24/04/2024

Santos – Febrero

1 - Brígida de Irlanda (c. 450-c. 523)
La señora de Erín, The Lady of Erin, Brígida es la santa nacional irlandesa, patrona de la isla después de san Patricio, y su culto se propagó por Escocia, Inglaterra y Gales. Santa virginal adornada por toques fantásticos y contrastados de poesía gaélica, se la suele representar vestida de abadesa o como una granjera.

Procedía quizá de una familia noble, fue bautizada por un discípulo de san Patricio, a los dieciseis años entró en religión y más tarde fundó el convento de Kildare, en el condado de Leinster, del que fue abadesa (se supone que ésta fue la primera comunidad religiosa femenina que hubo en Irlanda).

Los milagros y anécdotas que se cuentan de ella son tan hermosos como líricamente imaginativos: dicen que cuando estaba pastoreando unas ovejas la sorprendió una tormenta, y para hacer secar sus empapadas ropas las tendió en un rayo de sol. ¿Y de qué otro país podía ser una santa a la que se atribuye el prodigio de convertir el agua de su baño en cerveza?

Los Cielos colaboraban en sus afanes caritativos, y para que pudiera atender a las necesidades de los hambrientos que acudían a ella, le era dado ordeñar la misma vaca, sin que se agotasen sus ubres, todas las veces que necesitaba leche (su atributo es una vaca tendida a sus pies).

Entre la historia y el folclor, esta santa, cuyos restos reposan junto con los de San Patricio en Downpatrick, adonde fueron trasladados en tiempo de las invasiones danesas, es una estampa de maravillas en la que los irlandeses ven un reflejo humano de la solicitud omnipotente de Dios mezclada con un sentido del humor caprichoso, cotidiano y poético en el que se reconocen.

2 - Catalina de Ricci (1522-1590)
Catalina, hija de unos patricios florentinos, ingresa a los trece años en un convento dominico de Prato, en la Toscana, y allí va a transcurrir su vida entera. Vida de monja evidentemente con virtud y criterio, de otro modo no se le confiaría la dirección espiritual de las novicias, ni, con el tiempo, se la hubiera elegido priora. Pero no es una monja como las demás.

Que sea mortificada, piadosa y rezadora está muy bien, pero ¡esos síntomas extraños, inexplicables, que alborotan todo el convento, que atraen curiosos hasta el punto de que ella tiene que esconderse en el palomar o en el jardín huyendo de las miradas indiscretas! Tal vez sea un caso de locura, y se piensa muy en serio en expulsarla.

¿Qué ocurre? Que desde 1542, todas las semanas, los jueves y los viernes sor Catalina tiene éxtasis en los que revive la Pasión de Cristo: los azotes, la corona de espinas, las magulladuras de la cruz, las heridas de los clavos, todo eso deja huellas sensibles en su cuerpo, mientras levita irresistiblemente, levantándose del suelo en medio de resplandores. Ella reza día y noche para que no se repitan estos fenómenos, que van a durar doce años.

Por lo demás, esa supuesta histérica es una mujer inteligente, equilibrada y de una audacia muy suya, siempre dentro de la más estricta ortodoxia. Tal vez en la orden se veía con recelo su veneración por la memoria de Savonarola, un fraile que acabó en la hoguera, y su correspondencia con grandes santos contemporáneos -Felipe Neri, Carlos Borromeo, Pío V- la muestra muy lúcida. En Catalina como en Teresa de Jesús, el misticismo no es un estorbo para sus deberes habituales, sino un hecho superior que centuplica la actividad de toda su vida.

3 - Blas († 316)
Obispo de la ciudad armenia de Sebaste que murió martir con el cuerpo lacerado por peines de hierro de los que usaban para cardar. Ragusa, en la Dalmacia, hoy territorio yugoslavo, es centro de su culto, pero hace siglos que es también un santo muy popular en Occidente, y en Roma llegó a tener más de treinta iglesias. Se le supone médico, atribuyéndosele el milagro de la espina atravesada en la garganta de un niño al que Bias salvó tocando el lugar del atoramiento con dos velas en forma de cruz de san Andrés, y por eso se le invoca en los males de garganta (¡san Bias bendito, que se ahoga este angelito!).

El día de su fiesta, cuando según la sabiduría popular se dejan ver por vez primera las cigüeñas, se bendicen unos panecillos que preservarán de estos males (san Bias del Pan, san Biagio della Pagnotta, se llama aún la iglesia armenia de Roma), y con el mismo fin se unta el cuello de los fieles con una candela mojada en aceite.

Taumaturgo, pues, arraigado en la fe ingenua y un si es no es supersticiosa de los cristianos, que siempre se han acordado de él a manera de laringólogo celestial. En momentos de apuro como puede ser el atragantamiento, ¿quién no busca una buena recomendacion especializada, lo que en lenguaje usual se llama mano de santo?

En la veneración a san Bias, con su parte de folclore y de residuos paganos, ha de haber también una chispa de fe que conmueva al Dios de misericordia al que adoraba y tomaba por modelo tan benéfico intercesor. Pidámosle que nos libre del ahogo de todas las espinas de la vida cotidiana que se atraviesan cruelmente en la garganta asfixiando a los que, quizá gracias al Cielo, no tienen tan amplias tragaderas.

3 - Anscario (c. 801-865)

Interesadamente tendemos a pensar que Dios tendría que favorecer de modo rápido y visible, con cierta espectacularidad, la buena causa del apostolado, pero a menudo todo va por caminos mucho más indirectos y misteriosos. San Anscario, que lo sabía, es el evangelizador que no se desespera por sufrir reveses que se parecen al fracaso.

Era un monje benedictino de Corbie, en la Picardía, que posteriormente pasó a un monasterio de la Westfalia y que en el 826 fue enviado a tierras del norte cuando Ludovico Pío decidió ayudar a Haroldo, aspirante al trono de Dinamarca. Es mucho pedir que las empresas misionales sean químicamente puras.

Cuando Haroldo perdió su reino, Anscario tuvo que irse de Dinamarca, pero poco después estará en Suecia y como obispo de Hamburgo se ocupará de la cristianización de toda Escandinavia; luego los misioneros son expulsados de Suecia, los normandos devastan Hamburgo y Carlos el Calvo se apropia de los bienes que permitían subsistir a la sede hamburguesa.

Hay que volver a empezar: otra vez los daneses, Suecia de nuevo… Anscario, que nunca abandonó el trabajo manual y que hacía redes de pesca, debía de pensar que el tiempo y las almas del norte se le escurrían como peces por algún desgarrón de sus mallas. Cuando murió la labor de toda su vida parecía haber sido inútil.

A pesar de sus milagros (según él, el mayor milagro que podía hacer Dios era convertirle en un hombre bueno), aparentemente no había conseguido nada, pero no pide explicaciones a la Providencia y sin duda sabe que los grandes logros históricos no son nada vistos desde la eternidad. ¿Qué iba a hacer Dios con su esfuerzo, dejar que se perdiera o hacerlo fructificar siglos después (como sucedió)? El santo al acogerse a la fe no tiene problemas de amor propio ni de currículum.

4 - Andrés Corsini (1301-1373)
Un mozo florentino de noble familia -que dio papas a la Cristiandad- era popular en Florencia por sus disipadas costumbres. Iracundo, dilapidador, dado al juego, a la caza y a los amoríos, todo un ejemplo de vida irregular, borrascosa que, dicen, ya se había anunciado en sueños a su madre, Monna Peregrina, quien antes de nacer él soñó que daba a luz a un lobo.

