Hay que recordar que en el año 1000 la Iglesia es la que dictaba las bases de la costumbre y de la moral. Una vez puntualizado esto podemos decir sin miedo que la Iglesia tenía como principal misión el control de la conducta y el cristianismo confiere a sus sacerdotes una función de censores en la vida cotidiana de sus fieles, a quienes aconsejan, guía, prohíben, juzgan, castigan y perdonan. El aspecto más concreto era la imposición de penitenciaSacramento de algunas iglesias cristianas que consiste en arrepentirse de los pecados que se han cometido, confesarlo a un sacerdote para obtener la absolución y tener el propósito de no volver a actuar mal en adelante..
La forma de concebir y de poner en práctica el perdón era la penitencia estipulada con lo que a cada pecado le correspondía una sanción determinada según la gravedad del caso. Estos preceptos y penas se hallaban establecidos por escrito: son los llamados libros penitenciales. Se conservan algunos de estos catálogos de pecados resulta innegable.
El último penitencial fue redactado entre los años 1008-1012 por Burchard, obispo de Warms. Es el autor de un compendio de legislación canónica que entonces se llamaba «Decreto». El penitencial de Buchard constituyo el libro XIX de ese extenso Decreto. Se le denomino concretamente «Curandero» o «Médico».
Se daba por sentado que el cristiano, una vez bautizado y por tanto purificado de todos sus pecados anteriores, debía continuar durante toda su vida en ese estado de inocencia recobrada. El cristiano que cometía una falta grave no podía ser absuelto si no se sumaba a la orden de los penitentes hasta el final de sus días.
La introducción de la penitencia estipulada fue el corolarioRazonamiento, juicio o hecho que es consecuencia lógica de lo demostrado o sucedido anteriormente. de una innovación mucho más notable: la posibilidad que tenía el pecador de confesarse tantas veces como creyera necesario a lo largo de la vida. Durante el siglo XI, la penitencia se iría rebajando hasta esas pocas oraciones simbólicas que conocen los católicos actuales, al menos aquellos que consideran oportuno confesarse.
- Abandona este miserable mundo , entra en el convento y humíllate ante la autoridad del abad, cumpliendo lo que él te ordenare.
- O bien, tendrá que renunciar a todas las actividades que procuran un lugar en la sociedad: el servicio militar, la gestión de bienes… Renunciará a la carne y al tocino, salvo en las tres grandes fiestas ─Pascua, Pentecostés y Navidad─ se conformará con el pan y el agua, rara vez acompañados de verduras y frutas; no se casará, olvidará para siempre los baños y la equitación, no se juntara con los fieles en la iglesia, sino que se quedará detrás del porche… Solo comulgará in articulo mortisEn una situación de peligro de muerte de alguna de las personas que llevan a cabo un acto jurídico, especialmente un matrimonio..
Puede parecernos extraño que estos homicidios no estuvieran castigados con la pena de muerte, pero matar a un hombre en el año 1000 era un hecho menos excepcional y mucho menos reprobado que hoy en día. La razón es que el derecho a tomarse la justicia por la mano no era recusado por ningún estado. Se admitía la vendettaVenganza derivada de rencillas entre familias, clanes o grupos rivales. o, de manera general, la venganza privada.
El incesto, con la curiosidad de que el primer caso citado no alude al parentesco de sangre, sino al parentesco por alianza; atentos, porque es un concepto complicado para nuestras mentes enclaustrada en los cánones modernos de parentesco. Cuando un hombre ha «dormido» con la hermana de su mujer, el incesto lleva consigo un pecado de adulterio. Por lo tanto es considerado un gran pecador y por ello, no podrá acercarse a su mujer, la cual «si no quiere vivir en continenciaModeración de las pasiones o sentimientos. Abstinencia sexual.» podrá contraer un legítimo matrimonio «con quien ella desee». En cuanto a él y a su cómplice, están condenados al celibato y se infligirán durante toda la vida las mortificaciones que les prescriba el sacerdote. Estaba también condenado al celibato perpetuo quien cometiera incesto con la madre o hermana: deberá mortificarse hasta el día de la muerte, durante los quince primeros años ─que se reducen a diez en el caso de la hermana─ tendrá que hacer ayunos periódicos, uno de ellos a pan y agua. La «fornicación» con la mujer del padre, con la esposa de un hermano o con una nuera trae consigo la privación definitiva de la vida conyugal y la observancia de unas reglas penitenciales hasta la muerte.
