En su acepción más amplia, una cita es un recurso retórico que consiste en reproducir un fragmento de una expresión humana respetando su formulación original (en caso contrario se trata de paráfrasis) insertándolo en un discurso propio, generalmente también acatando el tipo de canal en que se comunicó originalmente.
Popularmente una cita puede tratarse de una paremia: reproducción de una frase, refrán o proverbio que ha logrado cierta trascendencia (por la idea misma o en virtud de la autoría). Por ello, para interpretar su significado, es muy probable que un interlocutor no necesite más información.
A veces, no decir toda la verdad no es mentira, sino una forma superior de verdad.
Ama y haz lo que quieras.
Dios es paciente porque es eterno.
Donde no hay caridad no puede haber justicia.
El hábito, si no es resistido, pronto se vuelve en necesidad.
El hombre ama tanto la verdad que cuando llega a creer algo que no lo es, se persuade por todos los medios que sí es la auténtica verdad.
El infierno ha sido hecho para los curiosos.
El que es bueno es libre aun cuando sea esclavo; el que es malo es esclavo aunque sea rey.
El que no tiene celos no está enamorado.
En la caridad cualquier pobre es rico, sin caridad cualquier rico es pobre.
Hacer el loco una vez al año es cosa tolerable.
Hay que aprender las cosas útiles más que las cosas admirables.
La fe consiste en creer lo que no vemos, y la recompensa es ver lo que creemos.
La necesidad no conoce leyes.
La razón no se sometería nunca si no juzgase que hay ocasiones en que debe someterse.
La vida no es más que una muerte lenta.
Las lágrimas son la sangre del alma.
Las pompas fúnebres son un consuelo para los vivos más que un tributo para los muertos.
Mi amor es mi peso; por él voy dondequiera que voy.
Se conoce mejor a la Divinidad ignorándola.
<span class="su-quote-cite"><strong>Agustín de Hipona o san Agustín (Aurelius Augustinus Hipponensis)santo, padre y doctor de la Iglesia católica → (Tagaste, 13-11-354 – Hippo Regius, también llamada Hipona, 28-08-430, 75 años)</strong></span>
FRANÇOIS DE LA ROCHEFOUCAULD
A menudo creemos odiar la adulación, y lo que odiamos es la forma en que nos adulan.
A menudo nos avergonzaríamos de nuestras más bellas acciones si el mundo viera los motivos que las producen.
A todos nos sobran fuerzas para soportar los males ajenos.
A veces es uno tan distinto de si mismo como de los demás.
Aconsejamos, pero no inspiramos conductas.
Algunos necios suelen tener ingenio, pero ninguno tiene discreción.
Amamos siempre a los que nos admiran, pero no a los que admiramos.
Apresurarse demasiado a corresponder un favor constituye una especie de ingratitud.
Aunque los hombres se jacten de sus grandes acciones, muchas veces no son el resultado de un gran designio, sino puro efecto del azar.
Cuando nuestro odio es demasiado vivo nos coloca por debajo de lo que odiamos.
Cuando nuestros vicio nos dejan nos halagamos con la idea de que los hemos dejado nosotros.
Se perdona en la medida que se ama.
El amor, como el fuego, no puede existir sin una constante agitación.
El arte más profundo de un hombre hábil es el de saber ocultar su habilidad.
El egoísmo es el mayor de los embaucadores.
El mayor esfuerzo de la amistad no es mostrar nuestros defectos al amigo, sino hacerle ver los suyos.
El medio más fácil para ser engañado es creerse más listo que los demás.
El mejor medio de conservar los amigos es no pedirles ni deberles nada.
El mundo recompensa con más frecuencia las apariencias del mérito que el mérito mismo.
El perfecto valor consiste en hacer sin testigos lo que sería capaz de hacer ante todo el mundo.
El verdadero amor es como los espíritus: todos hablan de ellos, pero pocos lo han visto.
En la mayor parte de los hombres el amor a la justicia no es más que el dolor de sufrir la injusticia.
En los celos hay más amor propio que amor.
Generalmente no se alaba sino para ser alabado.
Hay personas que nunca se habrían enamorado si no hubieran oído hablar nunca del amor.
Hay personas tan ligeras y tan frívolas que son incapaces de tener verdaderos defectos como sólidas cualidades.
Hay una inconstancia que proviene de la ligereza de espíritu o de su debilidad, que la hace acoger todas las opiniones ajenas, yhay otra, más excusable, que proviene del hastío de las cosas.
Hay varias clases de curiosidad: una, interesada, que nos lleva a aprender lo que nos puede ser útil; otra, orgullosa, nacida del deseo de saber lo que otros ignoran.
La ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las grandes, los mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogeras.
La confesión de los pequeños defectos es frecuentemente un deseo de dar a entender que no tenemos otros mayores.
La confianza sirve en las conversaciones más que el ingenio.
La gratitud es como la buena fe de los mercaderes, que sostiene el comercio; y si pagamos, no es porque sea justo pagar nuestras cuentas, sino por encontrar más fácilmente gentes que nos presten.
La gratitud de la mayoría de los hombres no es más que el deseo secreto de mayores beneficios.
La mayoría de los héroes son como algunos cuadros, no se les debe mirara de cerca.
La vejez es un tirano que prohíbe, bajo pena de vida, todos los placeres de la juventud.
Lo que hace que los amantes no se aburran nunca de estar juntos es que se pasan el tiempo hablando siempre de sí mismos.
Los viejos se consuelan dando buenos consejos porque no pueden dar malos ejemplos.
Más traiciones se cometen por debilidad que por un propósito firme de hacer traición.
Mientras más se quiere a una mujer, más cerca se está de odiarla.
Muchas veces se hace el bien para poder hacer impunemente el mal.
No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay.
No se desprecia a todos los que tienen vicios; pero se desprecia a todos los que no tienen ninguna virtud.
Nuestra envidia dura siempre más que la dicha de aquellos a quienes envidiamos.
Para conocer una cosa hay que conocer bien sus detalles.
Para el hombre ambicioso, el buen éxito disculpa la ilegitimidad de los medios.
Pocas personas saben ser viejas.
Prometemos según nuestras esperanzas y cumplimos según nuestros temores.
Se ha hecho una virtud de la moderación para limitar la ambición de los grandes hombres y consolar a los mediocres de su poca suerte y escaso mérito.
Si tuviésemos suficiente voluntad, casi siempre tendríamos medios suficientes.
Solo está seguro el que no admite a nadie en su confianza.
Todo el mundo se queja de su memoria, pero nadie se queja de su inteligencia.
Una amistad reemprendida necesita más cuidado que una que nunca se rompió.
Una mujer a la moda está siempre enamorada… de si misma.
¡Cuan corriente es no considerar sensatos sino a los que piensan como nosotros!
<span class="su-quote-cite"><strong>François de la Rochefoucauld → (duque) Político, escritor, aristócrata y militar francés, conocido, sobre todo, por sus Máximas (París, 15 de septiembre de 1613–París, 17 de marzo de 1680, 48 años)</strong></span>
ALPHONSE MARIE LOUIS PRAT DE LAMARTINE
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