En su sueño el lobo se trocaba en cordero ante el convento de los carmelitas de Florencia, donde ella solía orar, y así fue: el hijo descarriado, después de una discusión familiar se convirtió fulminantemente al entrar en el convento, y aquel trueno pasó a ser el fraile más humilde y manso de la cidad, que iba a pedir limosna por las calles en medio de las burlas de sus antiguos compañeros.

Con el tiempo fue prior, y por fin su reputación de santidad llegó a ser tan grande que le eligieron obispo de Fíésole, ante lo cual, creyéndose indigno, huyó horrorizado de Florencia y fue a refugiarse en una cartuja de la que tuvieron que sacarle casi a la fuerza.

Andrés Corsini fue un buen obispo, curiosamente con muy buena mano, él que había sido el rey de los pendencieros, para solucionar de modo pacífico, con caridad y persuasión, las diferencias más graves y llevar la concordia donde había enemigos. Hasta el punto de que fue legado papal en Bolonia como hombre de paz.

Aunque, después de su muerte, su antigua fama de violento debía de ser tal que aseguraban haberle visto durante la batalla de Anghiari -la que pintaron Leonardo y Miguel Ángel- cabalgando por el cielo como Santiago en Clavijo para dar la victoria a sus compatriotas.

4 - Juana de Francia (1464-1505)

El rey Luis XI y su esposa Carlota de Saboya tenían ya una hija y deseaban por encima de todo un varón que pudiese heredar el trono de Francia. Por eso consideraron el nacimiento de Juana como un contratiempo, y cuando se vio que la niña era deforme -jorobada y algo coja-, el monarca prefirió olvidarse de su existencia y a los cinco años fue enviada lejos de la corte.

Hasta que se la utilizó como instrumento de política matrimonial haciendo que se casara, muy a pesar del novio, con el duque de Orleáns. Al parecer la unión no llegó a consumarse nunca, y el duque mostró siempre inalterable desdén por una mujer tan poco agraciada como la que le habían impuesto.

Cuando aquel esposo casi desconocido fue encarcelado por rebelión, Juana intercedió por él ante su hermano, el nuevo rey Carlos VIII, pero en 1498, al morir éste y convertirse el duque de Orleáns en Luis XII, el nuevo soberano se apresuró a activar los trámites para que se anulase su matrimonio.

Así, Juana de Valois pasa a ser simplemente la duquesa de Berry y se retira a Bourges, donde en el año 1500 funda la orden de la Anunciación o de las «diez virtudes de María», cuyo fin es la vida de piedad a imitación de la Virgen y la ayuda a los menesterosos. Poco tiempo le queda. Aunque considerada muy pronto como santa, su canonización no llegó hasta 1950.

Todo en esta historia de princesa desventurada a la que desdeñaron sus padres y su marido es triste y oscuro. Es la santa fea y malquerida que de humillación en humillación aprendió a no mirarse más que en el espejo de la hermosura de la Virgen, en el que debía de resplandecer sin que nadie a su alrededor se enterara.

4 - Juan de Brito ( 1647-1693)

Nadie hubiera reconocido en él a un jesuita. Ni su indumentaria (una túnica de cuero amarilla y roja) ni sus costumbres, las propias de un santón hindú, ni su lengua, que era la de los indígenas de la costa de Malabar, al sur de la India, era lo habitual en un hijo de san Ignacio. Siempre con una piel de tigre para sentarse y dormir, viajaba incansablemente por aquellas regiones discutiendo con los brahamanes, evangelizando y bautizando («este año bauticé a cuatro mil», escribía en vísperas de su muerte).

Este extraño jesuita que se había hecho hindú entre los hindúes, como el padre Nobili y tantos otros hermanos suyos en religión, era de una noble familia portuguesa; nació en Lisboa hijo de Salvador de Brito Pereira, más tarde gobernador de Río de Janeiro y del Brasil, fue paje en la corte del rey de Portugal y, ya con la sotana de la Compañía, estudió en ‘Evora y Coímbra para enseñar luego humanidades en el colegio lisboeta de San Antonio.

uería ser misionero, como Javier, pero su frágil salud no daba para tanto; tenía frecuentes enfermedades, sufría vómitos de sangre y era manifiesto que no le era posible sujetarse a un régimen de vida muy riguroso. Y precisamente fue esto lo que hizo, embarcar rumbo a la India en 1673 y, mientras concluía sus estudios teológicos en Goa, entrenarse para misionero con grandes privaciones y penitencias.

Por fin tuvo lo que tanto deseaba -y si el cuerpo se resentía, peor para él-, recorrer a pie muchos caminos de la India y ser como un indio más, pero cristiano y evangelizador. Murió decapitado en Urgur y las fieras devoraron el cuerpo del mártir lanzado más allá de su debilidad a una gran empresa más alta y exigente que todas las precauciones que razonablemente necesitaba.

5 - Águeda (siglo III)
Virgen de Catania, siciliana, pues, como santa Lucía, que tuvo veneración desde muy antiguo y de la que hay numerosas y elogiosísimas referencias en tiempos relativamente próximos a su muerte. Se incorporó así al canon de la misa, donde parece aludir a la firmeza de la piedra que lleva su nombre, el ágata.

Las actas de su martirio, muy noveladas e incurriendo en convencionalismos un tanto pueriles, dicen que era muy hermosa y de familia ilustre, que la pretendió el cónsul de Sicilia Quintiliano, quien al fracasar en sus intentos matrimoniales, ya que la joven había hecho voto de castidad, hizo todo lo posible para que apostatase.

Al no lograr su propósito por el convencimiento, la recluyó en un burdel regentado por la infame Afrodisía y sus nueve concupiscentes hijas, y al ver que Águeda seguía defendiendo su pureza con inquebrantable heroísmo, la entregó a los verdugos que le arrancaron los pechos con unas tenazas, y aunque la leyenda supone una aparición de san Pedro en la cárcel para sanar sus heridas, murió a consecuencia de tales torturas.

En la iconografía suele representarse llevando en una bandeja los dos pechos cortados, como santa Lucía lleva los ojos, y es tradicionalmente «abogada de mal de pechos» y patrona de las nodrizas, además de atribuírsele una especial protección contra las erupciones del volcán Etna, muy próximo a Catania.

Sus reliquias se conservan en su ciudad natal, aunque una parte de ellas se llevaron a una antiquísima iglesia de Roma que data del siglo v, Santa Águeda de los Godos, y otra iglesia romana en el Trastévere lleva también su nombre, la que alberga la patrona del barrio, la famosa «Madonna de Noantri ».

6 - Pablo Miki y compañeros († 1597)
En total eran veintiseis, seis franciscanos, entre ellos varios españoles, tres jesuitas japoneses y diecisiete seglares, ─incluyendo a un niño de trece años y a otro de once-, también japoneses. Una pequeña muestra de la Iglesia del Japón que treinta años después de Francisco Javier contaba con más de ciento cincuenta mil fieles.

Los franciscanos tenían nombres por así decirlo previsibles: fray Pedro Bautista, que era de San Esteban del Valle (Avila), fray Martín de la Ascensión, un guipuzcoano, fray Francisco de San Miguel, que procedía de Valladolid… Los tres jesuitas emparejan un nombre de pila muy nuestro con apellidos que nos suenan a exóticos: Pablo Miki -hijo de un capitan del ejército imperial-, Juan de Goto y Diego Kisai.

Otro tanto ocurre en la lista de los seglares; se llamaban Cosme, Pablo, Francisco, Juan, Tomás, Gabriel, Pedro, León, Joaquín, Matías, Buenaventura, Miguel, Antonio… Y también Taqueya, lbarqui, Meaco, Suzuqui, Quinoya, Idauqui, Duisco, Caramuso, Cozaqui. Una herencia doble, de la fe y de la raza, muy difícil en aquel momento, y la dificultad se resolvió en martirio.

