24/04/2024

Santos – Junio

1 - Justino (c. 100-c. 165)
Es el filósofo que busca ansiosamente la verdad y que se desespera al no hallarla, aunque la tiene muy cerca, una verdad sencilla, asequible y ajena a todas las teorías filosóficas que había nacido en la misma tierra en la que él vio la luz.

Porque era un palestino de Samaria, natural de Nabulus, pero de una familia griega pagana. Durante muchos años fue pasando de un sistema a otro, decepcionándose siempre por los resultados de sus reflexiones. Pitagórico, aristotélico, estoico y finalmente platónico, nada le convencía, hasta que ya en la treintena descubrió la Sagrada Escritura y se hizo cristiano.

No era sacerdote, pero consideraba que su obligación era dar a conocer a todos las señas de aquel tesoro que tanto le había costado encontrar, y se convirtió en predicador ambulante del Evangelio para difundir la buena nueva de la salvación con el ardor de un converso y el saber y la elocuencia de un profesional de la filosofía.

Nos dejó dos apologías del cristianismo y el famoso Diálogo con Trifón (un judío), por lo cual se le incluye entre los Padres de la Iglesia, pero tan elocuente como sus escritos es su misma muerte en Roma, tras negarse a sacrificar a los ídolos, cuando fue acusado por un rival envidioso de ser culpable de «ateísmo y de impiedad».

Se le decapitó junto con otros seis mártires, y sus reliquias fueron depositadas por Urbano VIII en la iglesia de la Virgen de la Concepción (o de los Capuchinos), en lo que hoy es Via Vittorio Veneto.

2 - Blandina († 177)
Una carta de los cristianos de Vienne y de Lyon a las iglesias de Asia nos permite saber lo que fue de un grupo de hermanos lioneses que en tiempos de Marco Aurelio fueron objeto de una redada de las autoridades. Se les acusaba de incesto y canibalismo, y la suposición de que celebraban monstruosas orgías secretas provocó un gran alboroto.

«Han soportado muy dignamente», afirma la carta, «los atropellos de la plebe: insultos, golpes, zarandeos, rapiñas, apedreo y cuanto suele complacer a una turba enfurecida contra gentes que considera odiosas». Y a continuación se destaca el valor de una esclava a la que habían encarcelado junto con su señora.

Su nombre era Blandina y «extenuaba a los que por turnos y de todas las maneras la iban torturando desde el amanecer hasta el ocaso. La bienaventurada mujer, como noble atleta, rejuvenecía en la confesión: ¡Soy cristiana y nada malo se hace entre nosotros!»

«Conducidos a las fieras, para común espectáculo de la inhumanidad de los paganos, a Blandina la colgaron de un madero y quedó expuesta allí para pasto de las fieras, pero éstas la respetaron y acabaron devolviéndola a la prisión con el fin de guardarla para otro combate».

Los demás murieron entre tormentos, y «Blandina, la última de todos, como noble madre que ha infundido ánimo a sus hijos y los ha enviado por delante victoriosos a su Rey, volaba hacia ellos alegre y gozosa de la partida, como invitada a un banquete de bodas y no arrojada a las fieras». Por fin, envuelta en una red la pusieron ante un toro salvaje que la corneó hasta matarla.

Es patrona de Lyon y patrona con santa Zita de las criadas.

3 - Los mártires de Uganda († 1886)
Es bien sabido que hoy la sodomía más que el fuego del cielo atrae plácemes, honores y la consideración de un refinamiento superior que casi despierta envidia en quienes no están inclinados a las prácticas contra natura. Se juzgaría una monstruosidad hacer morir en la hoguera -como se acostumbraba antaño- a los invertidos.

La Iglesia celebra en este día la fiesta de unos mártires que precisamente murieron en la hoguera por negarse al pecado nefando. Son paradojas del mundo, cuando en Europa empieza a defenderse la libertad y el honor de los sodomitas, en Africa queman vivos a los que no quieren serlo.

El rey Mwanga había hecho concebir muchas esperanzas de cristianización en aquellas tierras tropicales rodeándose de cristianos; hasta que decidió que entre los privilegios de su majestad debía támbién figurar poder satisfacer su lujuria con los pajes de la corte.

Hubo, como siempre, otras razones complementarias (económicas, por el mercado de esclavos, y políticas, una conjura a la que los cristianos no se unieron), pero la desobediencia a la voluntad del rey fue decisiva para perseguir sañudamente a «todos los que rezan», según el edicto.

Se decapitó a unos, otros murieron entre tormentos, y una veintena (entre ellos el jefe de la guardia real, Carlos Lwanga, de veinte años, y el paje Kizito, de trece) fueron quemados vivos en la colina de Namugongo el 3 de junio de 1886. Se les ofreció el perdón del rey si se comprometían a no rezar, y murieron entre oraciones y cánticos.

Pablo VI los canonizó en 1964.

3 - Clotilde (c. 475-545)
La suya es una historia de bárbaras crueldades en la que se mezcla extrañamente un cristianismo muy rudo y contaminado por tradiciones germánicas de una escalofriante crueldad. En este ambiente de guerreros
brutales y vengativos santa Clotilde llega a ser santa.

Era una princesa burgundia que había visto asesinar a su padre y a sus hermanos, y a quien pide en matrimonio el rey de los francos Clodoveo. Según los antiguos cronistas, éste la amaba apasionadamente, aunque sin entender por qué no rendía culto a Odín, Thor y a los demás bélicos dioses de su raza.

La cristiana Clotilde, respaldada por san Remigio, obispo de Reims, rogaba por la conversión de su esposo, «el hombre más noble del mundo, digno de que Dios le conceda el don de la fe». En el 498, cuando la batalla de Tolbiac se anuncia como una gran derrota para los francos, Clodoveo invoca al Dios de Clotilde y vence a sus enemigos.

Poco después san Remigio bautiza al rey y a muchos de sus guerreros, y a la muerte de Clodoveo los francos pertenecen ya a la Iglesia y la viuda real, en palabras de Gregorio de Tours, es «asidua en las limosnas, infatigable en las vigilias, perfecta en la castidad».

Quiere retirarse a un convento, pero no la acompaña la paz: tras la muerte de su primogénito en una batalla, los hermanos de éste asesinan a traición a los nietos de Clotilde. Fue sepultada en la cripta de una iglesia de París donde ya reposaban los restos de santa Genoveva.

4 - Francisco Caracciolo (1563-1608)
Se llamaba Ascanio, nacido cerca de Chieti, en el reino de Nápoles, y era de noble familia que le destinó a las armas. A los veinte años una grave enfermedad le movió a hacer voto de abrazar la vida religiosa si sanaba, y al producirse su curación marchó decididamente a Nápoles para estudiar teología y recibir las órdenes sagradas (1587).

Luego hay el episodio de la carta equivocada: recibe una dirigida a un homónimo suyo, y en el error cree ver lamano de Dios; allí se habla de planes para fundar una nueva orden, y no tarda en unirse a los fundadores de un instituto de clérigos regulares que querían armonizar la vida contemplativa con la activa.

El Papa concede su aprobación, Ascanio cambia su nombre de pila por el de su admirado san Francisco, y empieza a hacerse realidad el doble objetivo complementario de vivir sólo para Dios -adoración perpetua al Santísismo, continuas oraciones, penitencias muy rigurosas- y al servicio de los hombres, evangelizando a los incrédulos y atendiendo a enfermos pobres en casas y hospitales.

