29/03/2024

Santos – Mayo

1 - José obrero
En 1955 Pío XII hizo algo que tiene una larga tradición en la Iglesia, superponer su sentido cristiano a la popularidad de fiestas paganizantes: la jornada internacional del proletariado (en recuerdo de los llamados «mártires de Chicago» de 1886) pasaba a ser también el día de san José obrero, artesano o trabajador, como se quiera.

Históricamente hablando, la iniciativa no tuvo éxito y desde entonces no es más, por decirlo así, que una celebración en familia que no ha cristianizado la fecha, provocando más bien reacciones hostiles e injuriosas. El carpintero de Nazaret, sin comerlo ni beberlo, se ha visto acusado de esquirol.

Ya san Pablo decía a los gálatas que «si buscase agradar a los hombres no sería siervo de Cristo», la visión sobrenatural no suele ser del gusto de casi nadie, se prefieren cosas más tangibles, como la explotación del hombre por el hombre o la lucha de clases, cuando no ambas a la vez, y el modelo de José, como se dice en términos de publicidad, vende muy mal.

Claro que desde que en 1889 empezó a celebrarse esta fiesta proletaria reivindicando los tres ochos (ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho de educación, estás últimas sustituibles en la actualidad por ocho de televisión), en estos ideales la justicia y la quimera, a menudo tan degradada, se han mezclado desconcertantemente.

El primero de mayo unos se lanzan a la calle agitando banderas, otros se acuerdan de san José; hay quien aspira a transformar socialmente el mundo, la Iglesia también, pero
sin olvidar que tiene una exigencia mayor en cuanto a la felicidad y que aspira a transformar las almas.

2 -Atanasio (c. 295-373)
Uno de los doctores de la Iglesia griega, cuyo nombre ha sido siempre en toda la Cristiandad sinónimo de firmeza inquebrantable: inconmovible en la fe como Atanasio, podría decirse, resistiendo coacciones, amenazas, halagos y destierros.

Era egipcio de Alejandría, y siendo un joven diácono, acompañó a su obispo al concilio de Nicea (325), donde contribuyó a que se condenaran las doctrinas de Arrio. Pocos años después él era el patriarca de Alejandría, y seguiría siéndolo durante cerca de medio siglo, que no fue precisamente apacible para este defensor acérrimo de la ortodoxia.

En el 335 es desterrado por primera vez debido a las intrigas arrianas, se le repone en su sede, y todavía se le desterrará cuatro veces más -diecisiete años de exilio en total-, siempre en pugna con los emperadores tentados por el cesaropapismo. Durante su tercer destierro, en el 356, se refugia en la Tebaida, y a ello debemos su Vida de san Antonio, espléndido y asombroso libro sobre el antiguo monacato.

No vamos a comentar aquí sus escritos apologéticos y dogmáticos, nos interesa más su talante de tenaz resistencia en asuntos en los que no se podía transigir (su emblema es un triángulo luminoso, símbolo de la Trinidad que defendió), y que concilia con una actitud de brazos abiertos para los arrepentidos que le valió una dura polémica con los que le reprochaban su benevolencia en acoger a herejes que volvían a la comunión católica.

En medio de tantos peligros y violentas discusiones, aún tuvo tiempo de ocuparse de evangelizar Abisinia y las mismas gentes con las que convivía en sus lugares de destierro. Dejó un recuerdo imborrable de pastor docto y santo al que guiaba su inalterable fe en Jesucristo, hijo de Dios.

3 - Felipe y Santiago el Menor (siglo I)
Dos de los primeros seguidores del Señor se emparejan hoy en el calendario por una circunstancia histórica puramente fortuita, el hecho de que en el siglo VI las reliquias de ambos se trasladaran a la basílica de los Santos Apóstoles de Roma, donde todavía se veneran.

A pesar de su nombre griego, «el que ama los caballos», Felipe era un judío de Betsaida, galileo como Pedro y Andrés, a quien según el Evangelio bastó una sola palabra, «Sígueme», para que lo dejase todo y siguiera al Rabí. Apenas convertido en discípulo, lleva hasta Jesús a otro de los Doce, Bartolomé, y luego se le cita varias veces más (en la multiplicación de los panes, en la Ultima Cena).

Da la impresión de ser fiel, sencillo y dócil, con buena voluntad, aunque no muy agudo, y que le cuesta penetrar en el sentido espiritual de lo que oye y ve (lo cual subraya que los apóstoles no fueron elegidos por ser lumbreras, poderosas inteligencias, almas de excepción, sino que eran un material humano tosco del que el Maestro saca la luz).

Se supone que predicó en Escitia y Frigia, y que murió en Hierápolis crucificado cabeza abajo, como san Pedro. Santiago, hijo de Alfeo, llamado el Menor (quizá porque se incorporó más tarde al grupo apostólico), seguramente es el mismo a quien se conocía por «el Justo», que presidió de modo tan ejemplar la comunidad cristiana de Jerusalén, alma del primer concilio, que murió lapidado y a quien se atribuye una de las epístolas del Nuevo Testamento.

Pero lo que más le individualiza es el ser primo hermano de Jesús, a quien debía de parecerse mucho físicamente; en la Iglesia griega se le llama «el hermano de Dios», y de él dice un autor antiguo que «quien ve a este hombre es como si viera a Cristo, por la gran semejanza que existió entre ellos». Este es el privilegio de Santiago el Menor, ser el vivo retrato de una persona divina.

4 - Gotardo (c. 960-1038)
Este santo con nombre de montaña no debe confundirse con su homónimo suizo, discípulo de san Roque, que hizo penitencia en los Alpes y por el cual se acabó nombrando un macizo montañoso entre Suiza e Italia. Nuestro Gotardo (o Godofredo) es otro, también de tierras germánicas, pero más al norte.

Sabemos de él que fue bávaro, que en el 990 era monje benedictino en Nieder Altaich, cerca del lugar donde nació, y que pocos años después se le elegía abad de este monasterio, en el que devolvió toda su pureza original a la regla de san Benito, un tanto relajada en muchas comunidades.

Su fama llegó a ser tal que el emperador san Enrique II le confió la reforma de otros cenobios, como las abadías de Hersfeld y Tergensee, y por fin en el 1022 sucedió a san Bernardo de Hildesheim en su diócesis, muy lejos ya de su Baviera natal.

Tiene muchos devotos en Austria y Prusia, y se le invoca contra la gota y contra los reumatismos, pero ha pasado a la historia sobre todo como un gran obispo constructor, que terminó la catedral de Hildesheim, erigió la iglesia de San Miguel en esta ciudad y fundó asilos para pobres. Se le suele representar con una iglesia en miniatura, impávido y afanoso en medio de las turbulencias del año mil, que no conoció los terrores que la leyenda le atribuye, pero sí un decaimiento y un retorno a la barbarie ante los cuales Gotardo construye iglesias y reconstruye almas con la serenidad y la firmeza de quien tiene la eternidad por delante.

5 - Hilario de Arles (c. 400-449)
Hombre de letras, de palabra fácil y brillante, con el éxito asegurado por su talento, no se rindió sin lucha a la vida de renuncias y de sacrificio que le proponía abrazar su pariente san Honorato, el abad de Lérins, cuando trataba de convencerle a su paso por la Borgoña.

Más tarde le encontramos como monje en Lérins, donde será el segundo abad cuando Honorato sea nombrado obispo de Arles, y en el 429, a la muerte de su maestro en la silla episcopal de Arles cuando posiblemente no había cumplido aún treinta años.

Fue un obispo memorable, que solía recorrer su diócesis descalzo, aunque nevase, que predicaba horas y horas a sabios y a ignorantes, queriendo que todos compartiesen el tesoro de su fe, y que era compasivo y tierno con los pecadores, y duro hasta la denuncia pública y arriesgada con los grandes personajes.

De él se dice que era excesivo en todo, y que su celo era tal que al menos dos veces entró en conflicto con el papa san León I por sobrepasar de buena fe sus atribuciones episcopales, pero a su muerte este mismo papa hizo un espectacular elogio de un obispo que entraba tan fogosamente en la santidad.

