¿Qué es la homeopatía?
Origen de la homeopatía
Hahnemann descubrió los libros de William Cullen, en la que se afirmaba que la quinina, sustancia que se extrae de la corteza del quino, era eficaz para convertir combatir el paludismo. Esto llevó a Hahnemann a probar los efectos de la quinina sobre éll mismo y notó que los síntomas que le producía eran muy similares a los síntomas del paludismo. Con esto concluyo que algo que produce síntomas parecidos o similares a una enfermedad puede curar dicha enfermedad.
Y aquí tenemos el inicio del principio fundamental homeópata:«Similia similibus curantur», que puede traducirse por «Lo semejante se cura con lo semejante». La propia palabra homeopatía («similar») y pathos («sufrimiento»). Pero hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos no se tenía conocimiento de que el paludismo era producido por un parásito llamado Plasmodium que poco o ningún parecido tiene con la quinina que es un alcaloide.
Hahnemann sentó así las bases, en los años siguientes, de lo que hoy conocemos como homeopatía. Tratando de no perjudicar más al enfermo, diluyó las muestras de las sustancias que probaba. Para su sorpresa, una sustancia diluida de forma excesiva parecía tener tanta eficacia como la misma sustancia en un formato más concentrado. Sólo había que cumplir una condición: debía ser sometida a un proceso de agitación. A este proceso, según se realizara se las denominó como potenciación («dilución») y sucusión («agitación»).
HITOS DE LA MEDICINA

Hahnemann comenzó a utilizar su nueva técnica en 1792, aunque a lo largo de los años hubo grandes claroscuros y no llegó a convertirse en una práctica habitual.
Después de las guerras napoleónicas, la práctica de la homeopatía se extendió a diversos países. En España comenzó a difundirse hacia 1821. En 1845 se fundó la Sociedad Hahnemanniana Matritense, que fue la primera asociación en España dedicada a este sistema terapéutico. A principios de siglo XX la homeopatía cayó en declive. Las técnicas médicas y farmacéuticas científicas se desarrollaron y aumentar su eficacia cada vez más, y la homeopatía comenzó convertirse en algo anecdótico,en una práctica exótica que más bien se heredaba de padres a hijos en lugar de atraer nuevos miembros por convicción. Además el pensamiento único dentro del mundo homeopático tampoco fue de gran ayuda.
Tras la guerra civil española, aún cuando la homeopatía nunca fue prohibida por el régimen, fueron escasos los médicos que continuaron practicándola. Hizo acto de aparición la Seguridad Social, con consultas médicas y medicamentos financiados a través de los impuestos de todos los ciudadanos.
Con la llegada de la democracia, la homeopatía disfrutó de un renacimiento en España. El clima de libertad, la democracia de los años 70, el ambiente hippie de la época. Todo ello permitió un caldo de cultivo que hizo resurgir las terapias alternativas frente a la medicina tradicional. Actualmente están consideradas como terapias complementarias, lo que se traduce como que no son competencia de la medicina convencional, sino un complemento.
Se calcula que unos 250.000 médicos de todo el mundo utiliza terapias homeopáticas apoyándose en unos trescientos millones de pacientes.
Diluciones
Como norma general se coge 1 mililitro de la sustancia original, a la que llamaremos tintura madre, y la mezclaremos con 99 mililitros de agua pura. Se agita este preparado y así se obtiene una dilución de un centesimal de Hahnemann (1 CH). A continuación, se coge 1 ml de este preparado 1 CH y se repite la operación de dilución y agitación; así se consigue una dilución de dos centesimales (2 CH). Cada vez que se realiza una de estas mezclas, la sustancia original queda diluida 100 veces más en el preparado final. Se supone que cuanto mayor es la dilución, más potente es el preparado homeopático.
Las píldoras homeopáticas están hechas de sustancias inertes, normalmente de algún azúcar, sobre el que se deposita la gota del preparado homeopático.
Existen otras nomenclaturas, formatos y métodos para fabricar preparados homeopáticos, pero todos ellos son leves variaciones del método escrito por Hahnemann, así que en esencia todos los preparados homeopáticos son semejantes.
