28/03/2024

No es lo que parece ¿verdad Frank? y otras historias

FRANK Y EL OSO
Frank estaba realmente excitado por ir de caza. Apuntó a un pequeño oso pardo disparo. Entonces sintió que alguien le tocaba el hombro. Cuando se giró vio un gran oso negro. El oso negro le dijo:

—Tienes dos opciones. Puedo destrozarte hasta que mueras o practicamos sexo.

Frank decidió la segunda antes que morir. Aunque tardó dos semanas en recuperarse, Frank pronto se recuperó y volvió al bosque con ánimo de venganza. De pronto descubrió en la maleza de los árboles a un oso negro. Disparó, y al momento sintió alguien que le tocaba el hombro. Al girarse, un enorme oso grizzli le dijo:

—Este ha sido un gran error, Frank. Tengo dos opciones para ti. O te destrozo hasta la muerte o practicamos sexo duro.

De nuevo, Frank decidió vivir, y que era mejor pasar por el aro. Aunque sobrevivió, tardo varios meses en estar completamente recuperado. Ultrajado, humillado, decidió volver a los bosques en busca de venganza. Siguió el rastro de un enorme grizzly por el bosque. Cuando lo tuvo en la mira, disparó. Sintiendo un desmedido placer por la venganza, sintió unas palmaditas en el hombro. Cuando se giró se sorprendió por la visión de un enorme oso polar. Era gigantesco y estaba de pie. Se le acercó y cogiéndolo por el hombre le dijó:

—Admítelo Frank, tú no vienes solo a cazar, ¿no es así, Frank?

NO ES LO QUE PARECE
Es tu primera vez… y en el momento es que te tumbas, tus músculos se tensan… le retiras un momento para intentar disuadirle de cualquier excusa, pero él se echa encima otra vez, te pregunta de qué tienes miedo y mueves la cabeza con valentía.

Él tiene experiencia, no es su primera vez… no es la primera vez que sus manos y sus manos encuentran el camino correcto. Hunde sus dedos dentro de ti y gimes un poco. Tu cuerpo se tensa un poco más aún, aunque él es cuidadoso, tal y como te había prometido. Mira profundamente dentro de ti, y tú te ves reflejada en sus ojos. Crees en él. No tienes más remedio que dejarte llevar. Sabe lo que hace. Lo ha hecho multitud de veces. Su simpática sonrisa te relaja, te clama, mientras sus dedos trabajan y se mueven dentro de ti.

Empiezas a rogarle que no te haga daño, y que se dé prisa. Cuanto antes acabe mejor. Sin embargo, él se acerca cada vez más. Cada vez más dentro de ti. Comienzan a temblarte las piernas, los brazos, la cara… tus ojos se llenan de lágrimas, e intentas mover la cabeza para indicarle que ya estas harta, que termine de una vez. Al cabo de un rato, sientes un chorro de algo golpeando las paredes de tu interior, algo rápido y caliente. Después, él se retira. Te mira sonriendo, satisfecho, mientras tú te quedas ahí, tumbada, hecha polvo y las piernas temblando. En el fondo agradece su experiencia. No ha sido nada. Sonríes y le das las gracias a tu dentista.

LOS IGUALES SE ENTIENDEN
El dueño de una tienda estaba poniendo en la puerta un cartel que decía: «Cachorros en venta». Como esa clase de anuncios siempre atrae a los niños, de pronto apareció un pequeño y le preguntó:

—¿Cuál es el precio de los perritos?

El dueño contestó:

—Entre treinta y cincuenta euros.

El niñito se metió la mano al bolsillo y sacó unas monedas.

—Solo tengo 2,37 euros. ¿Puedo verlos?

El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió una perra seguida por cinco perritos, uno de los cuales se quedaba atrás. El niñito inmediatamente señaló al cachorrito rezagado.

—¿Qué le pasa a ese perrito? —preguntó.

El hombre le explicó que el animalito tenía la cadera defectuosa y cojearía por el resto de su vida. El niño se emocionó mucho y exclamó:

—¡Ese es el perrito que yo quiero comprar!

Y el hombre replicó:

—No, tú no vas a comprar ese cachorro. Si realmente lo quieres, yo te lo regalo.

El niñito se disgustó y, mirando al hombre a los ojos, le dijo:

—No, no quiero que usted me lo regale. Creo que vale tanto como los otros perritos, y le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis 2,37 euros ahora y cincuenta céntimos cada mes, hasta que lo haya pagado todo.

El hombre contestó:

—Hijo, en serio, que no querrás comprar ese perrito. Nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros.

El niñito se agachó y levantó su pantalón para mostrar su pierna izquierda, retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al hombre y le dijo:

—Bueno, yo no puedo correr muy bien tampoco y el perrito necesitará a alguien que lo entienda.

El hombre se mordió el labio y con los ojos llenos de lágrimas dijo:

—Hijo, espero que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú.

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