Excesivo también, según las normas de lo que hoy se llama circunspección, era su amor a los pobres, y para poder hacer más limosnas vendió los vasos sagrados y trabajaba con sus propias manos, cultivaba los campos y trenzaba redes y esteras, pero la Iglesia no parece habérselo tenido en cuenta y le propone como modelo de ímpetu arrollador por la causa del Bien sin contemplaciones.

6 - Eadberto (siglo VII)
En el día en que tradicionalmente se conmemoraba la supuesta tortura de san Juan Evangelista en Roma (san Juan ante Portam Latinam), episodio que es apócrifo, evocaremos la figura de uno de esos santos que parecen segundones, porque van como adheridos a otros de mayor nombradía.

De este Eadberto sólo sabemos lo que cuenta san Beda cuando habla de él como sucesor de san Cutberto (año 687) en la sede episcopal de Lindisfarne, el islote llamado «isla santa» que hay frente a la costa de Northumberland, en el noroeste de Inglaterra.

«Hombre bien conocido por su conocimiento de las Escrituras, su obediencia a los mandamientos de Dios y su generosidad en las limosnas». Se nos dice también que todos los años, durante la Cuaresma y en los cuarenta días que preceden a la Navidad, se retiraba a un lugar solitario para ayunar, rezar y hacer penitencia.

Cuando murió un 6 de mayo, cumpliendo sus deseos se le sepultó junto a san Cutberto, cuyo cuerpo incorrupto se había exhumado poco antes de morir él, y en la doble tumba donde estaban hermanados los dos obispos de Lindisfarne florecieron numerosos milagros que se les atribuían conjuntamente.

No es mucha información, ni tampoco muy concreta, para una semblanza, pero disponemos de lo esencial: unos cuantos rasgos que definen al cristiano y el hecho tan frecuente en la historia de que la santidad se contagia y se arracima. En este caso, después de muertos su intercesión no es fácil de identificar, como si se velase discretamente remitiendo cualquier posible honor humano al Dios que posee todo el poder y la gloria.

7 - Flavia Domitila (siglo I)
El rostro de la santidad parece a menudo evasivo, como una imagen que sólo brilla al lado de Dios y que es oscura para nosotros. Entonces tenemos en vez de perfiles humanos extrañas sombras en las que hay que adivinar algo reconocible. Tal es el caso de Flavia Domitila.

Personaje, eso sí, perfectamente situado en las genealogías de las estirpes senatoriales de Roma: estaba casada con Flavio Clemente, sobrino del emperador Vespasiano y primo carnal de otros dos emperadores, Tito y Domiciano. Y Flavio Clemente era cristiano.

Al carecer de herederos varones directos, Domiciano adoptó a dos hijos de su sobrino para que le sucedieran, y así faltó poco para que a fines del siglo I Roma tuviese un emperador cristiano. No sucedió tal cosa, y en cambio Domiciano decretó una persecución contra los judíos y los seguidores de Jesús.

Flavio Clemente, que en este año 95 era cónsul, fue denunciado «con acusaciones muy endebles», según Suetonio, y se le condenó a muerte. Su esposa fue deportada a la isla Pandataria, en la costa del Lacio, y nada más sabemos de ella.

En Tor Marancia, en las afueras de Roma, una propiedad funeraria suya conserva inscripciones en las que se menciona a la Flavia Domitila que recordamos hoy. ¿Se la ejecutó más tarde como a su marido? ¿Se la confunde con una mártir de la misma familia que llevaba idéntico nombre? La incertidumbre de la Historia desvanece cualquier posible relumbrón, fue sólo una cristiana que lo siguió siendo en la fortuna y en la adversidad, en el orden misterioso de Dios están también los que sólo Él conoce.

8 - Pedro de Tarantasia (1102-1174)
Nació en Saint-Maurice, aldea próxima a Vienne, de una familia de labradores, se hizo cisterciense en Bonaval, y la fuerza de su ejemplo arrastró a todos los suyos -sus padres y tres hermanos-, moviéndoles a abrazar también la vida religiosa.

En el 1132 fue elegido abad de Tamié, en la región de Tarantasia, que se encuentra en las faldas de los Alpes saboyanos, y diez años después, a pesar de resistirse tenazmente a ello, como si le hicieran beber el más amargo de los cálices, se le nombró obispo de Tarantasia.

Como muchos otros prelados de esta época, en su corazón no renunció jamás a seguir siendo un monje, y para regir y santificar su diócesis aplicó los principios del Císter, como si su abadía se hubiese ensanchado hasta abarcar una inmensidad de tierras y de gentes.

Lo que caracterizaba a esta diócesis montañosa eran los pasos alpinos, y Pedro, dando muestras de una caridad llena de sentido práctico, puso todo su empeño en ayudar a los viajeros de aquella comarca; y conociendo su diplomacia, el papa Alejandro III le encomendó misiones políticas, por ejemplo para restablecer la concordia entre Luis VII de Francia y Enrique II de Inglaterra.

Este monje, a un tiempo tan espiritual y realista, no era feliz fuera de su monasterio, visitaba con frecuencia la Gran Cartuja, suspirando por quedarse con los severos discípulos de san Bruno, y en una ocasión se escondió durante un año en una remota abadía, argucia que no le sirvió de nada, porque volvieron a llevarle, muy mohíno, a su palacio episcopal.

9 - Gregorio ostiense (siglo XI)
Entre Estella y Viana, en la parte más occidental de Navarra, y a pocos kilómetros de la población de Los Arcos, en lo alto de una montaña está la basílica de San Gregario, un grandioso edificio del siglo XVIII que sustituyó a una antigua capillita. En la portada se representan escenas de la vida de este obispo, y en la iglesia se conserva la cabeza del santo en una urna de plata.

Este relicario es llevado a menudo por toda la comarca, atribuyéndosele una valiosa intercesión para proteger el campo, y ello justifica la frase hecha: «Andar más que la cabeza de san Gregario», santo muy venerado en Navarra y en La Rioja.

Sin embargo no es mucho lo que se sabe históricamente de él. Apenas la época en que vivió, que era obispo, sin duda, como se ve por su nombre, procedente de Ostia, el puerto de Roma, y que vivió durante un tiempo en Navarra, tal vez como legado del Papa.

En el año 1039 sabemos que estaba en Nájera, entonces capital del reino, y que causaba admiración por su bondad, su sabiduría y sus milagros (uno de ellos, haciendo desaparecer una plaga de langostas, explica que se le invoque en casos parecidos). Debió de morir en Logroño.

Su vida se cruza providencialmente con la de un hombre que buscaba a Dios con una gran ansiedad y que era rechazado en todas partes, santo Domingo de la Calzada.

Santo Domingo, que fue paje y discípulo suyo, junto a él se inició en la vida religiosa, y así a su muerte, el casi desconocido obispo de lejanas tierras dejó en herencia a los españoles, más que sus prodigios, el prodigio viviente de otro gran santo.

10 - Job (Antiguo Testamento)
Su nombre es proverbial, tener más paciencia que Job es frase ponderativa que todos entendemos por alusión a este extraño personaje del Antiguo Testamento que no era israelita, sino, al parecer, un jeque nómada de los árabes, «el más grande entre todos los orientales».

Muy bueno y temeroso de Dios, pero que no pertenecía al pueblo elegido. El autor de la obra, judío sin duda, elige a un gentil para escenificar una historia didáctica en la que se preguntan cosas turbadoras e inconvenientes.

Porque Job formula preguntas sin respuesta, inquietantes y opacas todavía hoy para nosotros. Claro está que existen la desgracia y el dolor, pero sólo sabemos interpretar estos hechos como castigos, como si aplicáramos a lo divino la ley del talión.

Si padecemos es que ha habido una culpa, parece justo, sólo que puede no haber tal culpa. Los amigos de Job sostienen que sus sufrimientos -ruina, muertes familiares, enfermedad, abandono- son consecuencia de sus pecados, él se declara inocente, le ronda la tentación de suponer injusto a Dios, y el Señor habla por fin rechazando la lógica humana y haciendo el elogio del varón de Hus, al que se restablece en la prosperidad.