Por analogía con los medicamentos, un preparado homeopático parece tener una pequeñísima presencia de principio activo y, como recipientes, el agua o algún azúcar. Sin embargo, esto no es siempre así. Las diluciones sucesivas, si son suficientemente elevadas, tienen como consecuencia la completa desaparición del principio activo.
Para entender porque termina por desaparecer el principio activo al hacer las sucesivas diluciones homeopáticas, podemos ilustrarlo con un ejemplo:
para hacer la primera dilución tomamos 1 ml de la tintura madre (líquido con el principio activo) y lo disolvemos en 99 ml de agua. Así conseguimos una dilución de 1 CH. Si se esa una dilución 1CH tomamos 1 ml, y lo disolvemos en otros 99 ml de agua, tendremos una dilución 2 CH. Con cada dilución, la proporción de tintura madre se hace más y más pequeña, y lo hace de forma exponencial, no lineal. Tanto es así que, a partir de cierta cantidad de diluciones, en el preparado homeopático no quedará ni un átomo del principio activo. Ni un solo átomo. Y no hace falta que hagamos cientos de diluciones. En un preparado 13 CH ya es altamente improbable encontrarse con un solo átomo del principio activo.
Los preparados homeopáticos comerciales suelen ser de 20, 30 y hasta 50 CH, porque se supone que cuanto mayor sea la dilución, más efectivos serán. El caso es que para ingerir un átomo de principio activo de un preparado 16 CH tendríamos que bebernos una piscina olímpica. Para ingerir un átomo de principio activo de un preparados 19 CH tendríamos que bebernos la cantidad de agua equivalente a todo el embalse de la serena, el mayor embalse de España, con sus más de 3000 hm³ de volumen.
Una dilución 22 CH equivale a disolver un átomo de tintura madre en todo el mar Mediterráneo. Y una dilución 24 CH equivaldría a disolver ese átomo en todos los océanos del mundo. Es decir, que para ingerir un solo átomo de principio activo de un preparado 24 CH tendríamos que bebernos una cantidad de preparado homeopático equivalente al agua de todos los océanos de la tierra.
Con frecuencia, los preparados homeopáticos son fruto de diluciones todavía mayores, de 30 CH en adelante, por la suposición de que la diluciones potencian la eficacia. Lo que no encaja y lo que se critica desde la comunidad científica es que, si no hay rastro de algo a lo que podamos llamar principio activo, sólo tenemos agua (o azúcar, en el caso de las pastillas). ¿Cómo podemos explicar que un preparado homeopático funciones y sólo es agua?
Este particular método de preparación suele concentrar el núcleo de las críticas de la comunidad científica con respecto a la eficacia de la homeopatía. La razón es que mediante este método de diluciones sucesivas no quedaría ni rastro de la tintura madre, que es una sustancia que parece ser la función del principio activo en cualquier medicamento.
¿qué es un principio activo?
Entre los principio activo más conocidos podemos destacar los analgésicos, como él paracetamol, el ácido acetilsalicílico y el ibuprofeno; los relajantes musculares o ansiolíticos, tales como el diazepam o el nolaceptan, o los broncodilatadores, como el salbutamol. Cada principio activo suele asociarse con algún excipiente. El eficiente es lo que se utiliza para conseguir la forma farmacéutica deseada y facilitar la preparación, conservación y administración de los medicamentos.
BARBITÚRICOS UNA HISTORIA DE USO Y ABUSO, INCLUIDOS SUICIDIOS DE POR MEDIO

El argumento de la homeopatía
La ciencia que hemos construido hasta la fecha, e incluso el sentido común, los deja sin argumentos. Entonces, ¿cómo es posible convencer a un farmacéutico de que la homeopatía funciona y de que la dispense? ¿Cuáles son los argumentos comerciales que se emplean? No seamos simplistas ingenuos, porque normalmente no hay sólo malicia o intereses económicos detrás de cada venta. Lo más corriente que los médicos que la receten y los farmacéuticos que la dispensan tengan una convicción de que funciona. ¿Cómo es posible?
