Del lat. Caesareus; la forma f., del lat. cient. [sectio] Caesarea «[sección] cesárea», por la tradición que contaba que Julio César había nacido de esta manera.
1. adj. Perteneciente o relativo al imperio o a la majestad imperial.
2. f. Operación quirúrgica que se hace abriendo la matriz para extraer la criatura.
La cesárea es una operación tan antigua que la Lex Caesarea, de Numa Pompilio (que gobernó del 715 al 653 a. C.), ordenaba que a toda mujer que muriese a finales del embarazo o durante el parto, sin que hubiese nacido aún, se le extrajese a éste, por un corte (causura) abdominal, a fin de que el niño tuviese la oportunidad de vivir.
Numa Pompilio, según la leyenda, era sabino e introdujo muchos ritos etruscos, decidió al pueblo en maestranzas de artes e instituyo la primitiva religión romana, inagurando cultos a Júpiter y Marte, en un intento de unir las tradiciones romanas y griegas.
Estaba sin pantalones y mostraba quemaduras en las nalgas, la parte de atrás de sus piernas y las ingles. De nuevo fue corriendo a llamar a la ambulancia. Enviaron al mismo grupo de paramédicos que había venido anteriormente y ella los recibió fuera de la casa. Colocaron al hombre en la camilla y empezaron a llevarlo hacia fuera. Mientras bajaban las escaleras, junto con la esposa, uno de ellos le preguntó cómo se había producido las quemaduras. Ella les contó y los hombres empezaron a reírse tan fuerte que uno de ellos se resbaló y golpeó la camilla, haciendo caer al paciente. Este, rodó por los escalones que faltaban para llegar a la calle y se fracturó el brazo.
Hacía más de quince años que el Reino de España batallaba contra los independentistas americanos, y llevábamos clarísimamente las de perder, porque a ver cómo se controla todo un continente a ocho mil kilómetros de distancia. Cuando no se levantaban en México, se levantaban en Venezuela; cuando no, en Chile, y si no, en Argentina. No se daba abasto. El poder lo mantenían contra viento y marea los funcionarios españoles enviados desde la Península, mientras que los nacidos en América, aunque descendientes de españoles y de alta cuna, no pasaban de segundones. En pocas palabras: estaban hartos de no tener nada que decir en la tierra en la que habían nacido; hartos del autoritarismo de la monarquía del Borbón, y hartos de que los cargamentos de plata continuaran saliendo rumbo a España.
Estados Unidos ya se había sacudido el yugo inglés y la Revolución Francesa dejó claro que sin un rey se caminaba más ligero. Ahora bien, aquellos hijos de españoles que se quedaron gobernando América no lo hicieron mejor. Lograron la independencia, pero los indios continuaron sin alcanzar la libertad.
En España se admira el pesimismo y se venera la queja como el mejor motivo de conversación; reconocer abiertamente que uno es optimista o feliz —aunque sea la pura verdad— no está bien visto, tiene mala prensa y se considera síntoma de ingenuidad o de incultura.
Los adultos han crecido también. Los varones alemanes en torno a los 25 años alcanzan 181 centímetros como media; las mujeres, 168 centímetros. Para ambos sexos, esto significa un aumento de estatura de unos 10 centímetros en los últimos cien años. Sin embargo, en la bibliografía especializada las cifras exactas varían mucho. Unos investigadores calculan un aumento de 15 centímetros y otros de solo 9 centímetros. El motivo: los datos de épocas pasadas son muchas veces escasos, sobre todo en lo referente a las mujeres. Y solo desde mediados del siglo XIX hay series de mediciones más o menos fiables con respecto a los hombres, principalmente reclutas.
El estirón que ha dado la población tiene ante todo, en opinión de los antropólogos, dos causas: una alimentación más sana y una mejor asistencia médica. «Los niños padecen enfermedades graves con mucha menos frecuencia que antes. Por tanto pueden emplear en crecer la energía que de otro modo tendrían que dedicar a curarse», dice la antropóloga Christiane Scheffler, de la Universidad de Potsdam. Hay indicios que apoyan la opinión de que las condiciones del entorno son decisivas. Así, se ha observado repetidamente la tendencia opuesta en el pasado: los niños volvieron a crecer menos cuando las condiciones de vida empeoraron. La última vez que esto sucedió fue después de 1945. Los niños de la posguerra medían unos 2 centímetros menos que la generación que creció antes de la guerra.
Pero el aumento de estatura también acarrea problemas, por ejemplo para la industria del vestido. A muchas personas ya no les sirven las tallas clásicas de la ropa confeccionada. Por eso se están realizando actualmente proyectos de medición con miles de ciudadanos. Primer resultado: las piernas han aumentado desproporcionadamente en longitud. Y segundo: el final del crecimiento está cerca. En muchos países ya se ha hecho más lento, en Estados Unidos se ha detenido.
Los científicos piensan que los responsables de ello son los genes. Según su teoría, los genes fijan a cada persona un límite máximo de aumento de estatura. En condiciones de vida óptimas, este margen genético se puede utilizar entero, pero no superar. Los genes son, además, los que hacen que determinados grupos de población muestren un crecimiento diferente aunque vivan en unas condiciones más o menos iguales. Por ejemplo, los varones alemanes son más bajos que los holandeses, pero más altos que los franceses. Por otra parte, los suecos sobrepasan a los italianos. En conjunto se puede establecer una tendencia a la baja de oeste a este y de norte a sur.
Pero sea cual sea el verdadero motivo por el que en muchos países los niños crecen cada vez más, lo cierto es que ser alto se considera atractivo, al menos en los hombres. Los tipos altos gustan más a las mujeres e incluso tienen mejores oportunidades profesionales.