Pero sin dar respuestas. Se quería probar la virtud del justo, sí, pero el sufrimiento que viene de Dios sigue siendo misterioso. La adversidad es prueba en el sentido de que sirve para acrisolar, pero también es prueba paradójica del amor divino, y eso está más allá de la moral, no hay manera de entenderlo. El libro de Job no lo explica, sólo lo plantea dramáticamente dejándonos en el umbral de la fe, que se esconde bajo el humilde nombre de paciencia.

10 - Juan de Avila (1500-1569)
Manchego de Almodóvar del Campo, en Ciudad Real, de una familia de cristianos nuevos (lo cual iba a crearle no pocas dificultades en el curso de su vida), estudió Derecho y Teología en Salamanca y Alcalá, y se ordenó de sacerdote en 1525.

Quería ir a cristianizar las Indias, pero no fue posible y se quedó muy cerca de su tierra natal, en Andalucía, predicando en Sevilla, Granada, Córdoba, Écija, Baeza, Montilla … Es el gran predicador sabio, austero, fogoso, que arrebata con la fuerza de su palabra a los oyentes.

El Santo Oficio se alarma ante la vehemencia de su celo y el eco que tienen sus pláticas, considerándose que tal vez perturba el orden social e incurre en algún aspecto de la herejía luterana; es llevado así ante el Tribunal de la Inquisición y sufre cárcel durante unos meses, hasta que se reconoce su absoluta ortodoxia.

Fervoroso y mortificado, incluso más hombre de oración que de palabra, Juan de Avila sigue su camino encendiendo inquietudes de más exigente espiritualidad en seglares, clérigos y religiosos; por ejemplo, en carmelitas, como san Juan de la Cruz, en dominicos como fray Luis de Granada, que será su primer biógrafo, y en los jesuitas (coincide tanto con san Ignacio, que piensa en ingresar en la Compañía de Jesús).

Pero es un hombre aparte, que atrae y asusta, siempre rodeado de entusiasmo y de suspicacias, hasta el punto de que no se le canoniza hasta 1970. Un gran santo sin temor por las aristas de la verdad, hirientes en primer lugar para él mismo.

11 - Francisco de Jerónimo (1642-1716)
Estas callejas tortuosas, sucias y malolientes componen los barrios más pobres de la ciudad de Nápoles; aquí hay burdeles y prestamistas, mendigos, ladrones, extranjeros sin medios de fortuna, en medio de una nube de chiquillos desharrapados que a muy corta edad conocen ya lo peor de la vida.

Entre estos desechos humanos deambula un hombre de sotana que a menudo es rechazado con insultos, mofas y cantazos, pero que, como es tenaz y no se desalienta, casi siempre consigue que le dejen hablar, es decir, que le dejen predicar. Y ésta es su arma infalible, porque si consienten en escucharle ya todos son suyos.

El tal misionero es un jesuita a quien sólo parecen interesar los casos que se juzgan perdidos: las prostitutas, los presos de larga condena, los galeotes, los prisioneros moros y turcos, los maleantes, los niños de la calle que están aprendiendo a serlo, y su palabra es irresistible.

«Un cordero cuando habla y un león cuando predica», se dice de él, y así recorre la ciudad de Nápoles y las comarcas vecinas transformando los corazones más empedernidos. Se acusa a los de su orden de querer influir en altos personajes, pero Francisco sólo quiere salvar las almas de los que son menos que nada.

Él, que es de la tierra -nació cerca de Tarento-, soñaba con ser otro Francisco Javier en Oriente, pero en toda su vida apenas salió de su región natal, rebuscando en lo que solía llamarse basura, hablando de Dios con fuego en los lugares que parecían más inadecuados, convencido de que el Espíritu Santo no desdeña a nadie, y que en consecuencia él no tenía que ser más exigente.

12 - Pancracio (¿† 304?)
Lo que se sabe de él con certeza cabe en un renglón: fue un mártir romano que recibió sepultura en la Via Aureliana, al pie del Giannicolo, donde una iglesia perpetúa su nombre. Ya con carácter muy dudoso se nos dice que era un huérfano de la Frigia que se instaló con su tío en Roma, allí se hizo cristiano gracias al papa Cornelio y al no querer renegar de su fe fue decapitado a los catorce años.

Sea como fuere, su culto es muy antiguo, y se le solía invocar contra el perjurio, suponiéndose que castigaba con la parálisis y con la muerte a quienes juraban en falso; también venerado en Alemania como patrón de los caballeros, no se sabe por qué, y en Francia como abogado de los niños, lo cual es más lógico, ya que dicen que murió de corta edad.

En Inglaterra fue asimismo muy popular, y en Londres la parroquia de Saint Paneras dio su nombre al barrio y hoy perdura en una estación de ferrocarril. En otros países su imagen preside multitud de hogares y tiendas, niño vestido de romano con la palma del martirio y levantando un brazo protecctor.

Los santos más populares, como Valentín, Antonio de Padua, Nicolás o Rita, suelen serlo por razones muy prácticas, y eso ocurre también con san Pancracio, que tiene la valiosa intercesión de proporcionar salud y trabajo, dádivas no muy espirituales, pero sin duda de primera necesidad.

Contra el paro y contra las enfermedades ahí está san Pancracio, «el que lo puede todo», que partiendo de un origen tan oscuro ha llegado a tener tantos devotos. No desdeñemos hipócritamente dos grandes fundamentos de nuestra vida -la salud y el trabajo-, añadiendo quizá la petición de hacer buen uso de ambas cosas.

12 - Domingo de la Calzada († 1109)
Muy próximo en las fechas del calendario al que fue su maestro, Gregario ostiense, nos sale al encuentro este santo que por caridad se hizo peón e ingeniero, añadiéndose a su nombre en el recuerdo de las gentes la mención de un camino que no es otro que el de Santiago.

De él se sabe que era pastor por las márgenes del Ebro en la Rioja, y que cuando hacia el año 1050 decidió ser monje benedictino le rechazaron en dos monasterios, en Santa María de Valvanera y en San Millán, tomándole quizá por vagabundo o por algún fugitivo de las tareas del campo.

Se retiró entonces a las soledades de la agreste Bureba para hacer vida eremítica, hasta que conoció al obispo Gregario, del que fue discípulo y paje, aprendiendo mucho de su ejemplo y de sus palabras que le confirmaron en su vocación.

A la muerte de san Gregario ostiense volvió a la Bureba y consagró su vida al servicio de los peregrinos de la ruta de Santiago, construyendo, después de una iglesia en honor de la Virgen, un hospital y un albergue, acompañando y guiando a los viajeros, ayudándoles a cruzar los vados y cuidando a los peregrinos enfermos con ejemplar solicitud.

Viendo que la antigua calzada romana se encontraba en muy mal estado, decidió repararla, reuniendo a una multitud de voluntarios para que colaborasen con él, y por fin llegó a construir un puente sobre el Oja, improvisando conocimientos que parecían muy por encima de su capacidad. En torno a su sepulcro creció la logroñesa ciudad que hoy se llama Santo Domingo de la Calzada.

13 - Andrés Fournet (1752-1834)
Nacido cerca de Poitiers, en Maillé, durante su niñez y juventud nada parece presagiar que tenga, como suele decirse, madera de santo; es inconstante e indócil, no le atrae la religión, se escapa del colegio y más tarde en la Facultad de Derecho de Poitiers tampoco hará nada provechoso.

Un tío suyo que es cura rural le acoge en su casa, y en su compañía se produce la metamorfosis y decide consagrarse a Dios, pero no sin reservas, y cuando se ve párroco de Maillé no renuncia a lo que considera legítimo, vivir con cierta holgura y comer espléndidamente.

Hasta que niega la limosna a un pobre por no llevar suelto encima, el mendigo le reprocha el lujo de su mesa que ve puesta desde el umbral de la casa, y aquel hecho le hace reflexionar; lo vende todo, se limita a comer una sola vez al día y se hace más pobre que el más pobre de sus feligreses.