Las causas de la persecución, como siempre múltiples: cuestiones personales, intereses políticos, envidias, codicia, actitudes fanáticas. En este caso también la jactancia de un capitán español que para asustar a Is que le embargaban el barco aseguró que tras los misioneros el rey de España mandaba una flota de conquista.

El shogún Hideyoshi decretó la muerte de los veintiséis, en la ciudad de Meako se les cortó la mitad de la oreja izquierda, marcándolos afrentosamente para el sacrificio, y en carretas fueron llevados a Nagasaki, lugar de la ejecución. En la colina que hoy se llama de los mártires se levantaron veintiséis cruces, y allí murieron todos a lanzadas entonando himnos.

7 - Teodoro el Capitán (¿ † 319?)
Uno de los santos marciales que hay en Oriente, como Demetrio y Jorge, muy popular en Grecia, y a quien aún puede verse en la catedral de Chartres con todas sus armas, que no desampara un capitán, empuñando la lanza con la diestra y dejando reposar la otra mano sobre la espada y el escudo.

La Historia desconfía de él, como de tantos más ( y hasta tal vez algún día de nosotros mismos), y no da mucho crédito a episodios de fabuloso perfume que acompañan su vida. Quizá natural de Eukaita, soldado en tiempos del emperador Licinio, se le atribuye la muerte de un dragón que asolaba aquellas tierras.

Lo que se cuenta acerca de su martirio por inconmovible en la fe, la verdad sea dicha, suena a convencional y ha oído mil veces: espantosas y rebuscadas torturas a las que sobrevive, heridas sin cuento que le sana un ángel del Señor, conversiones en masa que tales prodigios unidos a su entereza provocan en torno a él, y por fin la muerte por degollación en Heraclea, muerte a la que siguen grandes milagros.

Más interesante es la picardía que muestra Teodoro, quien al recibir al emperador que traía consigo todos sus dioses para hacer_que las gentes los adorasen, pidió a Licinio que le diese los ídolos con objeto de perfumarlos en su casa, para que inspirasen más veneración cuando fuesen adorados en público.

Una añagaza, claro está, y el santo, una vez en poder de los dioses, hechos de oro y plata, los hizo pedazos que repartió entre los pobres con gran cólera de Licinio. Nuestro capitán no hace ascos al valor material de las imágenes nefandas, y desacralizadas, reducidas a simples cachos de metal precioso, emplea estos restos en obras de caridad. Teodoro parece reunir astucia y heroísmo, fe y sentido práctico, con unas gotas de humor que le darán en el Cielo una sonrisa de mártir socarrón.

8 - Juan de Mata (1160-1213)
Provenzal nacido en el condado de Niza, estudiante primero en Aix y luego en París, con un intermedio de vida penitente en la soledad de las montañas, se doctoró en teología y se hizo sacerdote; para redimir a los cristianos cautivos de los musulmanes fundó en Cerfroid, en la diócesis de Meaux, la orden de los hermanos trinitarios, y en 1198 recibió la aprobación del papa Inocencia III.

Estuvo en Marruecos cumpliendo su misión entre los infieles, fue legado pontificio en la Dalmacia, se negó a aceptar el obispado de Ostia, recorrió España fundando conventos y predicó en el sur de Francia contra los albigenses. Murió en Roma donde se ocupaba de innumerables obras de caridad.

Una vida muy honorable que no merecía la triste suerte que hicieron correr a Juan de Mata los hagiógrafos antiguos. Porque el escueto resumen anterior, que contiene lo esencial, aparece profusamente adornado de anécdotas con una pía imaginación que cae en lo risible.

La propia Virgen, «cercada de inmensos resplandores» (seguimos al padre Ribadeneira, de envidiable prosa) anuncia a su madre que parirá un hijo santo, apenas nacer «empezó a ayunar cuatro días de la semana, lunes, miércoles, viernes y sábado, no queriendo en estos días tomar el pecho más que una vez», y a partir de ahí cada paso que da nuestro Juan de Mata se acompaña de un prodigio visible que indica la predilección divina.

Vamos a ser francos, no nos lo creemos, y esa especie de autómata ejemplar teledirigido por Dios desde antes de su nacimiento está más cerca de una caricatura volteriana que de la santidad. Juan de Mata es así, como otros muchos santos remotos, una víctima más del celo excesivo e impertinente de autores que cometen un fraude extirpando toda naturalidad, con un empacho de sublime que debe de dar pie a no pocos chistes angélicos, de los que sin duda también se ríe el supuesto protagonista de tales fábulas.

9 - Apolonia († 249)
Santa muy popular en otros tiempos porque se la invoca contra el dolor de muelas debido a que sus torturadores la golpearon en el rostro hasta arrancarle todos los dientes. Se la suele representar con unas tenazas en la mano como las que se utilizaban en la antigüedad para las extracciones.

Era de Alejandría, diaconisa (las mujeres que en la primitiva Iglesia se ocupaban del cuidado de los pobres), ya de avanzada edad a comienzos de este siglo III, según la Leyenda Aurea «virgen venerable a la que adornaban las flores de la castidad, la austeridad y la limpieza de corazón».

En un tumulto contra los cristianos quisieron persuadirla de que sacrificase a los dioses, ante su firme negativa la desdentaron a golpes y luego encendieron una hoguera amenazando con quemarla viva si no apostataba.

El final es un poco turbador porque Apolonia, después de abismarse en una corta plegaria, se arroja al fuego y en él muere, dejando espantados a los gentiles al ver el desprecio que siente por la vida.
Este episodio, que recuerda mucho a un suicidio (algún hagiógrafo matiza con buena voluntad que fue «por impulso de Dios, sin el cual lícitamente no se pudiera hacer»), quizá no sea ejemplar del todo y se presta a más de una interpretación. Claro que los santos, extremosos de amor, deben de pensar más en Dios que en la posible ejemplaridad humana, quién sabe, y hay locuras que forman parte de su misterio.

10 - Escolástica (c. 480-543)
La hermana de san Benito de Nursia -según una antigua tradición incomprobable eran gemelos- cuyo culto ha florecido a la sombra del gran fundador, sin que tengamos muchas noticias acerca de su vida y de su santidad.

Se supone que se consagró muy pronto a Dios, pero que debió de seguir con sus padres hasta que el santo fundó Montecasino, y que entonces fue a vivir cerca del monasterio, no se sabe si sola o en una comunidad; en cualquier caso, se nos dice, viéndose una vez al año, antes de la Cuaresma, con Benito en una casa que quedaba a medio camino de las alturas donde vivían los monjes. San Gregorio nos ha contado la famosa anécdota de la última vez que se vieron ambos hermanos, episodio tan conmovedor como el diálogo nocturno entre san Agustín y su madre bajo la noche de Ostia, y que, realidad o leyenda, constituye una viñeta inolvidable de lo que podríamos llamar las florecillas benedictinas.

Después de haber estado conversando durante largo rato sobre cuestiones espirituales, Escolástica ruega a Benito que se quede a pasar la noche allí «para poder seguir hablando hasta el alba sobre los goces del Paraíso», él se niega para no infringir la regla monástica, y entonces su hermana lo pide a Dios con tanto fervor que de pronto estalla una tormenta que obliga a Benito a quedarse en la casa y a continuar aquel santo coloquio hasta el amanecer.