Elegido superior de la orden, tuvo que bregar no poco en Italia y en España (donde visitó a Felipe II), porque en estos años que siguieron a Trento proliferaban las nuevas fundaciones, y existía una gran desconfianza respecto a ellas, haciendo frente a una multitud de calumnias. Murió en Agnone pronunciando los hombres de Jesús y de María, con una impaciencia que le hacía exclamar: «¡Vamos, vamos!». «¿Adónde hay que ir?», le preguntaron.

«Pues al cielo», dijo en lo que fueron sus últimas palabras.

5 - Bonifacio (c. 680 - c. 755)
Anglosajón de Wessex que al hacerse benedictino cambió su nombre de Wynfrid por el de Bonifacio, el que hace el bien, hasta los cuarenta años vivió como monje primero en Exeter y luego en Nursling, cerca de Southampton, dedicado al estudio, a la enseñanza y a la predicación.

Compuso la primera gramática latina escrita en Inglaterra, y tenía justa fama en las islas británicas de hombre de gran saber, que en la paz y el retiro de los monasterios edificaba a todos con sus luces y su piedad.

Su vida cambió por completo en el año 718, cuando el papa Gregorio II le envió a evangelizar a los germanos, y entonces empieza a desplegar una actividad trepidante que le iba a hacer recorrer Hesse, Baviera, Westfalia, Turingia, predicando, bautizando, fundando monasterios como el de Fulda y organizando la naciente iglesia entre aquellos pueblos paganos.

Tres veces fue a Roma para que el papa le confirmase en su misión, en el 722 era obispo, posteriormente fue vicario apostólico con sede en Maguncia, presidió concilios y ungió, en nombre del pontífice, al rey Pipino el Breve, que colaboraba con él.

Ya septuagenario, en vez de buscar el reposo, decidió evangelizar personalmente las tierras que hoy llamamos Holanda, la Frisia, y allí, junto con unos misioneros, fue martirizado en Dokkum por unos paganos. Su sepulcro, que se venera en Fulda, es el gran santuario alemán, donde su figura es recordada como uno de los grandes maestros de la fe que hicieron la Europa actual.

6 - Norberto (c. 1080-1134)
El alemán descalzo que recorre el norte de Francia sin una moneda en su bolsa, predicando, confundiendo a los herejes y clamando contra la simonía, no es bien recibido en todas partes, se le echa de aquí y de allá, se le insulta y a menudo es golpeado, hasta se le amenaza de muerte, en su tierra natal, al otro lado del Rhin, de donde tuvo que irse.

Muchos conocen su historia, que era la de un capellán de familia noble, sobrino del arzobispo de Colonia, culto, brillantísimo y mundano, más elegante que nadie en sus vestiduras, más hábil que nadie en el manejo de la palabra y en la poesía que cautiva a las damas de la ciudad.

Dicen que cierto día un rayo cayó a los pies de su caballo y le derribó en el polvo, y que desde entonces no parece el mismo. Que renunció a prebendas y repartió sus riquezas, aunque sin conseguir que se olvidara su vida anterior y que dejasen de escarnecerle los que le conocieron antes de esta metamorfosis.

Ahora reúne a unos discípulos y en un valle desierto cerca de Soissons funda un monasterio que será el origen de la orden premonstratense: bajo la regla de san Agustín y con hábito blanco, mitad monjes, mitad clérigos, los canónigos regulares de san Norberto misionan por toda Europa.

El fundador fue elegido por aclamación y contra su voluntad arzobispo de Magdeburgo, un prelado descalzo y harapiento al que más de una vez quisieron asesinar por no ser blando y transigente, como había empezado por no querer serlo consigo mismo.

7 - Pedro de Córdoba y compañeros († 851)
Después del martirio de san Perfecto, los cristianos cordobeses, que solían vivir en los monasterios de los alrededores de la ciudad, acuden a Córdoba como ansiosos por provocar a las autoridades, queriendo ser mártires, hasta el punto de que san Eulogio, alarmado, trata de moderar sus ímpetus.

La declaración pública de su fe basta para ser condenados a muerte en la capital de Abderramán II, y así son degollados, ahorcados o empalados, y sus cadáveres se queman para dispersar las cenizas al viento.
Éste es el caso de Isaac, del cenobio de Tábanos, que había sido notario y conocía muy bien la lengua árabe, y de su tío paterno Jeremías, «santo anciano» que ya en la vejez renunció a sus riquezas para edificar aquel monasterio y vivir allí entregado a la contemplación y al estudio.

Y también del joven Sancho, que procedía de la ciudad de Albi, antiguo prisionero «liberto y alistado en el ejército del emir, y comensal en el palacio de éste»; del sacerdote Pedro, natural de Écija, que vivía en el monasterio de Cuteclara, del diácono Walabonso, que era de Peñaflor, del monje Sabiniano, del «noble ciudadano» Habencio…

San Eulogio nos da escueta noticia de todos ellos para que sus nombres no se pierdan, y hoy, más de un milenio después, podamos recordar su pasión terrible y afirmativa, de quienes llaman con violencia a las puertas de la muerte gritando la verdad que los hará inmortales.

8 - Medardo (c. 456-c. 545)
Santo que fue muy popular en la Francia de la Edad Media, y al cual los campesinos invocaban para pedir la lluvia y el buen tiempo. Su tumba en la abadía de Soissons era objeto de gran veneración, y de él se contaban divertidas anécdotas, ejemplares, bondadosos prodigios de su caridad.

Vacas robadas cuya esquila no dejaba de sonar, como la voz de la conciencia; hasta que el ladrón devolvía el animal al santo, o merodeadores que una vez en el huerto durante toda una noche no acertaban con la puerta para salir, hasta que san Medardo al despertarse se la indicaba, haciéndoles comprender que todo pecado ciega.

Si hay que atender a la Historia, no es mucho lo que sabemos de él; que era picardo, de Salency, de padre franco y madre galorromana, que estudió en las escuelas monásticas de Vermand y Tournai, que fue ordenado sacerdote por el obispo de Vermand, a quien sucedería años después.

Vermand, junto al Saint Quentin o San Quintín que recuerda la gran victoria de Felipe 11, parece que fue destruida por los hunos y los vándalos, y que entonces el santo trasladó su sede a Noyon, por ser ciudad fortificada.

Tuvo también sus conflictos con los intemperantes reyes francos, como Clotario I, quien no obstante sentía por él un gran respeto, pero más que un obispo duro y batallador parece que tuvo una aureola de bondad entre gentes todavía paganas y muy dadas a la violencia, que se ganó justa fama de piadoso y caritativo, y que era hombre para quien Dios hacía pequeños milagros pedagógicos y convincentes.

9 - Columba c. 521-597)
O Colomba, Columbano o Columkill, el mayor y más popular de los santos irlandeses después de san Patricio, nacido en Gallan, en el condado de Donegal, quizá de familia de príncipes; entró muy niño aún en el monasterio de Clonard, se ordenó de sacerdote y al parecer después vivió quince años más en su isla natal, predicando y fundando numerosos monasterios, entre ellos los de Derry y Durrow.

Hacia el 563, ya famoso por su piedad y su saber, marchó a evangelizar a los pictos paganos de Escocia, queriendo, dice su primer biógrafo, «ser un peregrino de Cristo». En unión de doce discípulos recorrió las tierras escocesas y fundó el gran monasterio de lona, en la isla del mismo nombre, el centro más importante de la historia cristiana de aquellas regiones.