La Revolución le sorprende, pues, libre de superfluidades, se niega a firmar la Constitución civil del clero, convirtiéndose así en un proscrito, y ejerce su ministerio entre grandes peligros y en circunstancias muy novelescas, hasta que por orden de su obispo se refugia en España y vive durante un tiempo en Navarra.

Pasado el Terror, vuelve para seguir enseñando el catecismo, confesar, decir misas clandestinas, a menudo disfrazado de gañán y siempre huyendo. Por fin, con el retorno de cierta normalidad, funda con santa Isabel Bichier des Ages las Hermanas de la Santa Cruz, dedicadas a la enseñanza y al cuidado de enfermos, y su vida se apaga serenamente.

13 - Pedro Regalado (1390-1456)
El san Francisco de Asís de Castilla era de Valladolid y a los trece años ingresó en un convento franciscano de la ciudad, al parecer, como otros muchos de la época, no precisamente un modelo de vida austera y con una disciplina muy relajada, pero pronto iba a poner orden en esta situación otro vallisoletano.

Fray Pedro de Villacreces, antiguo profesor en la universidad de Salamanca, se había retirado a una ermita renunciando a toda actividad intelectual, y ahora inicia la reforma de la orden para sujetarla a la estricta observancia; tiene más de sesenta años y su discípulo, el otro Pedro, es un muchacho de quince que le sigue fielmente a todas partes.

Fundan el convento de La Aguilera, en Burgos, y allí Pedro Regalado es limosnero, sacristán, pinche de cocina, encargado de atender a los pobres, y cuando en 1415 se trasladan a la nueva fundación de El Abrojo, cerca de Valladolid, se le nombra maestro de novicios. Al morir el reformador, el discípulo será vicario de éstos y de otros conventos nuevos que se multiplican por tierras castellanas.

Este santo, patrono de Valladolid, humilde y espiritual como el Poverello, fue tai:nbién un admirable taumaturgo del que se cuentan muchos prodigios, entre los más populares el de apaciguar con su bendición a un toro desmandado en una plaza pública, por lo cual se ha dicho que debería ser abogado de los toreros.

En La Aguilera descansan sus restos mortales en un sepulcro de alabastro que le hizo construir la reina Isabel la Católica.

14 -Gema Galgani (1878-1903)
«Padeciendo se aprende a amar», le dijo el propio Cristo en un éxtasis, y la hija del boticario de Lucca efectivamente tuvo esta escuela: muerte de su madre y de su hermano predilecto, ruina familiar, muerte del padre, enfermedad que hizo que los médicos la desahuciaran después de una dolorosa operación, fracaso en su intento de ser monja pasionista …

Y eso fue sólo el principio. Siguieron calumnias, desprecios, incomprensiones, tentaciones diabólicas y embarazosas y terribles consecuencias de su identificación con Cristo: desde junio de 1899, los jueves y viernes de todas las semanas tiene en su cuerpo los estigmas de la Pasión, llagas sangrantes que se acompañan de fenómenos prodigiosos -como revelaciones y sudor de sangre- de los que dio fe su director espiritual, el pasionista padre Germán de San Estanislao.

Recogida en casa de una familia de Lucca, los Giannini, que tenían once hijos aún de corta edad, allí vivió sencilla y modestamente, con una delicada reserva que trataba de esconder hechos extraordinarios que eran la comidilla de la población, y murió a los veinticuatro años consumida por un amor que no era de este mundo.

Gema, extraña muchacha, desamparada y enferma, piedra el escándalo -¿no es la hija del boticario Galgani?-, como cargando sobre sus débiles hombros un peso sobrenatural, agobiante, para reparar los. pecados de toda la humanidad.

En el umbral del siglo XX es una figura de sacrificio y de dolor, misteriosa, serena, humilde y paciente, canonizada por sus virtudes, no por las inexplicables circunstancias que se dan en su vida.

Figura también de soledad, en un mundo que no podía creer en lo que le sucedía, sin el arropamiento de una orden religiosa, virgen de biografía trágica y vulgar señalada por Dios con un excepcional amor que desbordaba las nociones de lo comprensible, como un inocultable signo divino en medio de días grises y sin historia.

14 - Matías (siglo I)
Es el apóstol de recambio, el sucesor de Judas Iscariote, a quien después de la Ascensión se elige echando suertes. Los apóstoles tenían que seguir siendo doce, y para llenar el hueco que ha dejado el traidor elegirán a este Matías, de quien muy poco más se sabe.

Tal vez evangelizó la Judea y se supone que murió lapidado y decapitado ante el Templo de Jerusalén, pero todas estas noticias son brumosas. Ni siquiera es seguro que fuesen sus restos los que santa Elena hizo llevar a Roma, y acerca de tales reliquias también hay dudas: según unos se conservan en Santa María la Mayor, según otros se trasladaron en el siglo IX a Tréveris, ciudad que se convirtió en un gran centro de peregrinaciones y que se enorgullecía de albergar el único sepulcro de un apóstol existente en toda Alemania.

Así pues, a este papel en apariencia no muy airoso, un poco ingrato, de sustituir a Judas, se añade una total incertidumbre biográfica que se prolonga por lo que respecta a sus reliquias hasta mucho después de su muerte. Matías es un apóstol de escaso perfil y aún menos brillo al que sólo conocemos en la anécdota de su elección.

Es el hombre llamado para taponar el vacío del mal con la santidad, cuando el mal ya se ha producido clamorosamente -casi podríamos decir novelescamente- dejando tras de sí la nada, un desierto de vida, la ausencia de Dios; él ocupa modestamente esta vacante sabiendo que no puede competir en reputación con el estruendo maligno: todo el mundo se acordará siempre de Judas y muy pocos de Matías, pero para eso está, no para rivalizar con nadie en fragores humanos, sino para emplearse en el bien allí donde se le elige.

Silencioso y oscuro Marías, decimotercer apóstol que representa la humilde cristianización de los puestos que el mal ha hecho famosos y que han de ser redimibles.

15 - Isidro labrador (c. 1080-c. 1130)
Paradójicamente, el patrón de Madrid no es un ciudadano, sino un campesino, este santo labriego de vida muy nebulosa (que conocemos gracias a un texto del siglo XIII de Juan Diácono) que inspiró a Lope de Vega una infinidad de versos con más inspiración y fervor que sustancia histórica.

Debió de nacer en Madrid, quizás en la parroquia de San Andrés, era jornalero en los alrededores de aquella diminuta población del siglo XII, tal vez en Torrelaguna contrajo matrimonio con una joven llamada María Toribia (santa María de la Cabeza según la tradición), tuvo por hijo a san Illán y se cree que estuvo al servicio de un tal Juan de Vargas.

No es mucho para un biógrafo, aunque la piadosa leyenda haya adornado su recuerdo con anédoctas y prodigios: hace brotar una fuente de un golpe de azada, da a un pobre la sopa que se cocía en el fuego y la marmita se llena otra vez milagrosamente para que la familia no se quede con hambre…

La familia, que en la fe popular (y ayudando la imaginación barroca de la época en que fue canonizado, 1622) reproduce a escala madrileña las virtudes de la Sagrada Familia de Belén y Nazaret, es un elemento importante en la historia de san Isidro, que se santifica conjuntamente con todos los suyos en un rasgo de santidad colectiva, coral.

Pero el caso más célebre que se le atribuye es el de que al interrumpir a menudo su trabajo para rezar, un ángel se hacía cargo de la yunta de bueyes y seguía abriendo surcos en la tierra mientras él se entregaba a sus oraciones.

Es posible que no sea un ejemplo que deba tomarse al pie de la letra, pero la solicitud del ángel es como ese plus de ayuda práctica ni siquiera pedido por el santo que se promete en el Evangelio como añadidura de los buscadores del reino de Dios.

16 - Simón Stock († 1265)
Muy poco sabemos de sus orígenes, casi tan sólo que era inglés, quizá nacido en Aylesforth, en Kent; fue posiblemente un ermitaño, y la tradición supone que llevaba una vida solitaria haciendo penitencia dentro del hueco de un árbol, de ahí el sobrenombre que se le da (stock significa «tronco», pero hay que decir que este apelativo no aparece hasta un siglo después de su muerte).