Tres días después muere ella, y desde su celda Benito ve subir el alma de Escolástica al Cielo en forma de una paloma envuelta en luz. Ambos fueron enterrados en el mismo sepulcro «para que la muerte no separe el cuerpo de los que siempre han tenido unidas sus almas en el Señor».

11 - Benito de Aniano (c. 750-821)
Se llamaba Witiza y era visigodo, del sur de las Galias. Fue paje en la corte de Pipino el Breve, pero debió de ser un muchacho demasiado reflexivo y amante de la soledad para la vida palaciega, y acabó retirándose a la abadía de San Secuano, cerca de Dijon.

Sus hermanos en religión le detestaban por severo (les negaba hasta el vino que concedía la regla), y los rigores de su ascesis parecían echarles en cara costumbres relativamente cómodas. Entonces Witiza decidió volver a su tierra natal, el Languedoc, y allí, junto al río Aniane, fundó una comunidad con una regla mucho más estricta que la de san Benito, que a su juicio pecaba de condescendiente.

La suma pobreza, el trabajo durísimo y los implacables ayunos (sólo pan y agua) que hacían morir a los monjes de inanición frustaron su intento, y hacia el 782 Witiza rectifica: adopta el nombre de Benito así como también la regla del santo fundador de Nursia, y levanta un nuevo monasterio cuya influencia se extiende hasta convertirle de modo virtual en el abad supremo de todo el monaquismo carolingio.

En el monasterio de Inden, que construye Ludovico Pío para él cerca de Aquisgrán, es guía y maestro de la Europa civilizada, siempre con su férreo y característico talante absoluto, disciplinado y centralizador, sin más ley que la regla, que no debía interpretarse ni comentarse, sólo cumplirse.

La mentalidad de Benito de Aniano no le sobrevivió, y la vida monástica tuvo moldes más flexibles que los suyos; para la historia fue, pues, un fracaso, y para la santidad un ejemplo de lo caducas que suelen ser las iniciativas personales, por elevadas que sean. Tras él dejó semillas de exigencia y afán de perfección.

12 - Eulalia de Barcelona († c. 304)
Esta Eulalia catalana, aunque hay quien afirme que no es más que un doblete de la de Mérida, tiene una personalidad muy definida, con rasgos que no son prestados; por ejemplo, una nerviosa impaciencia por desafiar al mundo con la verdad.

Su familia, sin duda cristiana, debió de vivir en alguna quinta de los alrededores de Barcelona, y al desatarse la persecución de Diocleciano y llegar a la ciudad su prefecto Daciano, se dijo a sí misma que la fe tenía que plantarle cara. No es ya una niña que no sepa lo que se hace, tiene veinticinco años.

Al primer canto del gallo sale de su casa, que la tradición sitúa en el Desierto de Sarriá o tal vez en lo que hoy es santa Eulalia de Provenzana, en cualquier caso muy lejos de las antiguas murallas, y recorre a pie este larguísimo trecho, entre campos, torrentes y casas de labor, andarina y madrugadora.

Tiene prisa por proclamar ante el siniestro Daciano: «Soy Eulalia, sierva de Cristo, rey de reyes y señor de señores». Como -ayer lo mismo que en nuestros días- no hay más rey y señor que el César ni más ley que la de la autoridad civil, la de los políticos, para hacerla apostatar se recurre a la persuasión, a amenazas, a azotes y potro. Por fin, dentro de un tonel lleno de cuchillas rueda por una calle en pendiente, la «bajada» que lleva su nombre.

Ya muerta, su cuerpo se expone en una cruz extramuros (¿en la plaza del Padró?) y una nevada milagrosa viste su desnudez. La entierran cerca de donde en la actualidad se levanta el Arco de Triunfo y con el tiempo descansará en la cripta de la catedral. En su recorrido de mártir Eulalia santificó barrio por barrio la ciudad, que todavía es suya en misteriosos perfumes de virgen que no podía callar su fe y que anduvo muchísimo por gritarla.

13 - Gregorio II (669-731)
Los historiadores le llaman el mejor papa del siglo VIII, y en él se advierte muy bien la paradoja de los pontífices -constructores de puentes, según la etimología- que resume de modo espectacular la de todo cristiano obligando a la dualidad de atender a las cosas de este mundo y de no vivir más que para Dios.

Gregario era romano de nacimiento y ya prestó grandes servicios a la Iglesia bajo los pontificados de Sergio I y Constantino l; a este último le acompañó en un viaje a Oriente como asesor, contribuyendo a resolver de manera pacífica -y también, ay, provisional- una enconada controversia.

Desde el 715, cuando fue elegido papa, se desvive por una parte en la doble labor de defensa y de conquista espiritual: reconstruir monasterios como Montecasino, cuna de la orden benedictina, y consolidar las murallas de Roma, pero pensando también en pueblos paganos a los que había que llevar el Evangelio (él fue quien mandó a san Bonifacio a la Germanía).

Bifronte tuvo que ser así mismo su actitud política: por el norte los lombardos amenazaban con engullir el papado, por el sur los bizantinos aumentaban sus exigencias, y con el emperador León lsáurico, que favorecía a los iconoclastas, el reto adquiría especial gravedad.

San Gregario tuvo que jugar arriesgadamente a dos tableros, el humano y el divino, el de la fe y el de la diplomacia, conteniendo a la vez a los bárbaros y a los archicivilizados bizantinos. No sólo Roma o Italia, el orbe entero, la plenitud de la fe y toda la política del mundo pesaban sobre sus hombros, como sobre los de cualquier papa, cruzando el puente del tiempo hacia la orilla de la eternidad.

14 - Cirilo y Metodio (c. 827-869 y c. 815-885)
Dos hermanos de Salónica que tienen ante sí un brillante porvenir. Cirilo (entonces llamado Constantino) enseña en la universidad de Contantinopla y recibe el sobrenombre de «el filósofo», y Metodio es gobernador de una provincia del imperio bizantino. Son el saber y el poder, la cultura y el mando, las dos columnas de la civilización.

Pero no se conforman con las ambiciones de este mundo, se ordenan de sacerdotes y se les manda a Crimea en una misión mitad religiosa, mitad destinada a asegurar la paz en las fronteras del Imperio; el mismo carácter, aunque en mayor escala, tendrá hacia el año 863 la empresa de evangelizar la Moravia.

Allí, gracias a conocer la lengua eslava, que se habla también en Salónica, propagan con rapidez el cristianismo, Cirilo inventa una escritura para el eslavo (aunque el llamado alfabeto cirílico es obra de un discípulo suyo posterior), vierten los Evangelios a esta lengua y la utilizan también en la liturgia.

No tardan en chocar con los obispos alemanes, la cuestión se complica con el cisma de Focio, que fue maestro de Cirilo, y los dos hermanos van a Roma para justificarse; allí muere Cirilo, y el papa Adriano II consagra obispo a Metodio, quien tendrá que seguir bregando con los prelados alemanes, sufrir cautiverio y ver que se prohíbe la liturgia eslava, finalmente autorizada por Juan VIII.

Checos, croatas, servios y búlgaros reconocen en Cirilo y Metodio no sólo a sus padres en la fe, sino también en la lengua y la cultura, y estos dos griegos cultos, civilizadísimos y apostólicos, tan bien adaptados en tierras bárbaras son un símbolo doble de fidelidad a Roma y de arriesgada innovación en los medios evangelizadres (desde 1981 copatrones de Europa junto con san Benito), apoyándose en la razón de Estado para misionar independientemente extendiendo la razón de Dios.

