19/03/2024

Los bancos son una mierda empapelá

He de reconocer que en este mundo todo se ha ido tomar por culo. En tiempos pasados, no hace mucho, ciertas actividades eran tomadas como interesantes, especiales, momentos en los que había que parecer lo que no se era. Recuerdo cuando ir al médico parecía que era como ir el domingo a misa, mudado y duchado, con la mejor vestimenta; el señor médico o doctor, daba igual si tenía un doctorado o no, era una persona respetable, casi un dios. O cuando ir al banco era como ir al sitio donde el dinero se fabricaba y allí era donde tu vida tenía sentido porque te protegían del mundo exterior y de los ladrones. Parecía que el dinero no lo generabas tú con tu trabajo y con tu sudor diario; eso era secundario, el dinero estaba allí siempre, esperándote, tu dinero.

Hoy en día, ir a los dos sitios es una mierda.

Al primero, el médico, porque cualquiera puede ser médico y ya no tiene misterio.

Al segundo, al banco, porque los ladrones están dentro, no hace falta un atraco.

Esta mañana esperando en la cola, esa cola insana creada por métodos gangsteriles que las nuevas normas bancarias para mayor satisfacción y en beneficio de su clientela, mientras observas a los trabajadores del banco en actitudes un tanto etéreas mientras tú estás allí esperando para sacar tus cuatro perras del cajero, a un señor cliente le ha fallado la tarjeta para poder acceder a su cuenta a través del cajero automático dejando de acceder a su dinero que el banco tiene en custodia, dato importante y trascendental. Se ha ido para lo que ahora simula una ventanilla de atención al cliente, algo que no es más que un mueble pretencioso para separar a los trabajadores del banco de los usuarios del banco y, en un intento de interactuar con la señorita que allí se encontraba parapetada, le ha preguntado, no sin cierto aire de enfado, que la tarjeta que le habían dado no funcionaba, que no podía acceder a su cuenta, a su saldo y a su dinero. Simplemente quería una solución.

La solución que le aportó la señorita era hacerle una tarjeta nueva, que, por supuesto, le iban a cobrar, dato que no le transmitió y, que hasta mañana, en ese instante eran las 9:30, no iba a poder acceder a su cuenta. Le dijo en sus narices que no podía acceder a su dinero que él había puesto a buen recaudo en una cuenta bancaria de dicha entidad. El pobre hombre se marchó cabizbajo, sin otra intención que esperar hasta el día siguiente para poder acceder a su dinero. Mientras en la cola, unas siete personas-clientes, asistíamos atónitos a este melodrama. Cuando le he contado esto a mi señora, ella ha imaginado que los gritos proferidos por mis pulmones junto con mi sistema vocal, se hubieran escuchado a unos 500 metros de distancia de la cabeza de la asesora bancaria, que así se llaman ahora.

Pero eso fue en el primer banco al que fui. La Caixa. Ahora me tocaba ir al Santander, el gran monstruo. No he visto una entidad bancaria que gane más dinero y que inviertan menos en sus sistemas informáticos. No ya por la efectividad, tiene menos explicaciones que las instrucciones de un paquete de rosquilletas, sino por la interfaz, aspecto visual externo que se proyecta al público para comunicarse entre los dos entes, maquina-humano.

En el banco Santander, situado en la Puerta del Sol de Castellón de La Plana, nada más entrar te exigen, a través de una máquina, una tablet escondida en una peana metalica, que le des tu DNI y te asigna un numerito. Por cierto, en el banco Santander se da el caso curioso de que hasta hace poco han distinguido, en colas muy bien señaladas, entre clientes y no clientes. Una vez en el interior del conglomerado bancario, una pantalla gigantesca compuesta de la unión de varios televisores de tamaño enorme, se muestra de forma pausada los turnos y las plazas asignadas a los clientes o no, como ya tienen tu DNI, vete tu a saber lo que hacen internamente. Si vas a caja, el señor cajero que atiende amablemente en su puesto de trabajo y, en cuanto oyen las palabras “ingresar dinero” o “sacar dinero”, te transporta al exterior de la entidad, o muy cerca del exterior de la misma, y te enseña cómo hacerlo tú mismo, en una de esas máquinas denominadas cajeros automáticos.

Los bancos se han convertido en una suerte de gasolineras de autoservicio, pero del dinero, donde no quieren saber nada de ti, quieren que ingreses tu dinero fuera de sus muros y que saques tu dinero en el extraradio de sus paredes.

OTRO TEMA INTERESANTE
LA CULPA ES DE MUÑOZ

Pero mi recorrido bancario no acababa aquí, he tenido que retornar a La Caixa, pero esta vez a un espacio suntuoso denominado Store que dependiendo de su función en inglés, verbo o sustantivo puede ser una tienda, opción con mayor posibilidad, o almacen. Se encuentra también en la Puerta del Sol de Castellón de La Plana, en la antigua sede del Banco de Valencia. En la entrada hay tres cajeros de última generación, que por cierto esta mañana dependiendo de la operación que quisieras hacer estaban disponibles o no. Nada más entrar, a un espacio amplio y diáfano, hay una muchacha sentada en una silla detrás de un atril que pone en letras grandes Hola. Tanto es así, que ella ya no te lo dice. Le expliqué mi caso y me hizo sentarme al lado de otra señorita que, camuflada detrás de un portátil, movía sus dedos de forma compulsiva. Me pidió esperar y eso hice. Una vez me hizo caso y tras exponer mi pequeño problema se puso a la faena. Tras 35 minutos de reloj, mi operación, no sin algunos dimes y diretes, eso sí, pausados y sin alteraciones, fue llevada a buen término.

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