Simón, inspirado por un espíritu profético, esperaba algo, la llegada de unos hermanos que tenían que venir de muy lejos: unos anacoretas que desde mediados del siglo XII habitaban las grutas del monte Carmelo, en Tierra Santa, y que por ello recibían el nombre de carmelitas.

Poco después de 1230, al agravarse la situación de los cristianos en Palestina, temiendo las consecuencias del dominio musulmán estos solitarios decidieron trasladarse a Europa, y un grupo de carmelitas se instaló en Aylesforth, donde Simón Stock, «varón pío y tenaz», según se le describe, se unió a ellos.

Hacia 1245 fue elegido prior general de la orden, y bajo su mandato ésta efectuó una gran transformación, modificando su regla para adaptarse a un género de vida muy distinto; se trataba nada menos que de renunciar a sus orígenes eremíticos para habitar en conventos dentro de ciudades y ponerse al servicio directo de los fieles.

La reforma suscitó una grave crisis, hubo muchos descontentos, y en este difícil período se sitúa la aparición de la Virgen a Simón Stock concediendo al escapulario de la orden el privilegio de que quien muriera con él tenía asegurada la salvación (ésta es una de las devociones más extendidas entre los católicos y más recomendadas también por la Iglesia).

Tras veinte años de gobierno -durante los cuales fundó nuevos conventos en las grandes ciudades universitarias, como Cambridge, Oxford, París y Bolonia-, murió en Burdeos, de donde es patrón, y sus reliquias, que se salvaron durante la Revolución Francesa fueron trasladadas a Aylesforth en 1951.

16 - Andrés Bóbola (1591-1657)
Polaco de origen extranjero (su familia procedía de la Bohemia, pero llevaba ya varias generaciones en el país), es uno de los símbolos de la martirizada Polonia. Cada vez que en la historia reciente la nación polaca se ha visto sumergida por invasiones y ha sido víctima de desmembramientos, la defensa de la fe y la esperanza en el futuro se han concretado. en hechos milagrosos por intercesión de este jesuita.

Era oriundo del sur del país, se educó con la Compañía de Jesús, en la que solicitó ingresar, y en 1622 fue ordenado de sacerdote en Vilna. En esta ciudad ejerció su ministerio, destacando como predicador, director de conciencias y hombre de caridad inagotable atendiendo a enfermos y moribundos, sobre todo durante la peste de 1625.

Pero su carácter impulsivo y fogoso le llevó a querer vivir en los lugares de mayor riesgo, y desde 1633 hasta su muerte fue uno de los misioneros más activos en la parte oriental de lo que entonces era Polonia, una región disputada por los rusos y con una gran mayoría de habitantes que vacilaban entre el cisma ortodoxo y la Iglesia romana.

Durante un cuarto de siglo Andrés Bóbola vivió en esta azarosa frontera de la catolicidad, mientras se sucedían a su alrededor guerras, matanzas de religiosos, devastaciones y amenazas de todo orden, hasta que en mayo de 1657 fue apresado por los cosacos y murió entre salvajes torturas (su martirio se considera uno de los más cruentos de toda la historia de la Iglesia).

Fue canonizado en 1938 y sus restos mortales se veneran en Varsovia.

17 - Pascual Bailón (1540-1592)
Nació un día de Pascua florida en el pueblo aragonés de Torrehermosa, en la diócesis de Sigüenza, hijo de Martín Bailón e Isabel Jubera, pobres colonos, y hasta los veinte años fue un extraño pastor que llevaba en el zurrón una breve biblioteca de libros piadosos y bajo la cruz del cayado una imagen de la Virgen tallada en madera.

En 1561 entra como hermano lego en un convento valenciano de la orden de san Francisco, y allí es portero, cocinero, hortelano y limosnero; pero es tan humilde, tan seráficamente bondadoso, obediente y servicial que se lo disputan muchas comunidades, y en el curso de los años pasa por conventos de Valencia, Elche, Játiva, Villena y Jerez.

Alguna rareza tiene que escandaliza: a veces, después de ordenar la cocina, una vez concluido el trabajo se pone en oración y de pronto se levanta como movido por un resorte invisible, balbucea loco de alegría, se agita y baila ante una imagen de la Virgen (por eso muchos creen erróneamente que Bailón es apodo y no apellido).

Su rasgo más característico es la devoción a la Eucaristía (será patrono de las asociaciones eucarísticas), y de él se cuenta que pasaba todo el tiempo posible ante el sagrario, y que andando por los caminos o pelando berzas para la cena de los frailes no dejaba de prorrumpir en jaculatorias de adoración al Santísimo Sacramento.

Murió en el convento del Rosario de Villarreal de los Infantes, en tierras de Castellón, donde hoy se levanta en su honor un templo votivo eucarístico.

18 - Félix de Cantalicio (1513-1587)
Había sido mozo de labranza y pastor por las tierras de su Umbría natal, hasta que un día oyó la lectura de unas vidas de santos y entendió que él quería ser como ellos.

Al preguntar dónde era posible vivir como un anacoretaReligioso que vive solo en lugar apartado, dedicado por entero a la contemplación, la oración y la penitencia., le dijeron que en el convento de capuchinos que había en Citta Ducale, y allí ingresó como hermano lego en 1543.

Dos años más tarde era enviado a Roma, y en la capital de los papas hizo de limosnero hasta su muerte. El «hermano Deogracias», como se le llamaba, porque era lo que decía al recibir una limosna, fue muy pronto un personaje popular en la ciudad, barbudo y sonriente, con su talego al hombro.

Sentía predilección por los niños, a quienes enseñaba catecismo atrayéndoselos con sus chanzas y las cancioncillas que improvisaba, eran proverbiales su sentido del humor, su humildad y su paciencia, y en el convento no había fraile más mortificado y con más horas dedicadas a rezar que él.

Ésta era una de sus grandes fórmulas, rezar, y cuando su amigo Felipe Neri y el gran cardenal Carlos Borromeo pidieron consejo a aquel pobre lego acerca de la proyectada reforma del clero diocesano, san Félix recomendó solamente que los curas rezaran con devoción el oficio divino.

«Los ojos en la tierra, el espíritu en el cielo y en las manos el rosario», como gustaba de repetir, iba por Roma recogiendo mendrugos de pan -parte del cual desmigaba franciscanamente para los perros callejeros y los pájaros- y limosnas, dando gracias a Dios por todo y rezando por todos. Hasta que ya en la vejez sintió acercarse la muerte, que anunció así con una de sus habituales sonrisas: «El pobre jumento ya no caminará más».

19 - Celestino V (c. 1214-1296)
El mayor poeta de todos los siglos, Dante, parece que se refería a él cuando habla de un condenado en el Infierno «che fece per vilta lo gran rifiuto», que fue cobarde hasta la gran renuncia. Un caso único en la historia, un papa que abdica cinco meses después de haber sido elegido.

Se llamaba Pietro Angeleri, y aunque era monje benedictino llevaba ya mucho tiempo como superior de un grupo de solitarios en los Abruzzos, donde había fundado una orden de eremitas llamados celestinos en su honor. Vivía en Monte Morrone aureolado de fama de santidad, y en el momento de su elección contaba unos ochenta años.

¿Cómo fue posible que el cónclave pensase en un ermitaño sin ninguna experiencia política y de edad tan avanzada? A la muerte de Nicolás IV pasaron muchos meses sin que las diversas facciones se pusieran de acuerdo, y ésta se consideró una solución de compromiso que llenó de zozobra al buen Pietro, pese a lo cual aceptó obedientemente y fue consagrado obispo de Roma con el nombre de Celestino V.

Dicen que sus primeras decisiones fueron desastrosas y que no tardó en convertirse en un juguete de la política de Carlos II de Anjou; y el pontífice, consciente de su incapacidad y añorando su antigua vida de ermitaño, abdicó quizá siguiendo el consejo del cardenal Gaetani, quien le sucedió a los pocos días con el nombre de Bonifacio VIII.

