Hacerse mayor es borrar parte de ti y sacar el desconocido que se aloja en tu interior. La degeneración es irreversible, solo has de acostumbrarte y sacarle provecho. Conozco algunas personas que te dicen «ay, si yo te contara», y si realmente lo hicieran, te volarías la tapa de los sesos al descubrir que desperdicio de vida. Antes se hacían cosas que ahora son impensables; hay que tener en cuenta que en el siglo XX, estamos en el XXI, para los despistados, la humanidad ha evolucionado más que en todo el resto de su historia. Hace tan solo 40 años, lo que os cuento era lo normal, lo cotidiano, la cadena de hechos constatablesComprobar un hecho, establecer su veracidad o dar constancia de él. que todos ejecutábamos de forma automática.




Cuando regresamos a clase, ya no estaba el cuadro con la foto de ese señor bajito. Ahora había la foto de dos personas, los futuros reyes de España, Juan Carlos I Juan Carlos I de EspañaWikipediay doña Sofía de Grecia. De nuevo, si mi madre hubiera visto al cachondo este de Juan CarlosSofía de Grecia
Wikipedia, y el descrédito que ha dejado en la corte, le da otro pasmo. Es que los Borbones son la hostia, peores que Atila. Lo primero que se me paso por la cabeza es que si por uno nos habían dado tres días, por dos nos tocaba una semanita completa; imaginaos lo que deseábamos todos, que les diera un buen corte de digestión.
Años después cuando estudie en el Colegio San José de Campillos en Málaga ocurrieron anécdotas extrañas. Una, cada 20 de noviembre se celebraba el aniversario que tocará en ese momento de la muerte del generalísimo. Era un colegio pudiente y caro y la gente era un poquito facha, aunque había tendencias de todos los colores. Había gente que tenía el disfraz de flecha de las JONS, no tengo ni idea de donde lo sacaron, está claro que del padre, el abuelo, un tío o vete a saber de donde demonios. Y en una clase de nuestro profesor de Literatura, que era de «Fachadolid», los de Cádiz llegamos tarde por culpa del Carnaval y el hijo de la gran puta no nos dejo entrar en clase por que eramos unos revolucionarios y rojos de mierda, que celebrábamos las fiestas paganas; la verdad es que nos dio una alegría porque no teníamos ganas de verle el careto y soportar su soporífera clase. Un día, en clase de religión ocurrió otra cosa de esas que te deja K.O. El cura que era muy enrollado y un pirata de cuidado ─tenía un radiocassete Sanyo de doble pletina y por un módico precio hacía copias de tus artistas favoritos del momento─, y si lo coge la SGAE, lo funde. En clase, unos de los alumnos estaba cansado y dormía. El padre lo dejaba, porque así no molestaba. Recuerdo que el chaval era de Mallorca y era de esas personas con alma de tortuga. Pues el cura nos estaba explicando un poco la vida de JonasJonás (profeta)Después de embarcar, Jonás se durmió profundamente en las«partes más recónditas» del barco. Mientras tanto, los marineros se enfrentaron a un viento tempestuoso enviado por Dios que amenazaba con destrozar la nave. Clamaron a sus dioses por ayuda y arrojaron objetos por la borda para aligerar la nave. El capitán de la nave despertó a Jonás, instándole a que también invocase a su «Dios». Finalmente, los marineros echaron suertes para determinar por culpa de quién se había originado la tormenta. Yahveh hizo que la suerte cayera sobre Jonás. Cuando se le preguntó, confesó que había sido infiel a su comisión y, como no deseaba que otros perecieran por su culpa, pidió que le arrojasen al mar. Una vez que fracasaron todos los esfuerzos por volver a tierra, los marineros le hicieron a Jonás según su palabra y el mar detuvo su furia. Entonces, Yahveh dispuso que un gran pez se tragara a Jonás, quien pasó tres días y tres noches en su interior. Jonás oró a Yahveh glorificándole como salvador y prometiéndole pagar lo que había prometido anteriormente. Entonces, Yahveh ordenó al pez que vomitara al profeta en tierra firme. Wikipedia, ese profeta al que como castigo lo engulló una ballena. El chaval en ese justo momento se desperto y había oído algo del tema en sus sueños y preguntó despistado si aquello no era la historia de Pinocho. No veas la que se lió. Entre gritos, risas, el cura tirando tizas, borradores y repartiendo hostias como panes.

