25/04/2024

Caperucita Roja. Cuento tradicional

Caperucita Roja es el cuento de hadas de transmisión oral que mejor ha sobrevivido al paso del tiempo, como manifiestan las múltiples versiones que de esta historia se han realizado a través de los siglos.

Tiene muchas lecturas, pero ante todo es un cuento para jóvenes que, de alguna manera, simboliza el paso de la niñez a la adolescencia. En 1697 Charles Perrault fue el primero en incluir en un volumen de cuentos la historia de Caperucita. Escribió una fábula moralizante con la intención de advertir a las «señoritas» de la corte sobre los peligros de «ciertos hombres», disfrazados de lobos.

En 1812 Jacob y Wilhelm Grimm retomaron el cuento y su versión es la más conocida hoy en día.

Por último publicamos una rareza, la versión dramática y en verso que el gran escritor alemán Ludwig Tieck escribió en 1800.

Charles Perrault

Había una vez una niña de pueblo, la más bonita que hubieseis visto; su madre estaba loca con ella, y su abuela más loca todavía. Esta buena mujer encargó para ella una caperuza roja que le sentaba tan bien que todos la llamaban Caperucita Roja.

Un día, su madre, que había cocido y hecho tortas, le dijo:
—Ve a ver cómo anda tu abuela, pues me han dicho que estaba enferma. Llévale una torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja salió en seguida para ir a casa de su abuela, que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre Lobo, a quien le entraron muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió, porque había algunos leñadores por la floresta.

Le preguntó adónde se dirigía. La pobre niña, que no sabía lo peligroso que es detenerse a escuchar a un lobo, le dijo:
—Voy a ver a mi abuela, y a llevarle una torta con un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
—¿Vive muy lejos? —le dijo el Lobo.
—¡Oh, sí! —dijo Caperucita Roja—. Al otro lado del molino que podéis ver allá lejos, en la primera casa del pueblo.
—Pues bien —dijo el Lobo—, yo también quiero ir a verla; voy a tirar por este camino y tú por aquel, a ver quién llega antes.
El Lobo echó a correr con todas sus fuerzas por el camino que era más corto, y la niña se fue por el camino más largo, entreteniéndose en coger avellanas, correr detrás de las mariposas y hacer ramilletes con las florecillas que iba encontrando.

No tardó el Lobo en llegar a la casa de la abuela. Llama a la puerta: «Toc, toc».
—¿Quién es?
—Soy tu nieta, Caperucita Roja —dijo el Lobo, imitando la voz de la niña—, y te traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre te envía.
La buena de la abuela, que estaba en la cama porque se encontraba un poco mal, le gritó:
—Tira de la llave, que caerá el pestillo.[1] El Lobo tiró de la llave y la puerta se abrió. Se arrojó sobre la buena mujer y la devoró en un periquete, pues hacía más de tres días que no había comido. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita Roja, que llegó un poco después y llamó a la puerta: «Toc, toc».
—¿Quién es?
Caperucita Roja, que oyó el vozarrón del Lobo, tuvo miedo al principio, pero, creyendo que su abuela estaba resfriada, respondió:
—Soy tu nieta, Caperucita Roja, y te traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre te envía.
El Lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
—Tira de la llave, que caerá el pestillo.
Caperucita Roja tiró de la llave y la puerta se abrió.
El Lobo, al verla entrar, le dijo mientras se ocultaba en la cama bajo la manta:
—Pon la torta y el tarrito de mantequilla encima del baúl y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desnuda y va a meterse en la cama, donde se queda muy sorprendida al ver el aspecto que ofrece su abuela en paños menores. Le dice:
—Abuelita, ¡qué brazos tan grandes tienes!
—¡Son para abrazarte mejor, hija mía!
—Abuelita, ¡qué piernas tan grandes tienes!
—¡Son para correr mejor, niña mía!
—Abuelita, ¡qué orejas tan grandes tienes!
—¡Son para oír mejor, niña mía!
—Abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes!
—¡Son para verte mejor, niña mía!
—Abuelita, ¡qué dientes tan grandes tienes!
—¡Son para comerte!
Y diciendo estas palabras, el malvado Lobo se arrojó sobre Caperucita Roja y se la comió.

