─¿Y cómo terminaste con esa pierna de palo?
El pirata le responde:
─Estábamos en una tormenta y una ola me tiró al mar, caí entre un montón de tiburones. Mientras mis amigos me agarraban para subirme un tiburón me arrancó la pierna de un mordisco.
─!Guau! ─replicó el marinero─ ¿Y qué te pasó en la mano, por qué tienes ese gancho?
─Bien… ─respondió el pirata─, estábamos abordando un barco enemigo, y mientras luchábamos con los otros marineros y las espadas, un enemigo me cortó la mano.
─¡Increíble! ─dijo el marinero─ ¿Y qué te paso en el ojo?
─Una paloma que iba pasando y me cayó excremento en el ojo.
─¿Perdiste el ojo por un excremento de paloma?─ replicó el marinero incrédulamente.
─Bueno… ─dijo el pirata─ … era mi primer día con el gancho.
─¿Cuál es su trabajo?
Y contestó con pesadumbre:
─¿No lo ve? Picar piedra.
Un segundo hombre golpeaba fuertemente otra roca, con rostro duro, sudando. Alguien le preguntó:
─¿Cuál es su trabajo?
Y contestó con pesadumbre:
─¿No lo ve? Tallar un peldaño.
Un tercer hombre golpeaba fuertemente una roca, transpirado, con rostro alegre, distendido. Alguien le preguntó:
─¿Cuál es su trabajo?
Y contestó ilusionado:
─Estoy construyendo una catedral.
─Toma solamente una. Recuerda que Dios está mirando.
En el otro extremo de la mesa, había otra fuente, llena de galletas de chocolate recién sacadas del horno. Al lado de la fuente, había un papelito escrito por un niño pequeño, que en letra cursiva decía:
─Toma todas las que quieras. Dios está mirando las manzanas.
En un pueblo, en algún lugar rural de México, esperaban al sacerdote que llegaría ese fin de semana de un pueblo vecino. Los catequistas clandestinos tenían preparados bautizos y otros sacramentos y para tal ocasión consiguieron un viejo granero, lo suficientemente amplio para albergar unos cientos de fieles. Aquel domingo por la mañana el viejo granero estaba totalmente lleno con una cantidad de fieles de alrededor.
Las 600 personas que estaban reunidas esperando el inicio de la celebración se sobrecogieron al ver dos hombres entrar vestidos con uniforme militar y armados. Uno de los hombres dijo:
─El que se atreva a recibir un tiro por Cristo, quédese donde está. Las puertas estarán abiertas sólo cinco minutos.
Inmediatamente el coro se levantó y se fue. Los diáconos también se fueron, y gran parte de la feligresía. De las 600 personas solo quedaron 20. El militar que había hablado, miró al sacerdote y le dijo:
─OK, padre, yo también soy cristiano y ya me deshice de los hipócritas. Continúe con su celebración.
─Sí, yo lo haré, si eso salva a Liz─ respondió el chavalin.
Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana, y sonriente mientras nosotros los asistíamos, viendo retornar el color a las mejillas de la niña. Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. El niño miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa:
─Doctor… ¿cuándo voy a empezar a morirme?
El pequeño no había comprendido bien al doctor; pensaba que le daría toda su sangre a su hermana. Y aún así estaba dispuesto a darla.