Desde lona ─que servirá también como panteón de los reyes escoceses─ su influencia se extendió por toda la Caledonia: ponía paz entre los enemigos, enseñaba a roturar las tierras, llevaba consigo la civilización y la fe, y durante treinta y tantos años fue el gran apóstol de los pictos.

Se habla de él como alguien «cuyo rostro irradiaba dicha interior», alegre, bondadoso y caritativo, y el pueblo le atribuía dotes de profeta y taumaturgo, contándose que le bastó hacer el signo de la cruz para ahuyentar del lago Ness a un monstruo acuático, cuyos posibles descendientes todavía atraen el turismo hacia aquella zona.

San Columba murió en lona rodeado de sus monjes, tras haber merecido por sus conquistas espirituales el sobrenombre de «soldado de la isla».

9 - Efrén (c. 306-373)
Santo de la antigua Mesopotamia cristiana que hace siglos dejó de serlo, nacido en lo que fue Nisibe, hoy Turquía, muy cerca de la frontera siria; asistió como secretario de su obispo al concilio de Nicea (325) y enseñó primero en la escuela episcopal de su ciudad y luego cuando los persas fa conquistaron, en Edesa, hoy Urfa.

Su ejemplo es el de la austeridad unida al estudio y a la caridad para con los pobres y enfermos, y en 1920 se le reconoció como doctor de la Iglesia por su combate contra las herejías y su inspirada exaltación de las verdades de la fe, sobre todo de la Presencia real de Cristo en la Eucaristía y de la pureza de la Virgen (uno de sus títulos es el de «cantor de la Inmaculada»).

Pero san Efrén, que probablemente no pasó nunca de diá- cono, y a quien se atribuye reacciones insólitas (¿será cierto que se fingió loco para evitar que le nombraran obispo?), ha pasado a la historia con el estupendo sobrenombre de «cítara del Espíritu Santo» por sus homilías, himnos y comentarios a la Escritura, de una elocuencia en la que el lenguaje se encrespa armoniosamente, reluce seduciendo con su persuasión.

Es un poeta oriental de verbo arrebatado y florido en quien la teología canta, lo didáctico se viste de lírica brillante, y hay que oírle, incluso en traducciones de una lengua tan remota como el siriaco, hablándonos del Juicio Final como de una «catarata de fuego» ante la cual «el universo se encoge y se abarquilla como un pergamino».

En él el adorno es contenido, no superfluidad decorativa, la palabra se exalta en expresión y belleza porque no le basta el seco enunciado para aludir a la sublimidad del misterio, y sólo las imágenes de la poesía, que impulsan el soplo del Espíritu, pueden hacer entrever lo indecible.

10 - Margarita de Escocia (c. 1045-1093)
La reina santa de los escoceses pertenecía a la familia real inglesa, su madre era alemana y ella nació en Hungría, en el destierro de su padre, el rey Eduardo. Hacia los doce años pudo regresar con los suyos a Inglaterra, pero en 1066 la batalla de Hastings volvió a alejarlos del trono.

Los normandos se habían hecho dueños del país, y la dinastía anglosajona decidió refugiarse otra vez en la acogedora Hungría, pero una tempestad llevó el barco hasta las costas de Escocia, y allí se quedaron a vivir en la residencia palaciega del rey Malcolm III, quien no tardaría en casarse con la joven Margarita.

Ésta fue una unión «llena de luz y sombras», según un biógrafo, tuvieron seis hijos y dos hijas, y en la corte más bien bárbara del soberano escocés, cazador y guerrero, violento y primitivo, la vida de Margarita distó de ser fácil.

Sabemos de su perseverante esfuerzo por civilizar aquella Escocia ruda y aislada: desde una relativa urbanidad en la mesa y usos más refinados en el adorno del palacio, hasta la dulcificación de las costumbres, la piedad y la generosa limosna como hechos habituales, y la nueva abadía de Dunfermline, al norte del estuario del Forth, donde vivían los reyes, dedicada a la Santísima Trinidad.

Murió en el castillo de Edimburgo muy poco después de la muerte de su esposo y de uno de sus hijos en una batalla, y recibió sepultura en la abadía que había fundado y cuyas ruinas todavía hoy recuerdan a la santa patrona de Escocia. Santa a pesar de la ausencia de milagros comprobados; su santidad estriba en convertir la vida cotidiana de esposa, madre y reina en un abnegado servicio, tenaz y sonriente, a Dios y a los que la rodeaban sin que nadie advirtiera nada espectacular, como si aquello fuera lo más natural y sencillo.

11 - Bernabé (siglo I)
«Era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe», según le describe san Lucas, y no es pequeño elogio el que hace de este discípulo de Jesús que perteneció al primer núcleo de la comunidad cristiana, y cuyo verdadero nombre era José Haleví, es decir, el levita, aunque los apóstoles le apodaron Bernabé, hijo de profeta.

Era judío chipriota y primo de san Marcos, él fue quien presentó a los apóstoles a san Pablo después de su conversión en el camino de Damasco y luego colaboró en las empresas misioneras de Pablo; en Listra les tomaron por «dioses en forma humana» y «llamaban a Bernabé Zeus y a Pablo Hermes», lo cual permite suponer que nuestro Bernabé era alto y de aire majestuoso, ya que la superstición popular le confundió con el padre de los dioses.

Posteriormente evangelizó su isla natal y tal vez fue lapidado y quemado vivo por los judíos de Chipre (debido a su supuesta lapidación se le invocaba tradicionalmente como protector contra el granizo). Se le atribuye también el haber fundado la iglesia de Milán, y es patrón de esta ciudad.

Un cuadro del Veronese evoca una significativa práctica de este misionero, de quien se dice que curaba a los enfermos aplicándoles sobre la cabeza o el pecho el evangelio de san Mateo, del que nunca se separaba, la palabra de Dios que asume poderes taumatúrgicos, salva las almas sin desdeñar la cura de los cuerpos.

Pero volviendo a sus viajes de apóstol, hay que detenerse en las discrepancias que separan a sus dos compañeros, el gran Pablo y su primo Marcos; Bernabé parece indeciso entre uno y otro, más tarde hará un intento de reconciliación que Pablo rechaza, y en unas pocas frases de san Lucas nos asomamos así a una humanísima y sin duda enconada discusión entre santos, que tiene un dramático sello de verdad.

12 - Juan de Sahagún (c. 1430-1479)
Juan González de Castrillo, hijo de hidalgos leoneses, nació en Sahagún, y pronto por la mansedumbre de su carácter se le vio más inclinado a la Iglesia que a las armas; se educó en la abadía benedictina del lugar y luego fue paje del obispo de Burgos, el famoso converso Alonso de Cartagena, quien le ordenó de sacerdote, le hizo canónigo y le colmó de beneficios eclesiásticos.

A los veinte años, avergonzado por tantos privilegios y honores, renunció a todo para hacerse simple párroco en Santa Gadea, de allí pasó a estudiar en la universidad de Salamanca, y en esta misma ciudad decidió que sería agustino.

En Salamanca fue muy popular por su talante risueño, su predicación (se le llamaba «el fraile gracioso»), la pureza de su vida y su espiritualidad; sus misas eran interminables -nadie quería ser su monaguillo- porque en la Hostia se le aparecía Cristo y dialogaba con Él, olvidándose de los fieles.