El castigo del que haya «fornicado» con la mujer que será luego la esposa de su hijo: siete años de penitencia «ayunando en los días señalados», tras lo cual podrá casarse «ante el Señor». Una pena semejante se aplica a quien fornicase con la madrina o la ahijada: siete años de penitencia que se inicia con una «cuaresma» a pan y agua.
El adulterio más grave es el cometido por un hombre casado con una mujer casada, sumando por tanto dos adulterios. Durante quince años el pecador se impondrá dos cuaresmas anuales y no volverá a vivir sin hacer penitencia de una manera u otra. La pena se rebaja a la mitad para el hombre soltero que seduce a una mujer casada: una cuaresma al año durante un periodo de siete.
El marido que ha repudiado a la esposa y a tomado otra tendrá que volver con la primera y durante siete años seguirá una cuaresma anual de pan y agua. No esta permitido a nadie repudiar a la esposa, salvo en caso de fornicación. Y aún así, el que se separa de una esposa culpable no puede volver a casarse mientras la primera siga con vida. Cuando el marido comete el adulterio la esposa puede separase de él pero no le esta permitido volver a casarse. Los esposos deben ser fieles y el matrimonio es indisoluble salvo el caso de adulterio incestuoso.
La Iglesia ni siquiera se olvida del hombre legalmente casado que guarda fidelidad. Hasta los escarceos dentro de los matrimonios o parejas están perfectamente reglamentados:
si se aparea como se aparean los perros, cinco días a pan y agua;
tres días para el marido que ha tenido relaciones con la esposa cuando se hallaba indispuesta;
cuarenta, si sucede en los días posteriores al parto, en los que no podría asistir a la iglesia;
cinco días si está embarazada; diez, si había movimientos fetales;
cuatro días por no respetar la continencia del domingo, cuarenta si lo cometía en la cuaresma, aunque podía comprar el perdón por 26 centavos;
el marido también tiene que estar veinte días a pan y agua cuando no se ha abstenido durante los cuarenta días que preceden a la Navidad, todos los domingos y algunos otros días festivos señalados;
coquetear con una mujer tiene una sanción de dos días para el hombre casado y solamente uno si uno es soltero.
Muy severo con el pecado contra natura de la sodomía:
- el hombre casado que haya tenido este tipo de desviación una o dos veces, cumplirá diez años de penitencia, el primero a pan y agua; si se ha convertido en costumbre, doce años; si ha cometido con el hermano, quince años.
- Una penitencia menos severa aún se aplica a la mutua masturbación, que esta descrita prolijamente: sólo veinte días.
- Cuando es en solitario está penada con diez días, salvo en el caso de que use una «madera perforada», circunstancia esta que duplica la sanción impuesta.
- Sale mejor parado el hombre que al abrazar a una mujer alcanza la completa satisfacción: basta con un día de pan y agua para quedar absuelto, excepto cuando ha ocurrido en una iglesia, en cuyo caso diez veces más.
- Menos frecuentes parecen ser aquellos que llevan a un hombre a satisfacerse con una yegua, una vaca, una burra «o cualquier otro animal». Si el culpable ha caído en la tentación por no tener esposa «para calmar su libido», hará una cuaresma anual a pan y agua durante siete años y seguirá mortificándose el resto de su vida. Si tenia esposa, diez años en lugar de siete, y si era un pecado habitual, quince; si la falta la hubiese cometido siendo niño, quedará absuelto después de de cien días a pan y agua.
Burchard menciona a quienes utilizan drogas para que los amantes adúlteros se deshagan de los hijos nacidos del pecado o que van a nacer. No podrán comulgar los fieles durante siete años y tendrán que acabar sus días llenos de pesadumbre y humildad.