14 - Valentín († 273)
Hay santos que son poco más que un nombre que se une a borrosas noticias, y que sin embargo tienen un papel .insospechadamente vivo en la devoción actual. Así, Pancracio, a quien saludaremos dentro de tres meses, o este san Valentín, que como anuncio de la primavera se ha convertido en protector de los enamorados.

Tres son los santos de perfiles muy dudosos que coinciden en el mismo día, pero nuestro Valentín debió de ser un sarcedote romano que fue decapitado en el siglo 111. Su sepultura estuvo en Vía Flaminia, más allá de la actual Piazza del Popolo, y allí también existió una suntuosa iglesia hoy apenas reconocible.

Este mártir, muy popular en Roma, ya que llegó a dar su nombre a una puerta de las murallas, ¿qué tiene que ver con los enamorados? Lo cierto es que la tradición es muy antigua y ya está bien documentada en la Edad Media, a menudo con protestas de las autoridades eclesiásticas por lo que consideraban un resabio pagano.

Y sin duda algo hay de eso. Se supone que es la época en que se aparean los pájaros, y en el día de San Valentín en muchos países las muchachas elegían novio intercambiándose regalos, oportunidad que la sociedad de consumo no podía desaprovechar, y así el Valentine’s Day -porque es costumbre muy anglosajona- también forma parte de nuestro interesado folclore.

Fiesta de anticipo primaveral y sentimental amparada en el nombre del antiguo mártir por una simple coincidencia del calendario, pero que no tiene porqué ponernos ceñudos; reivindiquemos frente a los puritanos de la hagiografía este pretexto del alborozo popular que san Valentín nos brinda desde el corazón del invierno. No es el suyo un patronazgo histórico, pero también pueden hacer la verdad de la historia muchas generaciones de fieles que invocan al santo porque están enomarados, Jo cual en el fondo no es una mala razón.

15 - Faustino y Jovita (siglo II)
Eran dos hermanos -ambos varones, aunque el nombre del segundo de ellos puede inducir a equívoco- naturales de Brescia, en la Lombardía; «modestos, virtuosos y unidos entre sí con el vínculo de una hermanable caridad», una vez Faustino ordenado de sacerdote y Jovita de diácono, se dedicaron a predicar la fe cristiana, consiguiendo numerosas conversiones.

Cuando sobrevino la persecución, ésta empezó a manifestarse suavemente, con más halagos y promesas que amenazas; si daban culto a los dioses del Imperio tendrían altos cargos y fortuna, mando y dinero, lo más deseable que se podía alcanzar en este mundo, y confiando en la impresión que sin duda iba a causarles la riqueza y grandiosidad del Templo del Sol, fueron llevados allí para que admiraran lo magnífico que era aquel dios al que se les pedía adorar.

La estatua del Sol presidía soberbiamente el lugar, toda de oro, guarnecida de pi_edras preciosas y luciendo en la cabeza muchísimos rayos de oro fino, como una corona sin igual de opulencia y poder. El sol que da luz y vida simbolizado por el oro, rey de los metales, un compendio visible de la idolatría más convincente.

Por toda respuesta Faustino y Jovita se pusieron a orar, y en el acto la estatua se cubrió de hollín y los áureos rayos de la cabeza se convirtieron en el más negro carbón; y cuando los servidorers del templo iban a limpiarla para devolverle su antiguo esplendor se les deshizo en las manos hasta quedar reducida a cenizas.

Como castigo por aquel incalificable sacrilegio de transformar la riqueza en polvo, los dos cristianos fueron entregados al verdugo, y se les degolló junto a una puerta de Brescia que da al camino de Cremona.

16 - Juliana (siglo III)
Otro mártir, la doncella de Nicomedia (Asia Menor), cuyas reliquias dieron origen y nombre a la ciudad santanderina de Santillana del Mar, con un culto muy antiguo tanto en Oriente como en Occidente, y a la que sólo conocemos por una «pasión» no poco legendaria y muy tardía.

Como en tantos otros casos, la verdad está enmascarada por un repertorio de clisés hagiográficos que se repiten hasta la más completa inverosimilitud: cúmulo de perfecciones, resistencia heroica a las asechanzas del mundo, tormentos sin fin que no hacen mella en su cuerpo y, tras la manifestación de la evidente ayuda sobrenatural que la asiste, muerte ejemplar a filo de espada.

Hija de paganos, según se nos cuenta, querían casarla con el rico y poderoso Eleusio, a quien ella, para ganar tiempo, impuso la condición de que alcanzase el cargo de prefecto; cuando fue prefecto, le pidió que abrazara el cristianismo, y aquí empieza la historia martirial.

En ella hay un notable episodio: cuando Juliana está en su mazmorra, se le aparece el Maligno en figura de ángel del Cielo y le aconseja que acceda a las pretensiones de Eleusio; la virgen comprende que allí hay engaño, y su oración encadena al Diablo, quien ahora es visible en toda la monstruosidad de su naturaleza.

Sofer, que así se llama el ministro de Satanás, debidamente interrogado confiesa todos sus crímenes -él fue el inductor de Caín y de Judas-, y después de oírle, Juliana, diríase que satisfecha ya su natural curiosidad femenina, le lleva atado hasta el lugar del suplicio, mientras Sofer se lamenta del ridículo que hace ante las gentes y del descrédito que significa aquella humillación para su oficio diabólico. Antes de entregarse al verdugo la santa le echa a un estercolero, y muere decapitada a los dieciocho años.

17 - Los siete fundadores (siglo XIII)
Un racimo de santos que la propia Virgen convocó para su servicio en el seno de una ciudad turbulenta y dividida por discordias civiles; en la Florencia de la primera mitad del siglo XIII, güelfos y gibelinos se hacían implacablemente la guerra, y de esta lucha fratricida iba a salir una orden religiosa cuyos fines eran la plegaria, la humildad y la devoción a la Reina de la Paz.

Siete jóvenes mercaderes se reunían a la caída de la tarde en una asociación mariana de alabadores de la Santísima Virgen, y el día de la fiesta de la Asunción, el 15 de agosto de 1233, se les apareció Nuestra Señora «con gesto de dolor, vestida de luto y velada de negro la cabeza, como una Madre dolorosa, porque el Amor no era amado y la caridad estaba herida» (P. Bargellini).

Los siete se retiraron a hacer penitencia como ermitaños en Monte Senario, no lejos de la ciudad, para acabar convirtiéndose en una orden mendicante, la de los Siervos de la Bienaventurada Virgen María o servitas, que no tardaría en dar un gran santo a la Iglesia, san Felipe Benicio.

De estos fundadores, canonizados colectivamente en 1888, recordamos especialmente al primer superior de la comunidad, Bonfiglio Monaldi, quien tras regir la orden durante dieciséis años, dimitió de su cargo para dedicarse a la vida retirada y a la oración; y al más joven de todos, Alessio Falconieri (1200-1310), que rehusó por humildad ser sacerdote y fue tan sólo hermano lego que recogía limosnas y se ocupaba de las tareas más oscuras. Pero tal vez sea injusto hacer distinciones entre quienes no quisieron otra que la de ser espejos de la paz de las almas a imitación de María.

18 - Flaviano († 449)
Arzobispo de Constantinopla elegido en el 446 por aclamación del clero y de los fieles frente a la candidatura del abad Eutiques, personaje altanero y fanático que se jactaba de no haber salido nunca de su monasterio y de interpretar la Biblia, para él única fuente de la verdad revelada, mejor que nadie.