Pero en el púlpito hablaba con una libertad y una audacia que le valieron numerosos enemigos; denunciando los abusos de los grandes señores o poniendo paz en las banderías sangrientas que desgarraban Salamanca, se ganó muchos odios, y en diversos lugares como Alba de Tormes se atentó contra su vida.

Se le atribuyen infinitos milagros (hacer cesar una epidemia de peste, salvar a un niño caído en un pozo, resucitar a una niña) y según parece murió envenenado en Salamanca por una mujer que había jurado vengarse cuando fray Juan convenció a su amante para que rompiese sus relaciones con ella.

13 - Antonio de Padua (1195-1231)
No se llamaba Antonio sino Hernando, y no era de Padua sino de Lisboa. Elige otro nombre y otra vida para convertir infieles en África y morir mártir, pero los caminos de la Providencia le llevan a Italia, y allí el que había estudiado teología en Coimbra será humildísimo franciscano hasta que por obedecer a sus superiores se va a revelar como un predicador portentoso.

Y sabio de profundos conocimientos (la Iglesia le incluye entre sus doctores), pero sobre todo taumaturgo admirable en la escuela franciscana de la sencillez y del amor por las cosas humildes: es el santo que predica a los peces cuando los hombres no quieren escucharle. De él se dice que una noche tuvo al Niño Jesús en sus brazos, y así se le suele representar en una iconografía por lo común blanda y dulzona que no refleja el vigor y la intrepidez que conocemos por la historia.

La anécdota de cierto ladrón que le robó un manuscrito y que se sintió irresistiblemente empujado a devolvérselo ha hecho que en el culto popular san Antonio sea el que ayuda a encontrar lo perdido, el que hace recobrar las cosas extraviadas; y nada más extraviado por nuestro descuido que Dios en nuestras pobres vidas.

Objetos perdidos que se necesitan o amores no encontrados que se requieren, el de Dios en primer lugar, pero también más simple y humanamente sus reflejos terrenales, los amores de este mundo, y por esta razón es asimismo el santo casamentero.

Se le canonizó antes de cumplirse un año de su muerte, cerca de la ciudad de Padua, de la que es el famoso patrón celestial, y uno de los santos más simpáticos, venerados y diríase que asequibles de todo el catolicismo, que añade a su perfil cierto y comprobable un plus de ingenua piedad -interesada como todo lo nuestro- que nos conmueve particularmente.

14 - Elíseo (siglo IX a. de C.)
Tremenda figura del Antiguo Testamento, un labrador del que se nos dice que era hijo de un tal Safat y que estaba arando con doce yuntas cuando pasó junto a él el profeta Elías y le echó su manto por encima, transmitiéndole así sus poderes sobrenaturales.

Después de despedirse de los suyos, Eliseo ofrece un par de bueyes en sacrificio y sigue al maestro, a quien, antes de ver cómo era arrebatado al cielo en un carro de fuego, pide la confirmación de su espíritu de profecía.

El segundo libro de los Reyes dedica diversos capítulos a este hombre fuerte y singular que lucha enérgicamente contra la idolatría y va sembrando su camino de portentosos signos del poder de Dios: multiplica panes y también el aceite de unas tinajas, sana a un monarca leproso, incluso resucita a un niño.

Escenas que parecen borradores un poco toscos, como bárbaros, de otros bien conocidos de los Evangelios; impresionantes y con el sello de la intervención divina, pero sin el toque inconfundible de delicada humanidad, de Dios hecho carne y sentimiento, que tienen los milagros de Jesús.

Elíseo es como una vaga prehistoria anunciadora de Cristo, anuncia lo sublime desde un mundo todavía lleno de hosquedad e imperfección. En su rudeza quizá lo que mejor recordamos es el inesperado gesto de Elías recubriéndole con su manto, haciéndole suyo y ocultándole a los hombres para meterle en un ámbito sobrenatural que el labrador acepta dócilmente, atendiendo la llamada brusca y definitiva de Dios por la que lo deja todo.

15 - María Micaela del Santísimo Sacramento (1809-1865)
La llamada Madre Sacramento, en el mundo María Micaela Desmaisieres López de Dicastillo, vizcondesa de Corbalán, es la imagen de la santidad moderna perseguida y calumniada por los buenos. Los buenos son obispos, confesores, religiosas, católicos practicantes, gentes que estaban en paz con su conciencia y que creían obrar bien de este modo.

De esta madrileña de la alta nobleza, alumna de las monjas más selectas de Pau, criada en un gran palacio de Guadlajara, hermana de un ilustre diplomático en París y otras capitales extranjeras, que frecuentaba la alta sociedad, se esperaba otra cosa: una boda proporcionada a su rango, otras costumbres, una piedad más discreta.

En vez de eso, hacia mediados de siglo se dedica en Madrid nada menos que a las mujeres descarriadas y enfermas, y la llaman loca; se suceden incomprensiones, campañas de prensa, insultos, intentos de asesinato, gravísimas penurias económicas. «Tan sola, tan triste, tan despreciada de todos», dice de sí misma.

Un pequeño grupo de locas se une a ella en medio de las dificultades que parecen invencibles, y así nace en 1859 la congregación de las Adoratrices y esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, con la ayuda y el consejo de san Antonio María Claret, instituto que se extiende por toda España.

Desafiando la epidemia de cólera, acudió en auxilio de la casa de Valencia, y allí murió contagiada. Se la canonizó por sus heroicas virtudes en 1934.

15 - Germana (c. 1579-1601)
Germaine Cousin, cenicienta del santoral, nació en el pueblecillo de Pibrac, muy cerca de Toulouse, y era hija de un labriego acomodado. Su madre murió a los pocos años de nacer ella, y la esposa de su hermano mayor, convertida en ama de casa, arrinconó despectivamente a aquella criatura enferma e inútil.

Era escrofulosa y de complexión débil, y tenía impedida la mano derecha, desde los nueve años se la mandó aguardar el rebaño de la familia, comía separada de los demás para evitar contagios, y dormía también aparte en un hueco de la escalera junto a los establos.

Los vecinos y la chiquillería del pueblo se mofaban porque la veían muy piadosa (su apodo era «la petite bigotte», la santurroncita), siempre atenta a la hora del ángelus, rezando entre sus ovejas, haciendo lo imposible por acudir a misa los domingos y manteniendo en la soledad del campo largos coloquios con Dios y con la Virgen.

El cura de Pibrac le confió labores de catequista en las que puso la misma dulzura y paciencia con que soportaba los malos tratos, las burlas y los sufrimientos, que ofrecía como reparación de los sacrilegios cometidos por los protestantes. Cuando murió, hacia los veintidós años, se produjeron numerosos milagros y su sepulcro pasó a ser un centro de peregrinaciones populares en el Languedoc.

Es patrona de las pastoras y fue canonizada en 1867. Ingres la pintó a manera de ex voto envuelta en luz, con su huso y su cayado.

16 - Juan Francisco Regis (1597-1640)
El apóstol del Languedoc, que se consagra a rehacer la fe y las costumbres, tan maltrechas en aquellas comarcas después de las guerras de religión. Su sueño era evangelizar el Canadá francés, pero nunca se lo consintieron, y consumió su vida en un ámbito mucho más reducido, que era el de su tierra natal.

Nació en un pueblo próximo a Narbona de una familia de mercaderes, se educó con los jesuitas de Béziers y en 1616 ingresó en el noviciado que la Compañía de Jesús tenía en Toulouse. Aun antes de ser propiamente jesuita, de él se contaron prodigios por su heroica actuación durante la peste que azotó esta ciudad, y unos años más tarde se le envió a Montpellier.

