20/04/2024

Definiciones políticas: C

La política destroza aquello que trate de contenerla, incluso a los hombres. Sobre todo a los hombres. Se destroza a si misma. La política es posterior a los hechos que trata de comprender, o que trata de apresar, de capturar. Recordar que la primera edición de este diccionario fue en 1974 y todas las definiciones siguen vigentes, solo que cambian las personas, los hechos y los países. Una verdadera pena.

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DEFINICIONES POLÍTICAS A
<strong>CACIQUE</strong>
Terrible plaga de la democracia española antigua en las zonas rurales. El cacique clásico era el rico de la comarca, que actuaba por todos los medios para forzar la expresión electoral de su pueblo, desde la dispensa de algunos bienes y protecciones a los sumisos hasta la utilización de la fuerza por el uso de partidas a sueldo. Las autoridades locales solían estar a su servicio, y generalmente le debían sus nombramientos. El cacique clásico sigue existiendo, aunque en menos número que antes; en cambio, aparecen los nuevos caciques que suelen ser favoritos de la administración, cargos dispensados por el centralismo, que gozan de los mismos medios que sus antecesores para forzar una votación y, en ciertos casos, para falsear sus resultados. El cacique es un residuo feudal, que en algunas ocasiones ha podido llegar a tener provincias enteras ocupadas por su red. Si en tiempos anteriores el cacicato era de la derecha ─el terrateniente, el rico de la comarca y su poder, a veces violento, por sus empleados de confianza─, en el gobierno socialista ha sido la derecha la que ha llamado «el voto cautivo», que ha considerado que estaba condicionado al reparto de ciertos beneficios por los alcaldes del partido. El cacique era un personaje dominante por su riqueza o por su poder en las zonas rurales, de quien dependían los salarios y los puestos temporales de trabajo, que obligaba al voto por su partido a los que en tiempos feudales hubieran sido vasallos; en los casos más duros empleaba armas y bandas contra los rebeldes y contra los sindicalistas. En frase famosa, actuaba en los «feudos podridos». Por otro lado, su fuerza se ejercía sobre los poderes públicos para conseguir beneficios para sus tierras: estaciones de ferrocarril, paso de carreteras, etc. Sería exagerado creer que ha desaparecido totalmente de la vida española.
<strong>CAMARADA</strong>
Tratamiento que fue de uso en los países comunistas y los capitalistas dentro de los partidos comunistas. Socialistas y anarquistas cesaron en su uso y los adoptaron compañero.
<strong>CAMPAÑA ELECTORAL</strong>
Período oficial en el que los partidos y los candidatos presenta ante los electores sus programas y los méritos que ellos mismos se suponen para obtener sus sufragios. El nombre de «campaña», como otros tantos del vocabulario político, está tomado del lenguaje militar, por lo tanto indica una situación de tensión y lucha. En realidad, la campaña electoral dura toda la vida de un político. Sus actos en el poder o en la oposición están destinados a conservar o a ganar por los votos. Los críticos de la democracia dicen que precisamente esta situación de campaña perpetua falsea la personalidad del político, y que solamente los estadistas que no dependen del voto popular pueden dedicarse a trabajar por el país. La falacia de este argumento está en su propio enunciado. La necesidad de los sufragios es el mejor control de la vida pública de un político. Sin embargo, las campañas en los países europeos han ido degenerando en el desgranamiento de una serie de tópicos, que en la evolución de voluntarismos y deseos sin explicar las vías posibles de llegar a ellos, en preparaciones de atuendos, sonrisas o saludos según unos supuestos jefes de imagen. La aparición de la televisión y, sobre todo, el exceso de importancia que se da a su supuesta presión ha cambiado mucho el ritmo de las campañas. Puede decirse que lo que hoy puede tener más interés que es el debate entre los principales dirigentes de los partidos candidatos, lo cual, a su vez, falsea la democracia porque la reduce a hombres en vez de a partidos.
<strong>CAMPO DE CONCENTRACIÓN</strong>
Forma de prisión política (aunque a veces haya sido empleada contra grupos marginales rechazados por la sociedad, como homosexuales o prostitutas) el situaciones de excepción, en las que los edificios destinados a prisiones no bastan para recibir a las víctimas de una represión amplia. En principio, es una medida militar de tiempo de guerra destinada a concentrar prisioneros enemigos (el primero conocido con este nombre fue el de Armenonville, el ejército nordista, en la guerra de Secesión de Estados Unidos), pero a partir de la segunda guerra mundial se ha extendido a poblaciones civiles y grupos de sospechosos. La más inquietante característica de los campos que es la de que los concentrados en ellos no son culpables condenados, sino simplemente sospechosos o personas consideradas peligrosas, y dan lugar a toda clase de arbitrariedades. Ideados en principio como formas atenuadas de internamiento, han llegado a convertirse, como ocurrió en la Alemania nazi, en verdaderos centros de exterminio tortura física y moral, mucho más temibles que las verdaderas prisiones. Un sistema que utiliza los campos de concentración es siempre sospechoso de realizar persecuciones masivas y de cometer injusticias. Sin embargo, en el mundo actual hay decenas, quizás cientos, que campos de concentración; algunos clandestinos.
<strong>CANDIDATURAS</strong>
Listas presentadas por los partidos políticos ante las elecciones: conjunto de nombres que aspiran a los cargos elegibles. Según las leyes electorales, las candidaturas pueden prestarse a múltiples combinaciones. En la realidad, las listas cerradas, establecidas por la dirección de cada partido, deja al ciudadano en situación de votar por nombres que le son enteramente desconocidos, lo que está fuera del principio de la representatividad.
<strong>CAOS</strong>
Alternativa que muchos políticos suelen dar con muy inevitable en el caso de que se los aparte del poder: es una predicción que rara vez se cumple en la realidad. Franco se presenta a sí mismo como la única alternativa de comunismo, que para él era el puro caos: con lo cual consiguió, sin quererlo, crear una imagen [intense_tooltip title=”Que es absoluto y total.”]omnimoda[/intense_tooltip] del comunismo que luego no correspondió a la realidad, y abrir para muchos es alternativa adversa, o incluso aliarse con ella. Fue un término favorito del general De Gaulle durante los diez años de su segundo régimen (V República francesa): caos, sin embargo, se produjo durante su estancia en el poder ─jornadas revolucionarias de mayo de 1968─ y, en cambio, la tranquilidad reino en el país cuando lo abandonó como consecuencia de un referendo. Esta acepción del político en el poder como muro de contención frente al caos que enuncian, según sus doctrinas favoritas, como fascismo, comunismo, anarquía, guerra civil o revolución que es compartida muchas veces por la gran masa de las poblaciones, que en momentos de confusión o riesgo por causas interiores o exteriores se concentran en torno al poder constituido, aun cuando no compartan enteramente sus formas de gobernar, porque entiende que dicho poder constituye realmente la única garantía al frente al caos. Realidad, el caos, entendido como un desorden generalizado, se presenta pocas veces, y en las sociedades de orden antiguo hasta la ausencia de poder se cubre con la costumbre. En la Unión Soviética, caída del comunismo ha producido algunos desastres en la sustitución de una economía por otra, en la fijación de fronteras y los problemas entre razas, religiones o nacionalidades que estaban en convivencia forzada, pero es difícil decir que haya habido un caos generalizado.
<strong>CAPITALISMO</strong>
En términos políticos, sistema de gobierno de una nación por las clases posesoras, en cuyas manos están los medios de producción y las redes de distribución y venta de lo producido, que disponen de mercado del trabajo y se rigen por la ley del máximo beneficio. Es por lo tanto, en teoría, el extremo opuesto del socialismo en el cual la producción y la distribución perteneciendo a todos, por cualquiera de las vías posibles ─autogestión, nacionalización, colectivización─, no hay distinción entre trabajo y capital, y el principio motor es el del bien común: los socialismo europeos, sin embargo, han derivado a formas de capitalismo bastante pronunciadas y han elegido el libre mercado. Las doctrinas del capitalismo se encuentran expuestas en las escuelas del liberalismo económico y se suelen resumir en la fórmula «laissez faire»: que el Estado no intervengan el desarrollo económico y permita capitalismo toda la iniciativa privada. Se suele atribuir a los frisiocratas franceses del siglo XVIII (François Quesnay) la primera enunciación de las doctrinas del capitalismo, centrada entonces en la posesión de la tierra y la explotación de la agricultura; la doctrina se asentó principalmente en Inglaterra como consecuencia de la revolución industrial (Ricardo, Stuart Mill), en las el liberalismo económico, suponía una libertad y un progreso frente a la intromisión y las exacciones de los restos del feudalismo (la aristocracia) y el absolutismo del Estado. En cuanto al trabajador, se le considera incluidos en los beneficios de liberalismo, puesto que era dueño de su propia fuerza y podía ofrecerla en el mercado al mejor postor, utilizando así las posibilidades de la libre concurrencia que alcanzaban a todas las clases de la nación. La primera crítica al capitalismo ─la primera, al menos, hecha con carácter orgánico y científico, y desde punto de vista del asalariado y no del poder absoluto─ es la de Carlos Marx, sobre todo en su libro básico El capital. Marx conviene con los liberales en que el capitalismo es el centro principal de la organización de la sociedad (su nombre viene del latín caput, cabeza), pero difiere de ellos en su consideración de que sea un modo eterno, y mucho menos de que responda a un «orden natural».

Para Marx, los modos de producción varían según la historia, y el capitalismo corresponde a cierta época; tiene un carácter revolucionario cuando se ajusta la realidad de los medios de producción y de las relaciones sociales, pero su propio proceso de acumulación va diferenciándole de los modos de producción, de manera que mientras que éstos se extienden cada vez más y tienden hacia lo colectivo, aquellos acentúan la posesión individual, contradicción a la que el capitalismo no podrá sobrevivir y morirá de su propia muerte. Pero ésta no ha de producirse de manera tan sencilla y tan elemental, porque el capitalismo segrega sus propios medios de defensa y de ampliación: la acumulación de capital conduce al monopolio y éste al imperialismo, de manera que la caída final del capitalismo habrá de realizarse por medio de la lucha de clases. Sucesivas escuelas marxistas desarrollado esas teorías y las han adaptado a los periodos históricos, y la situación más evidente ha sido la división del mundo entre países socialistas y países capitalistas. No obstante, el capitalismo ha segregado, en efecto, sus propias defensas; sí unas ha sido el desarrollo de su propia fuerza y de sus sistemas de represión y policía para evitar las luchas de clases con los niveles nacionales e imperiales, otras han consistido en ciertas modificaciones internas para evitar los riesgos de consunción dichos por Marx: en política, el enunciado de las profecías impide, a veces, su propio cumplimiento. En primer lugar, el capitalismo ha perdido voluntariamente su nombre, ningún sistema se considera a si mismo capitalista y el término se suele usar en sentido peyorativo, salvo por ciertos defensores ha arcaizantes del sistema antiguo; en segundo lugar, la idea de laissez faire está considerablemente limitada en todas partes; los Estados mantienen una política dirigista, estimulan o desaconsejan las inversiones, controlan el mercado de trabajo, abren o cierran a conveniencia las exportaciones y las importaciones, definen el valor de la moneda y establecen impuestos progresivos que evitan la acumulación de la riqueza. Los críticos actuales mantienen que esa apariencia de está, en realidad, dictada por el capitalismo en un sentido contrarrevolucionario favorable a sus intereses, y que se puede sostener, como estaba en la predicción de Marx, por el imperialismo y el colonialismo. La definiciones neocapitalismo y neocolonialismo definen esta apariencia. Otro sistema de defensa es el llamado capitalismo popular, que tiende a extender el uso de la propiedad mediante el reparto de acciones entre pequeños propietarios. La idea de participación (significando la de los obreros en el control de las empresas) ha comenzado a aparecer, igualmente, en algunos países de organización capitalista.

