19/03/2024

Anécdotas impagables

El padre del pintor sevillano Javier de WinthuyssenJavier Winthuysen LosadaJavier Winthuysen LosadaWikipedia, cuando tenía que pintar la fachada de su casa, que en Andalucía es costumbre pintarla para la primavera, mandaba al pintor a casa del vecino de enfrente a preguntarle de qué color quería que la pintara.

Decía el viejecito encantador:

El es quien ha de verla y disfrutarla; es natural que yo la pinte a su gusto.
(Juan Ramón Jiménez, en El trabajo gustoso)
Cuentan de G. K. ChestertonGilbert Keith ChestertonGilbert Keith ChestertonWikipedia, escritor y periodista inglés, que era muy despistado. En una ocasión, viajando en tren, el revisor le pidió el billete. Él empezó a buscarlo por todos los bolsillos y no lo encontraba. Se iba poniendo cada vez más nervioso. Entonces el revisor le dijo:

─Tranquilo, no se inquiete, que no le haré pagar otro billete ─respondió el revisor.

─No es pagar lo que me inquieta ─repuso Chesterton─ lo que me preocupa es que he olvidado a dónde voy.

Un muchacho entró con paso firme en una joyería y pidió que le mostraran el mejor anillo de compromiso que tuvieran. El joyero le enseñó uno. El muchacho contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó. Preguntó luego el precio y se dispuso a pagarlo.

─¿Se va usted a casar pronto?─, preguntó el dueño.

─No. Ni siquiera tengo novia─ contestó.

La sorpresa del joyero divirtió al muchacho.

─Es para mi madre. Cuando yo iba a nacer estuvo sola. Alguien le aconsejó que me abortara antes de nacer, pues así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me dio la vida. Y tuvo muchos problemas, muchísimos. Fue padre y madre para mí, fue amiga y hermana, y fue maestra. Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy como promesa porque si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizás después entregue yo otro anillo de compromiso, pero será el segundo.

El joyero no dijo nada. Solamente ordenó a su cajera que le hiciera al muchacho aquel descuento que se hacía solo a clientes especiales.

Una profesora universitaria inició un experimento entre sus alumnos. A cada uno les dio cuatro tarjetas de color azul, todos con la leyenda «Eres importante para mi» y les pidió que se pusieran una.

Cuando todos lo hicieron, les dijo que eso era lo que ella pensaba de ellos. Luego les explicó de qué se trataba el experimento: tenían que darle una de esas tarjetas a alguna persona que fuera importante para ellos, explicándoles el motivo, y dándole el resto para que esa persona hiciera lo mismo. El experimento era ver cuánto podía influir en las personas ese pequeño detalle.

Todos salieron de clase pensando y comentando a quién darían esas tarjetas. Algunos mencionaban a sus padres, a sus hermanos o a sus novios. Pero entre aquellos estudiantes había uno que vivía lejos de sus padres. Había conseguido una beca para esa universidad y al estar lejos de su hogar, no podía darle esa tarjeta a sus padres o hermanos. Pasó toda la noche pensando a quién se la daría.

Al día siguiente, muy temprano, pensó en un amigo suyo, joven profesional que le había orientado para elegir carrera y que muchas veces le aconsejaba cuando las cosas no iban tan bien como él esperaba. A la salida de clase se dirigió al edificio donde su amigo trabajaba. En la recepción pidió verlo. A su amigo le extrañó, ya que el muchacho no solía ir a esas horas, por lo que pensó que algo malo pasaba. El estudiante le explicó el propósito de su visita, le entregó tres tarjetas y le dijo que al estar lejos de casa, él era el mas indicado. El joven ejecutivo se sintió halagado, pues no recibía ese tipo de reconocimientos muy a menudo y prometió a su amigo que seguiría con el experimento y le informaría de los resultados.

El joven ejecutivo regresó a su trabajo y ya casi a la hora de la salida se le ocurrió una arriesgada idea: entregaría los dos tarjetas restantes a su jefe. Su jefe era una persona huraña y siempre muy atareada, por lo que tuvo que esperar que estuviera «desocupado». Cuando consiguió verlo, estaba inmerso en la lectura de los nuevos proyectos de su departamento, con la oficina estaba repleta de papeles.

El jefe sólo gruñó: «¿Qué desea usted?». El joven ejecutivo le explicó tímidamente el propósito de su visita y le mostró los dos tarjetas. El jefe, asombrado, le preguntó: «¿Por qué cree usted que soy el mas indicado para tener ese tarjeta?». El joven le respondió que él lo admiraba por su capacidad y entusiasmo en los negocios, y porque de él había aprendido bastante y estaba orgulloso de estar bajo su mando. El jefe titubeó, pero recibió con agrado los dos tarjetas. No muy a menudo se escuchan esas palabras con sinceridad estando en el puesto en el que él se encontraba. El joven ejecutivo se despidió cortésmente del jefe y, como ya era la hora de salida, se fue a su casa.

El jefe, acostumbrado a estar en la oficina hasta altas horas, esta vez se fue temprano a su casa. Se fue reflexionando mientras conducía rumbo a su casa. Su esposa se extrañó de verlo tan temprano y pensó que algo le había pasado. Cuando le preguntó si pasaba algo, el respondió que no pasaba nada, que ese día quería estar con su familia. La esposa se extrañó, ya que su esposo acostumbraba a llegar de mal humor. El jefe preguntó «¿Dónde esta nuestro hijo?». La esposa sólo lo llamó, y el chico vino, y su padre sólo le dijo: «Acompáñame, por favor». Ante la mirada extrañada de la esposa, ambos salieron de la casa.

El jefe era un hombre que no acostumbraba gastar su «valioso tiempo» en su familia muy a menudo. Tanto el padre como el hijo se sentaron en el porche de la casa. El padre miró a su hijo, quien a su vez lo miraba extrañado. Le empezó a decir que sabía que no era un buen padre, que muchas veces se ausentó en aquellos momentos que sabía que eran importantes. Le mencionó que había decidido cambiar, que quería pasar más tiempo con ellos, ya que su madre y él eran lo más importante que tenía. Le mencionó lo de los tarjetas y cómo uno de sus jóvenes ejecutivos se la había dado. Le dijo que lo había pensado mucho, pero quería darle la última tarjeta a él, ya que era lo más importante, lo más sagrado para él, que el día que nació fue el más feliz de su vida y que estaba orgulloso de él: eres importante para mi. El chico, con lágrimas en los ojos, le dijo: «Papá, no sé qué decir, mañana pensaba suicidarme porque pensé que yo no te importaba. Te quiero, papá, perdóname». Ambos lloraron y se abrazaron.

El experimento de la profesora dio resultado, había logrado cambiar no una, sino varias vidas, con sólo expresar lo que sentía.

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