Eutiques no tardó en caer en la llamada herejía monofisita, sosteniendo que la naturaleza de Jesucristo era de sustancia divina, opinión solemnemente condenada en el sínodo de Constantinopla (448); pero el abad se empecinó en el error, de trascendentales consecuencias dogmáticas, y en los meses siguientes la disputa teológica se fue complicando con cuestiones-de orden personal y político. Dióscoro, el poco ejemplar patriarca de Alejandría, y el chambelán Crisafo, ahijado de Eutiques y hombre de confianza del emperador Teodosio II, apoyaban al abad rebelde, mientras que el papa san León y la hermana del emperador, santa Pulquería, defendían la causa del arzobispo.

En el 449 el concilio de Éfeso -«el latrocinio de Éfeso», según ha pasado a la Historia- fue una asamblea tumultuosa y brutal en la que el heresiarca se impuso por la fuerza con la ayuda de soldados y de monjes provistos de palos y cadenas; Flaviano se negó a firmar las conclusiones adoptadas por tales procedimientos y fue golpeado, herido y encerrado en una cárcel de Lidia donde no tardó en morir.

En el 451 el concilio de Calcedonia le reivindicó plenamente considerándoles como un mártir de la ortodoxia, y Pulquería, convertida en emperatriz, hizo trasladar sus restos a Constantinopla. Dióscoro fue depuesto, Eutiques marchó al destierro, y san León, en Roma, dio a Flaviano el título de santo, alabando la firmeza, la modestia y la serenidad de que había dado muestra como confesor de la fe.

19 - Álvaro de Córdoba († c. 861)
Álvaro es el complemento de la gran estrella de la santidad entre los mozárabes, Eulogio, a quien ya hemos encontrado en el pasado mes; su condiscípulo en el magisterio del abad Esperaindeo, su amigo del alma -y habría que hacer hincapié en esta frase hecha-, su biógrafo, el testimonio de su vida en este Córdoba de los Omeyas cada vez más hostil para los cristianos.

Pero no es un apéndice de Eulogio ni mucho menos, le sobra personalidad, y también aquí habría que tomarse al pie de la letra el cliché: vehemente hasta la exageración, inflamado de retórica, durísimo en la controversia, dividido entre la dulzura de las letras humanas, en las que era maestro, y la fe exigente, radical, de los tiempos difíciles, que parecían reclamar el sacrificio de todo lo demás.

Era de familia noble y muy rica, de origen godo con entronques judíos, y al parecer de larga tradición intelectual; también él será un humanista, hombre de estudio, vocado a la teología, intérprete de las Escrituras, y muy hábil en el manejo del latín, ese latín que defiende con pasión frente al deslumbramiento cultural de lo arábigo.

Sabemos de sus afanes íntimos -por una Confessio que suele compararse a la de san Agustín-, de sus luchas apologéticas, de su versificación rebuscada y ornamentadísima, de su vida de seglar (casó con una sevillana) y de la admirable amistad que le unió a Eulogio, de quien fue incansable cantor. No parece que muriera mártir, pero sí pobre por su generosidad con los cristianos y la política rapaz de los infieles en el poder.

La suya es una voz humanísima y patética, inconfundible, menos pura que la de Eulogio, pero más vibrante, más cargada de pasiones -se acusa a sí mismo de soberbia y dureza- con las que batalla manifestando una y otra vez su «sed de descanso en los Cielos». «Ruégote ahora», pide a Eulogio después del martirio de éste, «recuerdes el nombre del amigo a quien te unió la más dulce intimidad. Acuérdate de Álvaro, que, lleno de culpas, camina aún por las ásperas sendas de este mundo».

20 - Euquerio († 738)
A este joven de Orleáns la lectura de san Pablo le cambió la vida: «La sabiduría del mundo es necedad ante Dios», hay que invertir, pues, el orden de valores, lo que todos aprecian no vale nada, y lo que se desdeña como vil, renunciar a las cosas por el amor más alto que no se ve, es el camino de la eternidad. Por eso Euquerio se hizo monje en la abadía normanda de Jumieges.

«Fue tan grande la luz de su santa vida y la opinión que todos tenían de él», dice un hagiógrafo, que a la muerte de su tío Suavarico, obispo de Orleáns, el pueblo le eligió para sucederle, y ante su resistencia tuvo que intervenir Carlos Marte!, cuya autoridad le obligó a aceptar, aunque no sin desconsuelo, pues es tradición que lloraba copiosamente al ser consagrado. Fue un buen obispo, y por serlo se opuso a las pretensiones de Carlos Marte!, quien expoliaba a la Iglesia para atender las necesidades de sus campañas; el choque de ambos acabó con el destierro de Euquerio, primero en Colonia y luego en Lieja, siempre rodeado de una inmensa veneración, y acabó en un monasterio benedictino.

La leyenda de que tuvo una visión en la que pudo ver a Carlos Marte! en el Infierno no merece siquiera el esfuerzo de ser refutada, ya que el abuelo de Carlomagno sobrevivió a nuestro obispo, y no es más que una piadosa superchería para infundir saludable temor a los que se apoderaban de bienes eclesiásticos.

San Euquerio obró numerosos milagros después de morir -curaciones inexplicables, lámparas que ardían sin consumir aceite-, pero su vida es ejemplar sobre todo por esa extraña carambola de la Providencia que le arranca del claustro -llorando- para hacerle pastor de una gran diócesis, y que le devuelve al claustro a viva fuerza por el simple cumplimiento de sus deberes. La sabiduría de este mundo, que es mucho más mecánica y torpe, nunca hubiese podido prever una combinación tan inesperada, divinamente maquiavélica y feliz.

21 - Pedro Damiano (1007-1072)
Le vemos como un fruto apasionado y terrible, apocalíptico casi, del año mil, penitente profeta en medio de los siglos oscuros; es un santo que visto de lejos asusta por su rigor y su ira, como un símbolo de intransigencia que reprocha con tremendos clamores. los pecados del mundo, empezando por los de la Iglesia, roída por la simonía y el concubinato.

Como siempre, de cerca su figura se humaniza. Este modelo de austeridad que en su Libro de Gomarra traza un cuadro durísimo de la moral de sus contemporáneos, es también autor de conmovidos himnos, de páginas que a través del rudo latín del siglo XI todavía transmiten un temblor de ternura. Y es su propia vida la que le muestra sometido por obediencia a deberes que estaban muy lejos de su ideal.

Que era la soledad de un monasterio, como el camaldulense de Fonte Avellana, por una de cuyas celdas renunció a la reputación de famoso profesor en Parma. Pero su saber y sus virtudes le fueron empujando a muchas actividades, fue prior, reformó la orden, hizo nuevas fundaciones, y aquel hombre con vocación eremítica se vio convertido por orden del papa en cardenal-obispo de Ostia y en legado pontificio.

Instrumento reformador de diversos papas -con quienes las relaciones no siempre fueron apacibles-, tuvo que intervenir en problemas de alta política eclesiástica, viajar mucho, predicar, ser consejero de reyes, escribir sobre una multitud de temas de teología y moral (León XII le declaró doctor de la Iglesia).

¡Pobre Pedro Damiano, que sólo suspiraba por vofver a su celda! «¿Qué me importan los reyes y los concilios?» Adivinamos que estaba a punto de añadir irrespetuosamente: Y los papas. Con Gregario VII, el antiguo Hildebrando, se plantó: basta de política, de cismas, pleitos monásticos y mundanidades, le dejaran o no él volvía a Fonte Avellana. Años después aún tuvo que ir a Alemania por el divorcio de un rey y reconciliar a su Rávena natal con el Pontífice. Murió en el camino de vuelta, refugiándose en el monasterio de Santa María de los Ángeles, en Faenza (él, tan mariano, que extendió la práctica de la consagración de los
sábados a la Virgen), abrazando por fin una paz inasequible por la dureza del servicio que se le pedía.