Durante este siglo, la historia del mundo desarrollado ha sido la de la guerra del capitalismo contra el comunismo, incluyendo en esta gran lucha la aparición de fascismos y antifascismos que en algunos momentos han podido falsear la apariencia de la verdadera cuestión. La caída del comunismo ha supuesto, por lo tanto, triunfo del capitalismo y de sus diversos desarrollos; el hecho de que el llamado G7, o grupo de los siete países más industrializados, o más ricos del mundo, dirija realmente el mundo indica hasta qué punto el dominio pertenece al capitalismo. El riesgo por el que atraviesa es, precisamente, que de su propio éxito: el de que, al carecer de enemigos tiende a eliminar cada vez más los controles sociales, los sindicatos, los partidos colectivistas, y vuelve que el «capitalismo salvaje», que cayó en Estados Unidos en 1929 y produjo las tensiones fascistas que se conocen y probablemente la segunda guerra mundial; la exportación de las revoluciones al tercer mundo, la caída en ese tercer mundo de países que hoy figuran entre los industrializados o las bolsas de creciente pobreza en el interior de los países pueden sustituir al relativo equilibrio anterior. A veces, una situación repentina de desorden ─como los disturbios de Los Ángeles, 1993, por un fallo erróneo de la justicia contra un negro─ muestran hasta que punto el capitalismo puede dar lugar a revoluciones espontáneas.

<strong>CARCA</strong>
Apócope de «carcunda» (de origen portugués), aplicado a los reaccionarios, o cavernícolas: personas de «orden», tradicionalistas, religiosos en extremo.
Carta Magna
Se suele utilizar como sinónimo de Constitución, y no lo es. La Carta Magna es la que concede un rey, de poder absoluto, como premio la fidelidad de sus súbditos o por una suposición de de bondad. La Constitución que es la que redactan, discuten y aprueban unas cortes constituyentes (en España, ese requisito no ha existido; por la forma de la transición, el parlamento que la redactó no había sido elegido para ese fin), que deben pasar a referéndum para poder entrar en vigor, aunque la tradición reclame que el rey o jefe del estado la firme para ser promulgada. La Carta Magna ─en la historia comenzó, en 1215, siendo una imposición de la nobleza y el clero ingleses a Juan sin Tierra─ no han emitido enmiendas ni rectificaciones que no emanación directamente del poder real, mientras que la constitución se enmienda por propuesta de partidos políticos o de un número de ciudadanos, y también tras discusión y referéndum.
<strong>CASTA</strong>
Otro nombre de raza: ascendencia, el linaje. En algunos países (India) que sea la forma absoluta de separación de clases en grupos endogámicos, perpetuadas por tanto al infinito. En los que no aparece esa prohibición absoluta quedan muchos residuos de sus formas anteriores, de la aristocracia que dominó. Casta no es palabra peyorativa, porque puede aplicarse a todas las razas: los parias la India forman una casta. La palabra castizo se aplica a veces como la excelencia imaginaria de la pertenencia a una nación o a una ciudad («Madrid castizo»; un extremeño, los «castúo»). No es palabras que se pueda utilizar con facilidad: requiere ser complementada para denotar de que se habla y con qué intención.
<strong>CONSENSO ELECTORAL</strong>
Registro general de ciudadanos con derecho al sufragio. Las listas del censo de mayores de edad se han de exponer obligatoriamente al público en una fecha suficientemente adelantada sobre la de las elecciones comprobadas, para que puedan ser realizadas las correcciones necesarias. Los viejos sistemas manuales han sido sustituidos ya por los electrónicos: no parece que los errores hayan desaparecido. El censo electoral no tienen más limitaciones en la actualidad, dentro de la práctica del sufragio universal, que la mayoría de edad y las personas privadas por sentencias de sus derechos cívicos. La importancia histórica del censo ha sido considerable, pues en otros tiempos, sólo se admitía en él a los ciudadanos considerados como electores en función de su situación económica (contribuyentes), sexo, raza, etcétera. En los países donde la democracia es dudosa, el falseamiento de los censos es frecuente, aunque no tanto como las acusaciones de hacerlo. Está falsificación no es exclusiva del poder: desde las oposiciones, valiéndose de la disgregación del poder en autonomías, regiones, provincias o municipios, se pueden falsificar las listas incluyendo a muertos, emigrados, menores o nombres supuestos. No puede decirse que en los que aún llamamos el mundo occidental, Europa y los Estados Unidos, existan falsedades en los censos, salvo como meras anécdotas tontos son muy posibles, y casi ciertos, en todos los demás.
<strong>CENSURA</strong>
Represión, más o menos violenta, de las libertades de expresión, ejercida por los diversos poderes mediante organismos especializados, o simplemente por ejercicio de presiones indirectas, tales como la colocación de las industrias de la opinión y la información en situación permanente deficitaria, de la que sólo pueden salir con la llamada ayuda del Estado ─con respecto a la prensa: franquicias postales, supresión de impuestos, redes estatales de distribución, precios especiales del papel y otras materias primas, etc.─, ayuda que puede graduarse o simplemente negarse en función del acatamiento del así reprimido. Estos sistemas de carestía se expanden a todas las formas de expresión. Un estado puede tener, por ejemplo, teatros institucionales de alta carestía de producción, crear incluso la tendencia al teatro-espectáculo por encima del teatro-palabra, y mantener nóminas elevadas de producción mismo tiempo que ponen a la venta entradas a precios de pérdida («precios políticos»), con lo cual su concurrencia con los teatros privados será una forma de prohibición.

Los partidarios doctrinales de la censura entienden que ésta se ejerce en defensa del bien común, mientras sus enemigos estiman que el conocimiento de la verdad y de las interpretaciones múltiples de esa verdad nunca puede dañar al bien común, a lo cual los censores responden que la plata pura no existe, que la información pura es imposible y que el ejercicio de la censura tiende a evitar la deformación de la opinión por los poseedores de medios de difusión de noticias e ideas. Fácilmente se puede evitar estas discusiones teóricas que no conducen a ningún sitio, porque en ningún caso se han estado en su espíritu, para considerar la censura como hecho. Puede decirse que ésta se utiliza siempre en el sentido del poder que la ejerce, no solamente en el sentido de la política de ese poder que no en el de sus intereses y los de las personas que ocupan la cúspide del poder. En los casos extremos, las ideas y opiniones de las personas que ocupan el poder son las únicas que pueden traspasar a los medios de expresión, y no sólo como línea general política sino también en lo referente a costumbres, moral, y hasta sucesos o escándalos privados que romperían el espejo de paz y armonía que pretende siempre el gobierno absolutista. Por otra parte, la censura suele ser establecida en forma de pirámide y, en cuya cúspide está el poder y en cuya base el funcionario, generalmente pequeño, mínimo, encargado de ejercerla directamente, que se siente agobiado por la responsabilidad y los múltiples castigos que puedan alcanzarle: sabe este funcionario que la represión nunca le será reprochada, mientras que la tolerancia es peligrosa, y eso convierte la censura muchas veces un mecanismo estúpido.

Precisamente este mecanismo es el peor enemigo de los fines de la censura: al ser excesiva y ostensible, los ciudadanos dejan de adquirir o de frecuentar los centros de información y de opinión, porque se sienten engañados, y segregan unas defensas de incredulidad y de información privada, como es el bulo, generalmente abultado y irrazonable, pero que se propala rápidamente cuando la información profesional es escasa y existe el complejo de censura. Muchas veces, cuando el ciudadano de un país reprimido ve una película extranjera, supone en ella cortés y modificaciones de diálogo, ve otra película, cuando en realidad el film original no ha tenido necesidad de ser tocado por los organismos de censura. Este ejemplo es válido para todos los sistemas de información: que a a la frase «leer entre líneas» lo describe gráficamente, y muchas veces se lee entre líneas algo que el escritor informador no ha pretendió poner nunca. El daño que la censura puede hacer a una comunidad es incalculable, al impedir la difusión y discusión de ideas que, expresadas libremente, contrastadas con otras, podrían determinar un cambio benéfico en la sociedad o simplemente ser desechadas en lugar de permanecer gravitando sobre el campo social, precisamente por no haber podido ser debatidas. Las formas de censura son muy numerosas. En un tiempo determinado, una empresa nacionalizada de Francia tenía el casi monopolio de la distribución de periódicos: amenazaba con retirar el reparto de prensa de gran tirada a aquellos puntos de venta que exhibiesen prensa comunista. En los medios artísticos, la «esponsorización» o mecenazgo privados que cubriera las insuficiencias económicas podrían también influir de forma decisiva en las programaciones. Se puede pensar que la privatización se una forma de resolver la cuestión: un periódico que en pérdidas puede recibir dinero de un partido político que sea afín a su empresa, o de un banco, y recibir de este instrucciones sobre lo que debe o no debe publicar.

La tendencia al bipartidismo y la pobreza en los medios minoritarios dificultan esa necesidad. Es posible, y en muchos países existe, que el periódico de empresa privada mantenga el periódico como mero negocio y acepte que su independencia es el mayor valor comercial que puede tener: pero siempre tendrá una dependencia de la publicidad, sin la cual será inviable. La publicidad no es política: sin embargo, se dirige a una clase de consumidores de mayor poder adquisitivo, lo cual le puede inclinar hacia una clase social determinada.