CHARLES PERRAULTCharles PerraultCharles PerraultWikipedia (París, 1628-1703). Es conocido ante todo por sus cuentos, que recuperó de la tradición oral, entre los que figuran: Cenicienta, La bella durmiente, Caperucita Roja, Riquete el del copete, El gato con botas o Pulgarcito, que fueron recopilados en Cuentos de mamá Oca. Sus historias infantiles perduran a través de los siglos. Llegó a ser miembro de la Academia Francesa.

Ilustración de Caperucita Roja

Jacob y Wilhelm, Hermanos GrimmHermanos GrimmHermanos GrimmWikipedia

Érase una vez una adorable niñita, a la que todos querían sólo con verla, pero quien más la quería era su abuela, que ya no sabía ni qué regalarle. En cierta ocasión le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y, como le sentaba tan bien y la niña no quería ponerse otra cosa, todos la llamaron a partir de entonces Caperucita Roja.
Un buen día su madre le dijo:
—Mira, Caperucita, aquí tienes un trozo de tarta y una botella de vino, llévaselos a la abuela; está enferma y débil, y esto la reanimará. Ponte en camino antes de que empiece a hacer calor, y cuando te marches, anda con cuidado y no te apartes del sendero, no vaya a ser que te caigas, se rompa la botella y la abuela se quede sin nada. Y cuando llegues a su casa, no te olvides de darle los buenos días, y no te pongas a hurgar por todos los rincones.

—Lo haré todo muy bien —dijo Caperucita Roja a su madre dándole la mano.
Pero la abuela vivía en el bosque, a media hora de la aldea. Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, el lobo le salió al encuentro. Caperucita Roja no sabía qué animal tan malvado era y no se asustó.
—¡Buenos días, Caperucita Roja! —le dijo.
—¡Muchas gracias, lobo!
—¿Adónde vas tan temprano, Caperucita Roja?
—A casa de mi abuela.
—¿Qué llevas en tu cestita?
—Una tarta y vino. Estuvimos haciéndola ayer en el horno; la abuela está enferma y débil y necesita algo bueno para fortalecerse.
—Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela?
—A un buen cuarto de hora por el bosque, su casa está bajo los tres grandes robles; allí abajo están también los nogales, seguro que tú sabes dónde —dijo Caperucita Roja.
El lobo pensó: «Esta cosita joven y tierna es un suculento bocado, seguro que sabrá mucho mejor que la vieja. Tienes que ser muy astuto si quieres tragarte a las dos». Entonces anduvo un rato al lado de Caperucita y luego dijo:
—Caperucita Roja, mira qué flores tan hermosas hay a tu alrededor, ¿por qué no las miras? Me parece que ni siquiera oyes los adorables cantos de los pajarillos. Vas ensimismada, como si fueras a la escuela, y, sin embargo, ¡es tan divertido andar por el bosque!
Caperucita Roja abrió bien los ojos, y al ver cómo los rayos del sol danzaban de un lado para otro a través de los árboles, y que todo estaba lleno de hermosas flores, pensó: «Si le llevo a la abuela un ramo de flores frescas también le alegrará; es muy temprano, así que llegaré a tiempo», de modo que se apartó del camino y se adentró en el bosque en busca de flores. Y tras haber cortado una, pensó que más allá habría otra más bonita y, de ese modo, fue internándose cada vez más en el bosque. El lobo, sin embargo, se fue directamente a casa de la abuela y llamó a la puerta.
—¿Quién está ahí?
—Caperucita Roja, que te trae una tarta y vino, abre.
—No tienes más que bajar el picaporte —exclamó la abuela—; yo estoy muy débil y no puedo levantarme.
El lobo bajó el picaporte, la puerta se abrió de par en par y, sin pronunciar una sola palabra, se fue derecho a la cama de la abuela y se la tragó. Entonces, se puso su ropa, se colocó su gorro de dormir, se metió en la cama y corrió las cortinas.
Caperucita Roja había estado buscando las flores y, cuando hubo cogido tantas que ya no podía llevar ni una más, volvió a acordarse de la abuela y se encaminó a su casa. Se asombró de que la puerta estuviera abierta y, al entrar en la sala, todo le pareció tan extraño que pensó: «¡Ay, Dios mío, qué miedo siento hoy, con lo que me gusta siempre venir a casa de la abuela!». Y dijo:
—Buenos días.
Pero no obtuvo respuesta alguna.