22 - Margarita de Cortona (1247-1297)
Hija de un labrador de Laviano, cerca de Cortona, pierde a su madre a los seis años, y poco después una madrastra amarga su niñez con celos y desdenes. Es una muchacha de extraordinar:ia hermosura, en la comarca dicen queparece una princesa, y que desde luego es digna de un príncipe.

No encuentra un príncipe, pero sí un joven y apuesto caballero de Montepulciano que es marqués y que la convence para que comparta su vida prometiéndole que algún día será su esposa; para lo mismo prometer mañana. Margarita tiene dieciocho años y durante varios más es la amante del marqués, a quien da un hijo, siendo la admiración de todos por sus ricas galas y su belleza.

Ante el pecado público e innegable de los santos, sobre todo si dura mucho tiempo, la hagiografía se siente incómoda y trata de atenuar los hechos para salvar la cara; hacía muchas limosnas, era muy consciente de que iba por mal camino, sí, se admiten todas las matizaciones con tal de que no se desnaturalice la verdad ahogándola en agua de rosas, porque entonces ni hay santos ni hay nada.

En 1273 el caballero muere apuñalado, Margarita lo deja todo y vuelve con el hijo a casa de sus padres, que le cierran las puertas, y poco después encuentra en Cortona la protección de unas piadosas damas que le encaminan hacia los franciscanos, uno de los cuales, fray Giunta Bevegnati, será su director espiritual.

La nueva María Magdalena, terciaria franciscana en 1276, edifica a todos con sus mortificaciones y su caridad, funda un hospital, cuida a parturientas y a enfermos, trabaja para los pobres, mientras a su alrededor, como no podía ser menos, se da el chisme, la desconfianza y la calumnia.

El pasado la sigue a todas partes. Nada la altera, Jesucristo le ha dicho que iba a ser «espejo de pecadores», y sus oraciones y consejos, su ejemplo y su solicitud atraen a muchas almas. A los cincuenta años
muere dejando la síntesis de su experiencia mística en una frase: «La salvación es fácil, basta amar».

23 - Policarpo de Esmirna (c. 70-155)
Era un anciano lleno de virtud, saber y experiencia envuelto en una particular veneración por haber sido discípulo del propio san Juan Evangelista; en pleno siglo n había, pues, conocido a uno de los apóstoles del Señor, nadie podía dejar de recordarlo, y se le llamaba «padre de los cristianos» incluso entre los que no lo eran. San Jerónimo, más enfáticamente, le nombra como «príncipe del Asia».

Fue un gran obispo de Esmirna, y su nombre griego, que en castellano puede traducirse por «fruto abundante», parecía en él más adecuado que en cualquier otro por sus obras de caridad. Ya octogenario emprendió un viaje a Roma para hablar con el papa Aniceto y consultarle cuestiones de liturgia, y a su regreso tuvo que enfrentarse con la persecución.

Según san Eusebio, tres días antes de que le prendieran tuvo una visión en la que su almohada era consumida por el fuego, y entonces anunció a los que estaban con él: «Me quemarán vivo» (siglos más tarde en recuerdo de esta almohada san Policarpo era invocado contra el dolor de oídos).

Descubierto en su escondite, no lejos de la ciudad, fue conducido a Esmirna, y allí las autoridades le pidieron que blasfemara, que maldijera a Cristo (¡qué moderna parece la petición!). Ante su negativa, se le ató a un palo entre leña en medio de un estadio al que había acudido la multitud para ver cómo moría un obispo de aquella secta.

Al encenderse la hoguera, las llamas, sin tocarle, le rodearon «como una vela de navío hinchada por el viento», y hubo que darle muerte con una espada. Dicen que de su cuerpo brotó tanta sangre que apagó el fuego, y que el cadáver, sin la menor quemadura, tenía el mismo color que el pan cocido y desprendía un perfume a incienso y mirra.

24 - Pretextato († 586)
Un testigo de los hechos, Gregorio de Tours, y en el siglo pasado Augustin Thierry, cuentan la bárbara, crudelísima historia de los reyes merovingios, que abunda en episodios atroces de gran guiñol. Chilperico y su esposa Fredegunda son dos salvajes protagonistas de esa especie de novela de intriga y horror en la que también interviene Pretextato, obispo de Ruán.

Lo que sabemos de él no le califica como hombre avisado e inteligente (Thierry alude a su «candidez» y dice que era «poco cauto»), o, para decirlo en términos más crudos, nos parece algo tonto. La listeza nunca ha sido condición indispensable para la santidad, y no deja de tranquilizarnos que haya habido santos más bien obtusos.

Pretextato era padrino de Meroveo, hijo de Chilperico, y sentía por él una debilidad que se manifestaba en todas las ocasiones; por ejemplo, cuando el príncipe le pidió que le casara con Brunequilda, viuda de su tío. Aun siendo contrario a los cánones, el obispo accedió a sus deseos, y desde entonces podía contar con la feroz inquina de los reyes.

Algún tiempo después, en el 577, Pretextato fue acusado de traición al monarca, y en París compareció ante un concilio en el que se defendió con tanta sinceridad como de una forma poco hábil; con todo no había pruebas concluyentes contra él, y además le defendía el enérgico Gregorio de Tours. El rey tuvo que idear otra artimaña.

Pidió a los prelados dudosos que aconsejaran a Pretextato que se declarase culpable, afirmando que era la única manera de aplacar su cólera, y que tras la humillación del obispo él se mostraría magnánimo y le perdonaría; la víctima cayó en la trampa, fue depuesto con infamia desgarrándole la túnica por la espalda, recluido en una mazmorra y por fin desterrado a la isla de Jersey.

En el 584 Chilperico murió asesinado y el obispo volvió con todos los honores a Ruán, en cuya catedral le apuñaló un sicario por orden de la vengativa Fredegunda. Pretextato tuvo entonces una actitud digna y firmísima, y su debilidad se transformó ante la muerte en arquetipo de lúcido valor.

25 - Etelberto y Walburga (560-616 y † c. 779)
Dos aspectos complementarios de la evangelización en la Inglaterra anglosajona: el rey inglés que recibe a los misioneros y se convierte al cristianismo, y la monja inglesa que un siglo más tarde ayuda a cristianizar el continente, vasos comunicantes de la fe que cruza en las dos direcciones el canal de la Mancha. Primero se acoge lo que con el tiempo se exporta.

Etelberto era rey de Kent ─en la extremidad sudorienta! de las islas─ y recibió a san Agustín de Canterbury y a sus monjes en el 597, fecha probable de su conversión, en la que sin duda influyó su esposa Berta, ya cristiana, princesa franca hija de Cariberto, rey de París.

A diferencia de lo que solía ocurrir en estos casos, no obligó a sus súbditos a abrazar el cristianismo, pero este monarca, muy influyente en el sur de Inglaterra, dio gran apoyo a los misioneros, hizo construir la catedral de San Andrés en Rochester y contribuyó a la conversión de Saberto, rey de los sajones del este, en cuyo territorio hizo levantar la primitiva catedral de San Pablo en Londres.

También de sangre real debió de ser Walburga, natural de Sussex, monja benedictina de Wimborne, que participó con san Bonifacio en la misión por tierras alemanas; su hermano Wilebaldo le confió la dirección de un monasterio femenino en Heidenheim, entre la Franconia y la Baviera, y al parecer murió allí.