Para evitar la fecundidad, las mujeres podían pecar contra la naturaleza de otras maneras. Algunas «tienen por costumbre» equiparse para actuar como hombres ante la compañera: tres años de penitencia. Las que utilizan en solitario la misma prótesis, un años. Las mujeres que, sin recurrir a semejante artificio, mantienen entre sí contactos íntimos están condenadas a tres años de penitencia. Al parecer hay otras que buscan satisfacción en sus hijos pequeños: dos años para obtener la absolución. Y a las mujeres que incitan a algún animal a desempeñar el papel del hombre; están mucho más severamente castigadas: siete años de cuaresma anual a pan y agua y penitencia durante toda la vida.
Se considera pecaminosos festejar el 1 de enero día pagano por excelencia. La población europea, azuzada por el clero medieval, creyó que este día sucedería el fin del mundo (apocalipsis milenarista) al cumplirse los mil años del nacimiento de Jesucristo. Varios clérigos cristianos predijeron el fin del mundo en esta fecha, incluyendo el papa Silvestre II (945-1003). En toda Europa se produjeron disturbios. Muchos pobladores comunes se convirtieron en peregrinos y viajaron hacia Jerusalén para poder morir en Tierra Santa. Se le prestaba especial relevancia y señalándolo con unos ritos que consistían en ordenar piedras sobre la mesa, dar un festín, pasear por las calles cantando y bailando, disfrazarse de ciervo y de vaca, subirse al tejado de la casa con la espada al cinto para adivinar el porvenir o cocinar pan esa noche para saber, según subiera y se formara la masa, si el año nuevo sería prospero. Las personas que siguen estas costumbres abandona a Dios su creador, vuelven abrazar a sus ídolos y se convierten es apóstatas. Esta clase de pecados no están castigados como los otros: cuarenta días a pan y agua son suficientes para quedar absueltos.
Se impone una severa penitencia de dos años de ayuno a las personas que atan cordones, hacen maleficios y hechizos como los impíos, los porquerizos, los vaqueros y algunas veces los cazadores, que pronuncian encantamientos diabólicos sobre el pan, las plantas, o bien sobre ínfulasVanidad u orgullo que muestra una persona acerca de sus propios bienes, actos o cualidades. atadas y las esconden en los árboles, en las bifurcaciones o encrucijadas de los caminos, con el fin de curar a las bestias y perros de las peste u otras enfermedades, o bien con la intención de perjudicar a los del vecino.
Aún más grave es el pecado de las mujeres que utilizan encantamientos y sortilegios para que sus rebaños y colmenas sean tan productivos como los del vecino: tres años de ayuno. Y se imponen cinco a «las mujeres iniciadas en las ciencias diabólicas» que «espian las huellas que dejan los cristianos, recogen la tierra de sus pisadas, las examinan y pretenden utilizarlas para quitar la vida o la saluda los transeúntes».
Al recoger hierbas y medicinales hay que recitar el Credo y el Padrenuestro, pero nunca fórmulas de encantamiento impías, en cuyo caso habrá que ayunar durante diez días. Algunos creían que se curaba la sarna comiendo las escamas muertas de la piel o tomando un brebaje en el que flotaban piojos, orina, e incluso excrementos; para estos veinte días a pan y agua.
Burchard también sanciona algunos comportamientos ante la muerte: por ejemplo, quemar granos en el lugar donde ha fallecido una persona; hacer nudos en el cinturón de un difunto con la intención de perjudicar a otro; echar sobre el ataúd peines de cardar lana… Diez días a pan y agua. Veinte, para las mujeres que esperan resucitar a un hombre muerto frotándose las manos con un ungüento.
Un delito mucho más grave: algunas mujeres temían que un niño muerto antes de ser bautizado volviera a la tierra para perjudicar a los vivos. Para conjurar este peligro, atravesaban con un palo el cadáver y lo escondían. A veces también se empalaba del mismo modo a una mujer muerta que no había podido dar a luz, a la vez que al feto, y se la «clavaba en la tierra de la misma tumba». La penitencia por estas profanaciones era de dos años de ayuno.
Las supersticiones corrientes, como no atreverse a salir de casa antes del canto del gallo por miedo a los espíritus impuros, que son más peligrosos que la noche, y el que sea de buen augurioAnuncio de un hecho futuro a partir de la interpretación de ciertos indicios o señales o por simple intuición. para un viaje que una corneja cruce el camino de izquierda a derecha graznando, o bien ese otro pájaro llamado «ratonero» porque caza ratones y se los coma. La pena estipulada es de diez y cinco días a pan y agua respectivamente.
