Si echamos la vista atrás, alrededor de un millón de años, nos daremos cuenta que el 99 % de este tiempo el hombre ha sido cazador y recolector de comida. Ha recogido frutas y vegetales, larvas y otros pequeños invertebrados comestibles. Esto nos lleva a concluir que nuestros ancestros no conocían las verdaderas plagas a causa de los alimentos almacenados pero, sin embargo, debieron tener problemas con larvas de mosca que atacaban su casa y otras plagas que dañaban sus cueros y su propia piel.
Tampoco debieron ser invisibilizados por los verdaderos parásitos. Los piojos debieron infestar sus cabellos, las chinches de sus camastros y las pulgas se debieron multiplicar, generación tras generación, durante miles de años. Sus horas de descanso eran constantemente perturbadas por los mosquitos con sus incesantes zumbidos y, también, por los numerosos pequeños invertebrados que vivían en sus hogares. Los más molestos eran, principalmente, moscas y otros insectos que se sentían atraídos por las basuras y desechos generados por los humanos.
Hace 10 000 años, aproximadamente, hubo un cambio radical. El hombre comenzó a plantar y cosechar vegetales, así como a criar animales domésticos. Esto trajo muchas ventajas ya que, procuraba una existencia mucho más segura y tranquila, además de que el suelo pudo alimentar a mucha más cantidad de personas cuando fue usado de forma racional. Los animales que hasta entonces se habían alimentado de hierbas salvajes dispersas, tuvieron desde este instante la oportunidad, cuando las plantas de las que se alimentaban era sembradas en campos enteros, de multiplicarse como hasta entonces nunca lo habían hecho. Algunos invertebrados especialistas en cuanto a su alimentación, que anteriormente vivían en invierno de lo que habían recolectado en verano y en otoño, pudieron hacer uso de los enormes almacenes de comida recolectada por el hombre haciendo en ellos su hogar permanente.
Cuando el hombre empezó a establecer viviendas permanentes, estas proveyeron de un excelente alojamiento a muchas especies de animales, ya fuera en las viviendas mismas o en los anexos usados por los animales domésticos. También había madera para roer y telas y cueros para comer.
Los edificios crearon nuevos terrenos de caza a animales como las arañas y, también, de lugares para anidar y dar cobijo en el invierno a muchos animales que hasta entonces había usado árboles huecos y hendiduras en la roca.