No sabemos por qué razón, el folclor se adueñó de su recuerdo, extrañamente mezclado con reminiscencias paganas, y bajo su nombre alemán de Walpurgis se asocia a la noche del primero de mayo -fecha del traslado de sus restos mortales a Eichstatt-, la Wa/purgisnacht en la montaña de Brocken, que evoca Goethe en un famoso pasaje de su Fausto («a lo largo de toda la montaña / fluye un furioso cántico de hechizos») como noche de brujería y aquelarre.

26 - Porfirio de Gaza (c. 352-421)
Griego, como indica su nombre, un macedonio de Tesalónica que a los veintitantos años deja su familia y sus riquezas para hacerse monje en las soledades del desierto egipcio. Más tarde querrá estar cerca de Jerusalén con el fin de poder ir todos los días al Calvario, y le encontraremos viviendo en una cueva a orillas del Jordán.

Tal vez allí se ganaba la vida haciendo de zapatero, y se nos dice que el rigor de sus mortificaciones y la humedad de aquellos parajes le daban, a pesar de su relativa juventud, el aspecto de un viejo muy encorvado que tenía que andar apoyándose en un bastón. Así le ve el joven Marcos, su futuro biógrafo, cuando admirado por su ejemplo pide ser su discípulo.

Hacia los cuarenta años su reputación es tal que se le ordena de sacerdote, y en el 396 es consagrado obispo de Gaza, en las tierras paganas del sur donde murió Sansón. Su labor no iba a ser fácil, y ante las resistencias con que tropieza cabe la posibilidad de que el buen Porfirio olvidara la virtud de la paciencia.

Una cosa es santificarse en la soledad, orando, ayunando, entregándose a mil austeridades, castigando aquel cuerpo que ostentaba el lujoso nombre de «purpúreo», yendo a meditar al Calvario y siendo custodio de un pedazo de la vera cruz al que atribuye la curación de sus dolencias; y otra muy distinta convencer a los testarudos idólatras de Gaza.

Parece que pidió ayuda al emperador Arcadio, quien mandó tropas para evangelizar manu militari aquella región destruyendo ídolos y arrasando sus templos. La airada reacción que ello produjo originó revueltas en las que estuvo a punto de perder la vida el propio Porfirio, cuya casa fue destruida.

Si hay que elegir, mejor ser yunque que martillo, desde entonces modera su celo comprendiendo que los métodos violentos son tan tentadores como contraproducentes, y se dedica con santa mansedumbre a colaborar con la gracia de Dios sin empeñarse en hacerlo todo él por su cuenta. Sin duda fue la mayor de las mortificaciones con que se ganó el Cielo.

27 - Gabriel de la Dolorosa (1838-1862)
Francesco Possenti nació en Asís, pero vivía en Spoleto, entonces ciudad de los Estados Pontificios; su padre, el juez Possenti, era un personaje en la localidad, y Francesco, al que describen como guapo, elegante y presumido, un partido muy codiciado por las madres de familia con hijas casaderas.

Estudió con los jesuitas y estaba, según uno de sus biógrafos, «más preocupado por la literatura que por la virtud». ¿Escribía versos a la moda romántica, quejumbrosos y fatales? No lo sabemos, pero en cualquier caso se le destinaba clarísimamente al matrimonio.

Una grave enfermedad le movió a prometer que si sanaba se haría religioso, pero al recobrar la salud no tardó en olvidar su promesa, hasta que una recaída en el mal y la muerte de su hermana predilecta hicieron que se planteara seriamente su vocación. Que al principio no fue vista con buenos ojos por el padre, quien debía juzgar a Francesco demasiado mundano. No obstante el joven insiste, y en 1856 ingresa en los pasionistas adoptando el nombre de Gabriel de la Dolorosa por su devoción a la Virgen de los Dolores.

En una orden tan severa como aquella la vida no le resultó fácil: le cuesta acostumbrarse a sus rigores, su delicada complexión se resiente, sufre diversas enfermedades y cuando se ordena de menores en 1861 está ya enfermo de tisis, y morirá un año después antes de ser sacerdote.

San Gabriel -canonizado en 1926- parece uno de esos derroches divinos que se dan a menudo en la santidad. ¿No podía Dios aprovecharlo mejor, hacer algo más práctico, más útil y visible con él? Quizás en la entrega absoluta de un hombre no hay proporciones ni lógica, todo es desmesurado y gratuito, ajeno a la estrechez de nuestra noción de rendimiento.

28 - Hilario († 468)
Natural de Cerdeña, era diácono y hombre de confianza del papa san León, quien en el 449 le mandó a Éfeso como legado para asistir al concilio que el propio pontífice debía llamar más tarde «latrocinio». Enlazamos aquí con la historia de san Flaviano, evocada el día 18 de este mes, y a cuyas vejaciones Hilario asistió horrorizado e impotente.

Temiendo por su vida ante aquellos energúmenos y llevando consigo la apelación que Flaviano dirigía al Papa, Hilario se puso bajo la protección de san Juan evangelista, cuya tumba se veneraba en las afueras de Éfeso, y allí hizo un voto al discípulo amado dél Señor, cuyo culto era entonces casi inexistente en Roma.

Consiguió volver sano y salvo a Roma (desde donde escribió a la emperatriz Pulqueria informándole de lo sucedido), y a fines del 461 sucedió a san León en la Silla de Pedro. Gobernó la Iglesia durante siete años, durante los cuales no se produjo ningún hecho de gran relieve.

Vemos a san Hilario ocupándose de cuestiones de disciplina (usurpación de episcopados, abusos en la consagración de obispos sin el consentimiento de los metropolitanos, consagraciones ilegales, etc.) y oponiéndose a que se propagaran herejías como la del macedonio Filoteo.

¿Olvidó el voto de Éfeso? No, hizo edificar dos oratorios en la basílica constantiniana de Letrán -aunque muy transformados, aún subsisten- que dedicó a san Juan bautista y a san Juan evangelista y así el nombre de Juan quedó vinculado para siempre a Letrán. Dos inscripciones recuerdan su iniciativa.

Este agradecido papa recibió sepultura en san Lorenzo extramuros.

29 - Dositeo (siglo VI)
Cuenta una antigua biografía suya que en su juventud fue soldado, y que en un recorrido por Tierra Santa haJlándose en Getsemaní le impresionó un cuadro que representaba los tormentos del Infierno; así se convirtió a los grandes ideales de perfección religiosa y se hizo monje en Gaza, donde iba a transcurrir toda su vida.

La historia le recuerda como un contemplativo que renuncia a la propia voluntad para ponerse en manos de Dios y que tiene un desprendimiento ejemplar respecto a las cosas de este mundo, sin sentir apego por nada, porque cualquier afición a personas u objetos era para él una atadura que le impedía estar completamente disponible en su espera del Cielo.

Se nos dice también que ni siquiera estaba apegado a las herramientas con las que trabajaba, y eso nos sugiere un grado último de renuncia, porque el afán de posesión suele atrincherarse en la excusa de la necesidad de los útiles imprescindibles: tal vez a un santo le cueste más que despreciar las riquezas, no amar la pobre azada con la que trabaja el huerto.

San Dositeo se nos aparece así en una desnudez heroica de asceta negándose a apoyarse en nada humano, reducido a un manojo de ansias de vivir sólo para Dios y entrar en su eternidad sin el menor lastre de afectos relativos a esta tierra.

Hasta en el calendario ocupa un lugar humildísimo, de comodín, donde termina el mes de febrero, negándose incluso una fecha inamovible en la procesión de los días; porque él es quien rellena las veinticuatro horas supernumerarias de los años bisiestos, como aceptando privarse del retorno anual de la fiesta de todos los demás. Sin tener siquiera un sitio en el tiempo, porque ni eso quiere.