Allí, y al final de su vida en Puy, feudo tradicional de los calvinistas, se le llamaba «el santo» por antonomasia, y las multitudes acudían a oír a aquel religioso de sotana raída y con remiendos, y de oratoria poco brillante, a menudo tachada de vulgar, que sacudía las conciencias con palabras sencillas e irresistibles.

Cuando no predicaba o confesaba -con el extenuante horario que se había impuesto a sí mismo-, recorría las aldeas más apartadas hablando de Dios a los campesinos que no veían un cura en todo el año, y atendía solícitamente a los herejes consiguiendo muchas conversiones.

La fundación de una serie de casas de refugio para mujeres de vida airada dio pie a calumnias y amenazas de muerte, pero lo más duro fue la postura incomprensiva de sus superiores, quienes juzgaron que se excedía en su celo, y que a menudo pusieron no pocas trabas a su actividad, por lo cual en cierto modo puede también considerársele como mártir silencioso de la obediencia.

17 - Gregorio Barbarigo (1625-1697)
Veneciano de una gran familia senatorial, muy pronto quedó huérfano de madre, y su padre cuidó de darle una esmeradísima educación. Aún no tenía veinte años cuando acompañó al embajador Contarini al congreso de Munster, y allí conoció al nuncio de la Santa Sede, Fabio Chigi, quien influyó mucho en él.

A su regreso fue magistrado, pero le atraía la vida religiosa y estuvo a punto de hacerse carmelita, hasta que decidió ingresar en el clero secular e inició sus estudios en Padua. En 1655 era sacerdote, y enseguida le llamó a Roma su consejero de Munster, que era ahora el Papa Alejandro VII.

Nombrado obispo de Bérgamo, encontró una diócesis muy abandonada, que transformó por completo con su ejemplo de austeridad, la fundación de un seminario y la solicitud con que atendía a su grey. Más tarde, siendo ya cardenal, pasó a obispo de Padua, lugar de proverbial relajación de costumbres, donde repitió en mayor escala la labor reformista inspirada en san Carlos Borromeo.

Obispo popularmente famoso por el caudal de limosnas que repartía y por la severidad con que reprimió abusos ya muy antiguos (tuvo que meter en cintura a muchas monjas y cerrar los locutorios de los conventos en los días de carnaval), hizo frente a varias rebeliones de canónigos, le dispararon pistoletazos y un párroco fijó en lugares públicos una violenta sátira contra él. Como se ve, no siempre los prelados que aplicaban las normas de Trento gozaban del beneplácito general. Murió con merecidísima fama de santo y fue canonizado en 1960.

18 - Isabel de Schonau (c. 1129-1165)
Schónau, que no suele figurar en los mapas, es un puntito de la Renania-Palatinado no lejos de la orilla izquierda del Rhin y de la gran ciudad de Francfort. Nos acordamos de su nombre por un monasterio de benedictinas en el cual ingresó Isabel en la primera mitad del siglo XII.

La vida de una monja no acostumbra a dar mucha materia a sus biógrafos, y por lo común es todo lo contrario de lo noticiable; de Isabel de Schónau sabemos que fue superiora en 1157 y que murió muchos años después. Lo demás, históricamente, no parece haber tenido gran relieve.

Sin embargo, hay muchas cosas de su vida interior que nos son conocidas gracias a cuatro libros que compuso y que completó su hermano Egberto. Libros extraños, hechos de visiones, de éxtasis místicos, de momentos indecibles que apenas pueden trasladarse a palabras.

Santa Isabel (en realidad no fue canonizada formalmente, pero enseguida se le tributó un culto que la Iglesia no ha desautorizado nunca) nos habla de espantosos años de prueba, con aridez espiritual, hastío y fortísimas tentaciones de dudas sobre la fe, hasta el punto de creerse abandonada por Dios.

La prueba termina con una aparición de la Virgen, y sus escritos nos hablan de escenas inolvidables en las que ve el Infierno, y cómo los ángeles acumulan en un platillo de la balanza las buenas obras, mientras el demonio pone en el otro los pecados, que pesan mucho más. Hasta que la justicia divina manifiesta el desbordamiento irresistible de la misericordia: el ángel añade a los méritos humanos una Hostia, y el platillo se vence por su lado como si lo empujara un peso infinito.

19 - Gervasio y Protasio (siglo I)
Así lo cuenta san Agustín en el libro noveno de sus Confesiones: «Fue entonces cuando descubristeis por medio de una visión al obispo que acabo de nombrar (san Ambrosio) el lugar donde estaban sepultados los cuerpos de los mártires Gervasio y Protasio. Durante muchos años los habíais conservado al abrigo de la corrupción en vuestro misterioso tesoro para hacerlos salir de allí en el momento oportuno…».

Efectivamente, san Ambrosio, guiado por un «presentimiento», sueño o visión, hizo exhumar en Milán los restos de ambos mártires, que según san Agustín, mientras eran trasladados a la basílica ambrosiana, obraron milagros, siendo causa de que un ciego recobrara la vista y de que unos endemoniados se vieran libres del Maligno.

¿Quiénes fueron Gervasio y Protasio? Según la tradición, hijos gemelos de san Vital y santa Valeria, que tras el martirio de sus padres vendieron todos sus bienes para repartir su importe entre los necesitados y se hicieron bautizar. Por negarse a adorar a los ídolos se les decapitó bajo Nerón.

Una frase de san Agustín nos deja pensativos: «Los habíais conservado al abrigo de la corrupción en vuestro misterioso tesoro», in thesauro secreti. Imaginamos plásticamente la gloria de los santos como un caudal inagotable de riquezas ocultas, como un patrimonio sin fin que Dios administra a efectos humanos de un modo tan enigmático como certero.

Gervasio y Protasio pertenecieron durante mucho tiempo al misterio de lo desconocido, y de pronto una visión divina y la solicitud del obispo de Milán devuelve sus vidas a la luz, hacen milagros, se les erigen iglesias, y en luminoso estilo de san Agustín su reaparición evoca la opulencia espiritual de la santidad, a menudo opaca para nosotros, que Dios hace visible cuando conviene.

20 - Silverio († 537)
Entre la fuerza bruta de los bárbaros y las tortuosas intrigas de los bizantinos, cuando unos y otros se disputaban Italia, Silverio tuvo un pontificado breve y tumultuoso. De él sabemos que era natural de la Campania, que fue hijo del papa Hormisdas y que se le eligió por la influencia del rey godo Teododato.

Según un antiguo hagiógrafoPersona que escribe hagiografías o biografías en que se ensalza la bondad del biografiado., «dos mujeres locas y atrevidas», la emperatriz Teodora, casada con Justiniano, y amiga de los herejes condenados en el concilio de Calcedonia, y Antonina, esposa de su general Belisario, fueron las culpables de todo.

San Silverio se negó a revocar las decisiones de su antecesor Agapito, declarando que «antes perdería el pontificado y la vida que deshacer lo que tan santamente había hecho su predecesor», y por obra de los manejos de estas dos mujeres, aliadas con un clérigo ambicioso, Vigilio, perdió ambas cosas.

El Sumo Pontífice fue hecho preso, vestido de monje y conducido al destierro en una isla, donde «afligido de pobreza, calamidades y miserias, de puro maltratamiento vino a morir». Por eso la Iglesia le venera como mártir.

