19/03/2024

Una imperdonable confusión

Un regalo confuso
guantes_bragas_2

Un joven quería hacerle un regalo a su enamorada por su cumpleaños, ya que hacía demasiado tiempo que no se veían. Después de intentar encontrar el regalo adecuado, llego a la conclusión de que unos guantes sería la elección perfecta: algo romántico, íntimo, aunque no demasiado personal.

Le acompaño para la elección la hermana de su amada. Se acercaron hasta unos grandes almacenes y mientras el elegía los guantes la hermana de sus amada se compró unas braguitas. A la hora de envolver los artículos por separado, la dependienta se confundió y le dio las braguitas al hombre y los guantes a la mujer. Sin tan siquiera intuirlo, incluyo en el erróneo paquete, una nota:

He escogido esto porque he notado que no tienes el hábito de ponerte cuando salimos a cenar por las noche. Si no hubiese sido por tu hermana hubiese escogido un par más grande, incluso con botones; pero como ella tampoco lleva, hemos decidido que sea así. El tejido es especial, espero que lo notes. La chica que me los ha vendido, los ha llevado durante las últimas dos semanas, así que imagínate si están bien sobados. Hice que se probara varios modelos, pero estos eran los que más se ajustaban a lo que deseaba. Son muy elegantes. Me encantaría estar a tu lado para asegurarme que soy el primero que te los ajusta, con mis manos. Espero verte pronto. Tengo muchas ganas. ¡Ah!, cuando te los quites, recuerda darles un soplido para que evitar que se arruguen y tomen formas que no son naturales.

Solo piensa cuantas veces voy a besar este regalo a lo largo de los años, con todo mi amor.

Postdata:
La última moda es llevar el dobladillo girado, de modo que quede a la vista un mechón de pelusilla.

El mensaje dentro del anillo
El rey dijo a los sabios de la corte:

—He encargado un precioso anillo. Tengo un excelente diamante, y quiero guardar dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude también a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa bajo la piedra.

Sus oyentes eran sabios, grandes eruditos, y podrían haber escrito extensos tratados; pero componer un mensaje de pocas palabras que le pudiera ayudar al rey en un momento de desesperación era todo un desafío. Pensaron, buscaron en sus libros, pero no pudieron encontrar nada.

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey había muerto joven y este sirviente había cuidado de él, por lo que se lo trataba como a un miembro de la familia. El monarca sentía un inmenso respeto por el anciano, y lo consultó. Este le dijo:

—No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco un mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión conocí a un místico. Era invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje —el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo pasó al rey—. Pero no lo leas, tienes que mantenerlo escondido en el anillo. Ábrelo solo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no le encuentres salida a una situación.

Ese momento no tardó en llegar. El territorio fue invadido y el rey perdió el trono. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus adversarios lo perseguían. De pronto llegó a un lugar donde el camino se acababa y no había salida: se encontraba frente a un precipicio. Ya podía escuchar el trote de los caballos enemigos.

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y encontró el pequeño mensaje: «Esto también pasará». Mientras lo leía, sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o quizá habían equivocado el camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de las bestias.

El rey se sintió profundamente agradecido con el sirviente y con el místico desconocido, pues aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió sus ejércitos y reconquistó el reino. El día que entraba victorioso a la capital, hubo una gran celebración con música y bailes. El anciano, que iba a su lado en el carro, le dijo:

—Señor, lee nuevamente el mensaje del anillo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el rey—. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi regreso. No me hallo desesperado, en una situación sin salida.

—Este mensaje no es solo para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es solo para cuando estás derrotado, también es para cuando has triunfado. No es solo para cuando eres el último, también para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: «Esto también pasará». En medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, sintió la misma paz y el mismo silencio del bosque; el orgullo había desaparecido. Entonces terminó de comprender el mensaje.

—Recuerda que todo pasa —le dijo el anciano. Ninguna situación ni ninguna emoción son permanentes Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque son la esencia misma de las cosas.

ÉCHAME UN CABLE
EN PATREON

ESTA ECHO PRIMO