Por temor a un cisma, el nuevo papa le hizo recluir en el castillo de Fumone («Lo único que quería en este mundo era una celda, y una celda me han dado»), y allí murió diez meses después.

Patética figura que la Iglesia se apresuró a canonizar con una soberana indiferencia por la ineptitud y la «cobardía» de quien hizo tan deslucido papel, santificando lo que fue un gran fracaso y escarneciendo toda noción de eficacia, brillantez y sentido práctico, que deben de ser bromas de poco chiste a los ojos de Dios.

20 - Bernardino de Siena (1380-1444)
Un biógrafo le describe: «Débil, flaco, de mediana estatura, rostro descarnado, mejillas hundidas, la boca sin dientes, la mirada penetrante; con un sayal del que salían unos secos tobillos y unos pies esqueléticos, descalzos en verano y en invierno. Al hombro, una alforja de pan duro, y en la mano una esportilla de libros desencuadernados».

Es un gran predicador que no quiso ser obispo porque decía «toda Italia es mi diócesis». Iba de un lado a otro hablando a las gentes en iglesias, plazas públicas, al aire libre, reuniendo a multitudes que le escuchaban durante cuatro o cinco horas. Se negaba a escribir, a confesar, lo suyo era la palabra de Dios.

Este franciscano de desastrado aspecto había nacido de una noble familia sienesa, los Albizzeschi, y antes de hacerse fraile había sido un heroico cuidador de enfermos durante la peste del 1400. Luego repartió sus bienes entre los pobres y abrazó la vida de los más estrictos seguidores del santo de Asís.

Predicaba de un modo risueño y violento, familiar y tempestuoso, hablaba de un modo natural e irresistible, colorista y duro, y sus diatribas contra la usura y las discordias civiles -su empeño en que no hubiera güelfos ni gibelinos, enemigos mortales, sino cristianos que levantaran el emblema de Jesús- eran devastadoras y eficaces.

Hubo sabios que le acusaban de hereje, hasta que el papa Martín V declaró su absoluta inocencia, y en sus interminables recorridos por toda la península (la muerte le sorprendió en uno de ellos) era una mezcla de cólera y de íntima dulzura, de fervor y de rabioso grito contra el pecado, que le perteneció y que le identifica.

21 - Hospicio (siglo V)
Era un santo eremita «vestido de áspero cilicio, rodeado de cadenas de hierro y atado a una de ellas dentro de una torre, comiendo sólo un poco de pan con dátiles y algunas raíces de hierbas, y bebiendo sólo agua», nos cuenta un hagiógrafo que sigue a autores antiquísimos como Gregario de Tours y Paulo Diácono.

Junto a la torre había un monasterio que a pesar de tener un prior se regía por los consejos espirituales de aquel siervo de Dios, admiración de la ciudad entera y de toda la comarca, que no eran otras que Niza y lo que hoy llamamos la Costa Azul.

Estos nombres no suelen evocar penitencias duras y heroicas, y es posible que ya en aquel lejano siglo los nizardos no se distinguiesen por la austeridad de su vida y la práctica de las más altas virtudes, porque, según san Hospicio, tenían a Dios muy enojado con su «infidelidad, poca reverencia a los templos, poco amor a los pobres y otros infinitos vicios».

De ahí que profetizara la llegada de unos bárbaros que iban a destruir la ciudad y todos aquellos alrededores como castigo divino, aconsejando a los monjes que fuesen a vivir a otros lugares. Los longobardos hicieron realidad el anuncio del eremita, quien desde su torre y encadenado como siempre predicó a los invasores, convirtiendo al parecer a no pocos de ellos.

El extremo de la península de Cap Ferrat lleva aún su nombre, pero, ¿qué pensará hoy san Hospicio en su gloria de sus paisanos de Niza, de la Costa Azul y de los nuevos bárbaros que acuden, más o menos pacíficamente, a broncearse al sol del sur?

22 - Rita de Casia (1381-1457)
Popularísima santa de la que hay escasas noticias, lo cual importa muy poco a legiones de devotos que esperan de ella lo que se supone que no puede esperarse de nadie más. Como san Judas Tadeo, refugio de los desesperados, intercesora de lo que no es razonable pedir, no es de extrañar su fama.

Era de la Umbría, en su adolescencia quiso ser monja, pero para no contrariar a sus padres aceptó casarse, uniéndose a un hombre brutal y descreído a cuyo lado, durante dieciocho años, fue modelo de paciencia y de bondad, educando cristianamente a sus dos hijos.

Cuenta su historia que acabó por ablandar el corazón de su esposo, que finalmente murió asesinado, y después de nuevos dramas familiares debidos a los propósitos de venganza de sus hijos, tras la muerte de éstos decidió ingresar en el convento de las agustinas de Casia, quienes se negaron a admitirla porque no aceptaban a viudas.

Su reiterada insistencia y sus rezos produjeron un milagro, el de poder entrar en el convento atravesando sus muros con todas las puertas cerradas, y una vez ya admitida vivió allí dedicada a la oración y a la penitencia hasta su muerte en olor de santidad. Se la canonizó tardíamente, en el año 1900.

Santa Rita, abogada de las causas imposibles. ¿Por cómo consiguió hacerse monja? ¿Por soportar tan pacientemente a su marido? Como suelen advertir las personas responsables, la suya es una especialidad que roza la superstición (pero todo gran bien roza algún gran mal), aunque depende del ánimo con que se solicita su ayuda. El culto de santa Rita viene a ser como un reflejo ingenuo y popular, simplificado y más accesible, de la omnipotencia y la misericordia de Dios, y como tal no caerán en saco roto las novenas que se le hagan. Amén, porque nada más tentador que pedir imposibles.

Joaquina de Vedruna (1783-1854)

Barcelonesa, nacida en la calle Hospital no lejos de las Ramblas, se la bautiza en Santa María del Pino, la iglesia de san José Oriol, y a los doce años quiere hacerse carmelita, pero no la aceptan por su corta edad. Su vida será muy diferente, y en 1799 casa con Teodoro de Mas, hacendado de Vic y procurador en los tribunales.

Siguen diecisiete años de matrimonio, durante los cuales nacen ocho hijos (cuatro hijas suyas serán religiosas de clausura), y en el curso de la guerra de la Independencia, en la que su marido participa activamente, corre grandes peligros y ha de ocultarse en el macizo del Montseny.

Después de enviudar, piensa de nuevo en retirarse al claustro, pero bajo la dirección de un capuchino, fray Esteban de Olot, da un rumbo inesperado a su vida y funda una orden para la enseñanza y la asistencia a los necesitados, las Carmelitas de la Caridad.

Desde 1826 ésta se extiende por toda España a pesar de la persecución de ciertos ambientes liberales; Joaquina conoce la cárcel («Unos días de retiro sentarán muy bien a mi alma») y durante la guerra carlista la comunidad es disuelta y ella tiene que exiliarse a Francia sin recursos: «Viviremos a costa de la señora más poderosa que hay en el mundo, la divina Providencia».

En 1843, el retorno y la restauración, y a su muerte en la Casa de Caridad de Barcelona, víctima del cólera, había fundado una treintena de casas con más de trescientas monjas. Fue canonizada por Juan XXIII en 1959.

23 - Juan Bautista de Rossi (1698-1764)
Su recuerdo va unido a uno de esos lugares que en Roma visitan inevitablemente los turistas, la basílica de Santa María in Cosmedín, entre el río, el Palatino, el Aventino y el Capitolio, con el popular mascarón de la Bocea della Verita que, según se dice, muerde la mano a los mentirosos.

Pero muy pocos visitantes del lugar se acuerdan de quién fue cura en esta iglesia en tiempos de Voltaire, y de acordarse parecería un cura más entre miles de curas de la ciudad de Roma (aunque él era de Voltaggio, cerca de Génova), que se ocupaba sin brillantez y sin ruido de su ministerio sacerdotal, sobre todo de predicar y confesar.