Veamos ahora unas campesinas cuyo pecado de superstición ─penado con veinte días a pan y agua─ nos muestra una curiosa escena campestre:
Algunas mujeres cometen delito grave creyendo que «en el silencio de la noche , con las puertas cerradas y en compañía de otros discípulos del diablo» son capaces de «volar por el aire hasta las nubes» y entregarse allí a verdaderos combates contra otras tropas semejantes. Soñar en convertirse en bruja está castigado con tres años de ayuno.
Algunas mujeres diabólicas «creen que están obligadas y forzadas a cabalgar ciertas noches a lomos de bestias, en compañía de un demonio transformado en mujer por la necedad la gente de aquí denomina bruja Holda, por lo que así forman parte de la tropa de demonios». Es el «sabbath» propiamente dicho.
«¿Has defendido a los culpables por piedad o amistad, mostrándote por tanto despiadado con los inocentes?» La penitencia consistía en treinta días en ayuno. La calumnia o la maledicencia por envidia: siete días a pan y agua.
Los robos cometidos en las iglesias son los más reprobados- Quien haya robado del tesoro del santuario, oro, plata, piedras preciosas, libros, mantos, paños del altar o hábitos sacerdotales tendrá que hacer tres cuaresmas anuales durante siete años, sin prejuicio, por supuesto, de tener que restituir íntegramente todo lo robado. La penitencia es idéntica cuando se trata de reliquias.
De los más graves:
Hacía ya tiempo que se recomendaba el celibato eclesiástico y muchos los tenían como una obligación, pero hasta el año 1074 Gregorio VII no lo impuso como una regla y todavía numerosos curas párrocos casados. La condena al culpable de esto es de un año de ayuno, mientras que sólo inflige cuarenta días al fiel que habla en contra del obispo o sacerdote, ridiculizando «sus enseñanzas o mandatos».
Pues bien, el cumplimiento de estas penas era tan poco factible que se admitían conmutaciones. Los pecadores podían sustituir el ayuno por oraciones. Más aún: unos mercenarios podían decir esas oraciones que exigían tanto tiempo. Del mismo modo unos sustitutos asalariados podían realizar peregrinaciones que remplazasen penitencias particularmente severas.
Es de suponer que los ricos pagaban para vivir a su antojo en tanto que los pobres diablos recibían su merecido. Después del milenio de la Pasión, después de 1033, estuvo marcado por un aumento desmesurado de todos los vicios:
Burchard es el único autor que nos puede informar detalladamente sobre el comportamiento moral de los hombres del año 1000, a quienes conoció y confesó: a esos despiadados guerreros a quienes condeno a no volver a luchar ni a cabalgar; a esos campesinos a quienes censura por sus prácticas mágicas; a los vendedores que que falsificaban pesos y medidas; a unos ladrones subrepticiosDícese del que oculta a sabiendas la falsedad o trucaje de una moneda para obtener un beneficio, que de otro modo no lo conseguiría. y violentos; a mujeres que soñaban con brujerías o fórmulas diabólicas para retener a los hombres y que, sin embargo, sólo utilizaban medios naturales para conjurar o interrumpir el embarazo; a unos pecadores y pecadoras lujuriosos que atentaban contra el sexo e incluso cometían aberraciones con animales.
No se hace ninguna mención a los pecados de los monjes,curas u obispos. El sacerdote que vive con una mujer no solo no recibe ninguna sanción, sino que se prohibió a los fieles mostrarle menos respeto. Lo que interesa a Buchard es dirigir a los fieles. Este es el motivo de que se tenga en cuenta a los laicos: los hombres de la Iglesia, por definición, son buenos cristianos; sus pecados no son temas de debate.
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Edmond Pognon Un breve resumén de uno de los capítulos más interesantes de este espectacular libro que recomiendo. La religiosidad popular, las transgresiones de las costumbres sexuales y sus castigos. El nacimiento de la penitencia estipulada. |