Vigilio, su sucesor, fue menos maleable de lo que esperaba Teodora y acabó renunciando a la cátedra apostólica que había usurpado, aunque a la muerte de Silverio fue elegido canónicamente como papa. Con él Roma tuvo durante un largo período una política titubeante e insegura, que acentuaba aún más la firmeza heroica de que había dado muestras Silverio.

21 - Luis Gonzaga (1568-1591)
Primogénito de una familia nobilísima, su padre es príncipe y marqués de Castiglione, su madre dama de honor de la reina Isabel de España, desde su niñez está destinado a lo más alto, se la adiestra para mandar y ser un gran capitán, sin olvidar el lujo y el saber -exaltantes lecturas de Plutarco y Séneca- que convienen a un noble de esta Italia guerrera, fastuosa y humanista.

Pero cuando se le lleva de corte en corte, incluso a la de Felipe 11 de Madrid, el joven Gonzaga se descubre a sí mismo ajeno a aquellos entusiasmos mundanos: entre las galas finales del Renacimiento es una figura delicada y espiritual, exigente consigo mismo, que muy pronto hace voto de castidad y a los dieciséis años quiere ser misionero.

Venciendo la dura oposición paterna, en Roma es modelo de novicios jesuitas, renunciando al mundo que tenía a sus pies por su cuna, frágil y obstinado asombra con su santidad a todos los que le conocen y después de un heroico comportamiento durante una epidemia de peste, muere muy joven aún, como el polaco Estanislao de Kotchka y el brabanzón Juan Berchmans, los otros dos donceles de la Compañía.

Patrono de la pureza adolescente y de la juventud, es una de esas glorias auténticas empañadas por una piedad ñoña que se ha ido posando sobre su recuerdo como una espesa capa de polvo; tanta insistencia en su misoginia, casi como una caricatura a lo ignaciano del casto José, ha puesto un énfasis desplazado y ridículo en su ejemplo de cristiano fuerte y decidido.

Una devoción de buena fe no muy bien orientada insiste en lo negativo de su figura, pero la grandeza de Luis, que maravilló a santos como Carlos Borromeo y Roberto Belarmino, no está en sus actitudes de defensa contra el mundo, sino en la empresa de dedicación total a Dios con una generosidad y un arrebato que sólo podía tener un joven.

22 - Tomás Moro (1478-1535)
Es el hombre más metido en lo humano de todo el santoral: casó por segunda vez después de enviudar, padre de familia numerosa, rico, gran señor, con esa reposada elegancia que conocemos por el estupendo retrato de Holbein, enamorado ferviente del arte y de la cultura, experto en leyes, político y estadista. No se pueden pedir vínculos más fuertes con las cosas, atracciones mayores por el mundo.

Un caballero inglés bien instalado en la vida que no sólo cumple escrupulosamente con su deber sino que además sueña: aquí está un libro suyo cuyo título es paradigma de quimeras, Utopia. No es alguien asustadizo, no le pesan las responsabilidades, y su mejor amigo, Erasmo, es el intelectual más inquieto e inquietante de esa Europa en vísperas de Lutero y su Reforma.

Pues este personaje tan arraigado lo echa todo por laborda en el martirio, repitiendo el gesto de su homónimo Beckett; sin ser obispo ni cura ni fraile, ni siquiera propiamente teólogo, sólo por ser hombre de fe y convicciones, eso le basta. Acepta la muerte -aunque no la busca, no hay en él ni un átomo de desafío ni de imprudencia- con dolor, pero no sin flema británica, buenos modales y humor, y se convierte en el símbolo del intelectual de conciencia ante el tirano.

Anda por medio la llamada razón de Estado, y hoy algunos pueden preguntarse: ¿No hubo exageración? ¡Morir por un divorcio ajeno, un mártir antidivorcista! Tomás Moro creyó que lo que se ventilaba entonces valía su vida, y la dio no por su política, sino por la de Dios, ejemplo raramente imitado. Las ideas políticas van y vienen, pueden cambiar, son siempre caducas, el que fue canciller de Inglaterra consideraba inconmovibles las palabras del Evangelio, y cuando se le acorraló exigiéndole que renegara de ellas o muriese en la Torre de Londres, supo que había que morir con el fervor de un cristiano y la serenidad sonriente y educadísima de un gentleman.

22 - Paulino de Nola (353-431)
Poncio Meropio Paulina, bordelés de familia opulenta y noble, tenía que ser por su cuna un gran señor, y por su talento, como ya adivinó su maestro Ausonio, el último de los grandes poetas paganos de la antigüedad, un brillante poeta.

Estudia, viaja, escribe versos que le valen el aplauso de Ausonio mientras vive en una fe cristiana no demasiado exigente aún; es senador y cónsul en Roma, luego gobernador de la Campania, y allí descubre, en Nola, el sepulcro de san Félix y la vida ejemplar de este santo.

Casado con una española, Teresa (por quien se llamará así Teresa de Jesús), hacia el 390 es bautizado -hasta entonces sólo era catecúmeno- y una serie de graves conflictos empuja al matrimonio a instalarse en España, donde les nace un hijo que muere al cabo de un mes.

Los esposos guardan castidad perfecta, venden todos sus bienes para socorrer a los pobres, y la vida que llevan en Barcelona parece tan admirable a las gentes (aunque Ausonio le escriba que es una locura) que en la Navidad del 394 el pueblo barcelonés le aclama como sacerdote y es ordenado.

Martín de Tours, Ambrosio, Jerónimo y Agustín le alientan por aquel camino, y en Nola, junto a la tumba de su admirado san Félix, se dedicará a la vida monástica, sin apenas variación cuando en el 409 es elegido obispo de la ciudad. Paulina, gran señor de su espíritu, ha dejado también treinta y cinco bellos poemas, en uno de los cuales resume su afán de no darse por satisfecho con lo que el mundo juzgaba ya inmejorable: «Cristo, sacia mi sed de tus fuentes altísimas».

23 - Jacob (Antiguo Testamento)
Uno de los grandes patriarcas de la Biblia, nieto de Abraham, hijo de Isaac y de Rebeca, y padre de los que darán origen a las doce tribus de Israel. Porque pasa a llamarse Israel, él es quien da nombre al pueblo elegido.

El Génesis le describe como «hombre apacible y amante de la tienda», ¡caramba, menos mal que era «apacible»! Ya que una y otra vez se nos presenta como un suplantador ladino y astuto, «prototipo de un jeque beduino aprovechado», dirá un comentarista católico sin pelos en la lengua.

Se aprovecha del hambre del palurdo de su hermano Esaú para que le venda la primogenitura por un plato de lentejas, luego, valiéndose de una superchería, le suplanta en la bendición de su padre, y más adelante con su suegro Labán tampoco es demasiado escrupuloso en sus procedimientos.

Pero el episodio más misterioso y atractivo es el de Penuel, donde, durante una noche entera pelea con un ángel, que al no poder vencerle le da un golpe en la articulación del muslo. «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con hombres y has vencido».

Delacroix pintó la escena en la iglesia parisiense de SaintSulpice como un cuerpo a cuerpo entre atletas que se disputan el Absoluto. Este ambicioso que subvierte el orden humano con sus estratagemas es vencido por el ángel y se incorpora al plan de Dios. «He visto a Dios cara a cara y sigo con vida», dice, pero tiene otro nombre, símbolo de que todos sus afanes, hasta ahora muy terrenos, van a ser utilizados por Dios para un grandioso designio que está muy por encima de todo cuanto él puede imaginar.