No existe ningún argumento científico capaz de dotar de sentido el funcionamiento de la homeopatía. Ningún sanitario con formación científica puede dar una explicación lógica acorde con su conocimiento. La hipótesis más favorable, según los homeópatas, consiste en que el agua tiene «memoria», como si se tuviese una especie de impronta de la sustancia que han pasado por ella, algo así como las huellas que quedan sobre la arena. Esta hipótesis carece de sentido y ha dado lugar a mofas y al descrédito del sector homeopático, ya que es imposible que el agua recuerde la sustancia con las que ha entrado en contacto, y además de forma selectiva. ¿Por qué iba a recordar el principio activo y no el vidrio del envase, el metal del grifo o el del plástico de las tuberías? Eso por no ser un poco más escatológico y recordar los desechos humanos o animales que se encuentran dentro del agua.
Algunas compañías de productos homeopático ya han reconocido públicamente que no sabe cómo funciona. Resulta difícil comercializar un producto así. Otras, en cambio, han recurrido a varias explicaciones relacionadas con campos de la ciencia que no son muy conocidos por el gran público, como la mecánica cuántica o la termodinámica, sólo para que una cuestión sin respuesta parezca tenerla y sueña ciencia. En jerga, a este tipo de tretas se les llama pseudociencias. Algo que parece ciencia, que se sirve de su lenguaje, pero que no lo es.
Una vez rechazado los argumentos científicos, la pregunta que se deriva es: ¿podemos concluir que algo no funciona porque no sabemos explicar cómo funciona? Por ejemplo, el medicamento cuyo mecanismo de acción no conocemos exactamente, así que, por analogía, podríamos pensar que quizá no sepamos como funciona la homeopatía, que quizá hay algunos aspectos de ciencia básica que todavía desconocemos y que si podrían dar respuesta a cómo funciona.
Que no sepamos cómo funciona no tendría que implicar que no funcione, por muy disparatado para parecer una vez reconocida la forma de preparación. Por eso, de momento, pese a la ausencia de argumentos científico, sería precipitado confirmar con absoluta certeza que estamos ante un mito. Si lo importante en este caso no es como funciona, sino si funciona, ¿cómo se comprueba? La respuesta es clara: superando un ensayo clínico.
¿Qué es un ensayo clínico?
Estos ensayos clínicos también tienen como finalidad, más allá de verificar que un tratamiento es beneficioso, entender el mecanismo de acción en nuestro cuerpo, localizar los posibles efectos secundarios o si es más efectivo que los tratamientos de los que ya disponemos.
LA MEDICINA Y SUS ENGAÑABOBOS

Para hacer un ensayo clínico se necesita contar con una cantidad suficiente de voluntarios que recibirán dicho tratamiento y se evaluará si éste es efectivo. Algo que podría resultar sencillo, en realidad cuenta con varios aspectos que hay que tener presentes. Por ejemplo, si estos voluntarios van a tomar el tratamiento con el fármaco experimental ¿cómo sabemos si han sanado gracias al fármaco o simplemente su cuerpo se ha curado por sí solo?
Sabemos que actúan otros factores. Por ejemplo, cuando estamos enfermos y acudimos al médico, es habitual que el simple hecho de acudir al médico, que éste nos tranquilice, nos diga que tenemos y nos expida una receta, nos hace sentir que ya empezamos a curarnos. O cuando tomamos una pastilla para el dolor de cabeza, aunque por su mecanismo de acción ésta no comienza a hacer efecto hasta 30 minutos después, solemos empezar a encontrar lo mejor mucho antes. A esto lo llamamos efecto placebo.
Por otro lado, los científicos que están haciendo el ensayo clínico también pueden interpretar algunos resultados como más significativos de lo que realmente son. Cuando teóricamente entendemos que algo ha de funcionar, tendemos a buscar los resultados que confirmen nuestra hipótesis. No lo hacemos de forma deliberada, sino inconscientemente. A esto le llamamos sesgo cognitivo.
Para evitar los falsos positivos en un ensayo clínico tenemos que minimizar el efecto de los sesgos cognitivos y del efecto placebo.
¿Qué es el sesgo cognitivo?