Predicaba cinco o seis veces al día en iglesias y conventos, pero también en hospitales y cárceles, dedicando especial atención a los campesinos que frecuentaban los mercados de los alrededores, particularmente el antiguo foro. También confesaba en Santa María, donde era canónigo, varias horas diarias.

Nadie se dio cuenta de que convivía con un santo porque era todo sencillez. Entre el tráfago mercantil que tenía por escenario grandiosas ruinas o en algún lugar terrible de desesperación y de dolor, alguien prestaba humildemente y con solicitud un servicio espiritual, nada más. No parece un motivo como para pasar a la historia.

Hizo lo que debía hacer sin llamar la atención, y sigue sin llamarla en medio de la barahúnda turística que acude a lo que fue su iglesia. A la muerte de este discretísimo santo, sus bienes se reducían a unas pocas monedas de cobre, y ni la cama en que murió le pertenecía.

24 - Vicente de Lérins († c. 450)
Su singularidad estriba en haber sido un santo que se equivocó en sus opiniones teológicas, lo cual a simple vista no deja de parecer chocante; se equivocó, hay que aclararlo, cuando lo que se discutía era aún una cuestión abierta, y sólo después de su muerte la Iglesia se pronunció en contra de sus tesis.

Poco se sabe de este Vicente, quizá natural del norte de Francia, que fue una de las luminarias intelectuales del famoso monasterio de Lérins, fundado por san Honorato; un gran sabio que se hizo religioso una vez «ahuyentados los vientos de la vanidad y de la soberbia, aplacando a Dios con el sacrificio de la humildad cristiana».

¿Tuvo un pasado borrascoso, como parece deducirse de cierta alusión que hace en uno de sus libros? No es seguro, posiblemente el énfasis que pone en sus palabras hay que cargarlo a cuenta de la severidad con que los santos acostumbran a juzgarse a sí mismos.

Lo que sí es indudable es que fue un hombre muy docto en las Escrituras y con profundos conocimientos de las letras clásicas. Un temible polemista cuando se lanza al fragor de la discusión teológica, oponiéndose a san Agustín, con quien intercambia vehementes latines y complicados argumentos (su tan leído Commonitorium es más o menos del 434) sobre el delicadísimo problema de armonizar gracia divina y libertad.

En la querella del semipelagianismo parece que san Vicente se inclinó por soluciones que más tarde el magisterio había de rechazar, pero ahí está en la lista de los santos, apaciguado por el amor de Dios, que está más allá de las polémicas de los teólogos.

25 - Gregorio VII (c. 1020-1085)
Es el famoso y discutido Hildebrando, toscano de origen, monje benedictino a quien ya en su juventud encontramos en Roma, donde su tío era abad de Santa María del Aventino, como consejero y mano derecha de diversos papas, como Gregario VI y León IX.

Luego, abad de San Pablo Extramuros, legado en Francia y Alemania, archidiácono de la Iglesia Romana, inspiró a Nicolás II el decreto que limitaba la elección del Papa a los cardenales, y en el 1073, elegido pontífice por aclamación.

Sin disputa el hombre más enérgico, experimentado y capaz de la Roma del siglo XI. Sus primeras medidas fueron para purificar a la Iglesia por dentro, combatiendo la simonía y el concubinato de los clérigos, pero la historia le recuerda sobre todo por la querella de las investiduras, que le opuso al emperador Enrique IV, dramático episodio de una larga lucha por emancipar a los abades y obispos del poder temporal.

El conflicto tuvo resonantes jalones: excomunión, humillación del emperador en Canossa, nueva rebeldía y nombramiento de un antipapa, conquista de Roma por Enrique IV en 1804, el normando Roberto Guiscardo que acude con sus tropas en ayuda del pontífice, saqueo de la ciudad y, ante la cólera popular, retirada de Gregario a Salerno, donde antes de morir se le atribuyen las palabras: «Amé la justicia y odié la iniquidad, por eso muero en el destierro».

Tardó cinco siglos en ser considerado santo (1606), tal vez porque se veía en él alguien que confiaba demasiado en los medios humanos. Su drama y sus claroscuros son los de un hombre de Dios haciendo necesariamente política en momentos muy difíciles.

25 - Magdalena Sofía Barat (1779-1865)
Borgoñona, hija de un rico propietario de viñedos, se formó con dureza y rigor bajo la tutela de su hermano, el abate Louis Barat, quien le hizo adquirir una cultura y un temple que parecían desproporcionados con su situación y su época.

En su primera juventud, en medio de la tormenta revolucionaria, aquella formación resultó decisiva, y se reveló como una mujer fuerte y llena de celo por las almas que desafiaba las situaciones más adversas con una valentía y un criterio que a menudo no tenían los hombres.

Su propósito era hacerse religiosa contemplativa e ingresar en un convento de carmelitas, pero el encuentro con el padre Joseph Varin, futuro jesuita, y otro carácter de hierro, como su hermano, hizo que se inclinara hacia otra vida muy diferente, y en 1801 fundaba en Amiens las Damas del Sagrado Corazón de Jesús para la educación de las jóvenes.

Durante veintitrés años fue superiora de esta comunidad, fundando ciento once casas en toda Europa, y enfrentándose con todo tipo de disensiones internas (como la que capitaneó el capellán de la casa de Amiens y que estuvo a punto de desvirtuar todo el sentido espiritual de la empresa), incomprensiones y persecuciones.

Su respuesta fue siempre una cita del Evangelio: «Iesus autem tacebat». Sin embargo, Jesús callaba. «Estas tres palabras son toda mi fuerza», solía decir. El silencio que une a la voluntad de Dios para ganar las grandes batallas. «El jueves vamos al cielo», anunció poco antes del 25 de mayo de 1865. Y así fue.

26 - Felipe Neri (1515-1595)
En Roma le conocía todo el mundo, era el conversador más simpático, afable y bromista del viejo barrio de los peregrinos, charlaba alegremente con los jóvenes de las tiendas, y su humor excéntrico y bondadoso era como un imán. De noche se dedicaba a la vida contemplativa, pasaba largas horas rezando en la catacumba de San Sebastián, y tenía éxtasis, trepidaciones y reacciones cardíacas tan violentas que en una ocasión se le rompieron dos costillas, hecho comprobado en su autopsia.

Le llamaban «Pippo buono», Felipe el Bueno, su piedad era proverbial, pero no se creía digno de ser sacerdote. Era de Florencia, hijo de un notario, y estaba destinado a heredar a un rico tendero tío suyo, pero a los dieciocho años, atraído por la espiritualidad dominica, marchó a Roma, de donde ya no se iba a mover. Su gran ilusión era ser misionero, pero una voz le avisó: «Tus Indias están en Roma».

A los treinta y seis años recibió las órdenes sagradas, afluyen los discípulos, que se reúnen en una especie de desván -el «oratorio»- de San Girolamo della Carita, habilitado para rezos, cánticos e instrucción religiosa. Años después, Felipe va a fundar su obra visible más perdurable, una congregación de sacerdotes regulares, los oratorianos, para vivir en comunidad sin votos especiales.

Los papas quieren hacerle obispo y cardenal, él no acepta, su ejemplo y sus milagros hacen que el pueblo le venere en vida, y él reacciona con chanzas y estrafalarias ocurrencias que aparecen impropias del aire solemne que, no se sabe por qué, atribuimos a los santos. Será hasta que muera el hombre más alegre de la ciudad, que se sirve del humor como arma de mortificación personal y como medio de sabotear las tentaciones del orgullo: la risa a costa de uno mismo que libera de la hinchazón vanidosa y atrae divertidamente a todos hacia Dios.

26 - Mariana de Jesús (1618-1645)
Mariana de Paredes, estampa gemela a la de Rosa, pero en Quito en vez de Lima, fue la penúltima de los ocho hijos que tuvieron unos piadosísimos padres en cuya casa daban albergue y educación a los huérfanos de la ciudad, y ya de niña se distinguió por una gran devoción.

Sin embargo no pudo hacerse monja y organizó libremente su vida religiosa a la sombra de la Compañía de Jesús. Entregada a rigurosos ayunos, a larguísimas oraciones y a terribles penitencias que escandalizan a los hagiógrafos modernos, no ha faltado quien se pregunte si no era una psicópata. ¿Qué diría Freud de su caso?