<strong>CENTRALISMO</strong>
Más bien centralización, o conversión de un punto geográfico del país en la concentración de los poderes. Procede de la noción de hegemonía entre varios estados, y de la aplicación de una residencia del monarca: la corte. En términos contemporáneos, es la capitalidad de la nación, y culmina el proceso burgués (burgos) de la creación de las ciudades; a veces se forman dos capitales en un país, la comercial y la oficial (Amsterdam-La Haya, Nueva York-Washington, Barcelona-Madrid, Ginebra- Berna). Este centralismo burgués llegó a ser un fenómeno beneficioso y considerado como un factor de proceso por la unificación del país y de los antiguos feudalismo que irradiaba; en la actualidad está considerándose injusto: con respecto al campo y a las otras ciudades, porque acumula toda clase de facilidades de vida y de servicios que los demás no tienen. El efecto contrario es el de la descentralización a la que se tiende; autosuficiencia de las regiones o de las grandes ciudades, traslado a ellas de competencias o de beneficios. La descentralización cultural lleva a algunas otras ciudades el teatro, exposiciones o conciertos de que carecen, como la administrativa la pertinencia de las autorizaciones o de otro tipo de relaciones del ciudadano con el poder burocrático. Esta descentralización choca con la tendencia a la internacionalización o la constitución de unidades mayores de estados; no deben ser incompatibles si se manejan con oportunidad política. Nada impide que, a la larga, las grandes ciudades sobre las que recaiga la ventaja de la descentralización sea posible disputado por las ciudades no favorecidas dentro de su propia comunidad; sería una manera de llegar por otras vías a la «federación de federaciones» (la última federación sería el individuo mismo) que proponía los anarquistas, aunque por medios y con resultados muy distintos.
<strong>CENTRO</strong>
Porción política idealista que se pretende equidistante de la derecha y de la izquierda; se trata, por una parte, de asumir la representación del «sentido común», de la «mayoría silenciosa»; por otra, de buscar un terreno de común acuerdo entre los grupos opuestos, sobre todo en la oposición tradicional izquierda-derecha. A veces se presenta con carácter propio, con programa político, pero la mayor parte de las veces está formado con los «moderados» de la izquierda y de la derecha. Triunfa en los casos de enfrentamiento agudo de los extremos políticos: se forma cuando un gobierno de centro cuando soluciones más diáfanas parecen imposibles, y suele ser un gobierno de transición o de coyuntura. El centro, sin embargo, no puede escapar a la maldición del dualismo, y se descompone en centro-izquierda y centro- derecha; puede imaginarse que hay un centro-centro que representa la verdadera pureza doctrinal, pero difícilmente se pasará del terreno de la imaginación. Muchas veces, el centro suele ser en un disfraz de la derecha, que no se atreve a decir su nombre: así ha ocurrido comúnmente con los gobiernos europeos centristas de la posguerra, como el Zentrum austríaco y las democracias cristianas de Francia, Alemania Federal e Italia, denominadas centros y en realidad derechas, y a veces extremas, como el caso del MRP francés, cuyos principales dirigentes llegaron a la sedición en apoyo de la extrema derecha del OAS durante la guerra argelina, mientras que el general De Gaulle intentaba asumir la posición del centro.

En España tenemos el caso actual de dos grupos, uno de izquierdas y otro de derechas: por un lado tenemos a Podemos de Pablo Iglesias y por otro Ciudadanos de Albert Rivera; aunque son dos casos opuestos. La izquierda Podemos es independiente de otros grupos de izquierdas como puede ser el PSOE, aunque haya engullido a la izquierda más radical como era Izquierda Unida. Por otro lado tenemos a Ciudadanos, a los que muchos consideran la marca blanca del PP, y más aún como se está viendo por el ninguneo que está sufriendo a raíz del acuerdo sobre el pacto anticorrupción, en el que el PP ha dejado claro su postura de incumplirlo desde el principio sin importarle lo más mínimo el que dirán y ante el que Albert Rivera y los suyos tomado una postura laxa.

La denominación de un partido como «centro» no tiene por qué responder a una realidad, como ninguno de los demás miembros de su nombre, que pueden considerarse parte de su propaganda de coyuntura: una «izquierda unida» puede estar continuamente desunida, un «partido popular» puede representar intereses distintos a los del pueblo, y un «partido obrero» ha llegado a castigar a los obreros y el concepto de trabajo. Para considerar la política real de centro puede decirse que es una resultante del sistema vectorial de la política de izquierda y de la derecha en un país a lo largo de un periodo considerable de tiempo; como ninguno de los dos grupos puede implantar su programa por la tirantez que ejerce el grupo opuesto, las consecuencias son de un centrismo.

<strong>CIUDADANO</strong>
Hoy se utiliza para denominar a todo habitante de un país en plena posesión de sus derechos cívicos: sobre todo, como sustitución de «súbdito», que era palabra que indicaba una sujeción. En los primeros tiempos de la democracia –Grecia–, los ciudadanos eran una minoría selecta: aquellos que tenían «derecho de ciudad»; los esclavos, las mujeres, los procedentes de otras ciudades no tenían derecho de ciudadanía. Incluso en el momento de la Revolución francesa, origen de la democracia en Europa, se proclamaron los «Derechos del hombre y del ciudadano», señalando así una distinción entre dos clases políticas. Las formas de ciudadanía están discutiéndose, aunque procurando no citar su nombre, en la Comunidad Europea, con la aspiración de llegar a una ciudadanía única. Los problemas de diferencias de nivel económico, la disponibilidad de trabajo, de homologación de carreras o estudios demuestran que todavía es utópica esta igualdad. Más lejos está aún la «ciudadanía del mundo» que se buscó la promulgación de la carta de las Naciones Unidas de 1945.
<strong>CIVISMO</strong>
Se supone que en los países de alta civilización y suficiente cultura, con experiencia en la democracia, existe un espíritu que lleva al ciudadano por sí mismo a realizar actos que pueden llegar al auto sacrificio para ayudar a la colectividad o a otro ciudadano en situación inferior. Se supone que va desapareciendo con la difusión del egoísmo general que podría emanar del capitalismo salvaje o anarco capitalismo y con el fin de las ideologías de bien común y la decadencia de las religiones, aunque en este caso el civilismo se harían esperar de una recompensa en el más allá. Está empleándose más bien en su aspecto peyorativo, «falta de civismo», dentro de la regañina frecuente que políticos, periódicos y otros predicadores mantienen contra los miembros de la sociedad, de los que suponen que «no son como antes». Es preciso advertir que esta referencia el pasado es continua y pertenece a todos los tiempos, y se suele completar con premoniciones sobre lo horrible que ha de ser el tiempo por venir. Es una advertencia que procede siempre de medios conservadores o inmovilistas, pero que no resiste a cualquier examen del conjunto de la humanidad: paulatinamente los términos medios de satisfacción crecen.
<strong>CLASE MEDIA</strong>
Noción histórica de una amplia categoría social situada entre la aristocracia y el gran capital, por una parte, y por el proletario industrial y agrícola por otra. Las revoluciones burguesas del siglo XIX –burguesía se utiliza muchas veces como sinónimo de clase media, aunque haya ciertos matices psicológicos diferenciadores–, triunfantes en Europa y decididamente instaladas en Estados Unidos, condujeron a una enorme ampliación de la clase media hasta convertirla en clase dominante, dueña de los resortes de la política, por medio de la democracia y el sufragio universal, capaz de incorporar en su seno a los obreros acomodados y a la anulación de los privilegios de las clases sociales superiores a ella. La clase media es la típica en el mundo llamado occidental. Cierto malestar comienza a aparecer en ella, como consecuencia de una nueva tendencia aparecer en su interior nuevas clases dominantes, formadas especialmente por técnicos, y por quienes en el sistema establecido han conseguido acumular riquezas y, por consiguiente, poder, de forma que pueda parecer una nueva clase. Éste fenómeno ha sido ya observado especialmente en América y más visiblemente en los Estados Unidos, donde ciertos millonarios aparecen como nuevos señores feudales dotados de gran poder, y en los países de habla hispana, donde se han formado grupos oligárquicos en España se ha formado una «nueva clase» durante los largos años del gobierno de socialista: a veces reacciona como tal clase defendiendo sus intereses económicos, a veces mantiene su ideología y tiende al aperturismo. Un ejemplo clásico de esta situación es la que se llamó «modelo sueco»: los socialismos llegaron a construir un país con una enorme mayoría de clase media, que una vez instalada y ocupando los poderes derrotó al socialismo para defender sus privilegios burgueses. El «desclasamiento» es una palabra temible para la clase media: significa que los grandes movimientos económicos del país, la subida de precios y la contención de salarios pueden hacer descender de clase social a muchas familias.
<strong>CLASE POLÍTICA</strong>
Teoría emitida por primera vez por Gaetano Mosca, según la cual, en un país la burguesía forma una clase política que es la que ocupa permanentemente los puestos de poder y administración pública, aun en distintos partidos. Se sucede a sí misma muchas veces por herencia, otras por cooptación, y aunque sean enemigos en los parlamentos, son amigos y compañeros, del mismo gremio, y se respetan mutuamente. Se conocen muchos casos de familias políticas que militan en distintos partidos, incluso en la clandestinidad o al margen del parlamento.
<strong>COALICIÓN</strong>
Muchas veces, en países parlamentarios y democráticos, el partido mayoritario no tiene la mayoría absoluta y no puede gobernar: necesita apoyarse en otro o en otros para formar gobierno. Se trata de llegar entonces a la formación de una coalición sobre términos de compromiso, por los que cada uno de los partidos renuncia a sus puntos doctrinales y programáticos que pueden ser decididamente contrarios a los del o de los otros, para establecer un programa de gobierno común; y las carteras ministeriales se dosifican. Otras veces, la coalición es previa y tiene fines electorales, como los frentes populares los bloques nacionales, o los movimientos, con la elaboración de un programa que tiende a traer a los electores con afinidad entre todos ellos o con enemistad franca frente a los otros. En los casos de coaliciones gubernamentales, puede ocurrir que un partido pequeño, de escasa representación en el Parlamento, pueda llegar a ser el árbitro de la situación que exija una parte del poder, en Ministerios y cargos públicos, o en otro tipo de concesiones, que realmente no le corresponden, con la amenaza de, si no se le conceden, sumarse al partido opuesto. Puede haber coaliciones entre enemigos, como ha ocurrido en Alemania Federal entre la democracia cristiana y el partido socialdemócrata, que han vuelto a la batalla tras el periodo de coalición. O como en Italia, paliada por la definición de centroizquierda, entre los cristianos demócratas, católicos, y el Partido Socialista, ateo; caída en el escándalo de la corrupción, cayeron al mismo tiempo los nombres y los prestigios de esos partidos que se encontraron frente a frente con otra coalición, Forza Italia, de la derecha empresarial, de la que formaban parte los fascistas y los separatistas del Norte. Éste tipo de coalición suele conducir al inmovilismo y a la parálisis de la política. Los gobiernos de unión nacional son coaliciones forzadas por situaciones de crisis grave en el país y con carácter provisional, hasta que se encuentran soluciones. Los países absolutistas, las coaliciones suelen tomar aspecto de bloques y, finalmente, de partido único dos los principios programáticos se pierden definitivamente y se tiende a la prolongación y firmeza en la ocupación del poder. El miedo a los «poderes largos» es el de que el partido que lo tiene puede arrollar continuamente los intereses minoritarios; pero la realidad es que si es votado una y otra vez, responde a la mayoría democrática del país.
<strong>COEXISTENCIA</strong>
Terminó ya histórico. Mar menor en la relación tirante entre los bloques opuestos: puesto que la guerra es posible por la existencia del arma atómica que produciría la destrucción incluso del vencedor (si lo hubiera), formando el equilibrio del terror; puesto que la colaboración y la amistad estrecha es también imposible, porque obligaría modificar profundamente las bases políticas interiores de cada uno –o de los dos bloques–, la coexistencia indica la organización de un modus vivendi en el que cada uno vive al lado del otro –coexistir– sin hostilidad pero sin amor. El término es de origen soviético y, en principio, implicaba la continuación de las hostilidades por otros medios que no fuera la guerra, según fue definida en 1956 por Jruschov en el XX Congreso (en el que se renegó de Stalin): en enfrentamiento de ideologías y economías en «una forma superior de lucha de clases»; planteada así la idea, los partidos comunistas en el interior de países capitalistas podrían llevar a la práctica por una acción pacífica dentro del sistema, y no por una acción revolucionaria, doctrina que ha tenido en algún momento importantes consecuencias históricas contra esos partidos (el comunismo francés no colaboró en los movimientos revolucionarios de mayo de 1968; los partidos hispanoamericanos no afectaron la guerra de guerrillas, etc.).