No había terminado de decir esto el lobo cuando salió de la cama de un salto y devoró a la pobre Caperucita Roja.
Cuando el lobo hubo saciado su apetito, volvió a meterse en la cama, se durmió y empezó a lanzar unos sonoros ronquidos. Justo en ese momento el cazador pasaba por delante de la casa, y pensó: «¡Cómo ronca la anciana! Tienes que ver si le pasa algo». Entonces entró en la sala y, al acercarse a la cama, vio al lobo tumbado en ella.
—Mira dónde te encuentro, viejo pecador —dijo—; hace mucho tiempo que te ando buscando.
Se disponía a preparar la escopeta cuando se le ocurrió que el lobo podía haberse comido a la anciana y que tal vez podría salvarla todavía, así que no disparó, sino que cogió unas tijeras y empezó a cortarle la barriga al lobo, que estaba dormido. Tras dar un par de cortes, vio relucir la roja caperuza; dio unos cortes más y la niña salió de un salto gritando:
—¡Ay, qué susto he pasado, qué oscuro estaba todo en la barriga del lobo!
Y después salió la anciana abuela, también viva, sin poder respirar apenas. Caperucita Roja trajo rápidamente unas piedras grandes y con ellas llenaron la barriga del lobo; y cuando este despertó, quiso levantarse de un salto y salir corriendo, pero las piedras le pesaban tanto que en ese mismo instante se cayó y se mató.
Entonces los tres se pusieron muy contentos: el cazador le arrancó la piel al lobo y se la llevó a casa, y la abuela se comió la tarta y se bebió el vino que Caperucita Roja le había llevado. Caperucita, sin embargo, pensó: «Jamás en la vida volverás a apartarte del camino y adentrarte en el bosque cuando tu madre te lo haya prohibido».
Se cuenta también que en otra ocasión en que Caperucita Roja llevaba pasteles a la abuela, otro lobo le habló, y trató de hacer que se saliera del sendero. Sin embargo, Caperucita Roja se cuidó mucho de ello, siguió derecha por su camino, y le contó a su abuela que se había encontrado con el lobo y que le había dado los buenos días, pero con una mirada muy malvada:
—Si no hubiera sido porque estábamos en medio del camino, seguro que me hubiera devorado.
—Ven —dijo la abuela—, cerraremos bien la puerta para que no pueda entrar.
Al cabo de un rato el lobo llamó a la puerta y gritó:
—¡Abre, abuela, soy Caperucita Roja y te traigo unos pasteles!
Pero ellas callaron y no abrieron la puerta, así que aquel cabeza gris se puso a dar vueltas alrededor de la casa y, al final, se subió al tejado para esperar hasta que Caperucita Roja regresara a su casa al atardecer; entonces la seguiría y la devoraría en la oscuridad. Sin embargo, la abuela se percató de lo que tenía en mente. Delante de la casa había una gran artesa de piedra, así que le dijo a la niña:
—Coge el cubo, Caperucita Roja, ayer hice unas salchichas; echa en la artesa el agua en la que las cocí.
Caperucita Roja no dejó de llevar agua hasta que la enorme artesa estuvo llena del todo. Entonces el olor de las salchichas le llegó al lobo a la nariz; empezó a olfatear y a mirar hacia abajo, y, al final, estiró tanto el cuello que no pudo sujetarse y empezó a resbalarse: así que se resbaló del tejado y justo fue a caer de bruces en la enorme artesa, y se ahogó. Y Caperucita Roja regresó contenta a casa, y nadie le hizo jamás mal alguno.

JACOB LUDWIG KARL GRIMM / WILHELM KARL GRIMM (Hanau, Alemania, 1785-1863 / 1786-1859). Filólogos de formación y estudiosos del folclore. Fueron profesores universitarios en Kassel, en Gotinga y en la Universidad Humboldt de Berlín. Recorrieron su país hablando con los campesinos, con las vendedoras de los mercados, con los leñadores y recogiendo historias de los lugareños, además de estudiar la lengua y su uso, el antiguo folclore de la región, etc. Fruto de este trabajo son sus cuentos, entre los que destacan Hansel y Gretel, Blancanieves, La pequeña vendedora de cerillas, Juan Sin Miedo, etc., que recopilaron con el título de Cuentos para la infancia y el hogar, y más tarde ampliaron en Cuentos de hadas de los hermanos Grimm.

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