Lo cierto es que hizo verdaderos disparates que extrañamente no mustiaron su belleza, que hoy, a lo profano, llamaríamos de artista de cine, como se aprecia por el retrato que pintó su director espiritual, el jesuita Hernando de la Cruz: bajo su recatada toca, con los ojos bajos, el rostro tiene una resplandeciente hermosura.

Santa de pobreza voluntaria y de mortificaciones atroces, barbaridades inhumanas, decimos hoy, aunque quizá ¿qué sabemos de la intimidad de cada cual con Dios? Preferiríamos para nuestra tranquilidad que estas relaciones estuvieran bien codificadas, que fueran razonables, llenas de equilibrio, y a veces no lo son.

Detestamos los excesos que asustan, pero por sus frutos los conoceréis: esta supuesta sicópata se desvive heroicamente por todos y tiene un temperamento franciscano, ama la naturaleza, manda flores a los pobres y enfermos, a los que consuela con su alegría y su paz interior, canta y sabe tocar varios instrumentos, porque ve en la música un lenguaje casi divino.

Hay muchas clases de locos y de exagerados, y la que la vox pópuli llamaba «la azucena de Quito» pertenece a ese género tan peculiar en el cual Dios sabe elegir a los suyos.

27 - Agustín de Canterbury y Beda († 605 y 673-735)
Ésta es una de las fechas más inglesas del santoral, ya que conmemoramos dos de las figuras mayores de la primitiva Iglesia en las islas británicas: el apóstol de Inglaterra y el monje que historió genialmente los orígenes del cristianismo entre los anglosajones. El principio de la fe y su memoria escrita.

Agustín era prior del monasterio de San Andrés, en el Celio romano, y en el 596 fue el hombre elegido por el papa Gregorio el Grande para encabezar una expedición misionera de cuarenta monjes destinados, según el retruécano latino del pontífice, a convertir a los «anglos» en «ángelos».

Tras desembarcar en Kent, abrazó la religión cristiana el rey Etelberto, y Agustín, arzobispo de los ingleses con sede en Canterbury, funda otras dos sedes episcopales, Londres y Rochester, bautiza a miles de anglosajones hasta entonces paganos… y fracasa -quizá por ser muy romano y los bretones muy apegados a su tradición- en el intento de llegar a un acuerdo con la Iglesia bretona.

No muchos años después aparece el que ya en vida era llamado «venerable» Beda, un sapientísimo benedictino de la Nortumbria, discípulo de san Benito Biscop, que vivió en los monasterios de Wearmouth y Jarrow, y cuya existencia, como él mismo dice, no tiene historia.

«Mis delicias han sido estudiar, enseñar y escribir», confiesa, la piedad, el afán de saber y el afán no menor de transmitirnos lo que sabe (como en la bellísima y sugestiva Historia eclesiástica de los pueblos ingleses) dan perfil humano a este remoto monje gracias al cual conocemos a los antiguos cristianos de Inglaterra.

28 - Germán de París (c. 496-576)
Debió de nacer en las cercanías de Autun, en la Borgoña, en el seno de una familia numerosa y complicada de la que estuvo a punto de ser mártir; su tío, que hacía vida eremítica, se lo llevó con él, y así vivieron en la soledad quince años; durante su santo aprendizaje, se interesó por el joven el obispo de Autun, quien le hizo sacerdote para luego nombrarle abad de San Sinforiano.

La fama de sus virtudes y su lucha sin tregua contra la esclavitud y el paganismo atrajeron la atención del rey Childeberto, que le nombró obispo de París, y empieza así sus esfuerzos por cristianizar las costumbres del soberano franco, que buena falta le hacía, y de los magnates de su corte.

Las caridades de Germán no tienen límite, y cuando el rey le abre sus arcas, hace fundir su vajilla de plata y le entrega además la cadena de oro que adornaba su cuello, el obispo se lo agradece exhortándole a ser más generoso aún: «No dejéis de dar, la Providencia es una fuente que nunca se seca».

También hace milagros para salvar vidas apagando con sus oraciones el incendio de una casa, y al ver que los que no pueden pagar los impuestos llenan las cárceles, cae de rodillas ante las prisiones implorando al Cielo su libertad, y en seguida las puertas se abren solas (por eso en su escudo hay cadenas y llamas).

Antes de morir octogenario, el santo obispo funda en las afueras de París una abadía dedicada a san Vicente, una de cuyas reliquias acababa de recibir de Zaragoza; allí será enterrado, y la iglesia, con las transformaciones de muchos siglos de historia, aún hoy perpetúa su nombre en la ciudad, que es también el de un barrio famoso en el mundo entero, Saint-Germain-des-Prés.

29 - Bona de Pisa (c. 1156-1207)
La virgen viajera, con toda la intrepidez que significaban los largos viajes en el siglo XII . Se dice que desde muy niña tuvo visiones sobrenaturales, y a los diez años se consagró a Dios bajo la regla agustiniana; hubiérase dicho que su futuro iba a ser la quietud de un claustro, y sin embargo no hubo mujer más andariega en su tiempo.

Ya a los catorce años emprende su primer viaje para ver a su padre, que estaba cerca de Jerusalén luchando en las cruzadas. A su regreso cae en poder de unos piratas musulmanes, sufre heridas, conoce el cautiverio y finalmente es rescatada por unos compatriotas pisanos.

Esta aventura parece espolearla a lanzarse otra vez a los caminos, siempre guiada por la fe y la caridad. Roma está muy cerca y no dejará de ir, pero ¿por qué no peregrinar también a la española Compostela, con una piadosa multitud a la que puede prestar la asistencia y los servicios de una buena hermana?

Hasta ocho veces más irá a postrarse ante el sepulcro del apóstol Santiago en Galicia, siendo un solícito ángel bueno para los demás peregrinos (las azafatas de hoy la tienen por santa patrona), y como era de esperar la última enfermedad la sorprende por los caminos, y muere en su ciudad natal muy poco después de su regreso.

La inquieta Bona, que conoció tantas tierras lejanas e hizo su vida servicial para los caminantes, descansará por fin entre los suyos, como quien llega a la posada de Dios tras mucho andar fatigado y alegre en pos de sus huellas.

30 - Fernando rey y Juana de Arco (1199-1252 y c. 1412-1431)
El calendario reúne en este día a dos paradigmas del poder de la cruz: un monarca triunfal y conquistador, y la doncella guerrera condenada a muerte por unos obispos, el rey de Castilla y la buena lorenesa que cantó François Villon. Santos medievales que ciñeron espada y que en los combates de este mundo hicieron estrago entre el enemigo.

Ambos, tan diferentes, son las dos caras de la Historia vista por Dios: la serenidad del éxito y el fracaso humano hasta morir en la hoguera por hereje relapsa y bruja; la lucha contra infieles y guerras enconadas entre cristianos. El soberano y la pastora de Domremy, en tierras próximas, casi vecinas.

Fernando, que conquistó definitivamente buena parte de Andalucía, «no por nuestros merecimientos, sino por los de Cristo, cuyo caballero somos», y Juana que se pierde en campañas estériles y confusas en las que acabó abandonándole la cobardía y la ingratitud de su señor, a quien había hecho coronar.

El rey santo que duerme en una abarrocada y suntuosa capilla de la catedral sevillana, y la Doncella de Orleáns que pereció en el fuego y cuyas cenizas se entregaron al aire de Francia, de la que hoy es patrona.

Los dos, triunfo y derrota, gloria humana y frustración, logro visible y humo, grandeza y tragedia, guiados por un sentido humilde y poderoso del deber. El gran rey de los castellanos y leoneses, y la pastora analfabeta que obedeció las voces de la altura hasta morir ignominiosamente en Ruán, forman parte de los misteriosos planes de Dios, interpretando dos papeles aparentemente antagónicos de la santidad que se completan en el reverso de la Historia, más allá de lo que vemos, según la sabiduría de la Providencia.