19/04/2024

¿Por qué explorar el espacio? por Ernst Stuhlinger (06/05/1970)

En 1970 la hermana Mary Jucunda, una monja destinada en Zambia escribió al director de Ciencia del Centro Marshall de Vuelos Espaciales de la NASA, Ernst Stuhlinger, para plantearle una pregunta a propósito del proyecto de investigación de viajes tripulados a Marte que éste tenía en marcha; en concreto, le preguntaba cómo podía proponer que se invirtieran miles de millones de dólares en un proyecto asi cuando tantos niños morían de hambre en la Tierra. Stuhlinger respondió a la hermana Jucunda con una carta larga y atenta y una copia de Earthrise, la icónica fotografía de la Tierra que el astronauta William Anders tomó desde la luna en 1968. La respuesta de Stuhlinger fue objeto de tal admiración por parte de sus compañeros que posteriormente en la NASA la publico para que su difusión fuese más amplia titulándola: «¿Por qué explorar el espacio?».
¿POR QUÉ EXPLORAR EL ESPACIO?

Carta de Ernst Stuhlinger a la hermana Mary Jucunda

6 de mayo de 1970

Estimada hermana Mary Jucunda:

Su carta era una de las muchas que recibo a diario, pero me ha conmovido más que el resto porque procede de las profundidades de una mente inquieta y un corazón compasivo. Trataré de responder su pregunta de la mejor manera posible.

En primer lugar, no obstante, me gustaría expresar la gran admiración que siento por usted y por sus valientes compañeras, dado que dedican su vida a la causa más noble del hombre: ayudar a quienes lo necesitan.

En su carta preguntaba cómo podía proponer que se invirtieran miles de millones de dólares para ir a Marte cuando muchos niños mueren de hambre aquí, en la Tierra. Sé que no espera una contestación del tipo: «Ah, no sabía que hay niños que mueren de hambre, pero a partir de ahora deja de todas las investigaciones espaciales hasta que la humanidad haya resuelto ese problema». A decir verdad, supe que algunos niños mueren de hambre mucho antes de saber que es factible viajar al planeta Marte desde el punto de vista técnico. Sin embargo, creo, como muchos de mis amigos, que viajar a la Luna y en un futuro a Marte es una empresa que deberíamos acometer ahora, incluso creo que este proyecto, a la larga, contribuirá más a la solución de los graves problemas a los que nos enfrentamos en la Tierra que muchos otros posibles proyectos de ayuda que se someten a debate y discusión año tras año y que resultan tan increíblemente lentos a la hora de ofrecer resultados tangibles.

Antes de intentar describir con mayor detalle cómo contribuye nuestro programa espacial a la solución de los problemas de nuestro planeta, me gustaría contar brevemente una historia supuestamente real que tal vez sirva para reforzar este argumento. Hace alrededor de 400 años había un conde que vivía en una pequeña ciudad de Alemania. Era un conde benévolo y daba una gran parte de sus ingresos a los pobres de su localidad, un gesto muy apreciado, pues la pobreza abundaba en la Edad Media y las epidemias de peste arrasaban el país con frecuencia. Un día el conde se topó con un tipo peculiar: tenía un banco de trabajo y un pequeño laboratorio en su casa y trabajaba con ahínco durante el día para poder dedicar unas pocas horas cada tarde a su laboratorio. Pulía pequeñas lentes a partir de pedazos de vidrio, montaba las lentes en tubos y utilizaba estos artilugios para ver objetos muy pequeños. Al conde le fascinaron en particular las criaturas que se podía observar con el poderoso aumento, y que no había visto antes. Invito al hombre a instalarse con el laboratorio en su castillo, incorporarse a su personal doméstico y consagrar su vida, en adelante, al desarrollo y perfeccionamiento de sus artilugios ópticos en calidad de empleado especial del conde.

Los ciudadanos, sin embargo, se enfadaron cuando se dio cuenta de que el conde estaba malgastando su dinero, según pensaron ellos, en un artilugio que no servía para nada. «Nosotros sufriendo con esta peste —decían— mientras él paga a ese hombre por un pasatiempo inútil». Pero el conde siguió en sus trece: «Os doy todo cuanto me puedo permitir —aseguró—, pero también apoyaré a este hombre y su trabajo, porque sé que algún día saldrá algo de él».

Y en efecto, de ese trabajo salió algo muy bueno, como también de un trabajo similar realizado por otros en otros lugares: el microscopio. Es de sobra conocido que el microscopio ha contribuido más que cualquier otro invento al avance de la medicina, a la erradicación de la peste y de muchas otras enfermedades contagiosas en casi todo el mundo se debe en gran medida a estudios que el microscopio hizo posibles.