En el interior del movimiento comunista mundial, la idea de coexistencia provocó escisiones y discusiones, y algunos militantes abandonaron sus partidos, en situaciones nacionales de crisis, para formar otro grupo de mayor efectividad revolucionaria, y muchos de ellos se declararon –fueron denominados– maoístas, porque compartía la crisis china contraria a la coexistencia: para Pekín, para los dirigentes del Partido Comunista chino, no era más que una forma de colisión entre la Unión Soviética y los Estados Unidos para realizar un reparto del mundo, un abandono de las tesis revolucionarias del marxismo-leninismo y, en suma, una confabulación contra la propia China. La noción de coexistencia estuvo en el centro de la disputa llamada teórica entre los dos grandes países comunistas del mundo. Más tarde, China se incorporaría a ella con su ingreso en las Naciones Unidas y la recepción del Presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, en Pekín, pero no sin dejar de mantener, como lo había hecho la URSS en su momento, que no se salía en la defensa de los intereses comunistas en el mundo y que la lucha no había terminado por ello. El término coexistencia ha perdido ya su origen soviético y el significado oportuno: esa «forma superior de la lucha de clases» fue perdida por la URSS y por el comunismo en general.

<strong>COHABITACIÓN</strong>
Aquel que, perteneciendo un grupo establecido (nación, raza, clase social) ayuda y colabora con el enemigo; especialmente, los ciudadanos de un país ocupado que prestan su ayuda y cooperación al ocupante. Puede ser llamado también quisling. El nombre de colaboracionista ha sido aplicado abusivamente a personas que, sin compartir la ideología ocupante o la amistad con el enemigo, han ocupado puestos dirigentes durante la ocupación con el fin de real de no dejar hundirse a su país y mantener una posibilidad de organización, y las persecuciones de colaboracionistas al liquidarse las ocupaciones han sido muchas veces injustas. Ha pasado a ser término histórico, aunque las actitudes pueden aparecer con otros nombres en toda clase de lucha armada.
<strong>COLECTIVISMO</strong>
Termino de amplia significación que cubre los numerosos y matizados intentos de encauzar la vida pública por la propiedad y el control colectivo frente a la propiedad privada. El colectivismo es una respuesta al individualismo típico del primer estadio del capitalismo y a la idea de la lucha por la vida, en la que el individuo debería ser capaz de enriquecerse, subsistir o hundirse por sí mismo. Los socialismos utópicos y luego el socialismo científico (según la propia terminología de este tipo: finalmente relegado también a las series de los utópicos) tendieron a colectivismo frente al sistema que les parecía despiadado. Pero no fue su monopolio. Pronto las sociedades capitalistas comprendieron la necesidad moderada del colectivismo y lo introdujeron en su sistema en alguna medida: la propiedad colectiva o estatal de algunos servicios considerados públicos, como ferrocarriles, comunicaciones, educación; algunas industrias –muchas de ellas creadas o sostenida por organizaciones estatales, como el INI (Instituto Nacional de Industria) en España–, la creación de la seguridad social, del sistema de pensiones, del subsidio contra el paro, etcétera, son conquistas del colectivismo, como lo son las cooperativas agrícolas, los sindicatos, las corporaciones. La Europa de fin de siglo se tiende a la desaparición de ese colectivismo, y en muchos casos, como en España han sido los partidos socialistas (colectivistas arrepentidos) los que lo han devaluado.
<strong>COLEGIALISMO</strong>
Gremialismo de la clase burguesa alta, profesional. Los colegios oficiales actuar en defensa de los intereses colectivos de sus colegiados, o de los individuales si uno de ellos es tratado de manera que no convenga la profesión. Los demócratas puros los repudian porque suponen una presión de gobierno no encaminada la vía de los partidos; los empresarios, porque puede suponer el encarecimiento del trabajo de las clases medias. Son, en general, movimientos conservadores.
<strong>COLONIALISMO</strong>
Derecho que se tomó un pueblo para ocupar y dirigir a otro; de la palabra es reciente (bienes del nombre de Colón por su descubrimiento y «colonización» de América), existe continuamente en la historia. Perdió su valor en los años 60. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos países colonizados comenzaron la colaboración con el enemigo de su colonizador para que le ayudara a ser independiente de éste, puesto que no consideraba los imaginarios bienes de civilización que se le aportaban, sino el grado de opresión que sufría de él; y para contrarrestar ese efecto les fue prometido la independencia por sus colonizadores (Roosevelt, Conferencia de Casablanca). En efecto, estas independencias fueron produciéndose en cascada y crearon la impresión de un porvenir mejor; ufanos, los descolonizados crean su propio organismo (todas las conferencias de lo que se denominó «tercer mundo») y creyeron que su número y la igualdad de voto de cada país les daría la mayoría en la Asamblea de las Naciones Unidas. Todo fue en vano. Tras la descolonización vino lo que se llamó «neocolonialismo», o intervención más o menos directa en la política (ayuda a dictadores) o en los mercados (presión sobre las materias primas) a en la clasificación del trabajo de los antiguos colonos (mano de obra barata) y su posición geopolítica (creación de bases militares, o intervenciones); más tarde, la devaluación del trabajo y el final de la Guerra Fría acabaron prácticamente con los últimos valores negociables de los países colonizados, que quedaron abandonados a su suerte, con ayudas mínimas y ásperamente administradas (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial), o con intervenciones armadas para evitar su expansión a territorios de mayor riqueza (guerra del Golfo, Ruanda) y sin ningún destino posible. Se puede ya establecer la idea de que el final del colonialismo en la década de los 60 obedece al principio de este desinterés por el trabajo y los productos de los países colonizados (o subdesarrollados, o en vías de desarrollo, o tercer mundo): los estados encuentran que pesa sobre sus presupuestos democráticos los gastos imperiales antiguos (ejército, policía, funcionarios, administradores, infraestructuras al servicio de la metrópolis, comunicaciones), mientras que los beneficios van a parar a compañías privadas o a los ciudadanos llamados «colonos», y prefieren repatriar a estos colonos o dar otros beneficios a las grandes compañías: el mar barato. Sobre todo, cuando la explotación de las materias primas, la mano de obra y las estrategias obligatorias convierten a esos países en enteramente inútiles.
<strong>COMISIÓN</strong>
Reunión de personas consideradas como expertas que se nombran para el estudio de un determinado tema. La comisión suele ser la muerte del tema propuesto, cuya solución se alarga hasta que la comisión consigue redactar un informe. Una solución general de las comisiones suele ser la de crear subcomisiones, o grupos de trabajo, o delegaciones permanentes. Más efectividad tienen en algunos países las comisiones permanentes de los parlamentos: de asuntos exteriores, de hacienda, etcétera. Están formadas por diputados a los que se supone una capacidad de especialización en dichos temas, aunque esa suposición no siempre corresponda a la realidad; la necesidad de formarlas mediante un reparto equitativo entre los partidos representados en el Parlamento hace que, la mayor parte de las veces, se reproduzcan en su seno las grandes disputas del hemiciclo.
<strong>COMPAÑERO</strong>
Viene de las antiguas compañías o gremios: un compañero es aquel que ejerce el mismo oficio. Fue utilizado por los partidos proletarios en la Internacional, pero en España se distinguió entre «camaradas», que utilizaron preferentemente los comunistas, y «compañeros», que utilizaron y sigue utilizando comunistas y socialistas. Se usa dentro de las organizaciones: ya nadie se dirige otra persona con el apelativo de compañero o camarada. Pero todo esto ha cambiado desde la llegada de Podemos, donde ya no sólo se habla de camarada y compañero, sino que también se habla de compañeras.
<strong>COMPROMISO</strong>
Si en el lenguaje habitual «compromiso» es una obligación contraída por la palabra o documento dado voluntariamente, en política, una solución de compromiso es aquella que llegan dos o más partes en un acuerdo mutuo, en la que cada una se da algo para conseguir la unidad de acción con la otra. Dos países pueden llegar a una solución de compromiso en un litigio fronterizo o territorial sin plena satisfacción de las demandas de cada uno de ellos. Un gobierno puede modificar un proyecto de ley presentado ante el Parlamento para conseguir la anuencia de los diferentes grupos políticos que se oponen a uno o varios de sus términos, llegando con ellos a un compromiso. Algunos tratadistas políticos creen que el compromiso es una auténtica clave política en los países democráticos, especialmente en el sentido de que los moderados de los grupos opuestos se separan de los extremistas para conseguir con sus adversarios ciertas soluciones intermedias que puedan pasar al cuerpo legislativo, o que puedan concurrir coaliciones con fines electorales o gubernamentales, de forma que así van adquiriéndose soluciones. El riesgo del compromiso suele estar en ti, si se hace solamente por cuestiones técnicas de ocupación de poder, puede desembocar en el inmovilismo; las concesiones que cada grupo haga al contrario pueden privar a cada programa o proyecto de su parte dinámica y dejarlo solo en la parte retórica. Algunas veces se ha dicho que un compromiso es algo que cada uno afirma y proclama con la intención oculta de no cumplirlo, como los tratados con las treguas. No es fácil creer que la ruptura del compromiso, su incumplimiento o su mala interpretación estén ya presentes desde el momento en que se firma; pero si unos segundos después y, sobre todo, en el momento en que ha de ponerse en práctica.
<strong>COMUNICACIONES</strong>
Nombre alternativo para la información: «medios de comunicación». Sobre la idea de que la información constituye el poder, la posesión de los medios de comunicación en toda su complejidad –del satélite al diario, y las líneas telefónicas: las «autopistas de la comunicación»– serían la posesión del poder. Es una entelequia. En sociología se supone que el hallazgo de los originales de los significados que constituyen la cultura y el conocimiento de los canales de distribución –difusión– de esa cultura pueden suponer el hallazgo de la esencia de una sociedad determinada: los canales serían principalmente los del lenguaje, derivados hacia los medios técnicos actuales. Las relaciones sociales dependerían de la capacidad de creación de significantes y entendimientos. Cualquier mensaje sería aceptado si su difusión fuese óptima; y a través de él se podía tomar una dirección política de la cultura. Esto es: el desarrollo de la propaganda.
<strong>COMUNISMO</strong>