23 - Gaspar del Búfalo (1786-1836)
El canónigo Del Búfalo -de una familia de aristócratas arruinados, su padre fue cocinero del palacio Altieri de Roma- era un joven enfermizo que desplegaba una intensa actividad: en la Ciudad Eterna se le ve atender a todas las necesidades apostólicas con una energía incomprensible.

Es hombre muy activo y además muy tozudo, o debe su energía a la tozudez, quién sabe. Cuando Napoleón anexiona los Estados Pontificios y se lleva preso al Papa, es uno de los que se niegan obstinadamente a prestar juramento al nuevo régimen, y como consecuencia de ello es desterrado por los franceses. Tiempos muy malos, pero él no cederá.

Cuando puede regresar a Roma funda la congregación de la Preciosa Sangre con la tarea de misionar las comarcas más descristianizadas y peligrosas de los Estados de la Iglesia. Y de nuevo se le ve infatigable y testarudo, venciendo mil dificultades y consiguiendo resultados asombrosos.

Por fin surge un tercer rasgo que también le es propio, la incomodidad. Es incómodo denunciando al Papa los abusos y corrupciones que abundaban en el alto clero romano; se muestra duro con los prelados y los cardenales, muy duro también con los que querían atajar el mal del bandolerismo con sangrientos escarmientos.

Se le calumnia y se habla de su orgullo satánico, el propio Papa le es adverso hasta que muere durante la peste de Roma. Obediente hijo de la Iglesia, pero poniendo el dedo en la llaga con energía, testarudez e incomodidad, difícil equilibrio, pero para eso están los santos, y los papas le dieron la razón al canonizarle.

23 - José Cafasso (1811-1860)
Si como se ha dicho el desiderátum de los sacerdotes es que sean «sólidos y fructuosos», este curita piamontés de tan poca apariencia, pequeño de estatura y jorobado, fue un buen ejemplo del hermanamiento de estas dos características que se fundan en la verdad y en la caridad.

Ordenado a los veintidós años, enseguida se reveló como un extraordinario profesor de teología moral, dedicándose a la formación del clero joven; en Turín se le consideraba como una de las personas de criterio más seguro que había en el norte de Italia, y seglares, clérigos e incluso obispos iban a consultar con él cuestiones dudosas.

Como hizo notar Pío XI con motivo de su beatificación, fue quien se opuso con mayor rigor intelectual al jansenismo y al regalismo, defendiendo la doctrina y la independencia de la Iglesia en años muy turbulentos.

Evangélicamente fructuoso lo fue también en todos los ámbitos en los que intervino; con los seminaristas y sacerdotes, con discípulos como Don Bosco, a quien ayudó en su vida espiritual y en su fundación, con simples fieles de la ciudad, a los que dedicaba largas horas de confesonario.

Se le recuerda sobre todo por una especialidad que debe de ser una de las más ingratas tareas sacerdotales, atender a los condenados a muerte antes de su ajusticiamiento, por lo cual se le conocía por el apodo de «padre de las horcas».

24 - Juan el Bautista (siglo I)
A diferencia de los demás santos, la fiesta de san Juan se celebra no el día de su muerte sino el de su nacimiento, y se acompaña en muchos lugares con un alegre ritual de fogatas que conmemora también el solsticio de verano. Este es un santo de fuego, de severa figura, que viste ropas tejidas con pelos de camello y se alimenta de langostas y miel silvestre.

Era hijo de Zacarías, un sacerdote del Templo, y de Isabel, parienta de la Virgen, y aun antes de nacer, en el episodio de la Visitación, fue el primero en saludar gozosamente al Mesías; Juan siempre va por delante, siempre es el primero tanto en manifestarse como en desaparecer.

Quizá perteneció a la comunidad de Qumran, cuyos documentos se descubrieron no hace mucho, y luego se hizo predicador itinerante y solitario. Jesús, que se hace bautizar por él, le dedica un inmenso elogio: «No hay entre los nacidos de mujer profeta más grande que Juan».

Por fin será decapitado como venganza de la verdad que no puede callar «la voz que clama en el desierto»; la literatura ha fantaseado mucho sobre esta escena tan teatral -el rey cobarde, su concubina, la bailarina joven, un verdugo- en la que se anudan tantas pasiones para que él enmudezca.

La Redención estaba en puertas, y Juan, que sólo debía allanar los caminos, voceando la presencia y la excelencia del que estaba a punto de manifestarse, desaparece una vez cumplida su misión. Le matan, sus discípulos se unen a los de Jesús y su vida entera se convierte en prólogo.

En los umbrales del cristianismo, es, pues, el arquetipo de todos los santos, los que se niegan a sí mismos para parecerse a un inimitable modelo, que son algo en la medida en que representan a Cristo.

25 - Guillermo de Vercelli (1085-1142)
La ciudad piamontesa de Vercelli, entre Turín y Milán, debió de ser su cuna, hacia los catorce años inició una vida errante y se sabe que peregrinó hasta Santiago de Compostela descalzo y cargado de cadenas.

Posteriormente se hizo eremita en Monte Virgiliano, hoy Monte Vergine, en Nápoles, y cuando a su alrededor se multiplicaron los discípulos fundó allí una comunidad de monjes que llevaban hábito blanco, se regían por la regla de san Benito y daban especial importancia al trabajo manual.

Dependiendo de Monte Vergine hubo otros monasterios semejantes, pero Guillermo era hombre de soledad y continuó sus andanzas penitentes y piadosas por el sur de Italia hasta su muerte.

La anécdota más conocida que se cuenta de él es la tentación carnal que provocaron unos cortesanos de Palermo mandándole una dama de escasa virtud que se dijo enamorada del santo y dispuesta a compartir con él su lecho aquella noche.

Según la tradición, san Guillermo hizo encender en el patio una enorme pira y se tendió entre las llamas invitando a la mujer a que se acostase a su lado tal como había prometido. Al ver que el fuego no le hacía ningú daño, la pecadora cayó de rodillas, se convirtió y más tarde quiso ser monja.

En el comienzo de los calores del estío, evocar la memoria de este incombustible habitante del fuego invita a ver en él su naturaleza ígnea, como instalado en el corazón de la infinita hoguera del amor de Dios, haciéndose insensible a cualquier otra llama, material o metafórica, que debía de ser como una candela comparada con el sol.

26 - Juan y Pablo (¿siglo IV?)
Sobre estos dos mártires -que no deben confundirse con sus famosísimos homónimos- se sabe tan poco y lo que se sabe es tan embrollado que acerca de ellos ha habido las hipótesis más diversas, desde las que les suponen un simple equívoco de onomástica hasta las que creen a pies juntillas en la «pasión» del siglo VI.

Según ésta, eran dos oficiales cristianos que se .negaron a servir a Juliano el Apóstata, quien les hizo matar y ordenó que les sepultaran en su misma casa del monte Clelio, donde hoy se levanta la iglesia de san Juan y san Pablo, junto al Clivus Scauri, la calle más antigua de Roma.

La historia es improbable por muchas razones, entre ellas la de que la persecución de Juliano no causó víctimas en Roma; por otra parte es el único caso conocido de un enterramiento dentro del recinto de la ciudad, para no hablar del hecho demostrado de que la citada «pasión» es un calco de la de unos oficiales mártires de Antioquía que murieron en el 363.