El conde, al destinar parte de su dinero a la investigación y el descubrimiento, había contribuido mucho más a aliviar el sufrimiento humano que si se hubiese entregado todos sus bienes a esa comunidad asolada por la peste.

La situación a la que nos enfrentamos hoy es similar en muchos sentidos. El presidente de Estados Unidos dispone de unos 200.000 millones de dólares en el presupuesto anual. Este dinero va para la salud, educación, asistencia social, remodelación urbana, carreteras, transporte, ayuda exterior, defensa, medio ambiente, ciencia, agricultura y numerosas instalaciones tanto dentro como fuera del país. Este año, alrededor de 1,6 % de este presupuesto nacional se asignó a la exploración del espacio. El programa espacial incluye el Proyecto Apolo y muchos otros proyectos menores de física espacial, astronomía, biología espacial, proyectos planetarios, proyectos de gestión de recursos en la Tierra e ingeniería espacial. Para hacer posible este desembolso en el programa espacial, el contribuyente medio americano, con 10.000 dólares de ingresos anuales, para unos 30 dólares de impuestos para el espacio. El resto de ingresos, 9.970 dólares, cubre su sustento, su ocio, sus ahorros, los demás impuestos y los demás gastos.

Ahora es probable que usted pregunté: ¿por qué no retira cinco dólares, o tres, o uno de esos 30 destinados al espacio que da el contribuyente americano medio y se los envía a los niños hambrientos? Para responder esta pregunta debo explicar brevemente cómo funciona la economía de este país. La situación es muy similar en otros países. El gobierno está constituido por distintos ministerios (Interior, Justicia, Sanidad, Educación y Cultura, Transporte, Defensa y otros) y distintas agencias (Fundación Nacional para la Ciencia, Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio —NASA— y otras). Todos elaboran su presupuesto anual conforme a las misiones que les han sido asignados, y cada uno ha de defender su presupuesto frente a un escrutinio extremadamente severo realizado por comisiones del Congreso y frente a una gran presión económica por parte del Departamento de Gestión Presupuestaria y del presidente. Cuando finalmente el Congreso determinar los fondos, éstos sólo se pueden asignar a las partidas individuales especificadas y aprobadas en el presupuesto.

El presupuesto de la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio, claro está, sólo puede incluir partidas relacionadas directamente con la aeronáutica y el espacio. Si el Congreso no aprobase este presupuesto, los fondos presupuestos para él no estarían disponibles para otros fines; sencillamente no se grabaría con ellos al contribuyente, a menos que algún otro presupuesto hubiese recibido proposición de un incremento concreto, que en ese caso se volvería los fondos no destinados al espacio. Como podrá deducir de esta breve argumentación, la ayuda para niños hambrientos, o más bien una ayuda adicional, aquella con la que Estados Unidos ya contribuye a esta más que encomiable causa en forma de ayuda exterior, sólo se puede conseguir si el ministerio que corresponda presenta una partida individual a tal efecto y si posteriormente el Congreso aprueba esta partida.

Ahora podía preguntarme usted si personalmente estaría favor de que nuestro gobierno efectuase un movimiento así. Mi respuesta es un sí rotundo. Desde luego no me importaría en absoluto que mis impuestos anuales se vieran incrementados en algunos dólares para alimentar a niños hambrientos, vivan donde vivan.

Sé que todos mis amigos opinan lo mismo. Sin embargo, para que cobrase vida no bastaría con desistir sin más de planear viajes a Marte. Antes bien, creo incluso que trabajando para el programa espacial puedo contribuir en cierto modo el alivio y la posible solución de problemas tan graves como la pobreza y el hambre en la Tierra. Hay dos factores básicos que determinan el problema del hambre: la producción de alimentos y la distribución de alimentos. La producción de alimentos mediante la agricultura, la ganadería, la pesca y otras operaciones a gran escala resulta eficaz en algunas partes del mundo, pero es sumamente deficiente en otros. Por ejemplo, se podrían utilizar mucho mejor amplias extensiones de terreno si se aplicase en métodos eficaces de control de cuencas hidrográficas, empleo de fertilizantes, previsiones meteorológicas, evaluación de la fertilidad, programación de plantaciones, selección de campos, hábitos de plantado, fecha de cultivos, estudio de cosechas y planificación de la recolección.

La mejor herramienta para mejorar todos estos factores es, sin lugar a dudas, el satélite de observaciones terrestres. Al dar la vuelta al globo a una altitud elevada puede explorar amplias áreas de terreno en poco tiempo; puede observar y medir una gran variedad de factores indicativos de la situación y el estado de las cosechas, el suelo, las sequías, las precipitaciones, la nieve, etc., y puede transmitir por radio esta información a estaciones terrestres que se utilice de forma adecuada. Se calcula que incluso un sistema modesto de satélites artificiales equipados con recursos terrestres (sensores) que funcionen dentro de un programa destinado a conseguir mejoras agrícolas a escala universal, incrementará las cosechas anuales en el equivalente a muchos miles de millones de dólares.