La existencia de sesgos cognitivos surge como una necesidad evolutiva para la emisión inmediata de juicios que utiliza nuestro cerebro para asumir una posición rápida ante ciertos estímulos, problemas o situaciones, que debido a la incapacidad de procesar toda la información disponible se filtra de forma selectiva o subjetiva.
Por ejemplo, cuando nos habrá alguien que nos resulta familiar – ya sea un amigo, un pariente o incluso alguien a quien admiramos –, solemos tener en cuenta sus opiniones y, sin reflexionar, nos dejamos llevar por sus consejos o imitamos su conducta de forma involuntaria. Esto es así porque asociamos la familiaridad a la seguridad. Esta actitud, fruto del sesgo, generalmente es beneficiosa; pero hay ocasiones en las que nos hace ser excesivamente confiados, lo que nos lleva a cometer alguna imprudencia.
Cuando una persona querida y admirada nos dice «A mí me funciona X tratamiento», entendemos que su intención es buena, que nos está protegiendo con su consejo y lo cuestionamos menos que si esa afirmación viene de un desconocido.
En un ensayo clínico es importante minimizar el sesgo cognitivo tanto del paciente como del experimentador.
Como pacientes, el hecho de ser tratados por médicos, de estar recibiendo un tratamiento, puede hacernos interpretar que los efectos positivos son mucho más evidentes de lo que en realidad son.
O podemos atribuir una mejora a un tratamiento incluso si éste no funcionase, simplemente, porque con el paso del tiempo nos hemos ido encontrando mejor y hacemos esa asociación causa-efecto que no tiene porque ser lógica.
Como experimentadores también sufrimos sesgos. Por ejemplo, si hemos participado en el desarrollo del fármaco del estudio, ya tenemos la sospecha de que va a funcionar y, sin intención, podemos ver mejoras más evidentes de las reales. Así que el sesgo nos afecta a la hora de interpretar correctamente los resultados.
Existen varias formas de manifestación de sesgos a lo largo de un ensayo clínico. La forma de minimizarlas es teniendo un cuenta el efecto placebo y utilizando el método doble ciego.
¿Qué es el efecto placebo?
AVANCES MÉDICOS FUNDAMENTALES

El efecto placebo fue descrito por primera vez por el anestesista americano Henry K. Beecher en 1955. Beecher observó que al menos un tercio de los pacientes mejoraron cuando se les suministraba un placebo, es decir, se les suministraba una pastilla senescenteQue empieza a envejecer. a un medicamento habitual, con el mismo color, forma y sabor, pero sin ningún efecto farmacológico.
Lo interesante es que el efecto placebo no tiene porque estar siempre relacionado con el consumo de una pastilla o una inyección. El modo de administración influye; así, una inyección de un placebo es más efectiva que una pastilla. El hecho de que nos trate un médico más amable y comprensivo también influye en que el tratamiento que nos administre vaya ser más efectivo.
El efecto placebo no consiste en creer que mejoramos, sino que mejoramos realmente. Es un fenómeno psicológico que tiene repercusiones fisiológicas reales. Existen varias hipótesis que pretenden dar una explicación a este efecto, pero hasta la fecha no tenemos una explicación completa y concluyente. Sabemos que esto ocurre, que podemos curarnos de algunas dolencias menores y estamos convencidos de que estamos siendo tratados para ello.
El efecto placebo no se reduce a personas adultas, también los animales lo experimentan, sobre todo, los niños.
Un ejemplo muy sencillo de la influyente que es el efecto placebo sobre nuestra salud lo podemos rescatar de nuestra infancia. Cuando te das un golpe o todo el día la barriga y acudiese a tus padres, con un simple «sana, sana, culito de rana» o con unas caricias sobre la zona afectada, realmente el dolor remitía. En la edad adulta, aunque el desencadenante esté más elaborado, el mecanismo y la respuesta fisiológica son similares. Si queremos que algo nos cure, efectivamente nuestro organismo debe llegar a responder curándose de forma autónoma. Incluso cuando nos explican que un tratamiento que estamos recibiendo es placebo, se dan casos en los que la sugestión fue tal que seguimos disfrutando de sus beneficios.
El efecto placebo es el principal responsable del «A mí me funciona». Cuando algo sin base científica, que se ha constatado que es ineficaz, en cambio «funciona» es porque lo que realmente está actuando es el efecto placebo.