Nombre de un movimiento iniciado a finales del siglo XIX que ha tenido diversos estadios en el siglo XX hasta su extinción en los últimos años de este. Movimiento basado en el establecimiento de una sociedad sin clases, donde los medios de producción sean comunes, a través de una serie de etapas de transformación: definición común con el socialismo, hasta el punto de que los términos han sido sinónimo durante mucho tiempo y aún después de la ruptura se ha mantenido algunos equívocos: los países con régimen comunista se llamaron a sí mismos socialistas –Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, campo socialista, etc.–, Mientras que en los países capitalistas los partidos comunistas fueron opuestos, a veces violentamente, a los partidos socialistas. El comunismo tiene una larga historia que, en nuestra cultura, se puede arrancar de Platón o de Zenón, y de los primeros cristianos, pasando por los utopistas –Moro, Campanella–, los jesuitas de las misiones del Paraguay y los socialistas utópicos del siglo XIX. Y en otras culturas en la existencia de algunas tribus y sociedades que desconocían la propiedad privada; en su sentido de la modernidad, el comunismo como posibilidad real y no utópica, como realidad política y científica arranca de Carlos Marx, fundador de la Liga Comunista, autor del Manifiesto comunista y creador de la Primera Internacional, en la segunda mitad del siglo XIX; y en el establecimiento del régimen comunista en Rusia en 1917. Por estos dos hechos, el comunismo establecido adquirió el nombre de marxismo-leninismo, uniendo el de su fundador moderno con el de quien lo lleva a la práctica por primera vez y dirigió el primer país comunista del mundo; esta misma razón de aplicación práctica, de comunismo con territorio, que luego se extendió a otros países en Europa y Asia, convirtieron el marxismo-leninismo en el comunismo ortodoxo y definidor, quedando fuera de su seno otros movimientos con menor fortuna; Stalin fue el principal guardián de ese comunismo hasta su muerte, en 1953, y se distingue con el nombre de estalinismo un comunismo rígido y dogmático mantenido por exclusiones, depuraciones, expulsiones y condenas de los revisionistas, especialmente de los trotskistas. Extinguido Stalin, comenzó la Unión Soviética la desestalinización en el XX Congreso de su Partido Comunista, lanzó las bases para la coexistencia pacífica, y comenzó su rápida desaparición. El tipo de comunismo imperante no hay que atribuirlo sólo la personalidad de Stalin, sino a la circunstancia históricas, geográficas, económicas y sociales del país de implantación. La rusificación del comunismo se enfrentó más tarde con el triunfo en China, que debía utilizarlo como instrumento de otra coyuntura distinta, y después en Cuba, también con otras circunstancias geográficas, históricas y económicas muy diferentes. Se abre y las distintas vías de interpretación de los textos fundamentales y de las experiencias adquiridas, el comunismo práctico inició una diversificación de lo que había sido monolítico; en países de sistema capitalista, los comunistas comenzaron a adoptar posturas políticas nacionales, alejadas de los principios de revolución internacional –la Kominform, el Komintern antes, organismo de coordinación mundial, fueron oficialmente disueltos–, aunque la mayoría seguía perteneciendo al partido comunista oficial. La URSS ya no representa hoy el centro de la ortodoxia comunista, excepto cuando tiene ocasión de implantarla por la fuerza –como la invasión de Checoslovaquia en 1968, que intentaba un nuevo modelo de comunismo «en diversas»–, y sus obligaciones y necesidades de gran potencia, en el mundo del «equilibrio del terror», parecen haberla alejado del revolucionarismo mundial. La ideología general comunista sigue siendo entre sus supervivientes la implantación de una sociedad sin clases y con comunidad en la propiedad; lo que diferencia las distintas vías es una aplicación de los sistemas para llegar a ella. De una manera muy general, el movimiento comunista puede separarse en dos grandes grupos: el que afectó la coexistencia a escala internacional y la utilización de los sistemas establecidos –elecciones, coaliciones, frentes populares– en las escalas nacionales, y el que requieres la revolución y la violencia como única vía posible de acceso al poder. Las dos formas han caído simultáneamente. Esta distinción fue la que, en un tiempo, se paró principalmente los partidos socialistas, partidarios de la integración en los sistemas, y a los comunistas, revolucionarios; hoy los partidos socialistas están integrados y admitidos, pero sufre una crisis de identidad. En realidad han dejado de servir como forma de anticomunismo aceptada por la izquierda, puesto que no hay comunismo, y han perdido sus antiguas protecciones. Si el comunismo es un movimiento de necesidad frente a una explotación económica que ha pasado por diversos nombres y situaciones a lo largo de la historia, puede decirse que puede sobrevivir con otros nombres en el futuro, sobre todo si las diferencias continúan ahondándose, como podría suceder en el caso de que el capitalismo triunfante endurecerse sus premisas.
<strong>CONSERVADOR</strong>
Aquel que conserva. En política, aquel que trata de conservar ciertos valores que considera como eternos e inalterables. La suma de esos valores están el estatus social de su tiempo y de su momento. El conservador es aquel que posee, o aquel que tiene que un cambio en la administración de los bienes nacionales pueda perjudicar su situación, o la de su clase. Un conservador, en el mundo occidental habitual, es un hombre de la derecha. Pero el término encierra un equívoco considerable. Podría aplicarse, y no se aplica, en estamentos e ideologías de la izquierda: el régimen soviético se convirtió en fuertemente conservador, no sólo en las premisas políticas, sino en materia de costumbres. Un conservador será aquel que ejerce un poder que no desea que cambies, bien por deseo de simple supervivencia, bien por creerse que tiene las claves del bien común. Puede distinguirse entre aquellos que creen que es preciso que todo cambie para que todo sea igual y los que creen que nada debe cambiar: los dos serán conservadores, pero a aquél podrá calificársele de móvil, y a éste de inmovilista. El conservador de la izquierda suele calificar a los progresistas dentro de su propio bando como reformistas, revisionistas o izquierdistas, y a su vez recibe de ellos el calificativo de dogmático: todos ellos con carácter peyorativo. En la derecha hay partidos que llevan oficialmente este nombre, y entre los cuales pueden encontrarse matices que van desde la moderación hasta el reaccionarismo. El conservador se opone al liberal, al progresista. Su esencia doctrinal consiste en creer que el devenir histórico no es un camino de perfeccionamiento que hay que continuar, sino que, por el contrario, existen determinados valores eternos que son en sí perfectos, y que todo intento de reforma, de alteración o de sustitución de esos valores por otros será inevitablemente un empeoramiento: trata, por lo tanto, de conservarlos. En principio, puede decirse que todo poder es conservador por espíritu de simple supervivencia o por creerse en posesión de las claves del bien común.
<strong>CONSTITUCIÓN</strong>
Un Estado se constituye en torno a unos principios fundamentales que todos han de respetar, no solamente los ciudadanos, sino también el poder: esta Constitución, generalmente escrita (en Gran Bretaña se habla de «Constitución no escrita», por tradición y costumbre; pero hay un gran número de doctrinas escritas, desde la Carta Magna), es el origen de todas las leyes y disposiciones, que pueden ser rechazadas por anticonstitucionales y no se adaptan al espíritu y a la letra de la Constitución. Representa una defensa contra el poder arbitrario y variable y figura en todas las reivindicaciones contra el poder absoluto. La Constitución, que se supone obra de todos, y que suele ser producto de un Parlamento o unas Cortes Constituyentes, está por encima de todos. (Esto no quiere decir que sea invulnerable: se puede enmendar, o modificar, según ciertos preceptos; en Estados Unidos, las páginas dedicadas enmiendas realizadas durante los dos siglos largos de entrada en vigor de la Constitución forman un cuerpo más extenso que la Constitución en sí). Las hay flexibles (susceptible de fáciles rectificaciones enmiendas) y rígidas (principios inalterables y perdurables cuya modificación exige el consenso de todos, generalmente expresadas por un referéndum); las hay largas (que tratan de prever todos los casos posibles) y cortas (que, simplemente enunciando principios, por espíritu, para que de él surjan todas las leyes). Éstas son algunas de las clasificaciones que hacen los tratadistas. Pero también pueden distinguirse por su origen, que puede ser, como antes queda dicho, el de la voluntad de todo realizada por congresos amplios y aceptadas por referéndum, o simplemente la promulgada por el poder como concesión o como generosamente otorgada (concedida por un rey como moderación de sus poderes, es cuando se puede hablar con propiedad de Carta Magna), y también puede distinguirse una amplia gama de constituciones, desde las que restringen las libertades y opciones del ciudadano hasta las que dejan es estrecho cauce para el ejercicio del poder. Si la constitucional representa una garantía para el ciudadano, también en todas o casi todas existen cláusulas que permiten suspenderlas, por un periodo más o menos largo: esta suspensión no desliga al ciudadano de su cumplimiento, sino al poder, que realiza una «suspensión de garantías constitucionales» (y de otras que pueden figurar en textos fundamentales distintos) para hacer frente a algunas crisis. La constitución puede suspenderse en todo, hoy esa suele ser la primera medida que toma un poder adquirido por golpe de Estado, o en parte, por la de ciento artículos que suelen tratar de la limitación del plazo de detención gubernativa, libertad de viajes, de reunión, de opinión, etcétera. Pueden también ser suspendidas no en todo el ámbito de la nación, sino solamente en una región o comarcas amenazadas de disturbios. El problema esencial de una constitución consiste en cómo ha de ser interpretada y como ha de ser aplicada a situaciones nuevas y, sobre todo, quién está caracterizado para ejercer esa interpretación. Esta defensa de la constitución contra interpretaciones que pudieran ser abusiva suele ser atribuida a un poder que, en democracia, se considera independiente del ejecutivo y del legislativo, como lo es el judicial, o bien por organismos especializados que pretenden también ser de una independencia absoluta y que tengan el poder suficiente para rechazar una ley que consideran anticonstitucional. No siempre se consigue esa perfección.
<strong>CONSULTAS</strong>
Cuando un gobierno entra en crisis en un país democrático, el presidente de la República –o el rey en los países de democracia monárquica– inicia sus consultas entre los representantes de la mayoría parlamentaria para formar un nuevo gobierno. Estas consultas se extienden a todos los partidos para escuchar su consejo o recabar su asenso. Una consulta no es vinculante: es un consejo que se escucha. Los organismos consultivos, en democracia, son aquellos en los que el jefe del Estado o del gobierno puede dirigirse para recabar un consejo autorizado sobre un tema conflictivo. El sistema de consultas puede convertirse en algo muy amplio dentro de un régimen democrático. La dirección de un partido puede realizar consultas a la base –generalmente por medio de intermediarios o delegados– antes de tomar una decisión, en el caso de que no sea posible conveniente convocar una convención o un Congreso.
<strong>CONSUMO</strong>
Consumir es destruir, distinguir; es, al mismo tiempo, utilizar mercancías y servicios en satisfacción directa de las necesidades humanas. Hay mercancías, en efecto, que se destruyen en el momento de ser utilizadas. Otras, en cambio, aun siendo consideradas como de consumo, tiene un desgaste lento, una consunción que puede prolongarse más allá de la vida de quien las consume. Los alimentos, el tabaco se destruyen (o se transformar inmediatamente, si se prefiere) en el momento de su utilización; las viviendas suelen ser de vida más larga que su propietario. En cierto momento histórico, el consumo se expone como necesidad solita del género humano, como reivindicación; es preciso que se produzcan bienes de consumo y es preciso que el salario del trabajador sea suficiente para su consumo, es decir, para que satisfaga todas las necesidades humanas. Esta reivindicación aparece en el siglo XVIII –Adán Smith– y se prolonga después. En las sociedades occidentales –y, de modo aún más inverosímil, en el tercer mundo– el consumo ha ido pasando de ser una necesidad a ser una tiranía; cuando se habla, hoy, de sociedad de consumo se hace en ese sentido peyorativo de las organizaciones que fuerzan al individuo a consumir más allá de sus necesidades y, para mantenerse en la definición, se crea necesidades de consumo por medios artificiales. La cuestión tiene un aspecto económico y social de explotación, y un aspecto psicológico de torsión de las necesidades. Es de suponer que un individuo con sus necesidades reales cubiertas suficientemente tendería limitar a ellas su trabajo, con la consiguiente dificultad de explotarle más; al mismo tiempo quedarían limitadas las ventas de mercancías en el mercado, y con esa limitación los beneficios de la industria y el comercio; la incitación al consumo tiende a evitar este estado de cosas, y una de sus armas principales es la publicidad; otra la conversión de mercancías establecen perecederas, privándolas de su verdadero cometido y naturaleza. La publicidad cierran círculo mágico: muy cara actualmente, su precio graba los artículos que anuncia en un porcentaje elevado, de modo que el ciudadano es quien paga, al comparar, la creación del mismo estímulo que le obliga a comprar. La conversión en perecederas de mercancías duraderas –por la incitación de la novedad, por el terror que causa la pérdida del estatus social sino consume la mercancía que los otros han adquirido recientemente, por el cambio de formas, por la simple aplicación semántica de supuestas mejoras o adelantos, por la falsa atracción del reposo que puede suponer la simple presión de un botón en lugar de un gesto más prolongado– produce la torsión psicológica de lo inalcanzable: los objetivos finales antiguos –una casa sólida, unos muebles «para toda la vida», unos tejidos inatacables por el uso– ya no existen, y los objetivos actuales parecen ser los de poder cumplir la sustitución continua. Para poder conseguir estas importantes sesiones por parte del individuo se ha llegado a la sublimación de los objetos de consumo hasta convertirlos en objetos de sustitución, generalmente sexual, por una perversión de los reflejos condicionados y del psicoanálisis: la utilización de imágenes eróticas en la publicidad de artículos completamente alejados del erotismo, o las de imagen de salud en otros que indudablemente son contrarios a la salud –los anuncios de tabaco y bebidas alcohólicas utilizados en la imagen por aletas, deportistas, a cuyos pies se suelen tender una hermosa mujer semidesnuda–, practican ese sutil ilusionismo. En algunas sociedades de represión sexual y de intolerancia, el consumo de sustitución es considerable, pero en otras de mayor evolución del mercado, en las que parecía haberse llegado a una sustitución del consumo, se ha descubierto que la tolerancia y la libertad sexual son incitantes para el consumo: un individuo limitado en sus libertades y gasta menos que otro que cree usar de la libertad y a quien la sociedad le permite todo. Sin embargo, en el final del siglo aparecen algunos cambios o modificaciones posibles sobre estas bases. El consumo se relaciona con la libertad de una manera invisible; se dice que las grandes modificaciones de costumbres al final del régimen español fueron incitadas por el consumo: no se «goza» de la libertad de consumo si no se goza de otras. Es indiscutible la enorme atracción que el consumo de Occidente, transportado por las televisiones, realizó sobre las poblaciones de los países comunistas y, aunque pueda parecer frívola esta alegación, no hay que olvidar que en la «guerra de clases por otros medios», los países comunistas no pudieron cubrir las necesidades en productos de consumo de sus ciudadanos; y ese mismo efecto se produjo más tarde en Cuba.