La distribución de los alimentos a los necesitados supone un problema completamente distinto. La cuestión no es tanto el volumen de envío como de cooperación internacional. Es posible que al dirigente de un país pequeño le incomode sobremanera la perspectiva de que una gran nación envíe a su país grandes cantidades de alimentos, sencillamente porque teme que junto con los alimentos podría estar importando influencia y poder ajenos. La ayuda eficaz para paliar el hambre, me temo, no se producirá hasta que las fronteras entre países sean menos divisorias de lo que son hoy en día. No creo que la misión espacial vaya a obrar este milagro de la noche a la mañana, aunque sin duda el programa espacial es uno de los agentes más prometedores y poderosos para lograr este objetivo.

Permítame que le recuerde la que no hace mucho estuvo a punto de ser la tragedia del Apolo 13. Cuando se aproximaba el momento de la crucial reentrada de los astronautas, la Unión Soviética interrumpió todas las transmisiones por radio rusas en las bandas de frecuencia que utilizaba el Proyecto Apolo para evitar cualquier posible interferencia, y se emplearon embarcaciones rusas en los océanos Pacífico y Atlántico por si era necesario efectuar un rescate de emergencia. De haber amerizado la cápsula de los astronautas cerca de una embarcación rusa, no cabe duda de que los rusos habrían puesto tantos cuidados y esfuerzos en su rescate como si hubiesen sido astronautas rusos los que regresaban de un viaje espacial. En caso de que viajeros espaciales rusos llegarán hallarse alguna vez en una situación de emergencia similar, los americanos harían lo mismo sin titubear.

Una mayor producción de alimentos mediante la observación y la evaluación en órbita y una mejor distribución de alimentos mediante la mejora de las relaciones internacionales son sólo dos ejemplos de la profundidad con la que el programa espacial afectará a la vida en la Tierra. Me gustaría mencionar dos ejemplos más: el impulso del desarrollo tecnológico y la generación de conocimientos científicos.

Los requisitos de alta precisión y de fiabilidad extrema que se imponen a las piezas de una nave espacial que viaja a la Luna carecen de precedentes en la historia de la ingeniería. El desarrollo de sistemas que cumplan con esos estrictos requisitos nos ha proporcionado una oportunidad única para encontrar nuevos materiales y métodos, para inventar mejores sistemas técnicos, para mejorar procedimientos de fabricación, para alargar la vida de los instrumentos e incluso para descubrir nuevas leyes de la naturaleza.

Todos estos conocimientos técnicos recién adquiridos también se encuentran disponibles para su aplicación en tecnologías ligadas al planeta Tierra. Cada año, alrededor de un millar de innovaciones técnicas generadas en el programa espacial se introducen en nuestra tecnología terrestre, dando como resultado mejores electrodomésticos y equipamientos agrícolas, mejores máquinas de coser y radios, mejores barcos y aviones, mejores previsiones meteorológicas y de aviso de tormentas, mejores comunicaciones, mejor instrumental médico, mejores utensilios y herramientas para la vida cotidiana. Y ahora usted preguntará por qué hemos de desarrollar un sistema que permite a los astronautas vivir en la Luna antes de construir un sistema sensor de lectura remota para pacientes aquejados de problemas de corazón. La respuesta es sencilla: con frecuencia el progreso significativo en las soluciones de problemas técnicos no se da de manera directa, sino fijando en primer lugar un objetivo que suponga un desafío elevado y proporcione una fuerte motivación para llevar a cabo un trabajo innovador, que dispare la imaginación y aliente a los hombres a dedicar todos sus esfuerzos y que, al incorporar otras reacciones en cadena, actúe de catalizador.

No cabe duda de que la misión espacial desempeña exactamente este papel. Es evidente que el viaje a Marte no será una fuente directa de alimentos para los hambrientos. Así todo, gracias a él se desarrollarán tantas tecnologías y competencias nuevas que los beneficios derivados solo de este proyecto superan con creces el coste de su implantación.

Además de la necesidad de nuevas tecnologías, existe una gran necesidad continuada de conocimientos básicos nuevos en las ciencias si deseamos mejorar las condiciones de la vida humana en la Tierra. Necesitamos más conocimientos en los campos de la física y la química, en biología y fisiología, y muy en particular en medicina para abordar todos los problemas que amenazan la vida del hombre: hambre, enfermedad, contaminación de los alimentos y del agua, polución ambiental.