¿Se trasladaron sus reliquias a Roma y a comienzos del siglo v Pammaquio (amigo de san Jerónimo y yerno de santa Paula) hizo construir allí una iglesia a la que se dio el nombre de los famosos Juan y Pablo, por lo cual este día se celebra en una fecha intermedia y muy próxima a la de sus fiestas?

Casi todo es posible, pero las excavaciones iniciadas en el siglo pasado revelaron la existencia de una casa particular de los siglos II y III, con algunas salas cristianas y un lugar de culto en el que había reliquias de mártires. Estos Juan y Pablo eluden así nuestra curiosidad, pero aquí está la casa en que habitaron ellos u otros testigos de la fe en un rincón de Roma para el que no ha pasado el tiempo.

27 - Cirilo de Alejandría (c. 380-444)
Hay santos cuyo estilo humano nos deja en suspenso, como si nos impidiera congeniar con ellos. Este san Cirilo, ¿no es demasiado rígido, demasiado violento, inflexible e imperioso? ¿Es ésta la idea que tenemos de un pastor de la Iglesia?

En el año 412, cuando sucede a su tío Teófilo en la sede de Alejandría, le vemos con una intransigencia poco simpática: expulsa a los judíos, cierra los templos donde ha habido brotes de herejía, aplasta a los rebeldes, y, más aún, se enemista con multitud de monjes e incluso con el prefecto imperial. Evidentemente, lo suyo no era la diplomacia.

Y en el concilio de Éfeso (431) hace condenar la doctrina de Nestorio, patriarca de Constantinopla que declaraba inaceptable el término de Theotokos o Madre de Dios. Éfeso se pronunció solemnemente sobre el misterio de la Encarnación contra Nestorio, y nuestro Cirilo pasa a la historia como el gran defensor de la maternidad divina de María. Empezamos a comprenderle: no se discutía un bizantinismo teológico, sino algo fundamental que todos recordamos en el Avemaría: «Santa María, Madre de Dios».

Digamos que tal vez fue mejor teólogo que obispo, es posible que hubiese podido defender de igual manera la ortodoxia sin ser tan extremado en sus actitudes, pero es que los santos distan mucho de ser impecables, y sus defectos, sus exageraciones son la garantía de su condición humana. Y al leer la homilía cuarta que pronunció en Éfeso («Salve, oh María, Deípara, tesoro venerando, lámpara inextinguible, corona virginal, cetro de verdad, templo de incorrupción, Virgen y Madre…») medimos el arrebato de este colérico obispo que tiene miel en los labios al hablar de Nuestra Señora.

28 - Ireneo (c. 130-c. 202)
Procedía de Asia Menor y en Esmirna fue discípulo de san Policarpo, cuyas enseñanzas, dice, «atesoro no en el papel, sino en mi corazón, porque lo que se aprende en la niñez forma parte de nuestra alma». De su maestro, que había conocido a san Juan Evangelista, recibe una doble lección apostólica, la de ·1a fidelidad y la manera de ser fiel siendo bueno.

Sin duda estuvo en Roma y más tarde fue enviado a Lyon, el gran centro comercial y político de las Galias, donde la persecución se ensañaba con la joven Iglesia, y en el 177 lleva al Papa una carta de los cristianos lioneses encarcelados, lo cual posiblemente le salvó de la hecatombe en la que iba a perecer el obispo san Potino.

A su regreso a Lyon será su sucesor, haciendo renacer de sus cenizas las comunidades de las Galias, sin dejar de vigilar el depósito de la fe, como cuando escribe contra los herejes gnósticos, «deshaciendo sus tinieblas y errores», lo cual le convierte, según el parecer de los autores antiguos, en «el primer teólogo de la Iglesia».

Es dudosa la tradición que le supone mártir, pero sí está atestiguada la delicadeza y el tacto de sus afanes por la unidad y el bien de las almas: media con el papa Víctor, que se disponía a excomulgar a los orientales por celebrar la Pascua en la misma fecha que los judíos, y recomienda someterse a la costumbre romana, pero usando procedimientos de persuasión y concordia. El pontífice atendió su ruego, y el obispo lionés resolvió así una cuestión de disciplina sin olvidar los principios pero dando prioridad a la solicitud fraterna por todos.

29 - Pedro y Pablo (siglo I)
Las dos caras de la medalla de la Iglesia: el discípulo y el converso, el hombre que vivió día a día con Cristo y el que sólo le oyó en la ceguera del camino de Damasco; el pescador y el intelectual, el judío fiel a la tradición de sus mayores y el judío abierto al universo entero; la llave y la espada, la piedra y el viento. Y en ambos la culpa -traición y persecución- que reparar. Y los nombres distintos: Simón, Pedro; Saulo, Pablo.

¡Qué extraños fundamentos! La fidelidad -es el primer papa- del que fue débil en la prueba y el ardor proselitista del que había sido perseguidor. El que se entierra en Roma, piedra angular del edificio de la Iglesia, y el que esparce por el mundo el Evangelio para ir a morir a Roma (aunque su cabeza, recién cortada, brinca tres veces sobre el suelo, incansable todavía después de la muerte, alumbrando tres fuentes).

Pedro, crucificado boca abajo por humildad, y Pablo, haciendo el prodigio póstumo que conmemora el nombre de las Tre Fontane romanas, contribuyen a la alegoría de la salvación. Todo es alegoría (si algo no lo fuese pertenecería al reino de la casualidad, sería un cabo suelto que hubiese escapado a las manos de Dios) y ambos forman las dos vertientes complementarias de la fe: permanecer en el arraigo y dispersarse para la multiplicación.

Pedro y Pablo ilustran así la historia de la Iglesia con sus contrastes, incluso con sus divergencias, como su enfrentamiento en Antioquía. ¿Hay que hacerse judíos para ser cristianos? Ésta es la cuestión que les enfrenta. Y entonces la amplitud de criterio de Pablo da su nombre a la Iglesia naciente: católica, universal. Los hermanos se reconcilian en ellos, y en el calendario esta fraternidad en Cristo se sella en el mismo día festivo, emparejados eternamente en la Gloria.

30 - Protomártires de la santa Iglesia romana(† 64)

En el verano del año 64 se declaró en la capital del Imperio un enorme incendio, «el más grave y el más atroz de cuantos han sucedido en Roma», según palabras de Tácito, «no se sabe hasta ahora si por desgracia o por maldad del príncipe», Nerón, quien, para acallar el rumor popular de que él era el responsable de la desgracia, «dio por culpados de ella y empezó a castigar con exquisitos géneros de tormentos a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúnmente cristianos».

Sigue el historiador de los Anales: «El autor de este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido ajusticiado por orden de Poncio Pilato, procurador de la Judea; y aunque por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa superstición, tornaba otra vez a reverdecer, no solamente en Judea, origen de este mal, sino también en Roma».

«Fueron, pues, detenidos al principio los que profesaban públicamente esta religión, y después, por delaciones de aquellos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que se les imputaba, como por hallarse convictos de aborrecimiento al género humano. Añadióse a la justicia que se hizo de éstos la burla y escarnio con que se les daba la muerte».

«A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta manera los despedazasen los perros; a otros ponían en cruces; a otros echaban sobre grandes rimeros de leña a los que pegaban fuego para que ardiendo con ellos sirviesen de alumbrar en las tinieblas de la noche».

Por vez primera se persigue y se aniquila a esos hombres «aborrecidos del vulgo por sus excesos», esos exagerados del amor de Dios.