Misterios sin resolver: la anestesia
Los primeros anestésicos eran alcohol, emborracharse claro, opiáceos primitivos, amalgamas de hierbas e incluso un buen golpe en la cabeza para dejar inconsciente al paciente. También se hablaba de la mandrágora de cuyas propiedades narcóticas hacían correr leyendas y fábulas prodigiosas. Incluso habréis pensado en la peste a pies de alguien. El naturalista Plinio el Viejo habla en su Historia natural de un preparado de hojas trituradas con mezcladas con polenta, una especie de harina con la que se hacía una cataplasma. En la Edad Media se utilizaba para amputar brazos y piernas empleando un brebaje hecho con alcohol y pólvora de fusil.

Hay textos antiguos que demuestran la utilización de estos anestésicos desde los antiguos sumerios del quinto milenio a. de C., y a las antiguas culturas de Egipto, Grecia y Roma. La primera operación quirúrgica de envergadura de la que se tiene constancia documental tiene que ver con un hombre Neardenthal que vivió hace 15 000 años en los Montes Zagros, actual Irak, en cuyos huesos se encontraron rastros inequívocos de intervención quirúrgica: una trepanación en el cráneo, práctica corriente también en el Egipto antiguo, así como la amputación de uno de sus brazos. Los asirios dormían a sus pacientes ejerciendo presión sobre las carótidas, arterias que riegan el cerebro, para mitigar el dolor de las circuncisiones.
Pero los avances de verdad no comenzaron hasta el siglo XIX. En Japón, un cirujano, Hanoka Seishu preparó una pócima anestésica a base de hierbas llamada tsusensan, que paraliza los músculos, adormecía los nervios y dejaba a los pacientes inconscientes durante horas. En 1804 utilizó el tsusensan para adormecer a una paciente de 60 a la que tenía que realizar una mastectomía. La había aplicado anestesia general, aunque de una forma poco ortodoxa.
Por las mismas fechas, el químico inglés Humphry Davy descubrió las dos propiedades más conocidas del óxido nitroso: sedante y euforizante, aplicándoselo para paliar sus dolores de muelas. Un gas que también se conoce como «gas de la risa», debido a que incitaba a la risa incontrolada, animaba fiestas y predisponía falsamente a la jovialidad. Fue un éxito instantáneo como droga recreativa, pero pasarían más de 40 años antes de su uso clínico.
Otra droga recreativa era el éter etílico. Era un líquido cuyos vapores se podían inhalar para inducir embriaguez y levantar el ánimo. Un estudiante de la Universidad de Medicina de Pensilvania, Crawford Long, observo que los consumidores de éter que sufrían heridas leves mientras jugaban bajo el efecto de la droga solo sentían dolor cuando el efecto pasaba. Cuando se licenció decidió utilizarlo como anestésico. Y lo probó el 30 de marzo de 1842, cuando iba a extirparle a un hombre un tumor en el cuello. Fue un éxito. Después lo utilizó para amputaciones y para los dolores de parto.
Lo que hizo mal es no publicar su trabajo en ninguna revista científica. Cuatro años después, en 1846, el dentista William Morton utilizó éter etílico antes de extraer una pieza dental de un paciente. Poco después lo utilizó en una operación de extracción de un tumor de cuello en una demostración pública en el Hospital General de Massachusetts, junto con su compañero J. C. Warren. Su empleo era limpio y fulminante en los resultados, por lo que a partir de ese momentose difundió su uso y poco después, el médico londinense J. Snow se especializó en aquellas técnicas. Su colaboración permitía al cirujano concentrarse en los trabajos propiamente quirúrgicos y ganar en efectividad. Aquel mismo año, 1842, el médico Oliver Wendell Holmes acuño la palabra «anestesia», que significa «sin sensación», para describir el proceso. Por haber sido público, se suele citar como el primero que utilizó la anestesia general en un contexto clínico, pero el primero había sido, como hemos descrito, Long. Y para cuando Long publicó sus trabajos en 1849, ya fue demasiado tarde.
El ginecólogo escocés James Simpson en 1847 hizó la primera aplicación anestésica de cloroformo, que lo recetaba para el dolor de parto. Como siempre, algunas autoridades religiosas, que por cierto no tenían que parir, lo censuraron alegando que el parto tenía que ser doloroso. Esta estupidez estaba basada en el relato biblíco del Génesis de que la mujer debe parir con dolor. Pero todo esto quedó en nada cuando la reina Victoria I de Inglaterra en 1853 pidió cloroformo cuando dio a la luz a su hijo, el príncipe Leopoldo.
Todos los anestésicos utilizados hasta entonces eran generales: suprimían la respuesta del dolor en todo el cuerpo, relajando los músculos y dejando al paciente inconsciente, de modo que no quedaba recuerdo de la operación. En la actualidad la anestesia general se suele administrar en dos fases: un producto inicial ─generalmente inyectado─ adormece al paciente, y después se aplica una segunda droga que se inhala por una mascarilla para mantener al paciente anestesiado hasta terminar.
En 1884 se descubrió una nueva anestesia que insensibilizaba zonas localizadas sin causar inconsciencia. La llamaron «anestesia local». La introdujo el oftalmólogo austriaco Carl Köller: era simple cocaína, anestésico que fue mejorado en 1902 mediante la adicción de adrenalina. En el siglo XX fue sustituida por la procaína y novocaína, que creaban menos adicción. Su funcionamiento se basa en el bloqueo de los canales de sodio de los axones de las células nerviosas, que son las que transmiten estímulos físicos a través del sistema nervioso hasta el cerebro, donde se registra la señal del dolor.
En 1885 aparecía la anestesia peridural o epidural, descrita por primera vez por el doctor norteamericano James Leonard Corning. Se llevaba a cabo mediante la inyección analgésica en el espacio peridural que envuelve la médula espinal, entre la undécima vértebra dorsal y la cuarta vértebra lumbar a fin de dormir los órganos alojados en la pelvis: próstata, riñón, útero. En 1970 experimento un resurgimiento por los médicos, sobre todo los obstetras.
Lo que aún es más sorprendente es que los científicos todavía no saben como funcionan exactamente los anestésicos generales. Pero entre enfrentarse a una operación con o sin anestesia, esta clara nuestras preferencias.