<strong>CONTESTACIÓN</strong>
Del francés contestation, ilustrado y difundido durante las jornadas revolucionarias de mayo de 1968. La contestación no supone una actitud negativa, un rechazo de instituciones o ideas existentes y normativas de la sociedad, sino su revolución continua para desechar de ellas todo lo que es arcaico, inútil, atávico o residual, y utilizar en cambio todo lo que aún pueda tener vigencia y eficacia. En ese sentido se aproxima notablemente el aggiornamento que intentó la Iglesia de Juan XXIII, aunque con la diferencia de que este es un movimiento de revisión desde arriba –desde la autoridad, desde la jerarquía y, por lo tanto, mucho más conservador– mientras la contestación política se ejerce desde abajo y no reconoce ningún dogma, ninguna verdad absoluta. La revisión contestataria se pretende sin prejuicios. No es necesariamente violenta. Si en las jornadas de mayo tuvo una «violencia no violenta» –ocupación de locales, constitución de asambleas deliberantes, anulación de estatutos y reglamentos, destrucción de archivos–, puede manifestarse también por actitudes pasivas, como la de los beatniks o los hippies de los Estados Unidos, que muestran con signos externos –indumentarios–, con negativa a colaboración al esfuerzo social, o con el establecimiento de costumbres y modo de vida propios en el interior de su grupo del rechazo de la sociedad existente. Su punto utópico se centra en la idea de contestación global para recomendar la vida de la sociedad desde un punto cero, llegando así más lejos aún que las revoluciones, que sólo pretenden apoderarse del poder para utilizar los mecanismos sociales existentes y cambiar el sentido de la sociedad. Aunque la palabra no se utilice en España, o se haga muy poco, hay movimientos seriamente contestatarios, como los de los objetores y los insumisos.
CONTINGENCIA
Del liderazgo: teoría de Edward Fiedler en 1963. Un líder está motivado por una de estas dos tendencias: el cumplimiento de una labor o la realización de proyectos de los miembros del grupo al que pertenece. Su eficacia es contingente, o relativa, a su personalidad y a las circunstancias en que se desarrolla.
<strong>CONTRADICCIÓN</strong>
Una cierta velocidad multiplicada al cuadrado domina la tecnología, la historia y los cambios sociales; la clase política no puede seguirla fácilmente y los partidos han de caer en contradicciones para seguir al mismo tiempo a los centros de poder externos –hegemonías, imperio, alianzas, grupos de varios países como la Comunidad Europea–, a sus gobernantes y a sus votantes, de forma que caen muchas veces en contradicción con sus propósitos declarados o programas y, sobre todo, con lo que fueron leyes de los antiguos partidos. Este movimiento ha hecho desaparecer los dogmas, incluso de las religiones, y hasta de las ciencias, y cada verdad está sujeta a revisión. La ciudadanía acoge la falta de estabilidad con alguna incertidumbre, la lleva al desencanto y finalmente la acepta para su propia vida: el no saber a qué atenerse y la generación de contradicciones en el comportamiento dejan algunos en situación de perplejidad, y la mayoría se traduce en una facilidad para el abandono de normas, éticas y morales, para la obtención de beneficios. La contradicción es, sin embargo, una nueva forma de libertad a la que se tiene algún miedo, pero que cabe terminar siendo un factor determinante del progreso.
<strong>CONTRARREVOLUCIÓN</strong>
La contrarrevolución da por supuesta la existencia permanente de una amenaza revolucionaria, y también cree que los medios habituales de gobierno y policía no son capaces de frenarla; se arma, se adiestra y se organiza a sí misma no sólo para reprimirla cuando estalle, sino para prevenirla antes, por medios de acción directa contra personas y locales a los que atribuyen condición revolucionaria. Los grupos contrarrevolucionarios son muchas veces paraestatales, pueden estar dirigidos por agentes de los servicios especiales o simplemente gozar de protección, y de esta forma llegan a realizar actos que legalmente no podrían justificar, por ejemplo, el Ku Klux Klan contra los negros de los estados del Sur de los Estados Unidos; las Manos blancas de algunos países hispanoamericanos; la Escuadra de la Muerte en el Brasil, y otros en Latinoamérica. Cuando realmente estalló una revolución, la contrarrevolución puede formar grupos represivos propios que actúan y reprimen por su cuenta, según sus «listas negras» y las denuncias del momento, al margen de las fuerzas encargadas de la represión por el Estado amenazado. La contrarrevolución suele considerar como elementos revolucionarios no sólo a los que realmente lo son, sino a los «blandos» de su propio bando que entienden que la negociación es mejor que la represión, a los progresistas, a los aperturistas, y en general a todos los que expresan o practican ideas amplias. No hay que confundir la contrarrevolución con los preparativos y adiestramientos de los ejércitos modernos y las Fuerzas Armadas en la guerra antisubversiva, o en la táctica de contraguerrilla; éstas, en principio, sólo actúan cuando la revolución se presenta, para reprimirla, mientras que la contrarrevolución se caracteriza por su actuación previa al estado revolucionario, incluso en países o circunstancia donde no existe tal amenaza real. Fácilmente puede identificarse la contrarrevolución con el fascismo.
<strong>CONTRATO SOCIAL</strong>
El gobernado debe obedecer al gobierno y a la ley mediante un contrato pacto, por el cual aquéllos tienen el deber de proveer a la óptima situación de la sociedad. Puede entenderse, en términos contemporáneos, que el contrato es la Constitución y sus interpretaciones por medio de otras leyes fundamentales.
<strong>CONVENCIÓN</strong>
En derecho romano, consenso, acuerdo de voluntades. En la historia de la democracia, convención nacional; en la Revolución francesa, para revisar la Constitución (término tomado de los Insurgentes de América). En la terminología actual de los partidos políticos, una convención se reúne para tomar acuerdos determinados vinculante para todos: las convenciones de los dos grandes partidos de Estados Unidos se reúnen una vez cada cuatro años para designar su candidato a la presidencia. En política internacional, una convención es un acuerdo entre varios Estados. La raigambre democrática de la palabra está en su significado de aunar voluntades y de concluir acuerdos colectivos. En algunos países, convención colectiva es un término similar, dentro del mundo laboral, es que en España es convenio colectivo (de la misma raíz etimológica). Generalmente se utiliza fuera de la política: hay convenciones profesionales, o de los miembros de la industria diseminada, de una multinacional, etcétera.
<strong>COOPTACIÓN</strong>
Fórmula peculiar de acceso al poder que el tratadista español Carro Martínez define como uno de los sistemas de la autocracia. Consiste en que el gobernante en el poder nombra por sí mismo a su sucesor sin tener en cuenta el derecho hereditario o la voluntad de los gobernados: el nombramiento del príncipe Juan Carlos por Franco es una cooptación, en el caso de que se entienda que la aprobación por sus Cortes no tenía valor de representatividad, con el referéndum de la dictadura, aunque más tarde el referéndum democrático sobre la Constitución y a legalizarse. La cooptación se ejerció regularmente en Roma durante el imperio de los Antóninos, y en la época contemporánea se considera como ejemplo de cooptación del paso del trono de Inglaterra de Jorge V a su segundo hijo, que reinó con el nombre de Jorge VI, descubriendo así la línea hereditaria que debía continuar en el entonces Príncipe de Gales –a su hermano mayor Eduardo VIII, que abdicó al mismo año que subió al trono, 1936–, título que indica la herencia a la corona, luego duque de Windsor, utilizando para ello la circunstancia de su matrimonio morganático con la señora Simpson. El nombramiento de cooptación es el que hacen en la actualidad diversos organismos o instituciones para elegir su presidencia o sus cargos dentro de los mismos miembros que han de votarlo.
<strong>CORPORATIVISMO</strong>
Otro nombre del fascismo. Las organizaciones corporativas de obreros, profesionales y empresarios están, en ese sistema, unidas al Estado y son inspiradas y dirigidas por él, en lugar de estar fundamentadas en intereses de clase: su objetivo es acabar con la lucha de clases, que suele ser sustituida por la «lucha de capacidades». La institución del corporativismo en la Alemania de Hitler acabó con el Parlamento y con los partidos políticos; en la Italia de Mussolini, donde el corporativismo llegó a alcanzar su máximo sentido político, la Cámara de Diputados fue sustituida por la Cámara Corporativa, dependiente del Gran Consejo Fascista. Durante la ocupación de Francia, en la zona de Vichy dirigida por Pétain, la «Carta de Trabajo» supuso una forma de constitución corporativa; Portugal se denominaba a sí misma «República Unitaria y Corporativa». En España, donde el corporativismo se usó numerosas veces en textos fundamentales, se basaba en la trilogía de: «familia, municipio y sindicato» para llegar a la unidad del estado por células a las que se llamaban «naturales»; más tarde se prefirió la expresión de «democracia orgánica», basada en lo mismo principio imaginario de la naturaleza, para desagradar menos a los nuevos amigos de Occidente y para poder utilizar la palabra simpática de democracia sin necesidad de caer en ella. Sin embargo, no necesariamente el corporativismo debe ligarse otros excesos del fascismo; la doctrina nace de grupos socialistas y sindicalistas y puede decirse que precisamente su adopción básica por nazis y fascistas, en Italia y Alemania, le ha dado su mayor sentido peyorativo, sin que en realidad pueda saberse cuáles serían sus posibilidades organizado libremente y de forma que la sociedad pudiera estar auténticamente representada por corporaciones libres, creadoras a su vez del Estado, y no a la inversa.
<strong>CORRUPCIÓN</strong>
en el mundo ilimitado del idealismo se supone que hay una pureza y hasta una sublimidad en el servidor público. Es posible comprobar esa pureza en algunos individuos, muchas veces por miedo y alguna por un sentimiento de respeto a su labor y hasta a las otras personas. La máxima «Todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente» es tan cínica como cierta. La misma intención de conseguir el poder entrañaría un principio de corrupción: tener poder sobre los demás es quitarle algo que es suyo. En todo caso, hay una diferencia grande entre esa idea del del poder y los delitos que se pueden cometer desde el con posibilidades de impunidad. Numerosos mecanismos, como la independencia de la justicia, la de la prensa, la creación de tribunales especializados, el control parlamentario, los tribunales de garantías y de cuentas, los defensores del pueblo, etc., van superponiéndose unos sobre otros sin que cese la corrupción. No hay que eliminar de esta corrupción al gobernado, y parece comprobarse que en los países de mayor corrupción gobernante hay mayor corrupción del ciudadano. Ciertas formas de esa corrupción, como el contrabando o la evasión de impuestos, llegan a tener un prestigio social o, por lo menos, una comprensión; la ira mayor contra el que los comete procede del que no puede cometerlos.