Antes cuando nos poníamos malos, lo primero que hacía tu madre era, en este orden, ponerte la mano en la frente, si le quedaban dudas, te besaba la frente para contrastar con la temperatura de los labios y si aún quedaba alguna duda sacaba el termómetro de cristal lleno de mercurio y te decía «abre» y tu separabas el brazo del cuerpo y ella lo colocaba en el pliegue de la axila. Te dejaba allí con ordenes de no moverte al menos cinco minutos, que eran interminables. Al final llamabas desesperadamente a tu madre para que te quitara eso del sobaco. Terminada la lectura, tu madre volvía a cero el mercurio agitando con brío el lector térmico corporal. Y ahora viene lo impensable actualmente. Si por un casual se caída al suelo, nuestras madres nos dejaban jugar con el mercurio, eso si apartando los cristales que eran muy peligrosos, con la condición de que no nos tragáramos la gotas del metal líquido. Y otra cosa que se utiliza poco ahora, es el supositorio, unos de los inventos más desagradables de la medicina a mi parecer, los de los el terror a las inyecciones estarán en descuerdo conmigo, mil supositorios por una inyección. Pero esa sensación de meter aquella cabeza de bala en el culo y tener que apretar, era muy fastidioso, por que realmente no dolía y además tu madre te apretaba los cachetes para aquello no saliera. Por cierto, está muy extendida la costumbre de introducir el supositorio por la parte más afilada, para facilitar la entrada del mismo. Sin embargo esta costumbre es errónea. El objeto de afilar una parte del supositorio es que al introducirlo en el ano por la parte recortada, cuando está totalmente introducido, el esfinter anal presiona sobre la parte afilada, empujando al supositorio hacia arriba en el interior del recto, donde se encuentran los plexos venosos que se encargarán de la absorción del principio activo.

Y hablando de jeringuillas, aún recuerdo cuando venía a casa el practicante, recuerdo pensar siempre que cojones practicaba este señor, que nunca dejaba de serlo. El ritual era siempre el mismo y siempre me dejaba absorto. Abría el maletín, extraía unas cajitas de acero redondeadas por los extremos, alcohol y algodón. Abría la caja y allí estaba la jeringuilla de cristal con su señora aguja, también de acero con el cuello de color dorado. Algunas jeringuillas de usadas que estaban no se veían bien las marcas de las dosis. Entonces aparecía en escena tu madre con una caja de lo que fuera pero que era de los laboratorios Leo, en una caja blanca con bandas amarilla y azul oscuro. El practicante vertía alcohol en donde estaban la jeringuilla y la aguja y lo prendía. Esperaba hasta que se había evaporado y un poco más para que se enfriase. Mientras tu madre te preparara en su regazo, dejando tu culete al aire y diciéndote no mires y sopla, sopla, sopla mucho. El señor en prácticas perpetuas cogía la jeringuilla y le introducía el embolo, a la vez que aplica en el extremo opuesto la aguja. Tomaba la ampolla de suero, la serraba y al tirar, mientras tú, que estabas con el culo en pompa, solo escuchabas el característico “pop” que te advertía que te quedaba poco tiempo para recibir la banderilla. Extraía el líquido y lo inyectaba en un tarrito pequeñito y ancho que contenía un polvo, y que era semejante a un botella sin cuello o cuellicorta, que tenía un tapón de goma rosa o verde, rodeado por un collarín de aluminio que lo sujetaba al tarro de vidrio. Aplicaba alcohol a la zona donde iba a clavar la aguja para desinfectar. Después quitaba la aguja, y con el dorso de la mano te golpeaba el cachete del culo elegido, mientras sujeta con el pulgar y el índice la aguja, para justo al tercer golpe de despiste, hacer un giro de muñeca muy rápido y clavar la aguja sin que te enteres demasiado o nada, depende del miedo a la agujas. Luego extraía la aguja y te daba un mini masaje con el algodón empapado en alcohol. Te ponías de pie, te acariciaba la cabeza y te regalaba la botellita donde había estado el polvo medicinal. La colección de estas en una de las estanterías de tu casa, demostraba lo valiente que habías sido y de ello quedaba constancia ante tus compis y todo el que entrara en tu cuarto.
Otro día seguiremos con muchas más cosas que hacíamos y ya no se hacen o cuídate de hacerlas.