Cuentista brillante, pensador agudo e irónico, hombre retraído de las fiestas literarias, Marco DeneviMarcos Héctor DeneviWikipedia, fallecido a los 76 años, se abrió paso en las letras argentinas hasta ocupar un lugar relevante por la originalidad y la madurez de sus obras, y no por la publicidad personal, a la que era particularmente reacio.
Indiferente a sus súplicas, él la poseyó. En medio del feroz combate amoroso Pasifae gemía con voz débil : «Sigue, sigue, asesino, no te detengas, que total ya estoy muerta».
<span class="su-quote-cite">MARTIRIO DE PASIFAE</span>«Tener relaciones sexuales con una prostituta cuesta dinero y puede costarte la salud. Tenerlas con una virgen te hace correr el riesgo de que los padres te obliguen a casarte. Amar a tu propia mujer es aburrido. A la ajena, peligroso. A un hombre, repugnante. Yo me libro de todos esos inconvenientes gracias a mi mano derecha».
Y añadió: «Te aclaro, por las dudas, que mi mano derecha no practica el adulterio».
Ulises bromeó: «¿Y tu mano izquierda?».
Polifemo bajó la voz: «No lo repitas, pero soy bígamo».
Las carcajadas del risueño Ulises interrumpieron la siesta de los dioses.
<span class="su-quote-cite">LA HISTORIA VIENE DE LEJOS</span>«Francamente, no sé qué le ves de lindo a ese chiquilín estúpido y arrogante. Yo no lo soporto».
<span class="su-quote-cite">EL ADULTERIO DELATADO</span>Ahí mismo estranguló al intruso y luego arrojó el cadáver al mar. Noches después, estando Barión deleitándose con Casiomea, se le apareció en la alcoba Cástor, pálido como lo que era, un muerto, y lo conminó a ir al templo de Plutón en Trézene y sacrificarle dos machos cabríos para expiar su crimen. Barión, aterrado y no menos pálido, obedeció.
Mientras tanto el fantasma de Cástor reanudaba sus amores con Casiomea, quien no se atrevió a negarle nada a un ser venido del otro mundo. Varias veces Barión debió ceder su lecho al cuerpo astral de Cástor sin una protesta, porque el joven lo amenazaba, si se resistía, con llevarlo con él a la tenebrosa región del Infierno.
El mitólogo Patulio agrega que Cástor tenía un hermano gemelo, de nombre Pólux, pero de este Pólux nada dice.
<span class="su-quote-cite">NECROFILIA</span>Para disimular su desfallecimiento de verga, Heros usaba un falo artificial que le había construido la maga Calipigia a cambio de una gruesa suma de dinero. Como la alcoba matrimonial, por orden del anciano, permanecía siempre a oscuras, Psique jamás se enteró del ardid. Parecía satisfecha y redoblaba con su esposo los transportes de la pasión. Cuando quedó embarazada, Heros debió tragarse la ira, pero no podía ocultar un semblante sombrío cada vez que lo felicitaban por su tardía paternidad.
La maga Calipigia lo llevó a un aparte y le dijo: «¿Por qué pone esa cara? ¿Quiere que la gente murmure? Vamos, quítese de la cabeza la idea de que Psique lo ha engañado con otro hombre. Lo que ocurre es que el falo que le vendí posee, entre otras virtudes, la facultad de la procreación. No se lo dije antes de estar segura de que Psique era fértil. Ahora que lo sé se lo digo. Entre nosotros ¿no merezco alguna recompensa adicional?».
Y lo miró con expresión severa.
Heros recobró o hizo como que recobraba el buen ánimo y volvió a entregarle a Calipigia una considerable suma de dinero. Tan mágico era aquel falo que Psique tuvo siete hijos: dos morenos, dos rubios y tres pelirrojos.
<span class="su-quote-cite">EL FALO MÁGICO</span>—¿De veras? —palmoteó Deófilis, una joven bellísima recién admitida de la mano (es un decir, de la mano) del dios en la ciencia amatoria—. Entonces te pido que jamás se apague en mis venas el fuego que tú encendiste.
—Está bien. Concedido.
—¿Puedo pedirte una cosa más?
—¿Qué cosa?
—Vivir tantos años como granos de arena caben en mi puño.
—De acuerdo. Pero no te hagas ilusiones conmigo: pasado un tiempo, tendrás que buscar otros amantes.
—Comprendo. Por suerte, no faltan hombres. Y ahora, un último favor.
Apolo se encolerizó:
—Todas las mujeres son iguales. Cuanto más generoso se es con ellas, más pedigüeñas se ponen. Basta, se acabó. Adiós.
Y se fue volando por los aires.
Se presume que la tercera gracia que Deófilis quería pedirle era la de mantenerse siempre joven.
Setecientos años después Eneas se topó con esta vieja inmunda, que vagaba por los caminos de Italia mendigando el amor de los hombres. Como todos la rechazaban, asqueados, el horrible esqueleto vomitaba injurias atroces, y enseguida vertía lágrimas de un fuego inextinguible.
Varias veces se intentó matarla. Pero aquel espantajo sobrevivía a las lapidaciones, a las horcas, a las hogueras, a los puñales, a los venenos, a la crucifixión, a las dentelladas de los lobos, a las temperaturas hiperbóreas, sobrevivió a un ahogo de tres días bajo el mar.
Como se ignora cuántos granos de arena caben en el puño de una muchacha, tampoco se sabe cuántos años vivió Deófilis.
Un rumor que corría por las tabernas y por los lupanares de Roma sostiene que Eneas, el más misericordioso de los héroes troyanos, se compadeció de ella y satisfizo, por una sola vez, sus apetitos.
De esa unión habrían nacido las moscas.
<span class="su-quote-cite">ALEGORÍA DEL AMOR SENIL</span>Tanta dignidad conmueve a Júpiter, le hace sentir remordimientos, la impresión de ser un miserable. Sus aventuras ya no le proporcionan ningún placer. Terminará quedándose todas las noches en casa, necesitado, también él, de un poco de decoro.
<span class="su-quote-cite">LA DIGNIDAD DE LA MUJER ES CONTAGIOSA</span>En vuelo, pájaro que oculta la luz del sol.
Mástil de los navíos, faro de los navegantes,
columna de los templos, bastón del cielo.
En tu presencia los sabios doblan la rodilla,
los reyes resignan sus coronas y los guerreros sus armas.
Si custodiaras un tesoro ningún ladrón lo robaría.
Si fueses una montaña nadie alcanzaría tu rosada cúspide.
Pero tú, oh piadosa, haces llover sobre los secanos
y desatas el estío para que maduren las mieses.
Nosotras te guardamos como el avaro guarda su oro,
como la leona de los desiertos cuida su cría.
(Fragmento del himno que las sacerdotisas del dios Príapo entonaban en loor de la divina méntula)<span class="su-quote-cite">PANEGÍRICO</span>
—Desengáñate. No me gustas.
—Si es por eso, tampoco tú a mí.
—Y entonces ¿para qué diablos quieres que te haga el amor?
—Para poder darme las ínfulas que se dan tus amantes.
<span class="su-quote-cite">CUESTIÓN DE PRESTIGIO</span>