<strong>CORTES</strong>
Vieja y noble institución española, de aproximadamente el siglo XI: reunión de los distintos estamentos para legislar. Albores de la democracia española y de los nobles que podían decir al rey: «Nos, que cada uno de nosotros es tanto como Vos, y que unidos somos más que Vos». Sin embargo, bajo el nombre de Cortes se ha albergado muy distinta manera de llevar adelante la representación popular. En 1942 las resucitó el régimen franquista para convertirlas en una cámara corporativa, luego de democracia orgánica, que en realidad se limitó a subrayar y aclamar las decisiones del poder absoluto. La forma de elegir o de designar corrompía todo su valor. Sobrevivieron al régimen: sus «procuradores» adoptaron después diversas posturas, inventaron la palabra «familias» para evitar la de partidos y, sin embargo, fingir una pluralidad, para adecuarse a los nuevos tiempos, hasta que llegó la disolución traída por las primeras agresiones. El nombre de Cortes continúa aplicándose, tras la «reforma», a la reunión de las dos cámaras.
<strong>COYUNTURA</strong>
Término esencialmente económico pasado la política. Se entiende por coyuntura la concurrencia de una serie de causas concomitantes quedan la oportunidad para determinada acción (aunque también puede tener un valor negativo: «La coyuntura no permite…»). La coyuntura es una idea adversa a la de línea política, puesto que está de modificarse según la coyuntura. Es un término mítico y engañoso: teniendo una apariencia científica y objetiva, la coyuntura se define en realidad por el análisis subjetivo de los datos, su equilibrio y sus consecuencias, que pueden estar sujeto a los más graves errores. Muchos dirigentes políticos utilizan la coyuntura para producir en su propio grupo con sus seguidores considerables distorsiones de la línea política. El coyunturalismo ha sido denunciado como sinónimo del oportunismo para indicar la falta de fundamentos de determinada política, partido o institución que gobierna según las circunstancias y no según sus ideas o doctrinas. La tendencia hoy es ejercer una actitud coyuntural, tanto en la política como en la vida.
<strong>CRÍMENES DE GUERRA</strong>
Toda guerra es un crimen compuesto por una sucesión de crímenes, en la cual la mayor parte de los criminales son inocentes porque son forzados o porque sienten arrebatos pasionales, como el patriotismo que los podrían eximir. La noción de crimen de guerra procede del tribunal de Nuremberg –con genocidio, crímenes contra la humanidad, etc.– Para juzgar a los nazis que originaron y mantuvieron y perdieron la Segunda Guerra Mundial. Es evidente que la existencia de campos de concentración dedicados al exterminio de millones de personas por no pertenecer a la raza aria, considerada como superior, es un crimen con muy pocos precedentes y, en la abundancia en la que se cometió, sin ninguno. Desde un punto de vista moral, los bombardeos de fósforo de los aliados sobre Hamburgo, los que destruyeron la ciudad de Dresde o las bombas atómicas sobre dos ciudades de Japón por razones políticas tienen la misma calidad que los juzgados en Nuremberg y en otros tribunales paralelos. La idea de guerra justa sostenida por muchas religiones –la musulmana, la católica– es una incitación al crimen.
<strong>CRIPTOCOMUNISTA</strong>
Nombre abusivo dado a grupos o personas de izquierda para asimilarlos al comunismo en épocas de persecución de éste. Puede decirse que el criptocomunista no existió la realidad. Puede existir el comunista clandestino, pero no hay que suponer que haya de adoptar la cobertura de la izquierda, sino que puede incluso presentarse como un hombre de derechas en su vida pública, y esa es una cuestión de su forma de lucha política y de la persecución externa. En cambio, puede existir el llamado «compañero de viaje», que hace su camino político junto a los militantes comunistas, pero sin compartir su ideología. Puede recordarse la frase de un famoso católico español, José Bergamín: «Iré con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más allá». El compañero de viaje no es críptico, sino que expresa su paralelismo. La palabra no puede tener ya más valor que el histórico, o el que puede obtener un denunciante al aplicársela a alguien que parece incorporado a la vida democrática.
<strong>CRIPTOPOLÍTICA</strong>
Ciertas agrupaciones, asociaciones o partidos son frecuentemente acusados de ejercer su acción política secretamente: comunistas, masones, jesuitas han sido las víctimas más visibles de esta acusación, así como organizaciones estatales del carácter de la CIA o el FBI. La acusación de criptopolítica se refiere más concretamente a los supuestos miembros de las agrupaciones acusadas que aparecen en público con una afiliación distinta de la que tienen, para ejercer una especie de traición. Numerosas injusticias y persecuciones contra ciudadanos marginales se han podido realizar en ciertas épocas acusándolos de criptolíticos, simplemente por una manifestación de disconformidad. Es recomendable desconfiar siempre que se escucha una acusación de este tipo. Indudablemente, existen organizaciones o asociaciones secretas, de derechas o de izquierdas, pero su política no es tan crítica ni sus afiliados tan discretos como para que no sean conocidos. Aparte de los numerosos países –una mayoría, dentro de la organización de Naciones Unidas– donde la política gubernamental es fuertemente represiva y el derecho a la ficción es moral.
<strong>CRISIS</strong>
Etimológicamente, situación de cambio radical que puede conducir indeterminada mente a una mejoría o a un empeoramiento («La enfermedad ha hecho crisis»); en el sentido político, empleada desde el punto de vista del poder, que es naturalmente conservador y al que todo cambio molesta, la crisis es un estado grave de desajuste, de imposibilidad de continuar en la misma situación. La crisis económica indica una ruptura del equilibrio entre la producción (excesiva) y la venta (mala); la crisis financiera expresa una disparidad entre el valor real y el valor oficial de la moneda, o cualquier otra situación de malestar dinerario. En su sentido habitual político, crisis se refiere a la caída de un gobierno, o de varios ministros, que puede producirse por diversas causas, según la naturaleza del régimen en que suceda: una ruptura de coalición, una o varias divisiones, una moción de censura en el Parlamento. En estos casos, el gobierno saliente se encarga de la expedición de los asuntos corrientes mientras el jefe del Estado consulta con los políticos de la mayoría, o capaces de formar una coalición, hasta que encarga a uno de ellos la formación del nuevo gobierno; en caso de imposibilidad o de no aceptación por el Parlamento, se puede llegar a la disolución de éste y la convocatoria de elecciones generales, de la que se desprenda una nueva mayoría capaz de gobernar. En los regímenes no representativos, o en los que quieren mantener un aspecto de tersura dentro de la democracia, se evita cuidadosamente la palabra crisis; se procede a un «relevo», total o parcial, del gobierno, o a un «cambio»; los ministros son nombrados directamente por la jefatura del Estado y su gestión no está sometido al control de las Cámaras ni tiene por qué representar una mayoría. En los últimos años del siglo se habla de «crisis generalizada», que abarca distintos sectores al mismo tiempo, incluyendo los llamados morales: lo que pueda tener de cierto esa frase se debe, en primer lugar, a las formas disimuladas de estatalismo o de totalitarismo democrático, donde el Estado está presente en todo. Se habla también de crisis de grandes regiones: la «crisis del comunismo» que precedió a su caída, la de Occidente; se ha hablado de «crisis mundial» para citar la Bolsa de Estados Unidos («crack») en 1929, a la que se ha atribuido la contracción política, a llegar a Europa, que condujo a los fascismos.
<strong>CRISTIANISMO POLÍTICO</strong>