Aunque este fenómeno no resulta asombroso, no es ilimitado, ni se trata de un milagro que todo lo puede. El efecto placebo es determinante en la curación de dolencia leve y la percepción del dolor, pero en ningún caso puede curar enfermedades graves; tan sólo puede aliviar algunos de sus síntomas.
Hay que tener en cuenta el efecto placebo a la hora de evaluar la eficacia de un medicamento en un ensayo clínico. Por este motivo, los ensayo utiliza un método de evaluación que lo considera: el método doble ciego.
¿Qué es el método doble ciego?
El método doble ciego se basa en establecer dos grupos entre los voluntarios: el grupo (E) recibirá el tratamiento experimental, y otro, llamado grupo de control (C), recibira el placebo, es decir, un tratamiento indistinguible del otro, pero sin principio activo y sin actividad farmacológica. Ninguno de los voluntarios sabe a qué grupo pertenece, de ahí el término ciego.
Esto se hace para evitar que los pacientes se sugestiona por pertenecer a un grupo u otro, que esto tenga repercusiones fisiológicas y afecte a los resultados, haciendo los mejores o peores de lo que realmente son. Es una manera de tener un cuenta las mejoras debidas al efecto placebo.
Los investigadores conocen si están tratando al grupo E o al C, no saben si sus voluntarios están recibiendo el tratamiento del placebo. De ahí el término doble ciego. De esta manera evitamos dos consecuencia no deseadas: por un lado, que el investigador trate al voluntario de forma diferente, ya que cierto gesto o preguntas podrían dar pistas al voluntario sobre el grupo al que pertenece e influir en la respuesta al tratamiento. Por otro lado, si el investigador conoce el grupo al que está evaluando, puede parecerle más evidentes las mejoras del tratamiento experimental, ya que espera que así sea. No es una actitud deliberada y mal intencionada, sino que responde a sesgos cognitivos inevitables. Si queremos confirmar una hipótesis que nosotros mismos hemos desarrollado, resulta inevitable fijarnos en los resultados que en la verificación más que los resultados que la refutan. Si el investigador desconoce en todo momento a qué grupo pertenece cada voluntario, los errores de valoración debidos al sesgo se minimizan.
Existen variantes de este método. Por ejemplo, a veces, en lugar de placebo, al grupo C se le administra el tratamiento convencional, y al E el experimental. De esta forma, y dado que los voluntarios padecen una enfermedad, ninguno de ellos deja de recibir tratamiento. Las cuestiones éticas son determinantes a la hora de diseñar un ensayo clínico, y por eso el método empleado puede ser diferente en cada caso.
Siempre que un tratamiento experimental dé resultados significativamente mejores que los proporcionados por el efecto placebo, es decir, que el grupo E mejore con respecto al C de forma evidente, se concluirá que el tratamiento experimental en efectivo. Esta conclusión se consigue gracias a un exhaustivo tratamiento estadístico de los resultados.
Conclusión
A lo largo de la historia reciente se han publicado varios estudios cuyas conclusiones fueron muy controvertida, ya que mostraron resultados que parecían favorables a la homeopatía. Ninguno de ellos está libre de errores metodológicos deliberados e interpretaciones sesgadas de los resultados. Debido a estas deficiencias, ninguno de estos estudios sido tomado en serio por la comunidad científica. Todavía es común encontrar referencias a estudios adulterados proporcionados por simpatizantes del sector.
El problema es que cuando la creencia de que la homeopatía cura está muy arraigada, puede tener consecuencias catastróficas. Puede llevar al abandono de un tratamiento médico convencional, puede llevarte a decidir utilizar sólo homeopatía para cualquier enfermedad, sea de la magnitud que sea. Por ahora, la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos ha propuesto que cualquier producto homeopático deba advertir en su etiquetado que no hay evidencias científicas que lo avale. En el resto de países, las principales organizaciones van en la misma dirección.
La homeopatía es una farsa que cuenta con respaldo legal. Queda camino por delante.
¡Que se le van las vitaminas! Mitos y secretos que sólo la ciencia puede resolver. Deborah García Bello.