mormón, pero no era una mala persona y que podían hablar conmigo. La cosa cambió, no mucho, pero ya no era el demonio. Eso sí, las mujeres casadas no tienen el menor trato contigo.

De esta relación comercial y del trato con los mormones extraje cantidad importante de conclusiones que a día de hoy me siguen pareciendo muy interesantes. Son personas simples, que no gilipollas, y sencillas, cuya misión es ser feliz ellos y todos los que le rodean bajo la mirada atenta de su particular Dios y de su particular interpretación de la Biblia. Consiguen mantener todo bajo un estricto control a nivel social y educacional. El respeto es uno de sus pilares fundamentales y la jerarquía la otra. Es un cuartel militar sin uniformes ni galones visibles en el que todos los implicados saben quién es quién y por qué. Y, por cierto, y esto se lo echó en cara a las demás religiones, si cumples con los preceptos no te abandonan jamás. eso sí, si te columpias te dan la patada en el culo directamente.

La finalidad de toda esta anterior introducción o perorata, es explicar cómo ha llegado a mis manos un libro que se llama «DiosPortada del susodicho libro, la ciencia, las pruebas, el albor de una revolución ¿y si Dios existe?». Está escrito por Michael-Yves BolloréMichel-Yves BolloréMichel-Yves Bolloré Michel-Yves Bolloré es ingeniero informático, máster en Ciencias y doctor en Gestión Empresarial por la Universidad Paris Dauphine. De 1981 a 1990 participó con su hermano en la dirección del grupo Bolloré, donde dirigió la rama industrial. En 1990 fundó su propio grupo France-Essor, cuya actividad se centra principalmente en la industria mecánica., científico. Y por un economista que también es licenciado en teología, Olivier BonnassiesOlivier BonnassiesOlivier Bonnassies Olivier Bonnassies es un antiguo alumno de la Escuela Politécnica (X86), graduado del Instituto HEC y del Instituto Católico de París (licenciatura en Teología). Emprendedor, creó varias empresas. No creyente hasta los veinte años, es autor de una veintena de libros y vídeos, así como de algunos espectáculos, guiones, artículos, boletines y sitios web sobre temas a menudo vinculados a la racionalidad de la fe..

Las primeras 311 páginas las dedica a dar pruebas que están vinculadas con la ciencia. En ellas desgrana poco a poco todos los descubrimientos importantes realizados por los humanos y desarrolla el pensamiento religioso de algunos científicos importantes, supongo que los que mejor se adapten a la materia usada en el libro.

Las siguientes 172 páginas ofrecen pruebas al margen de la ciencia. Aquí nos hablan de Jesús, del pueblo judío, de algunos sitios milagrosos como Fátima y algunos otros temas de calado en cuanto a las creencias.

En la conclusión final utilizan como sonar de fondo el materialismo, al que por cierto califican de irracional. No puedo imaginarme el porqué, pero a las personas con mentalidad conservadora, justamente los que más defienden la religiosidad y con mayor apego por lo económico, me parece que esto no les va a hacer mucha gracia.

Una vez terminado el libro, te quedas diciendo, y «¿qué cojones acabo de leer?». Básicamente, acabas de leer una pequeña enciclopedia sobre ciencia aplicada a la no negación de Dios. Este libro lo puede leer cualquier persona, creyente o no, para revisar aquellos puntos de la ciencia y algunos científicos que no se pelean directamente con la religión.

En mi caso, llegó un momento que pensé que con lo fácil que es establecer una linde no traumática entre lo científico y lo religioso, sobre todo apartando lo religioso de la vida cotidiana de la gente en lo público, lo privado es cosa tuya particular, por qué siempre hay que complicar las cosas justamente del lado de las personas que lo único que tienen como arma arrojadiza son actos de fe y un libro muy extenso lleno de relatos incoherentes y fantásticos, la Biblia por si alguno no lo pilla, que quieren luchar cual quijotes contra molinos y obligar a los que tenemos pruebas empíricas irrefutables de que lo que decimos es cierto como que el fuego quema, de que tenemos que entender que Dios es una parte muy importante de no sé qué historia con los humanos. Nos acusan de no entender la naturaleza humana y que por ello debemos ser sometidos, expiados, purgados y redimidos, no en este en orden estrictamente, para resarcir los supuestos daños ejercidos contra su Dios y contra ellos particularmente.

Dicen que no hay nada peor que un renegado, pero eso no es cierto. En mi caso, del que tengo más conocimiento directo, yo no abomino de la religión, de lo que abomino es que se les de dinero público e instituciones públicas para que las utilicen de altavoz. Igual que las demás religiones tienen problemas para entrar en el circuito o, ya puestos, gracias a que la religión católica recibe millonarias donaciones por parte del Estado, retocar la tan traída y llevada Constitución que específica que España es un país aconfesional, aunque matiza que con tendencia hacia la Iglesia Católica. De esto hace ya 45 largos años. Simplemente hay que dejar cada cosa en su sitio porque al final todo el mundo quiere mamar de la teta del Estado y las otras congregaciones religiosas, viendo la pasta que se maneja y se consigue, exigen ser tratadas como la Iglesia católica, y llevarse su particular parte del pastel. Así que hagamos como en Francia y hagamos un Estado en aconfesional real y evitaremos problemas ideológicos y ahorraremos un potosí de euros.

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