Necesitamos más hombres y mujeres jóvenes que consagren su vida la ciencia y necesitamos respaldar más a esos científicos que poseen el talento y la determinación para llevar a cabo un trabajo de investigación fructífero. Hay que fijar objetivos de investigación que supongan un desafío y proporcionar el respaldo suficiente a los proyectos de investigación. Una vez más, el programa espacial, con sus estupendas oportunidades para llevar a cabo magníficos estudios de investigación de lunas y planetas, de física y astronomía, de biología y medicina, constituyen un catalizador casi ideal, que provoca la reacción entre la motivación para el trabajo científico, la oportunidad de observar fenómenos naturales apasionantes y el respaldo material necesario para avanzar en el esfuerzo investigador.

De todas las actividades que dirige, controla y financia el gobierno norteamericano, no cabe la menor duda de que el programa espacial es la más visible y probablemente la más discutida, aunque absorbe únicamente un 1,6 % del presupuesto nacional total y un 3 por mil (menos de un tercio del 1 por ciento) del producto nacional bruto. Como estimulante catalizador del desarrollo de nuevas tecnologías, y de la investigación en ciencias básicas, no hay ninguna otra actividad que lo supere. En este sentido podríamos incluso decir que el programa espacial está asumiendo una función que lo largo de tres mil o cuatro mil años era una triste prerrogativa de las guerras.

Cuanto sufrimiento humano se podría evitar los países, si en lugar de competir con sus flotas de aviones bombarderos y cohetes, compitieran con vehículos espaciales para viajar a la Luna. Esta competición es sumamente prometedora de victorias brillantes, pero no da cabida al amargo destino de las derrotas, que no engendran sino venganza y más guerras.

Aunque da la impresión de que nuestro programa espacial nos aleja de la Tierra para acercarnos a la Luna, el Sol, los planetas y las estrellas, no creo que ninguno de estos cuerpos celestes sea objetivo de tanta atención y estudio por parte de los científicos espaciales como nuestro planeta, que acabará siendo un planeta mejor, no sólo por todos los nuevos conocimientos tecnológicos y científicos que aplicamos para la mejora de la vida, sino también porque nuestra valoración de la Tierra, de la vida y del hombre se está volviendo mucho más profunda.

Apolo 8, la primera misión que llevó a los humanos a la luna, entró en la órbita lunar el 24 de diciembre de 1968. Aquella tarde, el comandante de la misión Frank Borman, el piloto del módulo de mando Jim Lovell y el piloto del módulo lunar William Anders emitieron en directo desde la órbita lunar y mostraron imágenes de la Tierra y la luna vistas desde su nave. «La vasta soledad es sobrecogedora y nos hace darnos cuenta de todo lo que tenemos en la Tierra», dijo Lovell.
Apolo 8, la primera misión que llevó a los humanos a la luna, entró en la órbita lunar el 24 de diciembre de 1968. Aquella tarde, el comandante de la misión Frank Borman, el piloto del módulo de mando Jim Lovell y el piloto del módulo lunar William Anders emitieron en directo desde la órbita lunar y mostraron imágenes de la Tierra y la Luna vistas desde su nave. «La vasta soledad es sobrecogedora y nos hace darnos cuenta de todo lo que tenemos en la Tierra», dijo Lovell.

En la fotografía que adjunto a esta carta se puede distinguir nuestro planeta visto desde el Apolo 8 cuando daba la vuelta a la Luna en las Navidades de 1968. Hasta el momento, de todos los numerosos increíbles resultados del programa espacial, es posible que esta fotografía sea el más importante, pues nos abrió los ojos al hecho de que la tierra es una isla bella y muy preciada en un vacío infinito y de que no tenemos otro lugar donde vivir salvo la fina superficie de nuestro planeta, al que rodea la nada desolada del espacio. Nunca tantas personas se habían dado cuenta de lo limitado que en realidad de nuestro planeta y de lo peligroso que sería alterar su equilibrio ecológico. Desde que se publicó esta fotografía cada vez son más las voces que se alzan para advertir de los graves problemas a los que se enfrenta el hombre en nuestro tiempo: contaminación, hambre, pobreza, vida urbana, producción de alimentos, control del agua, superpoblación. Con toda certeza no es casual que empecemos a ver las colosales tareas que nos aguardan en un momento en que la joven era espacial nos ha permitido echarle por primera vez un buen vistazo a nuestro planeta.

Aunque, por suerte, la era espacial no sólo ofrece un espejo en el que podemos vernos, sino que también nos proporciona las tecnologías, el desafío, la motivación e incluso el optimismo necesario para abordar estos cometidos con confianza. Lo que aprendemos en nuestro programa espacial respalda plenamente, a mi juicio, lo que Albert Schweitzer tenía en mente cuando dijo: «Mira al futuro con preocupación, pero con esperanza».

Con mis mejores deseos para ustedes y para sus niños.

Atentamente,

Ernst Stuhlinger

Director adjunto de Ciencia

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