Término más bien misterioso que se emplea como calificativo de otro, que puede ir desde la extrema derecha a la extrema izquierda, desde el integrismo al progresismo, y que en cada caso supone una interpretación propia de las doctrinas cristianas como inherentes a la ideología política que se trata de servir. Tradicionalmente, el cristianismo político ha estado adscrito a los partidos de la derecha, por la inclinación hacia el laicismo e incluso el ateísmo de los partidos de izquierda (o bien esta inclinación ha estado determinada por el servicio la derecha del cristianismo político), aunque desde los años posteriores a la segunda guerra mundial hay una tendencia muy clara de sectores de la religión cristiana a inclinarse hacia la izquierda, incluso a ayudarla con las armas en la mano, como en el caso de los «curas guerrilleros» en Latinoamérica, y de declaraciones militantes como la del arzobispo brasileño Helder Cámara. No sólo en la acción, sino también en la doctrina, esta inclinación existe: periódicamente se celebraron reuniones de cristianos y marxistas para buscar puntos de unión en el terreno del pensamiento. A partir del papado de Juan XXIII, los movimientos católicos en ese sentido se hicieron más numerosos y más fuertes, pero cesaron de raíz desde la llegada al papado del polaco Karol Wojtyla, Juan Pablo II, fuertemente conservador, que ha tratado de retener, sobre todo, la «teología de la liberación» que ha intentado desarrollarse en los países católicos del tercer mundo (Latinoamérica) y ha sido perseguida tanto por el Vaticano como por los poderes terrenales, a veces con el asesinato directo (el arzobispo Romero). El cristianismo político se ha manifestado también en los sindicatos. Los sacerdotes obreros que se desarrollaron en Europa, sobre todo en Francia, trataban de evangelizar el mundo del trabajo: fueron reprimidos por la Iglesia porque, en muchos casos, se unían a los movimientos que ésta consideraba como subversivos. En la Europa de la posguerra ha tenido gran importancia el movimiento demócrata cristiano, que fue mayoritario durante muchos años en varios países; el apoyo esencial a este movimiento por los poderes internacionales en su capacidad de contención del comunismo y, al mismo tiempo, del nazismo por lo que fue Occidente se centraba, sobre todo, en su capacidad de contención del comunismo y, al mismo tiempo, del nazismo, por lo que fue autoconsiderado como de centro, aunque sus soluciones siempre fueron más inclinadas a la derecha y el capitalismo, como pasa en Francia con el MRP de George Bidault y en Alemania con la CDU de Konrad Adenauer.
<strong>CULTO A LA PERSONALIDAD</strong>
Se empleó esta expresión desde el anticomunismo para referirse a Stalin y su tiempo, y era cierta; pero en realidad aparece constantemente en la historia y en la geografía como una parte de mística del jefe, del Soberón o el autócrata al que se concede un carisma especial. Los psicólogos del comportamiento lo hacen derivar de instintos ancestrales y se refieren a los rebaños y otros grupos de animales sociales, a la tribu y la horda; sin embargo, los mismos practicantes de este culto a la personalidad rechazan esta idea que tiende a generalizar su actitud, cuando ellos creen que está debidamente justificada sólo en el traslado personal del jefe al que adoran, y al que suponen por encima del simple puesto de jefe como dotado de poderes extraordinarios. Es un error creer que el culto a la personalidad sólo aparecen países de regímenes absolutistas; en las más extensas democracias de participación, los gobernantes electos son cultivados en los medios de expresión, repetida sus frases de ingenio, fotografiada su familia, sus animales domésticos, sus rasgos característicos (el piano de Truman, la capa española de Rooselvelt, el puro de Churchill) para suscitar simpatía. Sin embargo, puede distinguirse que en los regímenes autoritarios del carisma del jefe y sus dotes de de excepcionalidad se exageran hasta lo ridículo, hasta lo cómico que quien observa desde fuera, mientras que el culto a la personalidad en las democracias se hace acentuando los rasgos humanos y cotidianos, lo «simpático», como si quisiera decirse «sin embargo, es como nosotros», y en esa misma fórmula se indica ya que no lo es. Hay una tendencia actual, aún incipiente, de prescindir del culto a la personalidad y dirigirse hacia una «dirección gris»; los últimos grandes ejemplos del culto se ejercen con personas supervivientes de épocas heroicas, como Mao Zedong en China y, hasta hace poco tiempo, De Gaulle en Francia. Ciertos atentados incruentos y sin ánimo de herir, como las frutas prohibidas al primer ministro británico, Heath; los tomates y los juegos arrojados contra el emperador del Japón, Hiro Hito, en algunas etapas de su viaje a Europa, o la bofetada propinada a Willy Brandt por una joven alemana, son en realidad atentados contra el culto a la personalidad; no tratan de eliminar físicamente al jefe sino mostrar que es vulnerable a las más míseras formas de agresión. El culto a la personalidad suele extenderse abundantemente en la vida diaria: no sólo actores o personajes de la vida pública, sino maestros de escuela, capataces o barmans pueden ejercerlo. Hay revistas especializada en publicar rasgos de la vida privada de personas célebres de toda índole que practican y tienden a hacer practicar la forma del culto a la personalidad. La tendencia a elevar «hombres fundamentales» es practicada en la empresa como en el Estado, y ellos mismos hacen lo posible por comentarla. Parte del culto a la personalidad termina siendo la propaganda del carácter de «imprescindible» de alguna persona, sin la cual el partido o la organización no prevalecerían. En la realidad, las dictaduras suelen durar el tiempo que dura el dictador: Stalin, Mao o Franco. No deja de ser interesante la observación de que parece haber un acuerdo de dejación de derechos limitada a ese ser privilegiados, y a nadie más.
<strong>CULTURA</strong>
En el sentido político, reivindicación popular permanente. Se acusa a las clases poderosas de conservar para sí mismos la cultura innovadora el pueblo más que aquella que es imprescindible para su mayor rendimiento laboral. Los ateneos libertarios, los ateneos populares, las casas del pueblo fueron creaciones de la izquierda en España para su propia cultura: de ellas dependían escuelas infantiles y para adultos, que realizaba ediciones de libros para el pueblo a precios asequibles. Si la cultura no está discriminado oficialmente, su precio elevado es discriminatorio en sí. Los actuales ministerios de Cultura son resultado de una metamorfosis de los que fueron de Prensa y Propaganda y luego de Información; al democratizarse algunos poderes, han preferido este término, que significa la capacidad por el estado de otorgar –conceder, entregar– cultural pueblo, y aun de producirla mediante subvenciones o estímulos a los profesionales: la capacidad de elección de esos profesionales es suya. La cultura ministerial, unida a algunos otros departamentos como puede ser el de Comunicaciones, o aquel del que dependa la televisión y los satélites, administrar medios por los cuales se transmite la cultura, y generalmente los eleva de precio para el usuario, de modo que solamente con su contribución se pueden utilizar. Es un sistema enteramente repudiable.
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Eduardo Haro Tecglen
Portada del libro de Eduardo Haro Tecglen«Éste es un diccionario de uso para el entendimiento y la divulgación de la terminología política; poco apoyado en autoridades inscritas, extraído de la costumbre de escribir de estos asuntos durante más de medio siglo de interrogarme a mí mismo sobre el verdadero significado de lo que se está usando. Y unos puntos de vista que muchas veces son estrictamente personales, y deseo que se note que no son más que eso: una opinión al paso de un discurso general. El ánimo de hacerlo, la lucha contra la entropía que también padece el ser humano (mar, aún, que nadie: el envejecimiento es la mayor entropía y el mayor consumo de algo vivo que se conoce) está, además de en el estímulo de la editorial, en el hecho de que el primer Diccionario que escribí conoció muchas ediciones y fue frecuentemente citado, pero que ya está afuera de circulación. Y, en fin, que se trata de mi trabajo, y tengo que seguir trabajando hasta el final.»

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